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no defraudando las esperanzas que había infundido su nombramiento; pues, como se verá en el curso de estas páginas, ni le faltaron ocasiones de poner de relieve sus altas dotes, ni dejó de sufrir graves contrariedades; pero tuvo la satisfacción de poder prestar no escasos ni insignificantes servicios á la Santa Sede y á España.

CAPÍTULO XXII

La Enciclica Cum multa; cómo la recibieron los carlistas.Un articulo de La Ciencia Cristiana. -Actitud del clero. -Un discurso del Sr. Pidal sobre el poder temporal; efecto que produjo.-Explicaciones de! Sr. Cánovas en el Senado.-Reclamación de Italia; la Nota de 22 de Julio, dando satisfacciones.-Queja de la Santa Sede por el alcance que se daba á esas satisfacciones; explicaciones del Gobierno.

La significación que envolvía el nombramiento de Monseñor Rampolla para el cargo de Nuncio en Madrid, se vió confirmada por la Encíclica Cum multa, que Su Santidad dirigió á los Obispos españoles en 8 de Diciembre de 1882, y cuya oportunidad no podía ser mayor.

Una parte del clero, la menos ilustrada, seducida por los jefes carlistas, estaba haciendo cruda guerra, no ya al Gobierno, sino al Rey, á la Dinastía y á la forma de Gobierno, y el carlismo, á pretexto de organizar una peregrinación, intentaba dar nueva vida en las provincias á las antiguas Juntas, lo que permitía sospechar que se preparaba para levantar una vez más la bandera siempre vencida, pero que tantos días de luto había dado á la patria. En tales circunstancias, se dejó oir la voz del insigne Pontífice, fijando en la Encíclica Cum multa los deberes del clero y la conducta que éste debía seguir, y, sobre todo, echan

do por tierra los asertos de los que pretendían que no se podía ser católico sin militar en las huestes del absolutismo.

<Empero-se decía con tanta elevación de miras como profundidad de doctrina-como se ha de evitar tan impío error, así también se ha de huir la equivocada opinión de los que mezclan y como identifican la Religión con algún partido político, hasta el punto de tener poco menos que por separados del catolicismo á los que pertenecen á otro partido. Esto, en verdad, es meter malamente los bandos en el augusto campo de la Religión, querer romper la concordia fraterna y abrir la puerta á una funesta multitud de inconvenientes. Por tanto, lo religioso y lo civil, como se diferencian por su género y naturaleza, así también es justo que se distingan en nuestro juicio y estimación. Porque las cosas civiles, por más honestas é importantes que sean, miradas en sí, no traspasan los límites de esta vida que vivimos en la tierra; mas por el contrario la Religión, que nació de Dios y todo lo refiere á Dios, se levanta más arriba y llega hasta el cielo. Pues esto es lo que Ella quiere, esto lo que pretende, empapar el alma, que es la parte más preciada del hombre, en el conocimiento y en el amor de Dios, y conducir seguramente al género humano á la Ciudad Futura, en busca de la cual vamos caminando.Por lo cual es justo que se mire como de un orden más elevado la Religión y cuanto de un modo especial se liga con ella. De donde se sigue que Ella, siendo como es el mayor de los bienes, debe quedar salva en medio de las mudanzas de las cosas humanas y de los mismos trastornos de las Naciones, ya que abraza todos los espacios de tiempos y lugares.-Y los partidarios de bandos contrarios, por más que disientan en lo demás, en esto conviene que estén de acuerdo, en

que es preciso salvar los intereses católicos en la Nación. Y á esta empresa noble y necesaria, como unidos en santa alianza, deben con empeño aplicarse todos cuantos se precian del nombre de católicos, haciendo callar por un momento los pareceres diversos en punto á política, los cuales, por otra parte, se pueden sostener en su lugar honesta y legítimamente. Porque la Iglesia no condena las parcialidades de este género, con tal que no estén reñidas con la Religión y la justicia, sino que, lejos de todo ruido de contiendas, sigue trabajando para utilidad común y amando con afecto de madre á los hombres todos, si bien con más especialidad á aquellos que más se distinguieren por su fe y su piedad.>

El respetuoso acatamiento con que los Obispos españoles en su inmensa mayoría acogieron las palabras de Su Santidad, hizo creer que se pondría fin al estado de cosas que tan profundamente lamentaban tantos buenos católicos; pero, por desgracia, no sucedió así.

Una parte, cada día mayor, del clero parroquial, y hasta del capitular, á la que se unieron dos solos Prelados, uno de ellos sin jurisdicción en España, el de Daulia, hizo caso omiso de la doctrina de la Encíclica, y convirtiéndose en instrumento del representante del partido carlista, Sr. Nocedal, y de su periódico, El Siglo Futuro, siguió lanzando anatemas contra los Obispos y contra los partidarios del régimen representativo y persistió en considerar como hereje á todo católico amante de la Dinastía y hasta á los mismos católicos carlistas que se resistían á hacer de la Religión, del clero y de la Iglesia arma de combate contra el Rey y las instituciones políticas españolas.

Para desvirtuar la Enciclica de Su Santidad y coartar la acción de los Obispos, intentaron demostrar que

aquélla no decía lo que la generalidad habia entendido. Tal objeto tuvo el artículo que, entre otros, publicó el Sr. Orti y Lara en la revista La Ciencia Cristiana, con el epígrafe de «La Encíclica Cum multa y la unión de los católicos» (1).

«Los que con ánimo preocupado-escribía el señor Orti y Lara-ó con mirada superficial, lean únicamente estos preciosísimos textos, en que declara la sabiduría del Papa León XIII la necesidad y hasta el modo de unirse y concertarse en favor de la mayor y más noble de las causas los católicos dignos de este nombre que pertenecen á diversas parcialidades, no dudamos que añadirán su voz al coro que hacen los que pretenden juntar en uno á todos los católicos, cualquiera que sea el partido á que pertenezcan, incluso el conservador-liberal y aun el mismo partido repu blicano; porque la conformidad de esta conclusión con las palabras de la Santa Sede que hemos copiado parece á primera vista indubitable. Pero bien estudiado y considerado el punto á la luz de otros textos de la misma Encíclica, que explican y determinan la mente y la doctrina del Santo Padre, podemos y debemos afirmar que, lejos de proponer León XIII á los fieles en ese insigne documento la unión de todos los católicos, cualquiera que sea el partido político á que pertenezcan, según pretenden inconsideradamente los católicos liberales, ha querido enseñarnos las verdaderas y sólidas razones de la unión católica verdadera, á la cual no pueden pertenecer sino los católicos dignos de este nombre que no estén contaminados con la lepra del liberalismo».

Diez y ocho páginas de la citada revista consagraba

(1) La Ciencia Cristiana, revista quincenal, número correspondiente al 31 de Mayo de 1883.

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