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tía caida nociones gramaticales que tan de buen grado les perdonábamos cuando hacian lo que podian para hacernos felices. Despues de todo, la gramática y la magestad, levantada ó vencida, no son absolutamente inseparables.

¿Qué es, en rigor, volvemos á preguntar, la carta de D. Francisco? Una esplicacion; sencillamente una esplicacion. El palacio Basilewski amaneció uno de estos últimos dias ornado de flores como la mansion de la felicidad; uno de los actos y de los hechos más grandes que, al decir de los que lo presenciaron, registra la historia del mundo moral, se verificó en sus salones; abdicó doña Isabel sin quererlo hacer; recibió D. Alfonso la investidura de monarca in partibus, sin maldita la gana de cambiar su chichonera por la más fantástica de las coronas; presenciaron la abuela y los amigos una escena de que voluntariamente se hubieran librado á costa de cualquier sacrificio; de modo que todos se violentaron casi heróicamente; de modo que lo que pasó no hubiera pasado á no ser por la pícara necesidad de que la restauracion sea un hecho en España. Y, sin embargo, la abdicacion ha pasado, y el hecho más trascendental á que ha dado lugar en España, y que nosotros sepamos, es la constitucion del casino conservador, con perdon sea dicho de la partida de la porra.

Pues bien: D. Francisco de Asís no asistió al acto inmenso de la abdicacion. La opinion pública no sabia darse cuenta de esta grave omision personal en la cèremɔnia. Un malévolo periódico satírico publicó un número entero dedicado especialmente á preguntar: «¿Por qué no asistió el papá? » con el tono de aquel héroe del cuento de un amigo nuestro que preguntaba por qué era rubio el hijo de su mujer siendo su mujer y él mulatos perfectos de la India inglesa. Los órganos del alfonsismo, y á su frente la susceptible, la hábil Epoca, comprendiendo lo que desvirtuaba, por la agravacion, el gran acto la ausencia de D. Francisco, dieron de ella la esplicacion que más conforme estaba con sus noticias, á saber: el ex-rey consorte no habia asistido por no haber, sin duda, recibido á tiempo la invitacion. Todos nos disponiamos á creerlo así, cuando D. Francisco escribe à La Epoca para decir que la esplicacion no es esa, que la esplicacion verdadera es que, decidido desde que pisó los boulevares á no mezclarse por nada ni por nadie en política, no quiso, ni debió, ni pudo asistir al acto político de la abdicacion.

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Esto, como se vé, es muy natural y muy creible; pero es muy triste en el fondo. En esa determinacion de D. Francisco de Asís resaltan evidentemente para el hombre pensador amarguras y realidades de tomo y lomo. El espíritu del filósofo, decidido á que se estrellen en su cerrada puerta los ecos del conocido, engañoso mundo; el herido pecho del ardiente y fiel esposo á quien apartan del objeto legal de su ternura susceptibilidades de carácter, genialidades y procedimientos incompatibles con la paz del hogar; la inútil solicitud del padre que bien quisiera asistir de más cerca al desarrollo y crecimiento intelectual de los que al fin y al cabo llevarán su nombre; todos esos rasgos, todos esos aspectos, todos esos sentimientos, bastantes para que el corazon más entero y el ánimo de mejor temple floten en ellos como cáscara baladí en el océano tempestuoso, resaltan indudablemente en la franca, aunque circunspecta esplicacion del ex-rey consorte. Su carta es un poema, un verdadero poema de honda y filosófica melancolía.

Y si algo le faltase para serlo, los nuevos datos que con tal motivo publica la bien informada Epoca sobre los hábitos del desterrado príncipe acabarian de dar á su actitud el tono de la más severa pesadumbre. Al decir del colega, D. Francisco de Asís no trata en París españoles ni españolas, sin duda para evitar que se diga, como otras veces se dijo, que conspiraba con los primeros ó era marcadamente benévolo con las segundas; D. Francisco de Asís, si algun círculo español frecuenta, es la casa-convento de Sor Patrocinio, en cuyas prácticas piadosas, en cuyos arrobamientos místicos, en cuya oscuridad modesta y tranquila tienen que buscarlo los pocos emisarios que su esposa suele enviarle. De manera que el hombre de mundo, aquel príncipe de costumbres dulces y afectuosas, de viva y cultivada inteligencia que en concepto de la generalidad debia pagar, por su idiosincrasia, culto al placer en la Babilonia del vaudeville y del rigodon, vive austera, modesta y filosóficamente, y soporta su desgracia relativa procurando, hasta donde le es posible, imitar á los grandes desengañados de la humanidad. Algo semejante puede haber, en efecto, cuando con buena voluntad se busca, entre la sombra de los altos muros de Yuste y la celda de una amiga desgraciada.

Pero... basta. Esto es ya de un género melancólico superior á nuestras fuerzas.

SOLUCION UNIVERSAL.

(19 de Julio.)

Llegará un dia, ha dicho Pașcal, en que la Europa solo crea en aquel que la ponga aherrojada á sus piés. Contra esta afirmacion horrible, contra esta desgarradora profecía del gran pensador absolutista, no hay fibra en nuestro corazon ni movimiento en nuestra inteligencia que no se rebelen, porque ella es en el fondo la más triste negacion sintética de los grandes principios de libertad y de progreso con que las generaciones modernas nos hemos amamantado.

Confesamos, sin embargo, que el mundo político atraviesa en estos instantes por una de esas crisis que traen al espíritu más fuerte y sereno el desfallecimiento de las esperanzas y de las convicciones más profundas y consoladoras. Al ver prepararse dos grandes pueblos continentales á una devastadora lucha, para la cual se adornan, por decirlo así, con todos los atavíos de la ciencia y con todos los productos de la civilizacion; al ver de nuevo á la Europa de nuestros dias preparar uno de esos sangrientos festines para los que la inteligencia ha echado el resto en máquinas de destruccion, y en los que los pueblos ven prodigarse cruenta y dispendiosamente sus hijos y sus riquezas; al ver, en una palabra, al salvajismo humano dejar la máscara de una cultura que solo le sirve para prepararse al ejercicio de su mision favorita, repetida á través de la historia con la más cruel de las monotonías, ¿no cuesta, en efecto, gran trabajo sospechar que el mejoramiento del hombre moral, en que sueña y cree nuestra liberal filosofía optimista, es la más risible de las quimeras que la inteligencia universal tiene que echarse en cara?

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Dentro de muy poco tiempo, quizás dentro de algunos dias, la gran hecatombe se habrá consumado; millares de franceses y prusia

nos, que ni se conocian ni se odiaban, se habrán dado la muerte, y millares de familias les llorarán desesperadas. La escasa especie humana, que todavía tiene tantos desiertos que ocupar y tantos yermos que fructificar, se habrá propinado una buena sangria: la esperanza de la agricultura, de la industria, del trabajo pacífico derramará inútiles lágrimas, y una sepultura de algunas leguas de estension en el corazon de Europa exhalará acaso de su seno, como recuerdo último de la matanza, los vapores mortíferos que llevarán la peste á las naciones espectadoras.

En cambio, el ideal del incorregible género humano, segun Pascal, se habrá realizado: Europa tendrá un dueño, ya sea un hombre, ya sea un pueblo, ya se llame Bismark 6 Bonaparte, Alemania ó Francia. Las grandes potencias fingirán contemporizar con el vencedor, para procurarse los medios y los auxilios conducentes á serlo ellas mismas otro dia, y las naciones infortunadas y secundarias pedirán, por la boca temblorosa de sus gobiernos, paz y proteccion al amo. Y despues no habrá pasado nada: enterrados los muertos, resignados los vencidos, en accion de nueva preponderancia continental, la civilizacion seguirá su curso, los pobres seguirán siendo muy liberales y los ricos muy conservadores, y se inventarán nuevos barcos y nuevos telégrafos, y correrán rios de oro por el seno de los bien administrados pueblos; todo sin perjuicio de que dentro de otros pocos años vuelvan á morir otros millares de hombres, bellamente uniformados, y perfecta abundantemente pertrechados, y de que una nueva dictadura personal ó nacional vuelva á aparecer en la vieja Europa, con su cortejo obligado de viudas y de huérfanos.

y

Y, sin embargo, la posteridad, al tratar de investigar la causa real y verdadera de la guerra franco-prusiana de 1870; al ver que todo este grave y trascendental conflicto se reduce á que Francia y Prusia no caben juntas en Europa, si una de ellas no confiesa que tiene mejores soldados que la otra; la posteridad, repetimos, se preguntará, con el amargo asombro que han de producir todas nuestras barbaries contemporáneas en las generaciones para quienes el cristianismo sea algo más que un libro: ¿pues si esa era la razon esencial, por qué la Europa entera no obligó á Francia y Prusia; y no se obligó ella misma, al desarme de sus innecesarios ejércitos?

Y forzoso es reconocer que la posteridad pondrá el dedo en la llaga

si esto se pregunta. Hoy mismo, el dia antes de la primera batalla, el desarme aceptado por ámbas naciones contendientes seria la șolucion inmediata y única de la paz. Que Francia y Prusia se obligasen á no mantener sobre las armas más número de soldados que los que sus necesidades interiores exigen, y la catástrofe se conjuraria por sí misma. Que un Congreso europeo acordase y aceptase el mismo método para todas las nacionalidades influyentes y poderosas, y la faz del mundo político cambiaria como por encanto, y no habria Pascales ni pesimistas posibles que, al ver bogar la civilizacion por una balsa de aceite, no se felicitasen de pertenecer á la humanidad.

¡Qué hermoso seria, en efecto, y qué tranquilizador ver una Europa sin más batallones que los de la policía urbana y rural! ¡Qué felices serán los que, gracias al Evangelio, lleguen á conocer á la que, españolizando la fórmula, llamaremos la Europa de la Guardia civil! Entónces, si la humanidad tiene decididamente un génio malo que le infunda eternamente la sed de la guerra; si es cosa decidida que los hombres han de luchar y han de aspirar á vencerse y dominarse siempre, tendrán que batirse á librazos ó cuando más á palos, y la cosa será muy distinta. Pero, ¿dónde estaremos entonces los europeos del siglo XIX, los diplomáticos á lo Bismark, los humanitarios á la francesa y los revolucionarios á la española?....

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