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No

o es un geroglífico, señores míos, la viñeta con que comienza este párrafo. Nada de eso.

Es un «gato académico», sí; tan académico en su género, como pueden serlo en el suyo Commelerán ó Pirala.

¡Y vaya si es académico! De cepa; rubio ó romano, pero de autoridad «cana» y venerable, resulta ese pacífico ser de la raza felina, que forma el más alto emblema de la grey cadetil.

Llega ya el momento de encaramarnos en el Alcázar toledano, mansión imperial, rica y señora que, pese á los embates de largas centurias, á la criminosa apatía de algunas épocas y á la acción asoladora de repetidos incendios, se alza gigante y soberana desafiando con sus torres y almenas el batallar incesante de los tiempos.

Deslizáronse bajo sus artesonados y galerías los años de mi mocedad. Aquel palacio solariego, hito gallardo que proclama el poderío y la pujanza de recias edades, es el relicario donde se guardan las más tiernas remembranzas, los brotes más hermosos, las esperanzas más viriles y salvadoras de una generación militar que hoy nutre con su savia y realza con sus virtudes y su saber, las filas de la gloriosa y maltratada Infantería.

Alcázar de Carlos V: tú eres el templo que conserva y conservará siempre las ilusiones de nuestra alma; á la sombra de tus torreones, cobramos empuje y fortaleza; en tus aulas, guiados por varones doctos y pundonorosos, aprendimos ciencia, vimos ejemplos buenos, nos solazamos con la vida del honor caballeresco; los tambores. y al

menas de tu recinto, trajeron á nuestra mente infantil recuerdos imborrables y tradiciones honradas; sobre las terrazas de tus baluartes, y en las dobles escaleras de tus ángulos, dimos esparcimiento al espíritu: sobre la magna meseta de tu colosal escalera, cien y mil veces se ostentó á nuestra vista el victorioso emblema castellano, exigiéndonos con el severo silencio de su grandeza, ánimo y coraje para servir y mantener con lealtad y constancia las banderas españolas..

Contemplando las miserias que invaden esta hidalga y valerosa Patria, ajada hoy por cobardías y egoísmos, que parecen desgajarla, del tronco de su historia; entristecido por la trama de bastardías, desmayos, prevaricaciones y vilezas que estorban, reducen y aniquilan su marcha noble y briosa; viendo toda esa cohorte de gárrulos y egoístas que turnan en la tarea de abatir y debilitar el viejo empuje de Castilla, con provecho de sus pingües fortunas, séame permitido volver los ojos á esa hermosa estatua de Pompeyo Leoni, y solazándome ante la fiera majestad del Em-' perador invicto, olvidando un instante las

miserias que nublan el sol de la grandeza nacional, balbucee, grite lleno de rabia Ꭹ de esperanza, aquellas inscripciones bizarras que decoran el pedestal:

«¡Quedaré muerto en África, ó entraré

vencedor en Túnez!>>

Si en la pelea veis caer mi caballo y mi estandarte, levantad primero éste que á mí.»

Y á todo esto, el lector, con razón sobrada, seguirá tan á obscuras como antes respecto al título de esta sección. Un poco de calma, que todo saldrá en la colada ó cola de ese gentil «gato académico». No «empece» el retraso, que diría cualquier diputadito novel, salido de monosilábico á charlador infatigable.

Para distraer la monotonía de ese desfile artístico y bello que veníamos haciendo, fuerza es abrir un paréntesis, en el cual, al lado del arte, diluyamos alguna «quisicosa militar».

No haya miedo, apreciable lector, de que entre en disquisiciones sobre organización y economías. Allá se las avengan los com

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