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al rey y á un gran número de los de su ejército. Trató Exbalan-

quén de volver al mundo con su presa. El rey del Infierno, vién-

dose ya á tres ó cuatro grados de la luz, le rogó que no lo sacase

de su imperio; y el vencedor, con grande ira, le dió una coz, di-

ciéndole: “vuélvete, y sea para tí todo lo podrido y hediondo.

Llegó Exbalanquén á Vera-Paz. Los vecinos de este reino no le

tributaron las pompas y fiestas que él deseaba; y ofendido por esta

falta, se fué á otra nación, en donde lo recibieron á su placer. El

vencedor del Infierno empezó á sacrificar hombres. A su ejemplo

los moradores de aquella tierra ofrecían en holocausto seres vi-

vientes y conservaban unos cuchillos de piedra muy agudos, que

según ellos, habían caido del cielo, para que los emplearan en los

sacrificios los pueblos y las personas que los hubiesen menester.-

Tenían estas armas en gran veneración: hacíanles muy ricos cabos

con figuras de oro y plata y con esmeraldas y turquesas, y las con-

servaban en los altares.

Los ídolos que adoraban comunmente en aquellos lugares, eran
figuras de hombres, mujeres y animales esculpidos en piedras de di-
versos colores.

En el reino de Méjico tenían una religión y unos dioses que po-
co se diferenciaban de los de Yucatán. Tales creencias se exten-
dían hasta la provincia de Nicaragua, y volviendo á la de Jalisco.
llegaban á las de Colima y Culiacán.

Sean verdaderas ó falsas esas narraciones, es lo cierto que todos
los pueblos, desde su principio, han reconocido la existencia de
una divinidad creadora de todas las cosas. Los sectarios de Maho
ma creen en un dios, único, clemente, autor de la vida; á diferen-
cia de los cristianos, que creen que es uno, pero dividido en tres
personas. Los hijos de Zoroastro reconocen á Ormuzd como dios
del principio bueno y de la luz, y á Ahrimanes como dios del prin
cipio malo y de las tinieblas. Las sectas indias admiten las mismas
divinidades y tienen á Bermah como al Dios creador, á Vichenou
como al dios conservador y á Chivén como al dios de la destruc-
ción. Para el chino el dios creador es Fot; para el japonés es Budso; pa-
ra el habitante de Ceilán, Bedhou; para el de Laos, Chekia; para el
pegouán es Phta; para el siamés, Sommonakodom; para el tibetano
son Boudd y La. Todos esos pueblos, ó más bien diré, todos los pue-

blos del mundo, se hallan de acuerdo en un punto: en la existencia de un Dios creador. Pero algunos filósofos, apartando de sus teorías ese reconocimiento universal y de todos los tiempos, suprimen á Dios y enseñan que el hombre y todo lo existente son producto espontáneo de la naturaleza.

No puede dejar de reconocerse que los filósofos esclusivistas se hallan encerrados en un círculo vicioso. Esto consiste en que la escuela filosófica prescinde por completo de la escuela histórica, sin reconocer que ésta tiene un criterio admirable, aunque á ve ces aparezca limitado. Montesquieu en Francia, Burke en Ingla terra, Savigny en Alemania y Vico en Italia, han difundido los principios, aplicándolos á las instituciones de los pueblos. Para la escuela filosófica, con el subjetivismo absoluto de Hegel, los organicismos de Kant y de Krause, el idealismo subjetivo de Fichte, nada tiene razón de existencia fuera del Ideal. Este ideal es el yo personal para los radicales. V el yo humanidad para los tímidos. (1)

Ni en el conocimiento de la historia, ni en el de las legislaciones civiles y políticas de los pueblos, debe prescindirse de los principios establecidos por las dos escuelas: la histórica nos ilustra con los ejemplos de la esperiencia, y la filosófica con las deducciones de nuestro propio juicio. Si no se armonizan los dos elementos, no podrá adquirirse un conocimiento perfecto sobre la vida de los pueblos, ni sobre su religión, sus leyes, instituciones bres.

IV.

En lo que se ha relacionado se ve cuál fué el origen de los habitantes de América, cuál su civilización ó barbaric anterior y aun posterior á la conquista, y cuáles sus creencias religiosas, usos y costumbres. Ahora vamos á tratar, aunque brevemente, del estado en que se hallaba España en la época del descubrimiento y

(1). Sobre esta materia puede verse un discurso pronunciado en el Ateneo Barcelonés por don Ignacio M. Ferràn, y que precede á la traducción de la conferencia de M. Mermilod, sobre la cuestión obrera.-1872.

conquista del Nuevo Mundo, y de las empresas acometidas por los españoles, para posesionarse, casi á un mismo tiempo, de todos los territorios que fueron después virreinatos y capitanías generales, sometidos al gobierno de la Metrópoli.

para

La noche del 27 de Diciembre de 1481 es en extremo notable los españoles. Un acontecimiento que acaso se consideró aislado en los momentos de efectuarse, fué el punto de partida de la nacionalidad española y preparó los ánimos para el descubrimiento y conquista de América.

El infante don Fernando, abuelo del rey católico, había ganado de los moros la villa de Zahara, situada entre Ronda y Medina Sidonia. Esta plaza fuerte se hallaba desde entonces en poder de los cristianos. Hernando de Saavedra, que la custodiaba, no tenía motivos para recelar una perfidia de parte de los moros, y se había descuidado de aumentar la tropa, los almacenes y las vituallas. Llegó a noticia del rey moro de Granada, Albohacén, el descuido de Saavedra y dispuso darle una sorpresa. Favorecido por la noche del 27 de diciembre, que era tempestuosa, la llevó á efecto. Los moradores que se atrevieron á resistir con las armas, perecieron, y los que se quedaron en sus habitaciones, bajo la influencia del terror, fueron conducidos á Granada, sin que el vencedor tuviera compasión de viejos, niños y mujeres. La villa quedó en poder de los moros, quienes la fortificaron muy bien, temiendo que los cristianos hicieran poderosos esfuerzos por recuperarla.

No era de esperarse que los castellanos tolerasen una acción tar villana creyeron que había llegado la hora de vengar las injurias pasadas y la presente. Los reyes católicos, don Fernando y doña Isabel, que se hallaban en Medina del Campo, informados de lo que había pasado en Zahara, dieron orden á los comandantes de la frontera y á las ciudades comarcanas, de prepararse para la guerra, y les recomendaron la vigilancia, haciéndoles presente que el daño recibido debía hacerlos más cuidadosos, y que los moros nunca guardaban la fé y la palabra prometidas.

Los castellanos ya se hallaban apercibidos para la guerra, cuando les llegó aviso de que la villa de Alhama, perteneciente á los moros, tenía poca guarnición y que los centinelas se descuidaban con frecuencia. Diego de Merlo. Asistente de Sevilla y encarga

do de la guerra, conferenció con el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce, sobre esa importante circunstancia: acordaron dirigirse

Alhama con rapidez, de noche y por caminos extraviados. Dos mil y cuatrocientos de á caballo y cuatro mil de á pie, formaban la fuerza de que disponían. Llegaron á un valle rodeado de coHlados: de allí se adelantaron trescientos hombres escogidos, los cuales llegaron muy noche, y viendo que no había movimiento alguno en el castillo, pusieron sus escalas y subieron á la muralla.Dieron muerte á los centinelas, degollaron á algunos otros y abrieron la puerta del castillo, por donde entró el resto de la tropa.Una lucha desesperada se empeñó después con los de la ciudad: murieron en ella dos de los principales castellanos. Aunque los moros estaban en mayor número, triunfó el valor de sus contrarios. Los vencidos que se refugiaron á la Mezquita fueron degollados. y los demás. capturados para esclavos.

Así tomaron los españoles la debida reparación del agravio inferido con la toma de Zahara y dió principio la dilatada y gloriosa guerra en que España pudo por fin recobrar los reinos que por la perfidia de uno de sus hijos habíanle arrebatado los sarracenos.

El nombre y la gloria de Castilla, que antes no pasaban de sus propios límites, se extendieron por todos los confines del mundo conocido. Pero los reyes católicos, movidos más bien por un mal entendido celo religioso, que por exigencias de la política ó por temores de una reacción, que era casi imposible, así que se vieron desembarazados de la guerra de los moros, dictaron una providencia de resultados funestos á la futura prosperidad de la nación.

Establecieron la Inquisición en sus dominios, y por el mes de Marzo de 1492 hicieron pregonar un edicto en que se mandaba que dentro del término de cuatro meses saliesen del reino todos los judíos, á quienes se daba licencia de vender sus bienes ó llevarlos consigo. Fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, por otro edicto prohibió á todos los fieles el trato y comunicación con los judíos, transcurrido que fuera aquel plazo, sin que les fuese lícito en adelante darles mantenimiento, ni otra cosa necesaria, bajo penas muy graves al que hiciera lo contrario.

El rey de Portugal, don Juan II, concedió permiso á gran número de israelitas, para permanecer en el reino, á condición de pagar

cada uno ocho escudos de oro por el hospedaje, y que dentro de cierto tiempo, que se les señaló, saliesen del territorio, bajo apercibimiento de ser vendidos por esclavos si no cumplían.Había más perfidia en el asilo que don Juan I concedía á los judíos, que injusticia en la expulsión decretada por los monarcas españoles. Éstos, aunque impelidos por una ciega preocupación religiosa, fueron magnánimos al concederles vender ó llevar sus bienes; aquel especuló con la desgracia, despojándolos inhumanamente y aun privándolos de la libertad. El rey don Juan Manuel derogó esas crueles disposiciones y anuló sus efectos. (1)

La resolución del rey don Fernando, de expulsar á los judíos del territorio español, fué perjudicial á la nación, porque éstos la empobrecieron, llevándose consigo una gran parte de la riqueza, como oro, piedras preciosas y otras preseas de gran valor y estimación. Aquella medida la privó también de los habitantes más laboriosos y hábiles en la elección de los medios positivos de adquirir dinero. Fácil es comprender cómo debió quedar el reino de enflaquecido y pobre después de una guerra de diez años y de la expulsión de los judíos.

No debe causar sorpresa que hallándose España en ese estado de escasez, vacilara el Consejo en proporcionar recursos á Cristóbal Colón para emprender el viaje que dió por resultado el descubrimiento de una nueva tierra. La reina Isabel allanó las dificultades; y encontrada la América por el sabio y valiente genovés, empezaron las expediciones para la conquista, alimentadas por el deseo de adquirir el oro y las muchas riquezas de todo género que encerraba el territorio descubierto.

La situación de España era excepcional. Con tantos años de guerra, la industria, que exige exclusiva dedicación, había decaído notablemente. Acostumbrados los hombres al ejercicio de las armas, veían con enfado las ocupaciones que demandan tranquilidad. Las empresas peligrosas llamaban la atención de aquellos guerreros, que cubiertos de gloria por los esclarecidos resultados de su constancia y valor, se encontraban pobres y sin amor al trabajo: ese estado de los ánimos era el más conveniente á las rudas

(1).-Las noticias relativas á la historia de España están tomadas de la Historia general de aquella nación. escrita por el P. Juan de Mariana.

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