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CAPITULO II.

De la dominacion cartaginesa.

Nuestro propósito, al escribir este libro, no es investigar todos los sucesos cuyo ordenado conjunto forma la historia de España, sino ceñirnos al exámen de los hechos que componen la historia externa de la economía política, puesto que la interna empieza muy adelante, cuando nacen las ideas, se fijan los principios y existe un cuerpo de doctrina.

Dejando pues á los eruditos el cuidado de averiguar las causas ó pretestos de la venida de los cartagineses á España y el tiempo de su entrada y la antigüedad de sus colonias, procuremos definir el carácter de esta nacion poderosa que mereció disputar á Roma el imperio del mundo. Bien conocemos cuan árduo problema es descubrir la verdad, considerando la oscuridad que rodea todas las cosas antiguas, y principalmente la necesidad de acudir muchas veces al testimonio de los romanos, jueces parciales en sus sangrientas querellas con los cartagineses; pero en fin, la autoridad de los griegos podrá en algunos casos hacer contrapeso, y el origen y prosperidad de Cartago ilustrarnos en lo tocante á su política comercial, mas digna de estudio á nuestros ojos que la razon ó sinrazon de las guerras púnicas y los pensamientos de conquista.

Cartago fué colonia de Tiro y heredó de su antigua metrópoli amor á las artes útiles, y sobre todo al comercio y navegacion.

Tuvo esta famosa ciudad su asiento en la costa septentrional del Africa por donde dilató sus dominios, llegando á poseer en aquella region trescientos pueblos principales. Fuera del continente africano ocupó la isla de Ibiza (1) y otras muchas del mar Mediterráneo, y fundó varios establecimientos en Sicilia, cuya entera posesion le fué resistida por Roma, encendiéndose con este motivo la primera guerra púnica. Invadió la España, segun se cree, como auxiliar de los fenicios de Cádiz ; y venciendo á los naturales en repetidas batallas, se hizo señora de todo el territorio comprendido entre el Estrecho y el rio Ebro, excepto la ciudad de Sagunto. Mas tarde las armas de Anníbal llevaron su autoridad hasta la falda misma del Pirineo (2).

Desde tiempos muy antiguos tenian los cartagineses el imperio de los mares que guardaban como un patrimonio de familia y ejercian sin sufrir competencia. Empleaban esta preponderancia marítima en mantener debajo de su obediencia las tierras conquistadas, proteger sus colonias, transportar mercaderías, franquear á su comercio los puertos de todas las naciones y emprender largos viajes de exploracion, como los que hicieron Hannon al mediodia rodeando el Africa, é Imilcon descubriendo y visitando diversas tierras al norte de la Europa (3). Siendo tan diestros y atrevidos navegantes, y por otra parte tan activos y laboriosos, no es maravilla que hubiesen penetrado en Oriente hasta el mar Rojo, y en Occidente frecuentado las Casitérides, siguiendo la derrota de los mercaderes fenicios.

El genio de los cartagineses para la industria no era inferior al que mostraban en el comercio. Verdad es que la industria y el comercio son dos modos distintos de manifestarse en la sociedad civil la ley de la actividad humana, y por tanto dos elementos de

(1) * Diod. Sic. Biblioth. hist. lib. V; Strab. Geogr. lib. XVII.

(2) Polib. Hist. lib. III, 39.

(3) Plin. Hist. natur. lib. II, cap. LXVII.”

prosperidad pública que recíprocamente se auxilian y completan. Poseían el arte de beneficiar las minas, fundir y labrar los metales; excedian á todos los pueblos marítimos en la construccion naval, y tenian arsenales servidos por una multitud de hábiles obreros; fabricaban la púrpura, levantaban palacios y templos magníficos, abrian canales y construían puertos. En ninguna ocasion se descubre con mas claridad la energía del carácter cartaginés y su perseverancia en el trabajo, como en medio de sus mayores adversidades. Cartago perdió quinientas naves en la primera guerra púnica, reparó sus quiebras y continuó dominando los mares (1). Cercada por los romanos y obligada á rendirse, entregó á Escipion Emiliano doscientas mil armaduras pesadas y tres mil catapultas; pero no bastando ya tamaños sacrificios á aplacar la cólera del vencedor, renuévase la guerra, y los cartagineses fabrican diariamente ciento cuarenta escudos dobles, trescientas espadas, quinientas lanzas, mil dardos, y en solos dos meses ciento veinte naves con sus corazas (2). Admiren otros el esfuerzo supremo de los cartagineses para conjurar la ruina de su pátria; nosotros contemplemos las terribles convulsiones que denotan la agonía de un pueblo industrial.

Conocida ya la nacion cartaginesa, nos será mas fácil determinar el influjo económico de su dominacion en España. Los cartagineses continuaron la obra empezada por los fenicios y los griegos, y la llevaron mucho mas adelante. Estos eran demasiado débiles para penetrar en lo interior de la Península, someter las tribus indígenas y difundir su civilizacion por medio de la conquista; y así se avecindaron en la costa y cultivaron las artes de la paz haciéndose amigos de los españoles. Aquellos eran una nacion poderosa, llena de vida, sedienta de riquezas y necesitada de recursos con que sustentar sus armadas y sus ejércitos de

(4) Polib. Hist. lib. I, 63.
(2) Strab. Geogr. lib. XVII.

mercenarios. Cartago se lanzó en la peligrosa senda de las guerras y conquistas, no como Roma por el amor de la gloria y del poder, sino para conservar su preponderancia marítima y alzarse con el comercio de todo el mundo.

La fama de que España abundaba en minas de oro y plata, en frutos esquisitos y puertos seguros, cómodos y espaciosos, junto con la proximidad de la Península á las posesiones cartaginesas del Africa y Mediterráneo, determinaron la política invasora de aquella república mercantil. Mientras los generales cartagineses no afirmaron el pié en la Bética, emplearon para reducir los pueblos ya el halago, ya el rigor; pero apenas se hicieron señores de la tierra, reinaron con imperio absoluto. En esta buena sazon y coyuntura fundó Asdrúbal la ciudad de Cartagena.

Cuentan los romanos con cierto aire de envidia que fueron muchas las riquezas que los cartagineses sacaron de España donde no dejaron mina por registrar (1), y añaden con cierta pesadumbre que les suministraba hombres, dinero y todo género de recursos para encender y alimentar la guerra (2). Polibio, aunque griego, vitupera la dureza del gobierno de Cartago, pinta sus provincias aniquiladas con violentas exacciones, y deplora el mal trato que recibian los españoles, mostrándose con ellos tan orgullosos y arrogantes los cartagineses, que de amigos y sinceros aliados, los tornaron enemigos implacables (3). Polibio, como testigo de la segunda guerra púnica, estaba muy bien informado; pero como agradecido á la familia de los Escipiones, corria el peligro de inclinar la balanza de su criterio en favor de la causa romana. Notemos de paso que los españoles fueron algun tiempo amigos y sinceros aliados de los cartagineses, lo cual arguye que no debia ser tan extremado el rigor habitual de su gobierno. En otra parte alaba el

(4) Strab. Geogr. lib. III, pág. 224.

(2) Diod. Sic. Biblioth. hist. lib. V; Tit. Liv. Hist. Rom. lib. XXVIII, Jap. XII.

(3) Hist. lib. X, 36.

mismo Polibio la prudente y hábil administracion de Asdrúbal (1), y mal se compadece esta alabanza con aquel vituperio. Si algunas veces los españoles, cediendo á los halagos y promesas de los romanos, ó acaso temiendo su venganza, desertaban de las banderas cartaginesas, tambien solian arrepentirse y volver á su primera obediencia.

Mas apartando la vista de las calamidades de la guerra que debieron exacerbar el ánimo de los cartagineses y obligarlos á extorsiones que tampoco economizaban los romanos, enumerarémos sus beneficios durante la paz.

Primeramente pensaron en descubrir y aprovechar las minas que se salvaron de las manos codiciosas de los fenicios, y lo hicieron con tan buena diligencia y fortuna, que dejaron pocas á los romanos. Atribúyese á las enormes cantidades de oro y plata que los cartagineses lograron por este camino, la grande prosperidad de su nacion; pero es mas natural suponer que las riquezas de Cartago procedian en su mayor parte de la industria y comercio de los ciudadanos; y solo un pueblo incapaz de comprender la inmensa fecundidad del trabajo, pudo atribuir efectos tan comunes á una causa tan extraordinaria. No decimos con esto que el hallazgo y posesion de los metales preciosos no haya contribuido á la prosperidad de Cartago, sino que el nérvio de la república era la virtud de todas las naciones laboriosas, y el secreto de su riqueza la constante aplicacion de los cartagineses á las artes y oficios reputados como sórdidos y viles entre los

romanos.

Esta pasion noble y digna de toda alabanza, cuando no toca en los límites de la avaricia, fué comunicada á los españoles por los griegos y fenicios, y difundida y alimentada por los cartagineses en mayor grado. No sería posible proveer á la manutencion de tantos lugares y ejércitos amigos y enemigos, si un cultivo algo

(4) Magna prudentia atque solertia provinciam administrans... Ibid. lib. II, 43.

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