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UN GRAN ACTO.

(24 de Enero de 1870.)

Cuando llegue á manos de nuestros lectores este número de La PoLÍTICA, ya habrá la Asamblea soberana resuelto la grave cuestion en que la extrema izquierda ha intentado empeñarla. La inexperta musa del federalismo ibérico, el patético y elocuente Sr. Castelar habrá ya apoyado con todas las fuerzas de su acento suave y de su imaginacion fosfórica el proyecto de ley que aspira á escluir por siempre de los candidatos régios de España á todas las ramas de la familia borbónica. Ya su señoría frigia habrá arrullado de nuevo los oidos parlamentarios con la celestial música de sus premeditados cantos; habrá trazado una vez más, á grandes y encantadores rasgos, la historia de la humanidad en general y de los monarcas en particular; habrá agitado, como nueva Pitonisa, las temblantes manos, al son de su nerviosa facundia; habrá comentado libérrimamente épocas, sucesos, biografías, principios y príncipes; se habrá bebido, sin sentirlo, tres ó cuatro vasos de la tribunicia agua azucarada que tanto necesita su delicada laringe; habrá oficiado de nuevo ante el ara en que, como vestal política, guarda y mantiene el fuego de todas las ilimitaciones sociales; se habrá hecho aplaudir artísticamente por cuantos le escuchen; habrá dado ocasion al centésimo telégrama entusiasta de alguna colectividad alemana impronunciable, y, en suma, habrá hecho las delicias de sus estéticos oyentes, salvo, y es natural, aquellos que, acostumbrados á juzgar de los oradores trascendentales y de los hombres de Estado sérios por los Gladstons, los Thiers, los Rios Rosas, los Olózagas y los Cánovas, persistan en no ofrecer á sus gritos armoniosos otro tributo que el de un efímero enternecimiento sin consecuencias.

A la espansion de encargo del Sr. Castelar, y despues de oirle y de sentir, como todos, el deseo de arrojar flores á sus plantas, y despues de enjugar en sus ojos una furtiva lágrima de intima delectacion, algun digno individuo del gobierno, obligado á tomar la cuestion en sério, se habrá levantado para rogar á la mayoría constituyente que no se deje dominar por los acordes del arpa federalista, y que, sin perjuicio de hacer justicia crítica á la eterna juventud de espíritu del inmancillado tribuno y de reconocer las desproporcionadas condiciones que le adornan para todo lo que sea lucha y batalla de imaginacion y garganta, acuerde sencillamente no tomar en consideracion el defendido proyecto. Y la mayoría, con la viril y patriótica conciencia de sus deberes, y recordando que no está en los bancos rojos únicamente para llorar con los Garcilasos políticos que abusen de las propensiones rítmicas de su órgano auditivo, y sintiendo que allí está para evitar al país el espectáculo infecundo de las grandes injusticias, y de las grandes inconveniencias, y de las grandes ridiculeces, hará un fácil esfuerzo sobre su sensibilidad poética, triunfará en el acto de la sirena alicantina de la palabra, y no tomará en consideracion el proyecto de ley, y no prejuzgará ciega y estérilmente la cuestion suprema de la política española, y esperará á resolverla cuando llegue oportuna y de finitivamente su dia, en la forma y de la manera que el sentimiento nacional aconseje.

Fácilmente comprenderán nuestros lectores las razones que nos han dictado esos dos vaticinios, esos dos presagios acerca del órden y resultado de la sesion pública que hoy deben celebrar las Córtes Constituyentes. El primero, el que se refiere al discurso del señor Castelar, está fundado en el conocimiento que creemos tener de su idiosincrasia político-recreativa. El Sr. Castelar, nos hemos dicho siempre que los actos de su vida pública nos han dado el derecho de juzgarle segun nuestro leal saber y entender, con otra naturaleza, con la ayuda de otros resortes físicos y morales, hubiera sido un verdadero hombre de gobierno, un verdadero modelo clásico de patriotismo, una verdadera figura europea, digna de la gran escena pública de las naciones que fueron maestras de la humanidad. Pero Dios reparte con su sábia y acatable voluntad los dones del cuerpo y del espíritu, y el Sr. Castelar no tiene la culpa de no poseer más que la parte de adorno de los gigantes de la inteligencia. Y nuestra amistad, ó, mejor di

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cho, nuestra debilidad por él, no nos impide, cuando se trata de aplicarle, con la imparcialidad que el severo patriotismo aconseja, el escalpelo humilde pero bien dirigido de nuestro criterio, reconocer la rara y deplorable mezcla de dotes y de faltas, de grandezas y pequeñeces que constituyen el doble conjunto interno y externo de su individualidad.

Cuando vemos, por ejemplo, su ancha frente, adornada ya con la precoz calvicie del estudio; sus inteligentes ojos, que parecen estar movidos constantemente por los hilos invisibles del pensamiento, y aquel espeso y retorcido bigote, dosel de sus elocuentes lábios, no podemos pensar sin dolor en la falta que hacen á su persona física algunos codos más de estatura, y lo bien que vendria al falsete de su voz el timbre masculino.

Cuando admiramos, por ejemplo, la inagotable mina de imágenes bellas y de pensamientos nuevos que guarda su cerebro, y el original carácter de sus frases y de sus escritos, que brillan siempre como sartas de preciosas piedras, no podemos menos de deplorar la eterna tendencia de su espíritu hácia lo superficial de las cosas, hácia el que llamaremos mariposeo intelectual y moral, víctima siempre del color de la forma de sus creaciones.

y

Se trata solamente de describir, de exponer, de pintar: no busqueis mejor pincel que el del Sr. Castelar. Se trata de razonar, de convencer, de profundizar, de resolver: el Sr. Castelar tira el laud y váse. Por eso le vemos cristiano de forma en la «Historia de la civilizacion en los cuatro primeros siglos del cristianismo, » católico de palabra en la «Descripcion de la catedral de Toledo, » libre pensador cuando emprende un pintoresco pugilato con el ultramontanismo del Sr. Manterola, más sublime que todos los esfuerzos del arte monárquico cuando nos pinta los reyes batalladores y unificadores de la Edad Media, más orleanista que nadie cuando nos recuerda y encarece la monarquía de las clases medias; y por eso, sin duda, le habrá visto hoy la Cámara ménos monárquico y ménos orleanista que sus correligionarios los Sres. Perez del Alamo y Joarizti, porque su partido le ha dicho sencillamente: píntenos Vd. las atrocidades históricas de los reyes en general y de los Orleanes en particular. ¿Pero quiere decir esto que el Sr. Castelar sea, en el fondo, lo que dice, ni que él mismo tenga gran facilidad de saber lo que es? ¡Ah! no. Se lo impide

el dualismo complicado, el épico cosmopolitismo de su sér moral. ¡Triste contingencia de la flaqueza humana!

Respecto al otro presagio, al que se refiere al acuerdo de la mayoría de la Asamblea en la cuestion que con inocente malignidad han promovido los federales, demasiado habrán comprendido nuestros lectores que, para hacerlo, nos hemos fundado en las noticias ya públicas de lo que pasó en la reunion privada que ayer celebró la mayoría. Todo el mundo sabe el buen sentido, la sensatéz patriótica que en ella dominó. Públicos son ya tambien los merecidos elogios que en ella se conquistaron muchos de nuestros hombres políticos, el general Prim, el Sr. Rios Rosas, el Sr. Rivero, el Sr. Madoz, el Sr. Topete y otros, por el espíritu de conciliadora prudencia que resaltó en sus manifestaciones. El resultado de ellas fué lo que debia ser: el acuerdo para hacer hoy inútil la tentativa del maquiavelismo federal, y para dejar que la grave cuestion monárquica se resuelva por sus naturales trámites en el seno y con la aquiescencia y los auxilios de la mayoría de los representantes del pueblo, á quien el país liberal y monárquico ve hoy identificada con sus esperanzas y convicciones.

Resulta, pues, para nosotros, de estos dos presagios, que no por su lógica facilidad dejan de ser gratos á nuestro patriotismo, que si á estas horas, como esperamos, las Córtes Constituyentes, rechazando el proyecto federalista, obtienen una nueva victoria sobre las tendencias de la anarquía y de la utopia, la revolucion, cuyos extravíos procuramos ser los primeros á señalar y deplorar por deber y por amor á nuestra propia obra, acaba de dar una gran muestra de su vitalidad que muchos creen estinguida, acaba de realizar un gran acto.

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