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de Roma en adelante, no extendieron al descubierto su maligna influencia en la Península Ibérica.

En efecto, las leyes y costumbres de la República favorecian y honraban sobremanera la profesion del labrador; pero pasaron aquellos dias serenos, olvidóse el ejemplo de Cincinato, y enmudecieron los censores que premiaban con públicas alabanzas al ciudadano que cultivaba bien su campo, y al perezoso ó descuidado reprendian y castigaban con la infamia (1). Empezaron los romanos á gustar del ócio y las riquezas; acrecentáronse las haciendas. con el desenfreno de la usura, la violencia de los poderosos ó el favor de los magistrados; encomendáronse las labores á los esclavos, desterrando á los hombres libres que antes poblaban las feraces campiñas de la Italia; recrudeciéronse las discordias civiles y se repartieron entre los soldados las tierras confiscadas á los proscriptos; el pueblo se acostumbró á las distribuciones de víveres, hízose mendigo en odio al trabajo, y la agricultura huyó de aquel pais inhospitalario.

La Italia estaba muy lejos de bastarse á sí misma. «Aquí tra>>>tamos en subasta, dice Columela, que se nos traiga trigo de las >>provincias ultramarinas para no morir de hambre, y guardamos >>en nuestras bodegas los productos de las vendimias de las islas >>>Cicladas, de la Bética y las Galias (2).» Tiberio, en una arenga dirigida al Senado, se duele de que el sustento y la vida del pueblo romano pendan de la incertidumbre del mar y la furia de las tempestades (3).

La esterilidad de los campos de Italia aumentaba el pedido de los frutos, y las salidas que procuraba el comercio, debian excitar el deseo de mejorar el cultivo de las provincias y extenderlo á las tierras eriales. Los vicios y abusos que aniquilaron la agricultura en los alrededores de Roma, eran en su mayor parte vicios y abu

(4) Plin. lib. XVIII, cap. III.
(2) De re rust. lib. I, præf.
(3) Tacit. Ann. lib. III, сар. V.

sos del gobierno, cuya fuerza se vá quebrando en proporcion que se alargan las distancias.

Verdad es que Plinio escribe: Latifundia perdidere Italiam, jam verò et provincias: sex domini semissem Africæ possidebant cum interfecit eos Nero princeps (1); pero este mismo pasage confirma nuestra opinion, porque la agricultura empezó á perderse en Italia poco despues de la ruina de Cartago, se agravó su mal en los tiempos borrascosos de Mario y Sila, y padeció nuevos quebrantos durante el primer y segundo triunvirato. César y Octavio pretendieron restaurarla, pero en vano.

Pues si Plinio, contemporáneo de Vespasiano, habla de la pérdida de la agricultura en Italia como de un suceso consumado, y de su decadencia en las provincias como de una cosa reciente, se vé claro que la España pudo conservar las buenas tradiciones de la República, á lo menos en los primeros siglos del Imperio.

No eran las ciudades de España mansion de la ociosidad y la pereza, ni convidaban con los honores y los placeres, ni toleraban que la provincia fuese repartida entre pocos señores, ni las atormentaban los gritos sediciosos de una plebe hambrienta y mercenaria. Los sabios, los opulentos, los ambiciosos acudian á Roma de todas partes, y se lanzaban en aquel golfo lleno de peligros, donde algunos diestros pilotos navegaban con felicidad, y otros menos hábiles ó afortunados padecian naufragio.

En las provincias quedaban los hombres modestos y laboriosos que, como Marco Columela, cultivaban sus haciendas y cuidaban de sus ganados, olvidados de los amigos, pero tambien de los enemigos. Las discordias civiles, las proscripciones, el despojo de los propietarios llegaban alguna vez á turbar la pacífica soledad de los campos; mas venían quebradas las olas á estas playas tan lejanas. Una paz duradera habia cicatrizado las heridas abiertas á la agricultura española por la conquista, porque las calamidades de la

(1) Hist. natur. lib. XVIII, cap. VI.

guerra fueron compensadas con la introduccion de nuevos cultivos y la enseñanza difundida por los colonos romanos.

Si las provincias del Imperio hubiesen dejado perecer su agricultura á ejemplo de la Italia ¿quién hubiera abastecido á Roma? ¿dónde estarían los graneros del mundo? ¿por ventura es posible que la civilizacion subsista un solo dia á expensas de la barbarie?

No se crea sin embargo que la agricultura española floreció por igual en toda la Península, y que nunca hasta ahora su prosperidad rayó tan alto. Habia en el interior campos áridos é incultos, pues ni la diversidad del clima, ni el repartimiento de la poblacion consentian otra cosa. El suave calor de la civilizacion griega y romana fecundaba todo cuanto iba poco a poco arrebaá tando á la vida salvage y convirtiendo á la vida civil. La Cantábria resistió mucho tiempo la entrada de nuevos usos y costumbres; y por el contrario la Bética se avino pronto á la novedad, mudó de lenguage, recibió colonos y la mayor parte de sus pueblos entró en la comunidad de los latinos, de modo que los naturales eran casi romanos (1).

No, la agricultura no puede llegar á la cumbre de la prosperidad, cuando se conjuran en su daño un tibio respeto á la propiedad, los tributos injustos ó exorbitantes, los errores de la administracion y la codicia insaciable de los magistrados.

Todo el mundo sabe que la ganadería de España se distingue en estante y trashumante, y que la práctica de variar de pastos segun las estaciones data de un origen incierto y muy remoto. ¿Habrán sido los romanos autores de esta antiquísima costumbre de nuestros ganaderos?

Varron dice que el ganado lanar iba de la Apulia á la tierra de los samnitas donde pasaba los rigores del estío, y que los pastores debian hacer su declaracion ante el publicano, para no contravenir á las ordenanzas de los censores. Tambien el ganado mu

(4) Strab. lib. III.

lar subia por el verano á las montañas, y en el invierno bajaba á las llanuras. Entendian que el ganado se huelga con la mudanza de aire y las anchuras espaciosas; y así favorecian su paso al través de las tierras de labor, protegiendo las cañadas que aun hoy están en uso entre nosotros (1).

No tenemos noticia de pasage alguno de los agrónomos antiguos que confirme la introduccion en España de la pascendi ratio de los romanos. Sin embargo, puesto que todavía existe la ganadería trashumante en Italia y en Francia hacia los Alpes y los Pirineos, no parece inverosímil que sea aquí y allí un resto de los hábitos pastoriles de la nacion cuyos eran semejantes dominios.

(1) De re rust. lib. II, cap. I, lib. III, cap. XVII. Ciceron nos habla de las Italicæ calles, atque pastorum stabula. Pro Sextio. Justino dice que Filipo de Macedonia, opresor de la Grecia, dispersó las gentes y las obligó á mudar de domicilio, ut pecora pastores nunc in hybernos, nunc in æstivos saltus trajiciunt, Hist. Philip. lib. VIII.

CAPITULO VII.

De la industria.

Las artes y los oficios mecánicos fueron siempre mirados en Roma con grande menosprecio. Rómulo, al dividir el pueblo en patricios y plebeyos, encomendó á los primeros el culto, la justicia y toda la gobernacion del estado; y á los segundos, cuya pobreza no les permitia mezclarse en los negocios de la república, encargó el cultivo de los campos, la guarda de los ganados y los ministerios industriales.

Eran estos ciudadanos rústicos de tan baja condicion, que no gozaban del derecho de sufragio. La verdadera ciudadanía fué incompatible con el trabajo manual y el tráfico á la menuda que corrian por cuenta de los extrangeros y los esclavos (1).

Ciceron reputa sórdidas y viles todas las profesiones mercenarias, y en general la obra de mano que se paga con dinero, porque el salario es un pacto de servidumbre, y nada bueno puede salir de la tienda ó taller de un artesano (2). Si las leyes primitivas de Roma transmitidas á la posteridad por Dionisio de Halicarnaso se templaron con el progreso de los tiempos, las preocupaciones funestas á la industria echaron tan hondas raices, que los mayores sabios de la antigüedad hubieron de sufrir su yugo.

(4) Dion. Halic. Antiq. Rom. lib. II et IX. (2) De offic. lib. I, tit. II, cap. XLII.

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