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INTRODUCCION.

HACE poco menos de un siglo que el erudito conde de Campo

manes recomendaba con grande eficacia la publicacion de libros encaminados á poner de manifiesto nuestros yerros políticos, considerando que los sistemas viciosos de gobierno son mas nocivos que las malas cosechas. Los temporales alternan (decia); pero las malas leyes perpetúan el hambre y la miseria, porque atajan de contínuo el vuelo de la riqueza y prosperidad de las naciones.

Confiaba para el logro de su deseo, en el socorro de una buena pluma que con meditacion é imparcialidad explicase las causas de la decadencia de la monarquía española desde el reinado de Felipe II, y añadia que «tal obra era superior á las fuerzas ordina>>rias, y necesitaria mucha proteccion y documentos, si hubiese >>>quien se encargase de ella (1).»

El autor del libro que ahora sale á luz, se atreve á discurrir sobre los hechos y doctrinas económicas entretejidas con la historia de España desde la remota antigüedad hasta muy cerca de nuestros dias. Si al emprender esta peregrinacion por demás larga y dificultosa, presumiese de rico en las dotes convenientes para,

(4) Industria popular, pág. 85; Educacion popular, pág. 372; Apéndice á la educ. pop. tom. IV, disc. prelim. pág. 89.

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escribir, con ánimo de responder á las esperanzas de Campomanes, los aciertos ó desaciertos de cada generacion en órden á la economía política, deberia caer en la nota de arrogante y aun temerario á los ojos del mundo; pero cuando al cabo de tantos años de experiencia nadie ha acudido al llamamiento, el primero que arrima el hombro á la carga merece disculpa, y acaso es digno de alabanza. La grandeza y utilidad del asunto y lo árduo y molesto de este linaje de investigaciones, sin norte ni guía seguro para romper por entre las espesas tinieblas de los siglos, son títulos que recomiendan á la indulgencia de los doctos y discretos.

Las verdades especulativas de la economía política se confirman con la experiencia de lo pasado, y los mismos errores de la autoridad ó de la opinion sirven de saludable escarmiento. Los ministros y consejeros empíricos y todas las personas constituidas en mando, rebeldes al yugo de la teoría, acabarán por convencerse de que la observancia ó infraccion de los preceptos y reglas económicas tienen una parte muy principal en la buena ó mala fortuna de los pueblos. Sin duda no es la economía política por sí sola la ciencia de la gobernacion del estado; mas debemos contar con ella como un auxiliar poderoso y necesario en todas las cosas allegadas á las artes de la paz, de cuyo ejercicio nace la abundancia de los bienes que nos dispensa la naturaleza y de los logrados por la industria del hombre mediante la virtud del trabajo.

Antes de llegar á los pormenores, importa prevenir al lector mostrándole de golpe el extenso horizonte que se ofrece á nuestra vista.

Tres son las épocas de la economía política, á saber, la edad antigua, la media y la moderna.

La primera comprende aquel período de la historia nacional en que la España abre sus puertas á las colonias fenicias y griegas, y cediendo à la fuerza mayor de las armas, soporta la dominacion de los cartagineses y romanos.

La segunda empieza en la ruina del Imperio de Occidente y

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acaba en la conquista de Granada, cuando cesa el estado de guerra de los reinos cristianos, y reprimida la licencia de los nobles y los concejos, se fortifican el órden y disciplina de los pueblos, y se consolida la unidad nacional á la sombra protectora de una monarquía robusta y vigorosa. Comprende este grande período la invasion y ocupacion de España por los visigodos y mas tarde por ⚫ los árabes, dos sucesos de tal influjo y consecuencia que mudan la faz de la civilizacion de la Península, enriqueciéndose los vencedores con los despojos de los vencidos, como los rios caudalosos. se van engrosando con las aguas de los arroyos tributarios.

La tercera época abarca los reinados de Fernando é Isabel, de Cárlos V y Felipe II y sus descendientes hasta la extincion de la casa de Austria y el advenimiento al trono de la dinastía de los Borbones. Entonces preocupa al gobierno el cuidado de fomentar y proteger la agricultura y las fábricas, se dilatan el comercio y la navegacion con el descubrimiento y conquista de las Indias Occidentales, se alteran los precios de todas las cosas con los raudales de oro y plata que vierten en España las fecundas minas de Méjico y el Perú, se arraiga el sistema mercantil y se introduce el régimen colonial.

Los fenicios y los griegos, alojados en la costa que baña el mar Mediterráneo, esparcen entre los españoles rudos y groseros las semillas de la civilizacion antigua, y las cultivan con fruto alrededor de sus colonias. Descubren minas y las benefician, enseñan el arte de labrar los metales, extienden el uso de la moneda, dictan reglas á la agricultura, propagan la industria y comunican á los naturales sus hábitos de comercio y navegacion.

Cartago es una república mercantil hija de Tiro, y como ella poseida del amor desordenado de las riquezas. Funda su poder en el imperio absoluto de los mares y apetece las conquistas, no por satisfacer una ciega ambicion, sino para aplacar su sedienta codicia. Necesita tesoros con que pagar sueldo á un ejército numeroso de mercenarios, abusa de la victoria, oprime las provincias con tributos, y prosigue con afan la labor comenzada de las minas.

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Llegaron los cartagineses á dominar en casi toda España, y perseveraron en la obra de los fenicios, mientras fué su posesion segura y tranquila. Eran bastante fuertes para internarse en la Península, y así llevaron á donde jamás pudieron las colonias, la aficion á la vida civil y los hábitos laboriosos. Un pueblo de mareantes y mercaderes debia sin embargo mostrarse mas activo y diligente hacia la marina. Fundaron los cartagineses ciudades tan florecientes como Barcelona y Cartagena, tuvieron puertos cómodos y espaciosos arsenales, y cobraron fama de solicitos y expertos en la construccion naval.

Roma estaba en acecho de los progresos de Cartago, y alimentaba en secreto el ódio mas encarnizado y el deseo mas ardiente de volcar la fortuna de su enemigo. Apenas se ofreció una ocasion ό pretesto de lanzarle de España, declaró la guerra á los cartagineses, y los españoles, tomando partido por estos ó los romanos, vertieron su sangre en defensa de una causa que no era la suya. Al fin la fortuna se declaró en favor de Roma, y España vino á ser provincia ya de la República, ya del Imperio, no sin peligro de las armas victoriosas, porque los naturales solian levantarse contra sus nuevos señores al apellido de libertad, fatigados de tan larga y cruel servidumbre.

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Padeció España grandes calamidades por aquel tiempo. Muchas ciudades fueron asoladas y sus moradores pasados á cuchillo, y con la tala contínua de los campos, escasearon á veces los mantenimientos. Menguóse la poblacion indígena, y no era fácil acrecentarla durante la paz, pues la especie humana solo se multiplica en el seno de la abundancia. Es cierto que los romanos fundaron colonias con gente sacada de Italia; y aunque à favor de esta hábil y perseverante política algo se reparaban los estragos de la guerra, el hambre y la peste, todavía quedaron en pié muchos obstáculos á la propagacion de los habitantes, siendo el mayor de todos la esclavitud en que gemia un número muy considerable de españoles.

Los romanos recogieron la herencia de los fenicios, griegos

y cartagineses, y como ellos se aplicaron al laboreo de las minas y sobresalieron en el arte de la fundicion. Promovieron y adelantaron la agricultura, enseñando á labrar los campos y á mejorar los frutos y cosechas: añadieron á las antiguas producciones de la tierra otras nuevas traidas de las partes mas remotas del mundo: afinaron la casta de los ganados con oportunos cruzamientos, y acaso introdujeron la práctica de alternar los pastos invernizos con las yerbas veraniegas. No gozaba la industria de tan buena opinion como la agricultura; pero no por eso dejaron los españoles de profesar las artes vulgares y mecánicas, aprovechando las lanas, el lino, cáñamo y esparto, las materias tintóreas y demás cosas útiles á los obrajes comunes en el siglo. Tampoco descuidaron el comercio, bien que el genio de Roma fuese menos favorable que el de Cartago al tráfico y navegacion, supliendo esta falta la pasion de los naturales alimentada con el ejemplo de las primeras colonias. Mortificaron la provincia con la tasa de granos, las contribuciones de guerra, los tributos ordinarios mal repartidos, los rigores de la cobranza encomendada á los publicanos, la avaricia de los magistrados y ministros subalternos y la opresion de los curiales tanto mas funesta, cuanto las cargas públicas no tenian límite conocido; y por último, dotaron á España con un sistema regular de pesos, medidas y monedas.

Los bárbaros asoman por las gargantas y avenidas mal guardadas del Pirineo, se derraman en España, meten las ciudades á saco, pasan sus habitantes al filo de la espada, talan y destruyen los campos y ponen fuego á los edificios. Los romanos consternados y sin esperanza de remedio, entregan sus vidas y haciendas á merced de un enemigo sediento de sangre y de riquezas. En pos de los vándalos, alanos y suevos vienen los visigodos de mas blanda condicion, que son recibidos como libertadores. Pelean con aquellas turbas de salvages, las vencen y exterminan. Entonces se apoderan de la Península, fijan en ella su asiento, y prosiguen la conquista hasta rendir ó expulsar del territorio al último de los imperiales.

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