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critura, es el testimonio de Dios, que nos dice cree esto ó el otro?

Pero aunque sea obscuro lo que nos presenta la fé, no creemos á ciegas qué es lo que nos imputan los filósofos, no; tenemos, á mas del testimonio de Dios, ciertas señales por donde podemos conocer ser cierto este mismo testimonio. Por eso S. Pablo dice por una parte, que debemos cautivar nuestro entendimiento en obsequio de la fé, esto es, que debemos cerrar los ojos de la razon á todo discurso, cuando se trata de creer los dogmas de la religion. Por otra parte dice, que es razonable nuestro obsequio á la fé, esto es, que nada repugna á la razon lo que se nos manda creer por la fé. ¿Y cómo ha de repugnar á la razon? Si aunque los misterios de la religion no sean inteligibles, son, segun David, evidentemente creibles los testimonios de Dios. ¿Y qué fundamento tenemos para hacer creible lo que la fé nos enseña? ¡Ha! fuera de que el mayor fundamento es la autoridad de Dios, tenemos muchas señales exteriores con las que podemos convencernos de la verdad de lo que Dios nos ha revelado.

La primera y principal es la que dió el mismo Jesucristo á los que le preguntaban como creerian lo que él les mandaba egecutar; ¿quién le habia dado potestad para establecer una ley nueva? Y Jesucristo no les dió otra señal que decirles: deshaced este templo, hablaba, dice el Evangelio, del templo de su cuerpo, y en tres

dias volveré á reedificarlo: esto es, matadme, y al tercer dia resucitaré. La muerte y resurreccion, fué la señal que nos dió Jesucristo para que creyésemos en cuanto ahora creemos en la Iglesia: que murió Jesus no hay que dudarlo; pues lo vió todo el pueblo á quien habia predicado. ¿Y resucitó? Si, hermanos mios, resucitó verdaderamente, dice el Evangelio: ved ya el fundamento de nuestra creencia. Si Cristo no hubiera resucitado, decía S. Pablo, vana es nuestra fé, inutil nuestra predicacion. ¿ Pe៖ ro quién asegura que resucitó? Los mismos judios sus contrarios. Ellos pidieron á Pilatos guardias para el sepulcro, no fuera que vinieran de noche sus discípulos, y robando el cuerpo de aquel seductor, que dijo habia de resucitar, se confirmase el error. Lo sellaron, pues, lo custodiaron con ministros confidentes, y luego no le hallan; dan parte de esto á los superiores, añadiendo que un grande resplandor los habia sorprendido, y estos les ofrecen dinero para que digan que durmiendo ellos, robaron el cadáver sus discípulos. ¡ Necios! dice S. Agustin si dormian cómo podian atestiguar que 3 lo robaron? ¿Si estaban dispiertos cómo guarૐ daban el sepulcro? Todo esto (omitiendo las revelaciones) acredita la resurreccion de Jesus, y la señal mayor de nuestra fé.

Se sigue á esta señal otra, la cual manifiesta con la mayor claridad, la verdad de nuestra religion, y es en el modo con que fué pro

pagada. Quiso Dios convertir al mundo, y que creyesen en su Hijo, y la doctrina que habia predicado, y para esto envia no elocuentes oradores y famosos sabios, sino doce pobres, los mas de ellos pescadores, sin crianza, sin nacimiento, sin ciencia, y estos empiezan á predicar la fé que tenemos, y consiguen, dice S. Agustin, poner bajo el yugo de la cruz á los hombres de mayor ingenio; haciéndolos no solo cristianos, sino predicadores del cristianismo. Aqui está el dedo de Dios; esta solo es obra del Excelso. No puede uno engañar á otro sin tener por lo regular mas talento que él. Luego los Apóstoles no fueron engañadores, porque siendo ignorantes, solo Dios, que hablaba en ellos, podia hacer que convirtiesen á los mas sabios filósofos, haciéndoles abrazar una doctrina, que ellos mismos detestaban, como que contradecia á sus mas impuras y detestables pasiones.

Otra señal de la verdad de nuestra religion: los milagros que, para confirmarla, ha egecutado el Señor por medio de sus siervos: esta es la que dió Jesucristo á los discípulos de Juan: los ciegos ven, les dijo, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan. El ser supremo y soberano de la naturaleza no puede perturbar el orden que en ella ha establecido para autorizar la mentira. Si ha hecho milagros para confirmarnos en la fé, prueba es de que esta es verdadera. Los ha egecutado en

efecto, muchos leemos en las historias, y quizá algunos hemos presenciado. Milagros no de aquella clase con que un fanático embustero, un jugador de manos suele entretener y deslumbrar la vista de un pueblo sencillo é ignorante, no, sino unos milagros que participan de la creacion, y á que no puede llegar la industria humana; tales son la resurreccion de un verdadero muerto, la repentina curacion de un enfermo desahuciado : milagros en fin no divulgados por una gente supersticiosa y parcial, sino por hombres sabios y justos, y aun por hombres enemigos de la religion, que confiesan haber visto frustrados cuantos medios pusieron para contradecirlos.

Mas señales: la sangre de inumerables mártires que gustosamente ofrecieron sus miembros al tirano en defensa de la religion; nó es una prueba incontestable de su divinidad? ¿Cómo habian de haberse hecho superiores á los tormentos unas doncéllitas tiernas, unos niños delicados, si una virtud divina no los hubiera confortado? હૈ Cómo tantos mártires ignorantes habian de haber contrarestado las máximas de los que los atormentaban, sino fuera, que no eran ellos los que hablaban, sino el espíritu de Dios, que hablaba por sus bocas?

Otra señal podia alegar á favor de nuestra fé, y es el haberse convertido á ella, muchísimos Doctores, y hombres de la mayor graduacion despues de haber careado mucho tiem

po los dogmas y doctrina de nuestro Evangelio con las de las sectas que seguian, como sucedió á S. Agustin; prueba de que la hallaron mas verdadera, mas cierta, y mas segura. Pero me alargo demasiado: he dicho lo bastante para demonstrar los inumerables motivos de credibilidad que tiene á su favor nuestra religion, y fé católica. ¿ Pues por qué puede haber ૐ sugetos que duden de su verdad? lo manifestaré en mi

SEGUNDA PARTE.

Buena semilla sembro Jesucristo en el campo de la Iglesia. La doctrina, misterios, dogmas, preceptos, y aun consejos que nos da la fé, han llenado la Iglesia de hombres justos, el cielo de cortesanos, y los altares de santos, que nos sirven de modelo. La Iglesia sin embargo está llena de cizaña; esto es, de errores y máxîmas torcidas, que aunque disimuladas en una nacion que no las deja brillar públicamente, porque las arrancaria de raiz, con todo perjudican demasiado, y sofocan la buena semilla de la religion, que en nombre de Dios sembraron nuestros padres en nuestro corazon desde la infancia. Las comparaciones que de la Iglesia hace la Escritura, ya indica haber en ella una mezcla de trigo, y de cizaña; de buenos y malos; es la era donde está el grano y la paja, la red donde hay peces buenos y malos; es las bodas en donde hay vírgenes prudentes

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