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ta, nos provoca á la iniquidad, y para eso se sirve como de armas auxiliares del mundo y de la carne, á fin de asegurar sus trofeos. De suerte, que podemos decir, que toda tentacion viene del demonio, á quien justamente dá el Evangelio el título de Tentador, el cual, á manera de un leon rabioso, como dice S. Pedro, da vueltas buscando á quien tragar; indagando las complexiones, la condicion, el gusto, y las necesidades de los hombres para acometerle por el flanco, y no poner en contingencia su victoria.

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Infeliz hombre ! ¡Qué rodeado estás de ten taciones! ¡Con cuánta precaución debes vivir! ¡Expuesto estás en una continua guerra! Gono+ ce, le dice el Eclesiástico, (1) que pasas por medio de muchos lazos. No dice, mira, sino conoce; esto es, mira con reflexion que se oculta en todas las cosas cierto lazo para hacer caer al hombre. Lazo en la comida, lazo en la be bida, en las riquezas, en la pobreza, en la honra, en la vileza. Explicando esto S. Juan Crisóstomo, (2) dice: Sale el hombre á la calle, ve á su enemigo y le acomete el odio: ve alabar á uno, y le asalta la envidia: ve á un pobre y quiere despreciarle ve á una muger, y quiere su hermosura aprisionarlo. ¿Vés cuantos laૐ zos? Muchas veces es lazo para caer la esposa, otras los hijos, otras tus amigos, otras tu mismo. Asi habla el Santo, y no es mas que de(1) Cap. 9. (2) Hom. 15. ad pop. Antioc.

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cir lo que escribió Jeremias. Lazo sobre ti habitador de la tierra. Por eso nuestra alma se compara á un lirio entre las espinas, porque segun decía S. Bernardo (1), mientras que nuestra alma está unida al cuerpo, vive en un mundo lleno de espinas, y asi es indispensable que sienta las punzadas, y aguijonazos de las tentaciones; estar entre ellas, y no dañarse, no es dado al poder humano, sino al divino. Luego, segun la doctrina de este santo, pueden vencerse las tentaciones con el auxilio divino. Asi es: el demonio que, como he dicho, es el principal autor de ellas, no puede hacernos caer sino queremos.

El Angel del Apocalipsi, dice S. Juan, lo tiene ligado con cadenas eternas, y asi lo que puede hacer es ladrar como un perro que está atado; pero no puede morder, sino se da asen. so ó consentimiento á los ladridos de sus tentaciones. Segun esto, ¿las tentaciones no son malas si en ellas no se consiente? No por cierto: son útiles y provechosas para el alma. ¿Qué sabe el que no es tentado? dice el Sabio. Ni sabe hasta donde llega su miseria para precani la de los demas hombres para compadecerse de sus delitos; ni el valor de las virtudes para destruir los ardides del demonio, ni sabe ni sabe hasta donde llega el poder de Dios para hacernos triunfar de nues tro adversario. Todo este conocimiento adquiere el hombre que es tentado. Sirven para

verse,

(1) Serm. 48. en Cant.

el

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égercicio de la humildad: la oracion, la mortificacion de la carne, y otras virtudes que, como ya digimos, son las armas para resistir los combates del demonio. Sirven para probar nuestra fé, nuestra esperanza, y nuestra caridad. Asi como el horno prueba la firmeza del vaso de barro, dice la Escritura, asi la tentacion es la mayor prueba de una alma justa. Asi por medio de las tentaciones que sufrieron y vencieron ha llegado á nuestra noticia la castidad de José y Susana, la paciencia de Job, la fidelidad y obediencia de Abran. Es la tentacion como la pala, ó la horquilla con que se separa el trigo de la paja. Sirve tambien para nuestro premio. Bienaventurado el varon, dice Santiago, que sufre la tentacion, porque siendo probada con ella su virtud, resistiendo al mundo, carne y demonio, recibirá la corona de la vida que prometió el Señor á los que le aman. Lo cierto es, que la gloria se dará por via de corona; esta supone victoria, la victoria pelea, y la pelea enemigos. Ved pues, como las tentaciones lejos de ser malas, son útiles, si triunfamos de ellas, sino consentimos, sino caemos en los lazos que nos preparan. Pues, Señor, decimos en el Padre nuestro no nos dejes caer en la tentacion. Como quien dice: Dadme tu gracia, tus auxilios, sin los que yo no soy capaz de vencer eficazmente todas las tentaciones. Escrito está: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano trabaja el que vela para custodiarla. Ya

lo he experimentado muchas veces, en las que tentado al mal, he triunfado con vuestra gracia; y he conocido claro, que á vista de la terrible fuerza que me hacian los enemigos del alma para sumergirme en el pecado, si el Señor, como decía David, no me hubiera ayudado y sostenido, faltaba poco para que mi alma habitase ya el infierno. Pues, Señor, ayúdame, no me dejes caer en la tentacion, é inspira á mi espíritu los medios que debo poner de mi par te, para salir en ella victorioso. Voy á manifestar en mi segunda parte cuáles sean estos.

SEGUNDA PARTE.

Todo el conato de los Filisteos era el dejar indefensos á los Israelitas para mejor vencerlos en los combates. Asi les prohibieron tener fabricantes de armas; por lo que hubo lance que solo Saul y Jonatás estaban armados cuando salian á campaña. De esta misma astucia usa Satanás, cruel enemigo nuestro, que al mismo tiempo que aumenta sus fuerzas con el auxilio del mundo y de la carne, procura desviar á los cristianos de aquellos medios, que para destruir sus tentativas nos propone la Iglesia, y la Escritura sagrada torre de David, de la que penden mil escudos y toda la armadura de los fuertes. Varias son pues las armas con que podemos vencer á Satanás con el auxílio de Dios, cuando nos tientà, y quiere rendirnos á la culpa. La oracion,

la fuga de las ocasiones, resistir á la tentacion en sus principios, la invocacion de Maria santísima, la memoria de los novísimos, y la frecuencia de los sacramentos. Digamos algo del valor de estas armas que nos dá el Señor en su Escritura para coronarnos con la humillacion de nuestros enemigos.

Oracion esta es la poderosa arma que nos dió el mismo Jesucristo en su Evangelio. Velad, dijo, y orad para que no entreis en tentacion. De esta se valía S. Pablo en los combates del infernal enemigo, y esta le sirvió para triunfar de su astucia. Oid como lo expresa él mismo. Para que no me ensoberbeciesen la multitud de revelaciones con que me enriqueció el Señor, permitió éste, que el Angel de Satanás me castigase estimulando mi carne para el pecado, por lo hice tres veces oracion al Señor para que se que apartase de mi el tentador, y me dijo: basta para que venzas mi gracia. En efecto, aquel Dios que dice, pedid y recibireis, cuando una alma se ve afligida por el ímpetu de las tentaciones, y acude a Dios implorando su auxilio, y asistencia con un verdadero espíritu de piedad, este Señor se lo concede de modo, que de la misma tentacion hace que saque provecho, como dice la Escritura. Especialmente debemos recurrir á Jesucristo que es la propiciacion por nuestros pecados, y abogado para con el Padre Eterno. En las llagas de este dulcísimo Redentor hallaremos asilo contra las asechanzas del

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