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te, y ofrece el don prescrito por Moyses. Este es el Evangelio.

Mandaba la ley de Moysés que los sacerdotes juzgasen de la lepra: ellos extraian á los leprosos á un lugar separado para que con su accidente no contaminasen á los sanos, y despues que estaban ya curados, se presentaban al sacerdote señalado para esto, y si él los daba por limpios, les era permitido incorporarse con los demas ciudadanos: solo la duda de si estaban ó no curados, mandaba la ley al Sacerdote separarlos de lo restante del pueblo. Jesucristo que no vino á quebrantar la ley, sino á cumplirla, habiendo curado al presente leproso, le mandó presentarse al Sacerdote para que decretase su perfecta curacion. Esto lo hizo, segun el Cardenal Hugo, sobre el cumplimiento de lo mandado por Moysés, para manifestar el honor y reverencia debida al Sacerdote. Tambien quiso el Salvador simbolizar, que aunque el pecador se vea limpio de la lepra del pecado mortal por medio de la compuncion, y del dolor perfecto de sus culpas con un acto de contricion; sin embargo quiere que se presente á los sacerdotes de la ley de gracia á sugetarlos á las llaves de la Iglesia en el sacramento de la penitencia, para que el ministro destinado para ello los purifique del todo, y les dé las recetas necesarias capaces de evitar las recaidas, quemando sus ropas, esto es, purificando su alma por la debida satisfaccion de las reliquias de los

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pecados. ¡O sacerdocio digno de todos nuestros respetos! Pues tales comisiones le confia el Altísimo, y tanto honor recibió del grande Sacerdote, segun el orden de Melquisedec, el mismo Jesucristo! El sacerdocio de la ley de gracia es uno de los siete sacramentos, que instituyó el Salvador, y se llama del Orden. De este conviene instruir á los fieles para su veneracion y aprecio. Por tanto, yo manifestaré cuan grande, y sublime sea la dignidad del sacerdote; primera parte: qué reverencia se le debe; segunda parte.

PRIMERA PARTE.

Jesucristo es el primero, y principal sacerdote de la ley de gracia; Pontífice sacrosanto de los siglos, que vino á ofrecer por todos aquella santa y pacífica Hostia, en quien el Padre Eterno cariñosamente se complace. Es el Ministro, y la ofrenda misma; y en el sacrificio que instituyó están como refundidos todos los demas que se celebraban en la ley de Moysés. Jesucristo, dice S. Pablo, recibió del Padre la gloria de ser Pontífice, y de la plenitud de su potestad reciben la suya los sumos Pontífices señores Obispos, Párrocos, y demas presbíteros, cada uno segun el orden de su gerarquía comprendidos todos en el sacerdocio. Cuanto hacemos y egecutamos respecto de nuestro ministerio, todo dimana del Salvador. En la ordenaTOM. I.

R.

cion nos confiere la potestad que le dió el Pa dre Eterno, y nosotros no somos mas que unos vicarios suyos en la tierra. ¿Cuán grande será pues la dignidad del sacerdote? Puede algun tanto colegirse de los altos y sublimes empleos á que el Señor los dedica.

El empleo del sacerdote incluye dos potestades, que son de orden y de jurisdiccion. Toda potestad se ordena al verdadero cuerpo de Jesucristo en la sacrosanta Eucaristía, y esta es la potestad del orden, y al cuerpo místico del mismo que es la Iglesia, y esta es la potestad de jurisdiccion, y por esta deben los sacerdotes gobernar y dirigir á los cristianos á la celestial y eterna bienaventuranza. Esta potestad desciende de la primera, la que es tanto mas excelente que esta segunda; cuanto lo es el verdadero Cuerpo de Jesucristo á su cuerpo místico. Estas dos potestades son las que se llaman llaves de la Iglesia, que confirió el Salvador á S. Pedro, y este á todos sus succesores, cuando en la noche de la cena le ordenó de sacerdote como á los demas Apóstoles, dándoles facultad para ordenar á otros. ¡Oh! ¡ cuánta es la potestad del sacerdote por sola la de consagrar, y distribuir el sacratísimo Cuerpo de Jesucristo! Esta potestad excede á cuanto el entendimiento humano puede concebir; potestad á la que no se encuentra semejante. A los Angeles se dió facultad para manifestar á los hombres su símbolo, ó figura de este misterio, ya

cuando hizo aparecer en el aire un pan subcinericio á Gedeon para vencer con él al egército de los Madianitas: á Elias á fin de que cobrase aliento para subir al monte Oreb, á donde le llamaba el Señor, y á otros en lances semejantes. Pero á ninguno de ellos se le concedió la potestad de convertir un pan, en el mismo Cuerpo del Salvador. Ni aun á Maria santísima le dió tal potestad; sin embargo de ser la criatura mas sublime, por ser la reyna de todas las virtudes. Bien es verdad, que de algun modo podemos decir, que la encarnacion del Verbo Eterno es un remedo de la consagracion del pan y el vino, y esta renueva á aquella en nuestros altares. A solas unas pocas palabras de la señora, ved aqui vuestra esclava, hágase en mi segun tu palabra, descendió el Verbo del seno del Padre, y se hizo hombre en sus entrañas purísimas; pero aun excede el sacerdote, que con solas estas cuatro voces: este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, se obra un semejante prodigio, ó se renueva. Cada vez que el sacerdote pronuncia las tremendas palabras de su ministerio, baja del cielo Jesucristo á sus manos, y se introduce en su pecho. Como que vuelve á encarnarse el Hijo de Dios, y á nacer en nuestros altares, y podemos decir: El Verbo se ha hecho carne, y habitó con nosotros.

¡Ha! Si ponderamos las palabras con que explica esto el Padre S. Agustin en la exposicion de los Salmos, advertiremos algunas cir

cunstancias, que engrandecen la potestad del sacerdote sobre el mismo misterio de la encarnacion. Oidlas para vuestra instruccion y enseñanza. ¡0 venerable dignidad de los sacerdotes en cuyas manos se encarna el hijo de Dios coen el seno de la Virgen! ¡0 sagrado y celestial misterio!.... que en un mismo momento, el Dios que preside en los cielos, está en vuestras manos en el sacramento del altar! ¡O venerable santidad de manos! ¡0 egercicio feliz! ¡0 gozo verdadero del mundo!.... El sacerdote hace este misterio, y los Angeles á quienes no se les ha conferido esta potestad, asisten al celebrante como unos siervos. Sobre este tan inefable privilegio se pasma el cielo, se admira la tierra, se confunde el hombre, se horroriza el infierno, se estremece el demonio, y es objeto de la veneracion de la grandeza angélica. No puede decirse mas: en esta potestad se verifica lo dique ce la Escritura, obedece Dios á la voz de un hombre.

Se sigue á esta potestad la de jurisdiccion, y el principal egercicio de eta es el perdonar Ꭹ los pecados de los hombres. Nada hay mas admirable, que el que un hombre fragil, mortal y corruptible pueda con autoridad decir al penitente: yo te absuelvo de tus pecados, con tanta verdad y eficacia, que si nada falta por parte del pecador arrepentido, inmediatamente que el sacerdote pronuncia estas palabras de la absolucion, se le perdonan todas sus culpas. ¡0

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