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¿Quieres apostar conmigo

Que al fin las has de pagar?

Haz lo que quieras; que nunca
En mi empeño he de cesar,
Hasta que de mi fatiga

Se avergüence tu crüeldad.

Carece el tal romance de la vena poética y de la variedad de aquel otro en que describe su alojamiento de Calera.

Ni menos tiene la distinción de las décimas al Rdo. fray Josef Herrera, en las que Gerardo pinta con gentil color la murria y la molestia que trae consigo la vida del cuartel. Por cierto que en estas épocas de retenes constantes y de cuarteladas á diario, vienen como de molde los tristes recuerdos que el poeta bosqueja de las legiones de punzantes volátiles, de chusma que aguijonea y salta, y de sordas é insaciables damiselas, que de noche y de día mortifican y consumen al pobre Oficial que rueda y vegeta en la casa del soldado. De paso, gústense los sabrosos contrastes con que las remata.

Luchando con el empeño
De la idea y del quebranto,

A bofetadas espanto
A la canella y al sueño;
Llega el semblante risueño
De la Aurora enternecida,
Y al instante me convida
Chocolate sin espuma,
Tan claro como tu plums,
Tan malo como mi vida.

Vístome en abreviatura,
Sin espejo y sin cuidado;
Que es mucho para soldado
No cuidar de la hermosura;
Y como alguno asegura
Que en llanto y rita la Aurora
Vierte perlas, que atesora,
Salgo á incitarla á las cumbres,
Con gracias, con pesadumbres;
Pero ni ríe ni llora.

Veo así que en realidad, Quien sólo lleva en sus tropos, Luces, colores, piropos,

Muere de necesidad;

Varia etérea tempestad
De flores llama al Abri';
Canoro alado pensil,
Al ave; al vino, ambrosía;
Al Sol, linterna del día;
Y sol nocturno, al candil.

Las otras décimas que dirige á su Teniente Coronel, D. Luis de Narváez, saltan también de donairosas y flúidas, y dan idea, así de lo que es la vida de etapa y de marcha por los montes de Toledo, como de las patronas que entonces, ahora y aun en muchos siglos, se verán por aquellos lugares. Véase esta décima, donde se retrata la personilla de una lugareña zafia y sencillota:

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De todas suertes, al reproducir la carta. en verso del famoso Capitán, en este librejo, que como llevo consignado es un pasatiempo sin otro alcance que el modestísimo á que puede aspirar un enamorado de lo español, entusiasta de Toledo y del abolengo militar y literario que ilustra y ennoblece

á la vieja corte de los Godos, creo rendir un justo tributo al solar donde mecieron su cuna, contribuyendo de paso á que no desaparezca por completo, ya que en las ediciones más completas de sus trabajos poéticos se deja de insertar.

¡Cuántas noches he saboreado las poesías de Lobo y de Garcilaso, entre el zumbido del viento que azotaba los almenados torreones del Alcázar y el fragoroso rumor del Tajo, encajonado por los breñales que se extienden al pie de los tambores del frente oriental!

Lo agitado de la vida soldadesca, azares y vaivenes, parecían representarse en aquellas duras noches de invierno, sólo caldeadas por la palpitación acelerada, el hervor de la sangre moza y el vuelo de la fantasía al soñar ante el plano de Gibraltar y de Marruecos, con sus brumas y sus enojos en un lado, sus horizontes y codicias en otro...........

Las figuras de Garcilaso y de Lobo constituirán siempre para quien fué Cadete toledano, algo así como la encarnación de ambiciones, de hermosos delirios, de arranques generosos y juveniles. El corcel de

guerra sosteniendo al jinete español, y el arcabucero castellano ennobleciendo sus

aventuras con el fuego de su mecha: el entorchado que aparece con su cortejo de triunfos, sus aureolas y sus prestigios; la bandera flotante çuyos pliegues son lábaro y coraza, todo se mira en aquel soñar de loco, en aquellas vesanías de mancebo, en el pujante acometer de la inexperiencia, ofreciendo todo ello como definitiva resolución y cual amargo contraste, el dar con los huesos en las penumbras de la corrección «para planear y fantasear allí sin estorbos ni «monsergas», ó correr el riesgo de salir á la pizarra por suerte ó por antojos del maestro, «confesarse», ganarse un cero como un templo, y concluir mohino y corrido de lo lindo, con más la chacota y los <decires» de los colegas.

¡Bien hayan, sin embargo de tales quebrantos, los sueños del mozo, y Dios quiera que por luengos siglos avasallen la imaginación de nuestros jóvenes cadetes!

Y ahora véase la carta-romance, escrita en el valle de Arán á 22 de Septiembre de 1738, á una señora de Zaragoza, dándola cuenta de su alojamiento:

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