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quienes desde los tiempos de Numa tuvieron gremios de menestrales con asambleas y ritos particulares. Todavía el año 574 de Roma los censores M. Emilio Lépido y M. Fulvio, al reformar el modo del sufragio, distribuyeron los ciudadanos por linages, profesiones y ganancias causis et quæstibus, segun dice Tito Livio (1). Como quiera, consta la existencia de los colegios de artes y oficios en España, no por conjeturas mas o menos probables, sino por inscripciones auténticas que llegaron hasta nuestros dias (2).

Resulta pues que la industria española resumia los elementos de la civilizacion indígena, fortificados con el trato y comunicacion de los fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Y siendo así que ni las leyes ni las costumbres de Roma favorecian el progreso de las artes y oficios, no vacilamos en sustentar la opinion que en todo lo relativo á las obras mecánicas, la provincia llevaba ventaja á la cabeza del Imperio. Los esclavos, los libertos y los peregrinos ó extrangeros domiciliados en Roma no formaban parte del pueblo. Habia, es verdad, cierto número de obreros libres, artesanos proletarios de peor condicion que los siervos; pero cansados de luchar con el hambre, el frio, la desnudez y todas las miserias de la vida, preferian la espórtula, las distribuciones gratuitas y la misma servidumbre á un trabajo que los envilecía sin procurarles medios de existencia.

En España ni el trabajo manual era aborrecido, ni reinaba tanta desigualdad entre las personas. El estado floreciente de su agricultura denota la prosperidad de su industria, como los cam

(1) Plutarco, Vida de Numa; Tit. Liv. lib. XL, cap. LI.

(2) Capmany copia la inscripcion de una lápida romana hallada en Barcelona, la cual acredita la existencia de corporaciones ó colegios de artesanos en esta ciudad por aquellos tiempos antiguos. Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de Barcelona, tom. I, part. III, cap. II.

pos estériles y desiertos de la Italia manifiestan la decadencia y ruina de las artes y oficios.

En suma, la constitucion romana dividía la poblacion en patricios y plebeyos, esto es, ricos y pobres, sin el vínculo de una clase media laboriosa é inteligente, nérvio de la república por el número, la virtud y la riqueza. El otium cum dignitate, máxima del gobierno aristocrático, cundió por la plebe y se hizo mercenaria. En España esta constitucion se quebrantó chocando con la organizacion antigua de nuestras ciudades y con los hábitos industriales de las colonias extrangeras.

CAPITULO VIII.

Del comercio.

No gozaba el comercio de mas favor que las artes y oficios entre los romanos. La profesion de los mercaderes estaba reputada como sordida, porque nada podian ganar sino empleando la mentira. Los negociantes merecian disculpa, sobre todo, si poniendo freno á la codicia, aplicaban á la adquisicion de tierras los fondos grangeados honradamente (1).

Tal era la doctrina de Ciceron en punto al comercio, en vilecido cuando comprendia los vendedores á la menuda, regatones y tratantes en drogas, perfumes, artículos de primera necesidad y bagatelas para el uso del sexo femenino; tolerado cuando se referia á las grandes especulaciones de mar y tierra.

Q. Claudio, tribuno del pueblo, hizo pasar una ley que prohibia á los senadores y padres de senadores poseer mas de una sola nave cuya capacidad excediese de 500 ánforas (2), pareciendo suficiente al transporte de la cosecha propia, y juzgando toda especulacion indigna de un senador (3).

Estas leyes y costumbres de Roma no debieron extenderse á

(4) Cicer. De offic. ' !, cap. XLII.

2

(2) 91, toneladas roximamente, Dureau de la Malle, t. I, tabl. VIII. (3) Tit. Liv. lib. XI, cap. LXIII.

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España sin padecer mucho quebranto, puesto que los españoles cultivaron el comercio y navegacion, siendo sus plazas principales y verdaderos emporios de riqueza, las ciudades de Tarragona, Cartagena, Málaga, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Braga y Santoña (1).

La prosperidad de Cádiz, el número y grandeza de sus naves y la dilatada contratacion de sus habitantes cuya mayor parte frecuentaba el Occéano y el Mediterráneo, y la menor preferia la vida sedentaria, constan por los testimonios de los geógrafos é historiadores antiguos (2). El comercio de los gaditanos debió ir en aumento, cuando el emperador Othon dió á su ciudad las costas de la Mauritania, y sometió á su jurisdiccion este nuevo territorio conocido con el nombre de Hispania Tingitana.

Hemos dicho de paso, al hablar de los géneros y frutos de España, que se exportaban los vinos y aceites de la Turditania, las lanas crudas y labradas, los lienzos de Asturias, las carnes y pescados secos. Ahora añadimos que tambien salian de nuestros puertos trigo, cera, miel, grana ó kermes y esparto, principalmente para Italia (3). Todas estas mercaderías se hallan nombradas en los escritores de la antigüedad; pero sin duda habia otros muchos artículos sobre los cuales guardan silencio.

Una de las mayores pruebas del genio mercantil de los españoles es la existencia de colegios de mercaderes en várias ciudades de la Península y hasta en Roma, donde se hallaban avecindados y establecidos con sus tiendas y almacenes, gozando de la libertad que las leyes otorgaban á los forasteros ó peregrinos. Excluidos de los derechos de ciudad y sufragio, vacaban al ejercicio de las profesiones industriales y mercantiles; y aprovechándose discretamente de la ociosidad de los romanos, allegaban con su diligencia y economía riquezas muy considerables.

(1) Masdeu, tom. VIII, pag. 145.

(2) Strab. lib. III.

(3) Ibid.

Tampoco era de todo punto desconocido el crédito comercial, pues consta que habia ciertos banqueros cuya especulacion consistia en prestar dinero á usura; y porque liquidaban sus cuentas á principios y mediados de cada mes, se denominaban calendarios é iduarios. La cuota ordinaria del interés era un medio por ciento mensual, ó sea el seis por ciento al año, aunque algunas veces bajaba al cinco y otras subia hasta el doce ó centésima, porque equivalia al uno por ciento pagadero en doce plazos.

No estaba menos adelantada la navegacion entre los españoles, como quien habia cursado en la escuela de tan buenos maestros los fenicios. Roma escogió muchas veces nuestras naves para la guerra, ó mandó construir armadas, teniendo en cuenta la abundancia de materiales y la excelencia de los artífices. Eran arsenales famosos los de Gibraltar, Cádiz y Sevilla; y los colegios de pilotos, barqueros y marineros de que hacen memoria diversas inscripciones contemporáneas, acreditan el número de la gente de mar y manifiestan que gozaban del favor propio de toda nacion navegante (1).

Aquellos escritores políticos de quienes en otra ocasion dijimos que ponderan en extremo la poblacion y riqueza de España en los tiempos de César, afirman que por ser tan abundantes las cosechas de trigo, no solo se satisfacian las necesidades del consumo interior, pero tambien se exportaban grandes cantidades á Italia.

Ciertamente, Estrabon asegura que de la Turditania se exportaban muchos granos y vino (2); mas ni espresa los lugares ó regiones á donde el comercio llevaba estos frutos, ni la policía annonaria de Roma era por aquel tiempo tan solicita y rigorosa como bajo los emperadores. ¿Y quién sabe si Estrabon entiende en el pasage referido por exportar sacar los granos sobrantes de la Tur

(1) Masdeu, tom. VIII, pag. 442.

(2) Exportatur è Turditania multum frumenti ac vini... Geogr. Jib. III, pag. 242.

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