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medio á Espartero y á doña Isabel, ¿qué harian Vds., por ejemplo, con el Sr. Paxot, el yerno de Madoz, que está en China?

-¿Que qué hariamos? Pues no hariamos ni más ni ménos que dejarlo cesante, es decir, lo que hemos debido hacer con Vd.

-¿Por qué?

-Porque ha hecho Vd. saber al mundo que somos un gobierno subordinado á un embajador.

-Pruebas.

-

-¡Pruebas! ¡Me pide Vd. pruebas despues de haber reconocido la república de Rochefort!

-¿Quién me lo impedia?

¡Pues es una friolera! En primer lugar se lo impedian á Vd. ofi– cial, legal y esplicitamente SIETE despachos mios, previniéndole que solo entablase relaciones oficiosas con el Sr. Favre.

—¿Y quién más?

-¿Quién más? ¡La lógica, la conveniencia de nuestra situacion política, el interés monárquico del país, el rey Guillermo y el conde de Bismark, que á Vd. consta no nos quitan ojo de encima; nuestros compromisos con los neutrales, nuestra calidad de potencia secundaria, que para nada debia tomar una iniciativa semejante; el sentido comun, todo lo humano y lo divino, señor mio!...

-¡Ah! que c'est dróle, vraiment dróle, mon cher ami!... Dispense usted; he contraido el hábito de hablar francés, y me olvido de que usted no lo tiene. Pues bien: en castellano puro y neto doy á Vd. la respuesta que he dado al duque y al marqués; la única respuesta que ustedes merecen.

-¿A saber?

-A saber: que no entienden Vds. jota de estas cosas... Nada de interrupciones, nada de gritos, nada de alusiones, nada de enfantillages, quiero decir, de tonterías, y escúcheme Vd: y respóndame en conciencia.

-Hable Vd.; pero...

-Que me responda Vd., digo. Vamos á ver: ¿Serví yo bien al imperio? ¿No lo hice bien con el emperador?

-¡Ah! eso sí; divinamente.

-¿Y por qué no he de servir lo mismo á la república, como serviria mañana á la restauracion napoleónica, ó á la monarquía orlea

nista? ¿Lo esencial y lo importante no es que yo sea una influencia en Francia, por Vds. y por mí?

-Pero... Vd. quiere volverme loco; ¿puede una persɔna misma obrar así? Y, sobre todo, no le habiamos trazado á Vd. su plan de conducta?

-¡Sapristi! Medrado andaria yo si me atuviese á los planes de Vds.; me sucederia lo que al país. Pero, no divaguemos; yo he hecho un gran servicio á la nueva república; si Vds. no comprenden las consecuentes ventajas que esto puede traernos, ¿a qui la faute?.....

-Mire Vd., Sr. D. Salustiano: á mí me duelen ya los huesos de bregar con cucos. Ó me dice Vd. la verdad, la verdadera verdad de su incomprensible conducta, ó nos van á oir los sordos.

Nuevo momento de silencio. El Sr. Sagasta corre palpitante al pestillo de la mampara, y lo echa. El Sr. Olózaga queda un momento perplejo. Despues, ostentando en su rostro la espresion del pajarraco que se siente cogido en red inesperada, se levanta, hace crugir de nuevo el pavimento, enjuga con el dors de su siniestra mano una lágrima que se asoma á sus ojos como la avanzada de su cariñosa espansion, y sin otras prevenciones echa sus enormes brazos al cuello del Sr. Sagasta, le hace caer sobre el sillon más próximo, y aplicando á su oido la trémula boca, exclama :

-Puesto que á toda costa lo quiere Vd., mi jóven amigo, sea; oiga usted; pero solo Vd., porque ni de las paredes me fío. Estamos en la antigua casa de Isabel II.

Y siguense cinco minutos de confesion secreta, patética, nerviosa, gravísima, indescriptible. Despues de ella, el ministro de Estado es otro hombre. Circunda su rostro una aureola de misterioso contento, su mano estrecha la del patriarca riojano con sincera efusion, y, entre suspiros entrecortados y sonrisas épicas, le dice:

-¡Gracias a Dios! ¡Así se esplican y así obran los hombres!... Ya ha visto Vd. que yo me lo sospechaba..... ¡qué gran cosa será si lo realizamos!... ¡Cualquiera nos echa entonces!... Mire Vd., D. Salustiano, se lo juro, desde que Rivero me lanzó de Gobernacion, este es el primer instante de regocijo...

-¡Silencio! no pronuncie Vd. esa palabra. El Parcial ha cometido la imprudencia de estamparla antes de tiempo.

-Sí; ya lo sé; cosas de Martos.

-¡Qué diablo de niño es ese! No puede uno descuidarse con él... Pero adios, que es tarde. Reserva y confianza...

-Las tendré, las tendré, no lo dude Vd...

-Adios, mi jóven amigo.

-Hombre, eso de jóven..... hágamelo Vd. bueno. ¡Ah! pero, y diga usted, ¿qué es lo que por de pronto vamos á hacer?

-Nada: yo me iré á Vico unos dias...

-¿Vico fué el autor de la ciencia nueva?

Sí; eso dicen; pero hablo de mis posesiones... Allí me mandará el habilitado la paga. Y no olvide Vd. que he sido llamado, y, por consiguiente, que me corre íntegra y tengo derecho al Viático. Luego oportunamente volveré á Madrid y á París... etcétera.

-Etcétera; convenido. Vaya Vd. con Dios, maestro; ¡ah! y Vd. dispense...

-No hay de qué, hombre; no hay de qué.

Y el Sr. Olózaga desaparece.

Suena un campanillazo. Entra el portero. El ministro le sonrie. ¡Portero feliz! Comienza el despacho.-Que entren las señoras.

LO QUE PASA EN ROMA.

(21 de Setiembre.)

El poder temporal del Pontificado acaba en estos instantes. La bandera de la nueva Italia flota á estas horas sobre las cúpulas de la ciudad eterna.

El mundo católico está presenciando en estos momentos ese hecho importantísimo, mucho más importante que el que hace mes y medio empezó á realizarse sangrientamente á orillas del Rhin.

Cuando el fragor de la bárbara contienda franco-prusiana deje de ensordecer los oidos de Europa; cuando el humo del cañon, que como blanco sudario se estiende hoy sobre la desventurada Francia, se disipe, la Europa y el mundo apreciarán ese hecho en toda su inmensa gravedad.

La Europa y el mundo verán que entre los resultados de la horri– ble lucha franco-prusiana se cuenta uno de mucha más trascendencia para el porvenir de la civilizacion que la preponderancia del militarismo germánico en el continente y que la ruina de la gran nacion sibarítica que daba ayer las leyes de su espíritu al mundo social.

La Europa y el mundo sabrán que el pedazo de tierra que hace doce siglos concedieron las grandes potestades del mundo moderno á la potestad que las ungia y las daba una sancion divina; ese pedazo de tierra, el más sagrado de Europa, tumba de un mundo, cuna de otro, monumento eterno de la historia, patrimonio de la humanidad, Roma, acaba al fin de trocar sus recuerdos y sus destinos por el título de capital de un reino.

Gran trabajo ha costado la empresa á sus autores; el mundo entero ha tenido miedo por muchos años á complacer con ella á Cavour y á Garibaldi; los aplausos que el sentimiento liberal daba á los nobles.

esfuerzos de la unidad italiana, escitándola á aniquilar las pequeñas tiranías y las ignominiosas divisiones que la dejó su esclavitud feudal, parecian detenerse ante Roma, y ver con gusto inconfeso la defensa que hacia de sus muros la úníca nacion latina capaz hasta ayer de hacerla: Francia.

Francia, empero, ha caido, y la Italia de Mazzini ha aprovechado el estrépito de su gigantesca caida para ir, de acuerdo con Bismark, á establecer en el Capitolio su Parlamento constitucional. La obra no ha sido heróica, pero estaba desgraciadamente prevista.

Sí, desgraciadamente; lo confesamos con hondísima amargura. Nosotros hemos pensado, sentido y creido en la misma Roma, en el seno de aquellos portentosos vestigios de treinta siglos, que aquella ciudad, que aquella grandeza, que aquella magestad, que aquellas ruinas, que aquel gran templo histórico no podrian, no deberian ser nunca posesion de un pueblo ó de un hombre, porque todo aquello ha tenido y debe tener siempre un solo poseedor: la conciencia humana,

Nosotros hemos creido y sentido allí que para centro de la Iglesia universal, que para asiento de una institucion tan grande y tan inmortal, que para dar abrigo y hospedaje al sucesor de Pedro no hay sobre la tierra más que un solo recinto, un solo palacio, un suelo único: Roma.

Nosotros hemos creido que si el rey espiritual de tantos centenares de almas merece á la generosidad de los reyes de la tierra un rincon libre y respetado donde alentar, ese rincon debe ser Roma, puesto que no hay más que una sola Roma en el mundo.

Nosotros hemos creido, en fin, que la noble regenerada Italia, aceptando ante los muros de Roma la frontera que le señala una geografía sobrehumana, y erigiéndose en primera guardadora y defensora de aquel portentoso museo de todo lo grande que ha hecho y sentido la Europa cristiana, se mostraria mucho más sábia y mucho más grande que llevando á Víctor Manuel á arrastrar su sable, en son de triunfador de sombras y reliquias, por las galerias del Vaticano.

Pero al sentir, creer y comprender todo eso, todo eso que ha sido en nuestra inteligencia y en nuestro corazon fruto de la filial gratitud de nuestra religiosidad, de nuestra fé, tambien allí mismo, tambien en el seno de esa Roma hemos sentido y comprendido que el dia de hoy, que lo que hoy pasa, podria llegar.

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