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tuarios de la veneracion y respeto de los hom bres? ¿Cuán dignos de castigo serán sus profanadores? Voy á responder á estas pregun

tas en la

SEGUNDA PARTE.

Si el Santuario de Jerusalén era tan digno de respeto, y asi irritó al Salvador la accion de apedrearle en él, ¿cuánto mas lo son los Templos de la ley de gracia, que son la realidad de lo que aquel figuraba? ¡Ah! consideremos lo que son cada uno de ellos. ¿Qué es lo que contenia el Templo de Jerusalen? ¿Qué se egecutaba en él? Todo el motivo que proponia Salomon á los judíos para excitarlos á su veneracion, era decirles, que alli estaba la gloria del Señor. Esta consistia en una nube que se formaba de humo denso desde don de les hablaba el Señor. En nuestros Templos no está la gloria del Señor, sino el mismo Sefor de la gloria, no visible, sino oculto bajo las sagradas especies de pan y vino. En aquel Templo los Angeles eran los que subian al cie lo las oraciones de los justos, como dijo S. Ra fael á Tobías; pero aqui el mismo Jesucristo es la ofrenda y el oferente, y está rogando por nosotros para reconciliarnos con su Eterno Padre. Aquel Templo parecia una carnicería, dicen los Santos Padres, pues para los sacrificios que se egecutaban, se mataban reses, se quemaban aves, y la sangre de las víctimas man

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chaba todo el pavimento. Aqui la víctima que se ofrece, en el único sacrificio que hay, que es la Misa, es el Cordero vivo de Dios, y si está muerto, es solo en la representacion; mas él está vivo y dando vida al que lo recibe. Sangre en nuestras Iglesias no hay mas que la de un Dios hombre, que derramada en el calvario sobre nuestras cabezas, nos libertó de la espada del exterminio. En suma, lo mas precioso que contenia el Templo de Jerusalén era la Arca santa, en la cual estaba la vara de Aaron, las tablas de la ley que Moysés recibió de Dios en el monte Sinai, y un poquito de maná del que cayó en el desierto, que se conservaba en una urnita.

Pero hablemos claro. ¿Qué hay en nuesૐ tras Iglesias que no sea mas digno de nuestras atenciones? Aqui están esas pilas bautismales, donde, mejor que en el Jordan Naaman Siro, nos limpiamos de la lepra del pecado original. Aqui están esos santos óleos, que ó nos corroboran en el bautismo, y confirmacion, ó extinguen las reliquias de nuestros pecados en la extrema-uncion. Aqui están estos púlpitos, donde los ministros del evangelio, ó por mejor decir, Dios por su medio, nos enseñan el camino recto para conseguir nuestra salvacion. Aqui están esos confesonarios, donde Jesucristo, por medio de los Sacerdotes nos recibe con amor, y nos perdona con la absolucion nuestros delitos. En fin, aqui está ese sagrário ve

nerable, que contiene, no la vara de Aaron, sino á aquel Señor que nos sacó del poder del infernal Faraon, no las tablas de la ley, sino al mismo Legislador nuestro maestro, no el maná, sino el pan vivo que descendió del cie lo; y ese es el tabernáculo de Dios con los hombres que eligió para habitar con nosotros hasta la consumacion de los siglos.

Todo esto, hermanos mios, debe excitar en nosotros un espíritu de devocion en estos lugares santos, la compostura de nuestras accio nes, la atencion reverente á los sagrados mis terios que en ellos se celebran; el silencio, la oracion y demas virtudes propias de la casa de Dios. Pero ¡ah! La idea de nuestros San→ tuarios ya no existe. ¡Qué irreverencias se notan en estas casas, á quienes, segun David, corresponde la santidad! ¡qué conversaciones! ¡ qué miradas! ¡qué risas! ¡qué cosas estamos viendo todos los dias en la casa de la oracion! Mira, Ecequiel, dijo Dios á este profeta, cuando en espíritu le llevó al Templo de Jerusa lén para que advirtiese los desórdenes que él cometian los hijos de Israél, mira, ¿te parece pequeño delito el que cometen estos, que no contentos con llenar de iniquidad la tierra, vienen á insultarme dentro de mi misma casa? Pues yo les castigaré, les volveré la espalda, y cuando en sus necesidades imploren mi favor, me haré sordo al eco de sus clamores.

en

Oís, Señores, las amenazas de Dios? Pues

esperad su cumplimiento; aunque juzgo ya lo estais experimentando: la peste, la hambre, la sequía, la pobreza, y otras plagas, efec tos suelen ser de la profanacion de los Templos. Se ven en ellos señoras que asisten, mas para llevarse los inciensos debidos al Rey supremo, que para manifestar á Dios sus miserias. Otros, que al mismo tiempo que el Sacerdote está pidiendo misericordia para sus almas, ellos están por los rincones injuriando á aquel á quien con su dolor debian aplacar. Otros: es tanta la impaciencia que muestran en la duracion de los divinos oficios, que calculan los minutos que dura la misa, quejándose de la gravedad y lentitud de un devoto ministro, y alabando la escandalosa precipitacion de otro. Hay tambien, segun decía Jeremías, quien pone tropiezos á la modestia en la misma casa donde se invoca el nombre del Señor: asi decimos, que hay sugetos que en la Iglesia están alimentando por sus ojos la lascivia, y que con señas, con palabras, ó con papelitos prosiguen en ella sus amores ilícitos, egecutando quizá en el Templo acciones, que en su casa un padre cuidadoso, ó un marido recatado procuraria estorbarlas.

¿Qué es esto? ¿Sabeis, señores, á dónde vais, cuando entrais en la Iglesia? No extrañeis esta pregunta: cuando los antiguos gentiles iban al templo de sus ídolos, uno de sus sacerdotes se ponia en la puerta, y en alta voz

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decía: ¿Sabeis á dónde vais? Vamos, decian, á la casa de nuestros dioses. & Sabeis á qué vais allí? Sabemos, decian, que vamos á darles gracias por los beneficios que nos comunican, y á pedirles socorro para nuestras necesidades. Con esta consideracion entraban con la mayor compostura. Unos se descalzaban por no manchar el pavimento: otros se ataban las manos para dar á entender que se imposibilitaban para egecutar irreverencias: otros sufrian se les incendiase una mano que sostenia una hacha, como sucedió á un page de Alejandro Magno, por no interrumpir con sus clamores la solennidad de los sacrificios. Esto hacian los que adoraban por Dios á un gato, á un perro, y todos al demonio. Si los cristianos al entrar en nuestras Iglesias reflexionasen que van alli á llorar sus culpas, y que si Dios no se las perdona han de sufrir un fuego eterno: que van alli á rendir el debido homenage á un Dios que los ha criado y redimido á costa de su pre ciosísima sangre: que van alli á pedir agua para sus campos, serenidad en las tempestades para que no se pierdan sus mieses; y la salud para los enfermos, con el fin de la que muerte no arrebate al padre, ó al marido que ha de sustentarlos. Si considerasen..... Pero no nos cansemos. Todo esto está borrado de la memoria de los hombres, y lo mismo se va á la Iglesia, que á la plaza, al paseo, tertulia, ó casa de juego. ¡0 cuánto mal egecutan tus ene

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