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1823.

Carta de Mon

bal.

este objeto, Montijo dirigió el 11 de Mayo una tijo á La Bis- esposicion al conde de La Bisbal, diciendo que en nombre de la España oprimida recurria á S. E. para que salvase la patria de los peligros que la amenazaban. Comparaba la situacion actual con la de 1808, pintando el regocijo con que los pueblos recibian á los franceses, pareciéndoles preferible su dominacion á la del favorito Godoy, y juzgando ahora mas apetecible el despotismo del rey que la tiranía de la muchedumbre. Afirmaba que el grito lanzado entonces por el pueblo de Aranjuez habia perdido á Bonaparte, y que ahora tambien era unánime la opinion pública, contraria á la Constitucion de Cádiz por no ser compatible con la felicidad y las necesidades del pais. Y exhortaba al conde de La Bisbal á que se proclamase independiente mientras el rey no estuviese en libertad, con cuyo rasgo sería el libertador de sus conciudadanos, y quizás de la Europa entera. Concluía finalmente manifestando que era tan imposible sostener en España el absolutismo como el código gaditano, pues aunque era mas facil entronizar el primero, solo podria reinar á la fuerza y á costa de sangre.

Mayo de 1823.
Respuesta de

La Bisbal.

El 15 respondió el conde de La Bisbal á este escrito en una especie de manifiesto. Decia que como gefe del ejército y de aquel distrito debia cumplir las órdenes del gobierno á cuya cabeza existia el monarca, no obstante que estaba convencido de que por desgracia de la nacion el ministerio actual no podia sacarla del abismo en que la habia sumido la impericia del anterior. Que como á ciudadano español que puede sin faltar á las leyes pensar lo que le parezca sobre la situacion del reino, opinaba que la mayoría de los españoles no queria la Constitucion de 1812, sin entrar en el examen de las causas que hubiesen

producido el descontento. Que los hombres honrados únicamente deseaban una Constitucion que reuniese la voluntad de todos los españoles; que el vulgo carecia de opinion; que obraba por la costumbre inveterada que le hacia respetar lo mas antiguo como lo nas justo, y que los medios que en su concepto debian emplearse para restablecer la paz y la union eran: Primero, anunciar á los invasores que la nacion, de acuerdo con el ejército y con el rey, convenia en modificar el código vigente en todos los puntos que fuesen necesarios para reunir los ánimos de los españoles, asegurar su felicidad y el esplendor del trono, y que por consiguiente debia retirarse á la otra parte de los Pirineos y negociar por medio de sus embajadores. Segundo, que S. M. y el gobierno regresasen á Madrid para que no se dijese que la familia real permanecia en Sevilla contra su voluntad. Tercero, que para verificar las reformas anunciadas se convocasen nuevas Cortes para que los diputados no careciesen de los poderes necesarios. Cuarto, que S. M. nombrase un ministerio que no perteneciese á ningun partido y mereciese la confianza de todos, inclusa la de las potencias estrangeras. Y quinto, que se decretase un olvido general de todo lo pasado. Concluía asegurando que deseaba á costa de su sangre propia evitar el derramamiento de la agena.

Imprimiéronse la carta del conde de Montijo y la respuesta de La Bisbal; y apenas comenzaron á circular dividiéronse los ánimos de los militares que servian en sus banderas. Los de mas subido temple negáronse á prestar obediencia á las órdenes del general; el intendente del ejercito no quiso tomar asiento en el consejo convocado por el conde; rompiéronse los lazos de la disciplina; los soldados desertaron en gran número; y por fin el

Caida de La

Bisbal.

de Madrid.

Mayo de 1823. 18 se vió obligado La Bisbal á entregar el mando de las tropas al marques de Castelldosrius y á esconderse en una casa hasta la entrada de los franceses. El marques para contener la desercion y para salvarse de las bayonetas de los invasores, que habian entrado ya en Buitrago, emprendió su movimiento de retirada, saliendo aquella misma tarde para Móstoles. Quedó en Madrid á conservar el orden el honrado teniente general don José de Zayas con dos batallones, dos escuadrones y otras tantas piezas de artillería. Apresuróse Zayas en union con el ayuntamiento á capitular con los franceses, y anunció al público en Capitulacion un bando la capitulacion; pero el 19 de Mayo comenzó á descubrirse un gran movimiento en los barrios bajos, presentándose arinados con garrotes sus individuos y en ademan siniestro. Con la noche crecieron la osadía y el desenfreno, y las tropas tuvieron que valerse primero de las amenazas y despues de las armas para obligar al vulgo á retirarse á sus casas. El dia 20 parecia destinado á alumbrar sagrientas escenas, porque los grupos de manolos y chisperos con palos recorrian descaradamente las calles, y los que carecian de garrotes proveyéronse de ellos en los tendederos del rio. Andaban confundidos con ellos muchachos y desgarradas manolas, todos amenazando, insultando á los soldados y con ánimo de saquear la villa y corte apenas penetrasen en ella los facciosos, con quienes estaban en inteligencia.

En tan críticos momentos don Jorge Bessieres, que mandaba las bandas de la fé, ofició á Zayas participándole que no pudiendo resistir á los deIntenta Bes- seos de los suyos, habia resuelto entrar el primesieres entrar en ro en Madrid, puesto que hasta entonces habia servido de vanguardia á los estrangeros. Opúsole Zayas el convenio celebrado con el general fran

Madrid.

cés, y le anunció que sino se atenia á su letra rechazaria la fuerza con la fuerza. Ya entonces el general de la libertad habia puesto sobre las armas las guardias de la plaza para contener á la plebe, de momento en momento mas encrespada; pero ahora distribuyó militarmente sus fuerzas mandando enganchar la artillería, y se preparó para recibir al enemigo. El escuadron de Lusitania, situado en San Antonio de la Florida, se puso en movimiento para obrar combinado con los cazadores que por la parte esterior de la villa se dirigian á la puerta de Alcalá. No tardaron las tropas de Bessieres á presentarse en el Retiro rodeadas de aquella muchedumbre de hombres y mugeres del vulgo que habian salido á recibirlas, y que daban frenéticos ahullidos de alegría. Los lanceros facciosos llegaron á entrar en Madrid, mientras los manolos y lugareños que los acompañaban, derramándose por las calles, iban á dar principio al saqueo que tenian proyectado. Pero Zayas mandó desplegar en guerrillas sus fuerzas, y retiráronse los facciosos, seguidos por la infantería y artillería, hasta reunirse en el Retiro con el grueso de sus tropas. Entonces, formando en columna los granaderos de Guadalajara, atacáronlos á la bayoneta, mientras los cazadores y la caballería, mandada por don Bartolomé Amor, los puso en completo desorden, Derrótalo Zadejando el campo sembrado de cadáveres y cogiendo mas de setecientos prisioneros. Padecieron principalmente en esta refriega las gentes de los barrios bajos que habian intentado el saqueo, pues fueron acuchilladas sin consideracion á sexo ni á edad para tenerlos á raya y evitar la catástrofe que amenazaba.

Participó Zayas al general francés estos sucesos, y rogóle que acelerase su entrada para poner térnino á tantos infortunios y para sacarle del vio

yas.

1823.

Entran los franceses,

lento estado en que su deber le constituía. El 23 de Mayo ocuparon los soldados de Angulema la villa y corte de Madrid, teniendo los españoles, mandados por Zayas, que defenderse del vulgo al verificar su salida: tanta era la rabia y el deseo de vengar la pasada derrota. Viéronse los franceses colmados de víctores por el entusiasmo del pueblo, porque los unos miraban en ellos á los esterminadores del liberalismo, mientras otros los consideraban enemigos de la anarquía y amigos de la libertad monárquica. En los tres primeros dias reinaron en la corte el desorden mas espantoso y la rapiña: las manolas con bandas blancas formadas de pañuelos que terminaban en un lazo del propio color recorrian las calles cantando con furor la Pitita, quitando de los retablos las imágenes de los santos y colocando en su lugar el retrato de Fernando. Los manolos y chisperos, la hez en fin de la plebe, saquearon varias casas, entre ellas muchas del comercio, é insultaron á cuantos ciudadanos no profesaban sus opiniones. Muchos frailes y curas escitaban al vulgo al desorden en medio de las calles, y celebraban con una feroz sonrisa, como dice el marques de Miraflores, los atentados que cometia contra los desgraciados liberales. Este escándalo pasó á la vista del ejercito francés, cuyos comandantes, despues de saqueados los edificios, enviaban piquetes á custodiarlos, en vez de prevenir y estorbar tan bárbaras escenas por el decoro siquiera de la bandera francesa. Verdad es que no fue solo Madrid el teatro de semejantes iniquidades: repitiéronse en muchos de los pueblos de la Península; pero pintadas las de la capital de España lo estan las de los otros lugares. ¡Tanta fue su semejanza!

El marques de Castelldorius siguió su movimiento con rumbo á Estremadura, á pesar de una

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