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fusamente cédulas de desaprobacion (1). Viendo Caton con que habilidad estaban dirigidas estas maniobras, y teniendo por seguro un descalabro para. el senado, interpela á Pison acerca de su conducta con una fuerza de indignacion que produce una sensacion profunda. Sucédele Hortensio y su palabra siempre grata excita los aplausos de la muchedumbre; hacen oir su voz otros oradores, y todos condenan unánimemente el escándalo. En aquel momento vienen á anunciar que los auspicios son desfavorables, y que los co. micios quedan prorogados.

Convocósc con urjencia al senado. Un miembro propuso invitar á los cónsules, por medio de un decreto, á que solicitaran del pueblo la sancion pedida, medida extrema á que no se apelaba sino en circunstancias escepcionales. Asustado Clodio con aquel acto de firmeza, se echa á los pies de cada senador; Pison y Curion por su parte trabajan para que sea rechazada la proposicion. Inútiles esfuerzos: el decreto se aprueba por 400 votos lo menos contra 15, disponiendo expresamente que se convoquen de nuevo los comicios, suspendiéndose entre tanto los demas negocios. Al ver Clodio este resultado, de humilde que se habia mostrado poco antes pasó á abandonarse sin freno á la violencia de su carácter; llenó de injurias á Hortensio, á Lúculo y á Mesala. Respecto á Ciceron se contentó con elogiarle irónicamente por su talento maravilloso para descubrir conspiraciones.

Pocos dias despues se reunieron los comicios. Clodio no habia perdido el tiempo: dotado de la actividad que distingue á los fautores de desórdenes, habia reanimado el valor de sus partidarios, y difamado hábilmente á sus adversarios en el concepto del pueblo. Pero Ciceron, atacado personalmente le habia lanzado en plena tribuna una de esas invectivas mortiferas que sabia tambien dirigir cuando la reflexion no templaba la fogosidad de su celo: «¡Dioses inmortales! escribe él mismo, ¡qué golpes les he dado! ¡ qué carnicería he hecho en ellos! ¡cómo me he arrojado sobre Pison, sobre Curion, sobre todos esos miserables bandidos! ¡cómo he aplastado con mis desprecios á esos viejos atolondrados, á esos imberbes disolutos!>> Sin embargo no se dejaban de temer por el resultado del escrutinio. Asustado Hortensio del giro que tomaba el negocio, imaginó un expediente que, á su juició, podia satisfacer á la plebe, al propio tiempo que ponia á cubierto la dignidad del senado. El principal agravio de Clodio contra el senado-consulto se fundaba en la disposicion que conferia al pretor el derecho de componer un tribunal á su eleccion. Hortensio sugirió al tribuno Fufio, cuya oposicion consideraba temible, la idea de presentar por sí, en forma de enmienda, un proyecto de ley segun el cual se sancionara el sénado-consulto en todas sus disposiciones, excepto la relativa á la composicion del tribunal. Fufio acogió con presteza aquella insinuacion, y la ley fué inmediatamente propuesta.

Este término medio era del agrado general, mas no obstante, Ciceron se opuso á él porque toda la ley estaba en su concepto en el

(1) Las cédulas ó tablillas de desaprobacion tenian uña A que significaba antiguo, esto es, voto por lo antiguo, desapruebo la innovación. La fórmula de aprobacion era una U y una R, uti rogas.

artículo que se suprimia, hasta tal punto que para él era preferible una absoluta repulsa á la adopcion de la transaccion propuesta; siendo mejor abandonar á Clodio á su infamia, que entregarle á una justicia irrisoria. Hortensio insistió convencido, segun decia, de que el culpable no podia escapar, cualquiera que fuese el personal de los jueces, y de que una espada de plomo bastaría para atravesarle. El pequeño número de los disidentes abrazó esta opinion, y fué votada la ley Fufia, por una grande mayoría.

Este resultado de la primera parte del proceso desalentó profundamente á Ciceron, quien desde aquel instante amainó velas, segun su propia expresion, y se mantuvo á la capa como si hubiese ya presentido el decreto de destierro y el incendio de su casa.

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Cuatro ciudadanos se habian presentado ante el pretor para constituirse en acusadores de Clodio; primero los tres hermanos Cornelio Lentulo, á saber: Publio, Lucio y Cayo, y luego Cayo Fannio, pontifice inferior. No se disputaron la calidad de acusador principal, lo cual hubiera producido las dilaciones de un debate judicial: arrogose ese titulo Publio Lentulo, el mayor de los hermanos, que era el de mas dignidad, afirmando bajo juramento que no procedia por malicia; sus dos hermanos y Fannio figuraron como acusadores adjuntos (subscriptores), y todos cuatro firmaron la sumaria en que aparecian los nombres de los acusadores y del acusado; la prestacion del juramento, la calification del crimen y la fijacion del décimo dia para abrir los debates.

El pretor hizo citar al acusado y sus defensores, á los acusadores y á los jucces para el 4 de mayo de 693, despues de los juegos florales.

Llegado aquel dia, el foro ó plaza pública fué invadido por la muchedumbre desde la salida del sol; los pórticos de los templos de Saturno, de Castor y Polux, de Vesta y de la Concordia se llenaron de espectadores, así como las gradas aurelias y las galerías superiores de los edificios particulares, desde donde podia alcanzarse á ver el Foro. A eso de las nueve percibióse una vasta ondulacion entre el gentío, abriéndose para dar paso a Clodio que caminaba lentamente, seguido de sus defensores en número de cuatro, de sus clientes, de sus amigos, y de muchos individuos de su familia, entre los cuales se notaban sus tres hermanas Clodia, Pulcra y Tercia; iban todos vestidos de luto. A poca distancia, detrás de la comitiva de Clodio, venian los acusadores, acompañados de muchos personajes de distincion, el cónsul Mesala, Ciceron, Hortensio, Catulo, Caio, Pison, Lúculo y otros varios. No tardó en presentarse el pretor, seguido de sus dos lictores, de sus escribanos y de sus porteros, y tomó asiento en medio del Foro sobre un tablado elevado delante de una pica y una espada, símbolos del mando y de la fuerza. Mas abajo, á algunos pasos de distancia, á la derecha, estaba el banco de los acusadores formando una linea curba; á la prolongacion de esta linea, por la izquierda, estaba el banco del acusado y de sus defensores. El espacio que mediaba entre aquellos bancos y el tablado

contenia las gradas de los jueces, dispuestas en semicirculo: una balaustrada de poca altura y perfectamente circular cerraba todo aquel recinto.

Abierta la audiencia y llamadas las partes, anunció el pretor que iba á proceder al primer sorteo (sortitio) de los cincuenta y seis jueces jurados que debian conocer del negocio. Añadió que el acusador y el acusado tenian derecho de recusar hasta veinte y ocho cada uno, á saber: diez del órden de senadores, nueve del orden de caballeros y nueve del órden de tribunos del erario. Al punto los porteros trajeron tres urnas, dentro de las cuales estaban las bolas en que se hallaban inscriptos los nombres de los jueces de servicio para el año; habiéndose abierto las urnas, el magistrado sacó de la primera diez y nueve nombres de senadores, de la segunda diez y nueve de caballeros, y de la tercera diez y ocho nombres de tribunos del erario: total cincuenta y seis jueces.

Levantándose entonces el acusador declaró que recusaba á veinte y un jueces que designó. El acusado recusó á nueve.

El pretor manifestó que iba á verificar el segundo sorteo (subsortitio) para completar el número de los jueces. En su consecuencia sacó de las urnas cincuenta y seis nuevos nombres de la misma manera y en la misma proporcion que la vez primera; despues, dirigiéndose al acusador, le dijo que pudiendo recusar la mitad de los jueces, esto es, veinte y ocho, y habiendo ejercido ese derecho respecto á veinte y uno, solo podia hacer ya siete recusaciones, á saber: seis del orden de senadores y una del de caballeros. Advirtió igualmente al acusado que podia proponer diez y nueve recusaciones, siete de los tribunos del erario, siete de los caballeros, y cinco de los senadores. Colocó entonces los cincuenta y seis nombres en una cuarta urna, y los sacó nuevamente á la suerte, haciendo cada parte sus recusaciones alternativamente, primero el acusador y luego el acusado.

Apurado por una y otra parte el derecho de recusacion, tomaron asiento los cincuenta y seis jueces en los bancos que les estaban destinados, y prestaron el juramento prescrito por la ley. El pretor declaró que el tribunal estaba constituido.

Esta operacion preliminar no se habia practicado sin ocurrir algun desórden: á cada recusacion se oian gritos de aprobacion o desaprobacion entre la multitud, segun el sentimiento que dominaba en tal ó cual grupo. Apenas habian los jueces ocupado sus asientos, cuando cada uno se echó á calcular el éxito del proceso, con arreglo á la composicion del tribunal. Clodio habia hecho sus esclusiones con mucha habilidad, logrando descartar á la mayor parte de los ciudadanos independientes. Veianse entre los jueces, si se ha de creer á Ciceron, senadores arruinados, caballeros andrajosos y tribunos del erario que nada tenian de comun con la moneda sino su título. Thalua, Plaucio y Spongia eran públicamente conocidos por unos perdidos, y la presencia de algunos hombres probos, á quienes no habia podido alcanzar la recusacion, era insuficiente para tranquilizar á los buenos ciudadanos.

El pretor concedió la palabra al acusador.

Hacia treinta años que la ley Servilia, para poner fin à ciertos

abusos, habia ordenado que los procesos de cierta especie se vieran dos veces, con un dia de intermedio; la segunda vista se llamaba comperendinacion (comperendinatio), es decir, proroga hasta el tercer dia. Esta reiteracion, restringida en un principio á un caso especial, se hizo luego extensiva á varias clases de acciones criminales, y parece que la ley Fufia la habia hecho aplicable al proceso de Clodio. Fatigados los abogados con estas dos defensas, que ellos consideraban como un doble trabajo, se habituaron á reducir la primera á una simple exposicion de las generalidades del negocio, reservando para la segunda el exámen de las pruebas y la produccion de los principales argumentos. Esta manera de obrar les ofrecia por otra parte la ventaja de poder discutir sobre los dichos de los testigos en un discurso seguido, ventaja de que no gozaban cuando los testigos eran oidos despues de la defensa única. Mas la comperendinacion era poco favorable á los acusados, por lo mismo que permitia al acusador tener argumentos reservados, y dar mayor precision á las alegaciones fundadas en las deposiciones de los testigos.

Publio Lentulo se limitó, pues, á esponer los hechos tales como resultaban de las versiones mas acreditadas, y á presentar algunas consideraciones sacadas de la gravedad del crímen y de la responsabilidad de los jueces. Despues, trazando rápidamente un cuadro de la situacion de la república, la pintó colocada en la pendiente de su ruina por la violencia de las facciones, nacidas segun él, de la relajacion de las costumbres, de la rivalidad de las ambiciones, y sobre todo del menosprecio de los dioses.

A una señal del pretor se levantó á su vez Curion, principal defensor de Clodio, y tomó la palabra. Despues de haber solicitado la benevolencia de los jueces en favor de un ciudadano cuyo mayor crímen, cuyo único crímen á los ojos de los nobles, era haber abrazado ardientemente la causa del pueblo, hizo oir amargas quejas por la brevedad de la alegacion de su adversario. Hasta aquel momento una acusacion tan grave no se apoyaba mas que en habladurías de mujeres propaladas en el mercado público; pero sin duda se preparaba un gran golpe teatral para el dia de la comperendinacion. Entre tanto la verdad tenia mas priesa por manifestarse, y Clodio no queria aguardar dos dias para hacer su justificacion. Curion declaró entonces que el 4 de diciembre de 692, á las nueve de la noche, estaba su cliente en la ciudad de Interamna, en casa de Cassinio Schola, su amigo; que aquella coartada se probaría hasta la evidencia por un gran número de testigos respetables, y que se haría palpable para todo hombre de buena fé que el acusado era víctima de una calumnia atroz ó de un error deplorable. Pasando en seguida á reseñar las prncipales circunstancias que quitaban toda verosimilitud á los hechos de la acusacion, se esforzó en destruir de antemano las pruebas que el acusador habia anunciado, y terminó refutando las últimas consideraciones de Lentulo: «Sí, exclamó al final de su peroracion, la republica está amenazada; pero sabedlo bien, romanos, no es tanto por el desprecio de la religion como por la avaricia de los patricios."

A estas palabras estallaron vivas aclamaciones entre los partidarios de Clodio, y se propagaron por la muchedumbre hasta las estre

TOMO VIII.

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midades del Foro. Restablecido por fin el silencio, invitó el pretor al acusador á presentar sus testigos, y los escribanos se prepararon á tomar nota de sus dichos.

El primero que se presentó fué Aurelia. Despues de haber jurado por Júpiter decir la verdad, se expresó en estos términos:

«Sabeis, jueces, que el 4 de diciembre era el dia fijado para la celebracion de los misterios de la Buena Diosa. El sacrificio que se ofrece por el pueblo romano, debia tener lugar en la casa del gran pontifice Cayo Julio Cesar, mi hijo. Mi nuera Pompeya estaba llamada por la dignidad de su esposo á desempeñar el ministerio de gran sacerdotisa. Desde las cuatro de la tarde se habia retirado César, así como sus esclavos y todos los hombres de su servicio; tambien se habian sacado de su casa todos los animales machos; las estátuas, los cuadros y las imágenes representando personas ó animales del sexo masculino, habian sido cuidadosamente cubiertos con un velo. Entonces, las vírgenes vestales declararon que aquellos lugares estaban consagrados, y pronunciaron las imprecaciones de costumbre contra todo profano que osase mancharlos con su presencia. A las ocho, habiendo llegado las mujeres convidadas á los misterios, se descubrieron las cosas santas y comenzó la ceremonia. Entre ocho y nueve se sintió un gran ruido en el triclinio, y casi al mismo tiempo mi esclava Ægipta se precipitó en el oratorio con los cabellos sueltos y desordenados los vestidos: «¡Aquí hay un hombre !» exclamó. Al punto los cantos cesaron, y las vestales se arrojaron sobre los objetos sagrados para ocultarlos á la vista..... Yo di órden de cerrar las puertas. Ægipta me declaró que el hombre que ella habia visto llevaba traje de mujer, y me indicó la direccion que habia tomado; recorrimos la casa con antorchas hasta los parajes mas recónditos. Llegamos al cuarto de Abra, esclava de Pompeya, y allí descubrimos una persona vestida de mujer, pero que por su aire y su vestido interior reconocimos fácilmente que era un hombre. En aquel instante, habiendo acudido muchas mujeres, se promovió gran confusion, á favor de la cual desapareció el atrevido sin que se pudiese volver á encontrarle. Al dia siguiente, muy de mañana, fuí á quejarme al cónsul Silano de aquel abominable sacrilegio.">

Aurelia calló.

Levantándose Lentulo la preguntó, si habia visto y reconocido al hombre de que acababa de hablar. Aurelia respondió! «Yo le he visto y creo haberle reconocido: creo que era Publio Clodio Pulcro, hijo de Appio Claudio."

En aquel instante se notó un gran movimiento entre los oyentes mas próximos al tribunal.

Habiendo Curion invitado á la testigo á describir el traje que vestia Clodio, declaró Aurelia que le era imposible decir cosa alguna sobre esto; pero que Ægipta podria suministrar esa noticia.

Lentulo manifestó entonces deseo de saber si Pompeya habia salido del lugar del sacrificio entre ocho y nueve. La testigo afirmó que no lo habia advertido, y que pensaba que no.

Despues de Aurelia, se oyó á Julia, hermana de César. Su deposicion presentada con suma franqueza y precision, fué conforme con la de su madre.

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