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cuadro, sino la copia fiel de la pintura trasmitida por Diódoro Sículo á la posteridad, para memoria de la sangre que en España vertió la codicia de los romanos (1).

En la antigüedad los metales preciosos pasaron del Asia á la Grecia y á la Italia, primeramente poco á poco y como un efecto natural del comercio: despues en rápida abundancia por medio de la conquista. Con el tiempo las minas del Asia se agotaron ó perdieron y se hicieron dispendiosas, y la Tracia y la España surtieron los mercados de oro y plata. La relacion de estos metales entre sí fué de 1: 10 en tiempo de Jenofonte, y de 1 : 18 á principios del siglo V de la era cristiana: es decir que la cantidad de plata casi duplicó en el espacio de ocho siglos con respecto al oro (2). Esta misma proporcion debemos admitir en España, despues que reducida á provincia del Imperio, entró de lleno en el comercio del mundo antiguo.

Poco importaba que la España abundase en metales preciosos, si la guerra, los tributos exorbitantes y el monopolio de las mejores minas la despojaban de la mayor parte de su riqueza. El oro y la plata exportados por el comercio, hubieran tenido fácil y ventajosa compensacion en los valores importados; mas las guerras, los monopolios y los tributos significában la pérdida casi total de aquellos productos de la industria española.

(4) Biblioth. hist. lib. V, núm. 38.

(2) Dureau de la Malle, liv. I, chap. VIII.

CAPITULO VI.

De la agricultura.

Si era bien merecida la fama que la España tenia de abundante en toda suerte de metales estimados en el comercio para labrar moneda, ó como primera materia de diferentes artes y oficios, no gozaba de menos renombre por la fertilidad de la tierra y la excelencia de sus frutos (1).

Habia en España grandes y espesos bosques donde se criaban árboles corpulentos cuyas maderas servian para la construccion naval y civil. Estrabon pondera la riqueza vegetal que se abrigaba en las faldas de los Pirineos y su perpétua verdura. Plinio ensalza el box que producian estos montes y los grandes enebros de España, comparando su virtud con la del cedro tan loado de Creta, Africa y Siria. Ambos autores, juntamente con Polibio, alaban las bellotas de encina silvestres y domésticas que se servian de postre en España, y el mar arrojaba á las costas de Italia, si por acaso la Cerdeña y otras islas inmediatas no daban aquel fruto. En los años estériles y á falta de mejores semillas, la bellota remediaba

(4) Hinc enim non frumenti tantum magna copia est, verum et vini, mellis, oleique; nec ferri solum materia præcipua est, sed et equorum pernices greges... Jam fini spartique vis ingens; minii certe, nulla feracior terra, Justin. lib. XLIV.

algun tanto la comun necesidad, porque seca, molida y convertida en harina, se amasaba y cocia y se usaba en lugar de pan (1).

En las cercanías de Ampurias, Murviedro y Játiva abundaba el esparto, y en general se criaba espontáneamente en los montes inmediatos á Cartagena, y con él hacian camas los labradores, sogas, fuegos y antorchas, vestido y calzado para los pastores. Tambien crecía una especie de junco en las lagunas, útil para diversos usos industriales, y era tal la abundancia de estas plantas, que los autores antiguos citan los campos juncarios y espartarios (2).

Producia además la parte de la España Citerior contigua á Tarragona lino admirable por su delicadeza y lustre, cualidades que se atribuían á la naturaleza del rio donde se preparaba, y habíalo así mismo en Asturias, y era muy estimado para fabricar redes (3).

Abundaba la grana hácia Mérida: en la Turditania, y en toda España se hallaban materias tintóreas (4).

Habia pastos excelentes y gran copia de ganados. Los caballos españoles fueron siempre celebrados por su velocidad en la carrera, de donde nació la fábula que las yeguas concebian del viento. En Asturias y Galicia se criaba otra especie de caballos de menos cuerpo y de un andar distinto del paso comun, y en los montes vagaban los caballos salvages.

Eran muy estimados los asnos de la Celtiberia, y de su crianza se sacaba mas utilidad que del cultivo de las mejores heredades. Plinio dice que el precio ordinario de una asna se reputaba en 40,000 denarios (5).

(4) Strab. Geogr. lib. III, pag. 245; Plin. Hist. natur. lib. XVI, cap. V, XVI, XXXIX; Polib. Hist. lib. XXXIV, 8.

(2) Pomp. Mel. De orb. situ lib. III; Strab. lib. III, pag. 244; Plin. lib. XIX, cap. II.

(3) Plin. lib. XIX, cap. I; Pomp. Mel. lib. III.
(4) Strab. lib. III, pag. 242; Plin. lib. IX, cap.
XV.
(5) Plin. lib. VIII, cap. XLII, XLIII.

J

Tambien poseía España mucho ganado lanar, y gozaban de grande estimacion sus lanas. Verdad es que Columela y Plinio las posponen á las de Mileto, Calabria, Apulia, Tarento y Canuvio; pero no dejan de celebrar las de la Bética de color oscuro. Marco Columela, tio paterno de Junio Moderato, cruzó moruecos silvestres y montaraces venidos del Africa con ovejas de la Bética y de Tarento, con lo cual logró mejorar las lanas del pais (1).

Habia además en España gran diversidad de frutos, y eran sobre todo excelentes el trigo, el vino y el aceite que se exportaban de la Turditania. La Cantábria no producia los cereales necesarios á su consumo, y así los importaba de la Aquitania. Si el estado de las comunicaciones lo permitiera, Andalucía por sí sola hubiera abastecido las regiones estériles de la Península, porque era copiosísima en mieses.

Los vinos españoles alcanzaron justa celebridad, pues aunque los antiguos preferian los de Chipre, Salerno, Sorrento y otros exquisitos, todavía honraban los laletanos por su abundancia, y por su hermosura los lauronenses y tarraconenses. Columela atestigua la prodigiosa fecundidad de las vides ceretanas con el ejemplo de una que produjo 2000 racimos, y pondera la fertilidad de aquella tierra en donde las primeras viñas le rindieron 100 ánforas de vino por yugada (2). Con el tiempo parece que no fué lícito á los españoles plantar vides ni hacer vino: prohibicion insensata y comun á otras provincias que revocó el emperador Probo, restituyendo á sus moradores la justa libertad del cultivo y de la cosecha (3).

El aceite era otro de los frutos loados de la España. En los

(4) Strab. lib. III, pag. 213; Plin. lib. VIII, cap. XLVIII; Colum. lib. VII, cap. II.

(2) Próximamente 26 hectolitros por cada 25 áreas. Dureau de la Malle, tom. I, tabl. IV, VIII.

(3) Gallis omnibus et Hispaniis ac Britannis hinc permissit ut vites haberent vinumque conficerent. Flavii Vopisci Probus, XVIII.

tiempos de Estrabon debia ser poco abundante la cosecha, pues si bien este geógrafo antiguo pondera la calidad del que se cogía en la Turditania, nota así mismo la corta cantidad que se exportaba. Columela supone el olivo extendido por toda la provincia Bética, y Plinio derramado por el interior de las Españas (1).

Pasaremos en silencio los frutos menores, como miel, cera, higos secos, uvas pasas y otros que ahora, como entonces, adornan nuestra agricultura y alimentan nuestro comercio.

Esta breve descripcion de las riquezas que la España supo granjearse por medio del cultivo y la ganadería, muestra que ni los españoles vivían sepultados en la ociosidad y la pereza, ni carecian de industria para labrar sus campos y cuidar de sus rebaños. La fertilidad de la tierra es un don vano de la Providencia, cuando el hombre no sabe agradecerlo y aprovecharlo ayudando á la naturaleza con su trabajo; y puesto que la España proveía á su consumo con una parte de las cosechas, y otra parte muy considerable salia de la provincia en forma de tributo ó solicitada por el comercio, debemos persuadirnos á que el cultivo y la ganadería alcanzaban cierto grado de prosperidad en esta época remota.

Pero (se nos dirá) siendo la agricultura española un vivo reflejo de la agricultura romana, habrá florecido con ella y participado de su decadencia y ruina. La Italia debe ser el barómetro de la España, bien cultivada durante la República, y cubierta de malezas en los tiempos del Imperio.

No negamos, ni siquiera ponemos en duda, la filiacion romana de nuestra antigua agricultura. El español Columela sigue la senda trillada por Caton, Varron, Virgilio y otros oráculos de la ciencia agraria, como estos consultaron los libros de los agrónomos griegos y cartagineses; mas séanos lícito sustentar que las causas del estado lastimoso de la agricultura de Italia desde el siglo VIII

(4) Geogr. lib. III; Hist. natur. lib. XIV, cap. VI, lib. XV, cap. 1, lib. XVII, cap. XII; De re rustica, lib. V, cap. VIII.

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