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Castilla», que en 1906 el león, con la melena algo lacia, y el leopardo, con el carácter ennoblecido, iban á fundirse en cordial abrazo, al arrullo de sinceros entusiasmos, cual cándidas palomas?

Y no es extraño que asi haya ocurrido, porque si bien se mira la Historia, si cuidadosamente se registran sus páginas se ve que no es en Inglaterra, sino en Francia, donde el pueblo español ha tenido más frecuentemente su enemigo. Francia, deseosa de convertir el Mediterráneo en un lago francés; Francia, deseosa de ocupar las Baleares como puerto intermedio entre Marsella y Argel; Francia, con grandes ambiciones en Marruecos, preocupada siempre con la abundancia de colonos españoles en Argelia; Francia, que encantada de las fronteras naturales fijóse siempre en los ríos Ebro y Rhin como delimitadores de sus dominios, en vez de atender à los montes Vosgos y Pirineos; Francia, que con un gran margen de consumo vinícola cierra sus Aduanas á los nuestros y se extraña de que imitemos el ejemplo, Francia es quien ha estado más veces en pugna con nosotros. No en balde ha dicho Von der Goltz que la amistad y el odio entre vecinos es donde se engendra.

Registrense los hechos atesorados en la Historia y se verá á los Monarcas francos en luchas casi perpetuas con nuestros godos; á Carlos Martell, que al vencer á los árabes en Poitiers los relega á nuestro suelo, siendo causa de que su concentración en la Península les dote de bastante vigor para existir una guerra de ocho centurias; á Luis XII y Francisco I luchando con encono contra los Reyes Católicos y Carlos I; á Luis XIV despidiendo á su nieto Felipe V con la frase «ya no hay Pirineos», que pronunciada por sus labios no era signo de fraternidad, sino presagio de dominación; á Napoleón, que después de juguetear con Godoy, Carlos IV y Fernando VII

pretendió uncir al carro de su gloria á España entera; á los cien mil hijos de San Luis, atizadores, con su intervención, de nuestras interiores discordías; al Emperador Napoleón III sirviéndose de nosotros para la expedición á Méjico, con hipocresía encubridora de ilicitas ambiciones, y digase si esto no retrata frecuentes rivalidades.

Inglaterra, no; Inglaterra, si alguna vez ha sido enemiga nuestra, fué debido á diferencias religiosas ó á que alianzas con los franceses la obligaban á combatirnos, porque Inglaterra, como nosotros, ha sido más frecuentemente enemiga. de Francia. Protestamos con Laurent de que se haya sostenido que Inglaterra y Francia son enemigas naturales, porque es ofender á Dios admitir que haya creado dos pueblos para profesarse odio eterno y desgarrarse como fieras hasta la consumación de los siglos; pero sí decimos que la guerra de los cien años parece fué á modo de fuego volcánico, que al cesar en su salida por el cráter reconcéntrase en las entrañas de la tierra y periódicamente necesita el respiro de una erupción. ¿Habrá sido Fashoda la última?

Afortunadamente la vida internacional se ha modificado y sus hechos son más racionales por el sensible crecimiento de la consciencia en los pueblos que los realizan. Claro es que las guerras, formidables estallidos de odios, no podrán evitarse jamás, pues son fiel retrato de la eterna contradicción que en el hombre, como en la naturaleza, existe; pero lo cierto es que disminuyen, que los procedimientos se suavizan, que la fraternidad humana aumenta, que el cosmopolitismo se extiende y que los pueblos transigen, deponen enconos y se alían. Corriente es esta tan avasalladora que ha modificado lo que pudiera llamarse el mapa diplomático, y entre las modernas alianzas descuella la de Inglaterra y Francia con nuestra patria.

Cuando hace muy pocos años discutíanse en el Parlamento español cuestiones internacionales, y como la inmensa mayoría de los políticos se pronunciara abierta y resueltamente por una alianza con la República vecina, uno de los que más tarde ha sido elevado á la Presidencia del Consejo de Ministros dijo que lo mejor era aliarse á la vez con Inglaterra y Francia. Formidable tempestad de burlas y sarcasmos provocó tal declaración, preguntándose todos cómo era posible la conciliación de términos tan antitéticos. Y, sin embargo, ha sido; lo estimado como absurdo ha sido real; las eternas enemigas se han reconciliado y en triple abrazo se han unido los tres países.

¿Qué importa diferencias de razas? Dice Valera en su obra póstuma que él no creía en diferencia de germanos y latinos, y al llamar germánicos á los ingleses presidía la misma razón que haber pudiera para llamárselo á los franceses porque fueran conquistados por los francos, ó llamarnos nosotros visigodos y germanos también, ó si se quiere, árabes y berberiscos. Y es verdad; hoy que los viajes son tan frecuentes y las relaciones tan múltiples, hoy que se nace en un sitio y se crean afecciones en otros muy distintos y lejanos, hablar de las razas como valladares que se opongan á la aproximación y enlace de los pueblos es insensato. Las amistades de los hombres, como de los pueblos, no dependen de signos físicos y anatómicos, son aproximaciones espirituales, son efluvios animicos, y, por tanto, atribuíbles á los pensamientos que la reflexión hace que nazcan en el cerebro y á los sentimientos que con espontaneidad brotan del corazón.

Inglaterra, Francia y España, las tres viejas casas solariegas asombro del continente, antes unas, ahora otras, pueden y deben caminar unidas laborando por el progreso de la humanidad. Quien ahora es reina de los mares, quien con

Napoleón fué terror de los pueblos y quien en el siglo XVI tuvo asombroso poderio, bien pueden pactar como iguales y aprovechar sus energías en beneficio de la civilización.

En este sentido marcha la opinión, y buena prueba nos la ofrece un articulo que en el momento de escribir estas líneas llega á nuestras manos, publicado en la Contemporany Review por Mr. Charles Rudy, el autor ilustre de Cathedrals of Northern Spain, entusiasta hispanófilo.

El matrimonio de nuestro Rey ha consolidado la entente anglo-hispano. Sea este modesto trabajo sencillo voto en su favor y diminuto grano de arena que á la edificación de obra tan magna aporta entusiásticamente

EL AUTOR.

RAZÓN DE PLAN

En la evolución de las disciplinas científicas le ha tocado á la Historia cambiar por completo de ropaje. Ya no es ciencia que sólo de lo externo viva; ya no se limita á cantar las glorias épicas de los individuos geniales que con portentosas cualidades supieron ascender à las cimas de su época y país; ya no es el relato de cruentas batallas y regios enlaces; ya no es una historia politica de sucesos, sino que también de lo interno se alimenta, también canta las hazañas de los humildes que con su laboriosidad producen progresos en el orden material é intelectual, también relata el movimiento agríco ́la, industrial, mercantil, científico, artistico y literario, y es una historia enciclopédica en la que por igual se entremezclan con los hechos las ideas.

Horacio la concibió como res gestoe regumque, ducumque et tristia bella; hoy, como ha dicho Canalejas (1), «ya no se ocupa de lo que fué y de lo que hizo el grande hombre, el hombre providencial, sino que investiga y considera lo que hizo la multitud de los pequeños».

Teniendo presente ese concepto de la Historia y no olvidando que en todo hecho para ser suficientemente explicado deben inquirirse sus causas, es como pretendemos desarrollar el actual trabajo.

Para separar debidamente los campos no seguimos un mé

(1) Discurso inaugural de 1903 en la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia.

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