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ma como un deber el conocer, á este propósito, la última palabra del Santo Padre, no tanto porque abrigue esperanzas de un resultado pacífico de su elevada y bondadosa misión, compatible con nuestro honor y dignidad nacional, sino como muestra de respeto y gratitud á la Santa Sede, así como para que sirva de sagrada sanción á la justicia de nuestra causa.»>

La contestación que dió el Cardenal Rampolla fué la única que podía ser. La intervención de la Santa Sede, acaso no muy decididamente secundada por sus Agentes en Washington, había fracasado, como hubo de fracasar la gestión de las grandes Potencias, ejercida casi por fórmula, y León XIII no pudo hacer más que deplorar la esterilidad de sus buenos deseos. Su Santidad-dijo el Secretario de Estado-no renuncia á la esperanza, aunque tenue, de que á la efervescencia de las pasiones suceda la serenidad de juicio, que abra camino á un honroso arreglo. Deja á la sabiduría y libre acción del Gobierno de S. M. el adoptar las medidas que juzgue necesarias para la tutela de su derecho y dignidad; pero, puesto que desea conocer la última palabra del Papa en cuanto sea compatible con el honor y la razón de España, que á Su Santidad no podría ser indiferente, recomienda que no se precipiten los sucesos y que se guarden la calma y dignidad que tantas simpatías han granjeado en el mundo civilizado á su buena causa (1).

Por causas que no es éste el lugar de juzgar, la guerra se hizo inevitable. Comenzaron las hostilidades; pero la lucha fué tan breve como desastrosa, y España se vió obligada á solicitar la paz, que el país acep

(1) Telegrama del Embajador de S. M. cerca de la Santa Sede al Ministro de Estado, fecha 16 de Abril (inserto en el Libro rojo de 1898).

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tó, no obstante su extrema dureza, con una resignación sublime ó un indiferentismo suicida sólo la Historia podrá decir en su día si merecía uno ú otro calificativo la actitud de España, aunque es de temer que sea el segundo y no el primero el que escriba.

Concertada la paz y desvanecido, por causas que no son aún del dominio de la Historia, el temor que exis tía de que el carlismo se alzase en armas, parecía natural que los partidos que no habían sabido evitar la total pérdida de los últimos restos del imperio colonial español, se consagrasen por entero á remediar en lo posible las consecuencias de sus errores y aunasen sus esfuerzos para evitar la bancarrota que amenazaba á la Hacienda y para impulsar el desarrollo de la riqueza pública; y no era de creer, lógicamente pensando, que ya que en tan buenas relaciones vivía España con la Santa Sede, se suscitasen cuestiones capaces de turbar aquéllas y de dividir á los que necesitaban estar muy unidos para resolver la tremenda crisis en que se veía envuelto el país. Desgraciadamente no fué así.

Habiendo caído del poder los liberales, en Marzo de 1899, el Gobierno conservador, presidido por Sr. Silvela y del que formaba parte como Ministro de Hacienda el Sr. Villaverde, se consagró á la patriótica obra de reorganizar la Hacienda; pero fué objeto desde luego de rudísima oposición por parte de sus adversarios, á los cuales no se les ocurrió cosa mejor que plantear el problema de las Órdenes religiosas, provocando en el país una agitación que, aunque tenía mucho de artificial, no dejaba de entrañar peligros.

Verdad es que la Real orden dictada por el Gabinete Cánovas en Junio de 1880 había caído en el ol

vido, y que, especialmente desde que subió al poder en Francia M. Waldeck-Rousseau, la inmigración de religiosos era numerosa (1); pero verdad es también que, si eso exigía remedio, fácil era ponerlo sin necesidad de alarmar al país con propagandas que herían las creencias y los sentimientos de la mayoría. Sin embargo, es un hecho que la agitación cundió, que la alarma se produjo, y que al terminar el siglo XIX, en los momentos en que preocupaba al mundo cristiano la probabilidad de que en breve plazo se plantease de nuevo el problema de la sucesión de León XIII, la cuestión religiosa, mejor dicho, la cuestión de las Órdenes monásticas, que constituía casi exclusivamente el programa de los radicales españoles, amenazaba perturbar las relaciones entre España y la Santa Sede.

Para poner término á estas páginas resta sólo decir dos palabras acerca del movimiento habido en el personal de Nuncios durante los últimos años.

Monseñor Cretoni, que, como queda consignado, tomó posesión de la Nunciatura el 29 de Mayo de 1893, la desempeñó hasta el 26 de Noviembre de 1896, en cuya fecha cesó por haber sido elevado á la dignidad cardenalicia. Para reemplazarle se nombró á Monseñor José Francisca-Nava di Bontifé, Arzobispo de Ca

(1) Durante los últimos años del siglo xix la política francesa adquirió alarmantes caracteres de inestabilidad. Los Ministerios presididos por León Bourgeois, Méline, Brisson y Dupuy tuvieron corta duración. Al fin, constituido en Junio de 1899 el Gabinete Waldeck-Rousseau, del que formaron parte socialistas como Millerand y Baudin, se inauguró una politica que tenía por principales objetivos el problema político-religioso, el problema social y el problema internacional.

Del programa de Waldeck-Rousseau tomaron los radicales españoles sus ideas.

tania y Nuncio que era en Bruselas, el cual tomó posesión el 30 de Diciembre siguiente, ejerciendo su cargo hasta que, habiendo sido agraciado con la sagrada púrpura, fué designado para sucederle el mismo que había ocupado su vacante en Bélgica, Monseñor Arístide Rinaldini, que se posesionó de su nuevo cargo el 29 de Diciembre de 1899.

APÉNDICES

APENDICE I

DECRETO SOBRE FACULTADES DE LOS PRELADOS

La Divina Providencia se ha servido llevarse ante si en 29 de Agosto último el alma de nuestro Santisimo Padre Pio VI; y no pudiéndose esperar de las circunstancias actuales de Europa, y de las turbulencias que la agitan, que la elección de un sucesor en el Pontificado se haga con aquella tranquilidad y paz tan debidas, ni acaso tan pronto como necesitaría la Iglesia; à fin de que entre tanto mis vasallos de todos mis dominios no carezcan de los auxilios precisos de la Religión, he resuelto que hasta que Yo les dé á conocer el nuevo nombramiento de Papa, los Arzobispos y Obispos usen de toda la plenitud de sus facultades conforme à la antigua disciplina de la Iglesia para las dispensas matrimoniales y demás que les competen: que el Tribunal de la Inquisición siga como hasta aqui ejerciendo sus funciones, y el de la Rota sentencie las causas que hasta ahora le estaban cometidas en virtud de comisión de los Papas, y que Yo quiero ahora que continúe por sí. En los demás puntos de consagración de Obispos y Arzobispos, ú otros cualesquiera más graves que puedan ocurrir, me consultará la Cámara, cuando se verifique alguno, por mano de mi primer Secretario de Estado y del Despacho, y entonces, con el parecer de las personas á quienes tuviese à bien pedirle, determinaré lo conveniente, siendo aquel supremo tribunal el que me lo represente, y á

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