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Codicilo.

consejeros de Castilla, de los que algunos se nega-
ron á asistir, leyóse de orden del monarca por Ca-
lomarde una especie de codicilo en forma de de-
creto en el que decia, "que haciendo en cuanto
pendia del rey este gran sacrificio á la tranquili-
dad de la nacion española, derogaba la pragmáti-
ca sancion de 29 de Marzo de 1830, decretada
por su augusto padre á peticion de las Cortes de
1789, para restablecer la sucesion regular en la
corona de España, y revocaba sus disposiciones
testamentarias en la parte que hablaban de la re-
gencia y gobierno de la monarquía. " Mandába-
se en el mismo decreto, y el rey lo exigió tam-
bien de palabra á los que se hallaron presentes,
que se guardase inviolable secreto sobre lo actua-
do hasta el fallecimiento de Fernando. Mas ha-
biendo caido este en un mortal letargo y creyén-
dole muerto sus consejeros, "quebrantaron alevo-
samente el sigilo estendiendo en el mismo dia el secreto.
certificaciones de lo actuado con insercion del de-
creto," y enviaron las al Consejo y al secretario
de la Guerra, marqués de Zambrano, para que
publicasen con las ceremonias de estilo. Ni el deca-
no del Consejo real, el honrado don José María
Puig, ni Zambrano quisieron dar cumplimiento al
mencionado decreto hasta que les constase la muer-
te del rey, y solo aparecieron algunas copias ma-
nuscritas fijadas en distintos puntos de la corte por
el bando carlista, que difundió rápidamente la no-
ticia de que habia espirado el monarca.

las

Lúgubres y variadas eran las escenas que se representaban en aquellos atribulados instantes en los salones de San Ildefonso. Sumido Fernando en un letargo que se equivocaba con la muerte yacía en el lecho sin dar señales de vida, no obstante los enérgicos remedios con que los médicos, desesperados de salvarle, disputaban su presa á la muerte.

Quebrantase

Creida muer te del rey.

de viaje.

Desolada la reina y con los ojos fijos en el cadavérico rostro del moribundo ponia su mano sobre el pecho para ver si aun respiraba; y al propio tiempo al observar su abandono y los hombres que le habian vuelto la espalda, y la descortés destemplanza de los que ya la reputaban viuda, consideraba que no podria permanecer en España muchos dias despues de muerto su marido, y dictaba los tristes Preparativos preparativos de la partida. Mientras en el cuarto de Cristina se recogian y embalaban para el viaje las alhajas y objetos de su uso, y la tristeza anublaba la frente de sus criados, en el de don Carlos brillaban muy distintos sentimientos. Los cortesanos saludaban al infante con el tratamiento de magestad: los generales de las órdenes religiosas y varios nobles que alli se hallaban le estimulaban á merecer en su reinado el título de Pio por su celo en resucitar el santo oficio y perseguir á los hereges: Alegría de la princesa de Beira abrazaba á doña Francisca, que ya se gozaba con la idea de la venganza, y el obispo de Leon, paseando con el padre Carranza, sacudia con los dedos el pectoral que llevaba al cuello, y juraba que ya no levantarian la cabeza los liberales. Solo Calomarde con el corazon combatido por las dudas no se entregaba de todo punto al alborozo de la Corte; porque si es verdad que habia contribuido á aquella revolucion de palacio y arrancado á un moribundo la revocacion de la pragmática de 1830, tambien presentía que don Carlos nunca pondria en olvido la parte que tuvo en la sancion de la misma pragmática para ganarse la voluntad de la reina.

los carlistas.

nando.

Pero Dios, que no queria la ruina de la esclaAlivio de Fer- vizada España, prolongó con asombro la vida de Fernando, y como la fama habia publicado en Ma. drid las tramas y negros manejos del bando de don Carlos, varios mancebos de la primera gran

deza llevados de su generoso aliento corrieron al Sitio y ofrecieron á la reina sus vidas. Para sostener su promesa y defender la causa de la inocencia y la justicia armaron á sus amigos y juntáronse en una sociedad que tomó el nombre de Cristina; y de este manantial límpido y purísimo al nacer, y enturbiado despues en su curso con las futuras revueltas, fluyeron tantas juntas y secretas reuniones, que con el lodo de las pasiones estancaron y corrompieron los hilos de la corriente. Estimulados con el ejemplo de la nobleza varios generales y magistrados se agruparon igualmente en torno de la cuna de la inocente Isabel, hermoso lucero que aun en su oriente eclipsaban ya las nubes de las pasiones. Tambien al anuncio del peligro del rey regresaron precipitadamente de Andalucía los infantes don Francisco y su esposa doña Luisa Carlota, hermana de la reina, dotada de un talento natural y perspicaz y de un carácter vivo y arrojado. Informada la infanta en Madrid de las escenas de San Ildefonso, y habiendo leido el decreto del 18, robusteció con su poderoso influjo el acuerdo de Puig y de Zambrano de sepultarlo en el secreto mientras respirase el monarca, y voló en la madrugada del 22 al Sitio. Culpó la debilidad de la reina por haberse doblado al artificio de sus enemigos, y le pintó con los mas vivos colores las resultas del decreto firmado: tras esto llamó á Calomarde, y reprendiéndole con fuego y vehemente energía los engaños de que se habia valido para dorar su perfidia y aterrar á los reyes le amenazó con el merecido castigo. Terrible fue esta escena, en que anonadado el vil ministro y casi temblando de la justa cólera de la infanta mudó de color varias veces, y el que habia visto arrodilladas en su presencia á las personas de mas elevada esfera en tantos casos, cre

Vuelta de los

infantes don Francisco y su esposa.

Setiembre de

1832.

yó tener ahora el cielo abierto cuando se reconoció fuera de la cámara real. La infanta pidió el original del decreto é hízolo pedazos, como igualmente las certificaciones que se habian librado, y que ordenó recoger de manos del decano del Con. sejo, contentándose por entonces con este rasgo de firmeza. Ya Fernando con entendimiento mas claro se enteraba del modo como habian recibido los pueblos la noticia de su falsa muerte, y observando que el reino no se habia declarado en punto alguno por don Carlos concluía de aqui que no era su partido ni tan universal ni tan poderoso como se habia supuesto. Asi resultaba de los partes de los generales que empuñaban el baston del mando en las provincias, pues únicamente los condes de Casa-Eguía y de España pintaban las cosas á su modo. "Pongamos, dice el marques de Miraflores, la mano sobre el corazon, prescindamos de pasiones y de opiniones de partidos, trasladémonos á los momentos críticos de hallarse el rey Fernando VII al borde del sepulcro el año de 1832 en la Granja, y digamos de buena fé cuál habria sido la suerte del Estado si en efecto hubiese muerto entonces: en mi opinion el infante don Carlos habria reinado, ó á lo menos se habria sentado en el trono por mas ó menos tiempo." Antes de entrar en la nueva era que va á abrirse recorramos rápidamente las tramas de los carlistas en las provincias durante la agonía de Fernando.

Las sociedades secretas del realismo participaron á sus afiliados la revocacion de la pragmática y la creida muerte del monarca para que se preparasen á alzar pendones por don Carlos y contuviesen el ímpetu de los liberales en tan críticos momentos. El general don José O'donell, que mandaba las armas en Valladolid, envió una circular secreta á las autoridades y personas de los pueblos

con quienes contaba, anunciándoles que comenzaba Intrigas en las provincias. á amanecer el dia del triunfo, y que debian vivir alerta para ahogar el menor aliento de sus contrarios. El furibundo conde de España confió al coronel don José Segarra el encargo de recorrer el Principado misteriosamente, y sobre todo Tarragona y Tortosa, disponiendo los ánimos á favor del infante don Carlos. En Cartagena los carlistas dieron en aquellos dias mucha publicidad á sus reuniones, y el coronel de uno de los cuerpos que guarnecian la ciudad formó á los soldados de gala en la plaza real, y permitió que su capellan les arengase contra la sucesion directa, y á favor de la herencia del infante. Como los carlistas creían de todo punto la muerte del rey, hubieran proclamado á su hermano en Cartagena si el aspecto imponente de la marina y del pueblo no los hubiera tenido á raya.

1832.

Desde el 28 de Setiembre la mejoría del monarca ya no fue tan lenta, y los médicos confiaron libertar su vida aunque fuese por breve espacio de tiempo. La reina, robustecida con el apoyo de los infantes don Francisco y doña Carlota, y con los grandes y caballeros que habian corrido á la defensa de su causa, conoció que se habia consumado una revolucion, y que era necesario seguir el hilo de sus consecuencias. Lo primero era derrocar de sus escaños á los ministros que á la voz de Calomarde habian puesto en olvido sus mas sagrados deberes y desamparado en el peligro á la inmortal Cristina, encumbrando á su alto puesto á los que sin vacilar se habian declarado sostenedores de la descendencia directa. Para poner en planta semejante pensamiento mandaron que se acercase á Madrid la division del general Pastor, que era una de sion de Pastor. las que componian el ejército de observacion; y en 16 de Octubre fueron exonerados de sus respec

Acércase á Madrid la divi

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