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guerreros que el dia anterior coronaban los muros de la ciudad, tuvieron que admirar una nueva estratagema y ardid del caudillo cristiano. Aquellos soldados pertrechados de cascos y lanzas, que habian visto sobre los muros, eran mugeres que Teodomiro habia hecho vestir de guerreros, sus cabellos los habian dispuesto de manera que imitáran la larga barba de los godos. Aplaudieron los árabes la ingeniosa ocurrencia, riéronse de su mismo engaño, y todo contribuyó á que se entablára una especie de confraternidad entre Teodomiro y el hijo de Muza (1).

Pacificada toda la tierra de Murcia y Valencia, Abdelaziz retrocedió á las comarcas de Sierra Segura, descendió á Baza, ocupó á Guadix y á Jaen, tomó á Granada (Garnathat), colonia judía y arrabal de la antigua Illiberis (Elvira), entró en Antequera, y prosiguió á Málaga, sin hallar resistencia, y dejando en las ciudades judíos y árabes de guarnicion.

A este tiempo recibió Muza órdenes del Califa, preceptuándole devolver á Tarik el mando de las tropas que tan gloriosamente habia conducido, diciéndole que no inutilizase una de las mejores espadas del Islam. Muza obedeció, aunque bien á pesar suyo, pero con gran contento de los muslimes. Fingió no obstante una reconciliacion sincera, y concertóse que Tarik con sus tropas marchase al Oriente de España, mientras el con las suyas se dirigia á reducir las regiones del Norte. Tarik recorrió el Sur y el Este de Toledo, la Mancha, la Alcarria, Cuenca, y descendió á las vegas y campos del Ebro hasta Tortosa. Muza tomó hácia Salamanca y Astorga, que se le rindieron sin resistencia, y volviendo y remontando el curso del Duero, haciendo despues una conversion hácia el Ebro, vino á incorporarse con el ejército de Tarik, que sitiaba ya á Zaragoza (Medina Saracusta). Obstinada resistencia habia encontrado Tarik en Zaragoza, pero la llegada de Muza, coincidiendo con el apuro de víveres de la plaza, desalentó á los sitiados, y fué causa de que se propusiese su entrega bajo las condiciones ordinarias. Muza, valiéndose de la ocasion y dejándose llevar de la codicia, impuso á los habitantes de Zaragoza una contribucion extraordinaria de guerra, para cuya satisfaccion tuvieron que vender sus alhajas y las joyas de los templos. Muza tomó en rehenes la mas escogida juventud, y dejando el gobierno de la ciudad á Hanax ben Abdala, que luego edificó alli una suntuosa mezquita, prosiguió ⚫ sometiendo el Aragon y Cataluña. Huesca, Lérida, Barcelona, Gerona, Am. purias, todas fueron reducidas á la obediencia del Islam. De alli volvió y enderozóse á Galicia por Astorga, entró en la Lusitania, y en todas partes fué recogiendo riquezas que no partia con nadie.

(1) Isid. Pac, Chron. 38. Roder. Tolot. de Reb, Hisp.-Conde, cap. 13.

Tarik por el contrario, siguiendo otra ruta, y encaminándose por Tortosa á Murviedro, Valencia, Játiva y Denia hasta los límites del pequeño reino de Teodomiro, observaba tambien muy opuesto comportamiento. Trataba á los pueblos con dulzura, partia con sus soldados los despojos de la guerra, y con mucha escrupulosidad reservaba el quinto de todo el botin para el Califa. Comunicaba á éste directamente sus operaciones sin entenderse con Muza. Este por su parte no perdia ocasion de desacreditar á su rival para con el Califa, ponderándole su espíritu de insubordinacion y sus prodigalidades.

Estos enconos de parte de los dos conquistadores fueron causa de que el Califa de Damasco escribiera á ambos mandándolos comparecer á su presencia, dejando el gobierno de España encomendado á personas de conflanza. Tarik obedeció al momento: Muza lo hizo con mas repugnancia, mas al fin despues de haber nombrado á su hijo Abdelaziz wali ó gobernador en gefe de España, partió con los despojos de sus felices expediciones, con la famosa mesa verde, y con inmensa cantidad de oro y pedrería. Pasó el estrecho, y atravesó el Magreb, primer teatro de sus campañas y de sus glorias. En su comitiva iban cuatrocientos jóvenes de las familias godas mas ilustres, que tomó para que sirvieran de ostentacion á su marcha triunfal, y con este aparato fué costeando el litoral de África. Tarik habia llegado antes que él á Damasco, y expuesto ante el Califa sencillamente y con lealtad su conducta. Cuando llegó Muza, Walid se hallaba gravemente enfermo; Suleiman, su hermano, designado para sucederle, hizo comparecer á los dos 'rivales. La historia de esta entrevista es de un género enteramente oriental. Muza creyó adquirir gran mérito á los ojos del Califa, presentándole la célebre mesa de oro y esmeraldas. Emir de los creyentes, dijo entonces Tarik, esa mesa soy yo quien la ha encontrado.—He sido yo, replicó Muza, este hombre es un impostor.-Preguntadle, repuso Tarik, qué se ha hecho el pie que falta á la mesa.-Estaba asi cuando se encontró, respondió Muza.-Emir de los fieles, exclamó Tarik, ahora juzgarás de la veracidad de Muza.» Y sacando el pie de la mesa que llevaba escondido, le presentó al Califa, el cual quedó convencido de que era Muza el verdadero calumniador. Y como ya deseaba tomar severa satisfaccion de su conducta, le castigó teniéndole un dia entero espuesto á un sol abrasador, haciéndole azotar y condenándole á una multa de cien mil mitcales, que Rasis y Ebn Kalkan hacen subir á doscientos mil. Asi pagó el conquistador de África y de España la envidia y rencor con que habia perseguido á Tarik.

Quedó, pues, sometida la España á las armas sarracenas. Rápida, breve, veloz fué la conquista. Lo que costó á los poderosos romanos siglos ente

ros de porfiada lucha, lo hicieron los árabes en menos de dos años. Diestros, políticos, activos, valerosos y entendidos capitanes eran los gefes de la conquista. El estupor se habia apoderado de los españoles despues del desastre de Guadalete, y no les dieron tiempo para recobrarse. El principlo religioso, único que hubiera podido realentar los abatidos ánimos, tuvieron los conquistadores la política de aparentar por lo menos que le respetaban, dejando á los vencidos el libre ejercicio de su culto. Sin perjuicio de juzgar mas adelante la conducta de estos primeros invasores, obsérvase desde luego que no fué ni tan ruda, ni tan cruel, ni tan bárbara como nos la pintaron nuestros antiguos cronistas, impresionados por las calamidades inherentes á tan brusca invasion, y como guiados por ellos la han representado después otros historiadores. Á ser auténticas, como no se duda ya, las capitulaciones de Córdoba, de Toledo, de Mérida, de Orihuela, y aun la de Zaragoza, revélase en ellas, mas la política de un proselitismo religioso que el afan de esterminio, y algunas de sus condiciones fueron mas humanitarias de lo que podia esperarse de un pueblo invasor que ocupaba por conquista un pais donde hallaba diferente religion y distintos hábitos y costumbres: creemos que en este punto no puede compararse la conducta de los árabes á la de los romanos y godos; si bien se comprende tambien que á nadie tanto como á los conquistadores convenia, pocos como eran, no exasperar á una nacion grande y vasta, que aunque amilanada entonces, hubiera podido en un arranque de cólera serles terrible (1).

Veamos como se condujeron los que sucedieron á Tarik y á Muza en el gobierno de España (2).

(1) Despues de leer las crónicas cristianas y árabes, nos quedamos sin saber con certeza qué fué del conde Julian, del obispo Oppas y de los demas parientes de Witiza, ó causadores ó cómplices de la pérdida de España. Los unos suponen al conde Julian alentando á Tarik en el consejo de oficiales á que se apresurára á apoderarse de Toledo, los otros le bacen servir de guia á Muza desde su desembarco y en casi toda la expedicion: otros, y son los mas, guardan profundo silencio. El Pacense dice que Muza condenó á muerte á varios nobles de Toledo por causa de Oppas que se habia fugado de la ciudad: per Oppam... á Tolelo fugam arripientem: lo cual probaria que los árabes

no habían correspondido muy bien con los mismos que los invitaron ó auxiliaron en la empresa de la conquista. De todos modos la suerte de la familia de Witiza ha quedado envuelta en bastante misterio.

(1) Fuera largo enumerar las inexactitudes que cometió Mariana, privado de muchos documentos posteriores, en los capítulos que destina á la narracion de estos sucesos. Su mismo ilustrador, el docto Sabau y Blanco, nota ya bastantes; y al llegar al cap. 25 del libro VI. dice: «Los cronicones antiguos no hablan nada de lo que refiere Mariana en este capítulo, ni sabemos de dónde tomó estas noticias.» Hay errores evidentes de fechas, de nombres y de hechos.

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Abdelaziz.-Regulariza la administracion de España. Su tolerancia con los cristianos. Cásase con la reina viuda de Rodrigo.-Hácese sospechoso & los musulmanes.-Muere asesinado de órden del emir de Africa.-Breve y justo gobierno de Ayub.-Traslada el asiento del gobierno de Sevilla á Córdoba.-El Horr.-Primera invasion de los árabes en la Galia.-Toma de Narbona.-Es depuesto El Horr por sus exacciones.-Alzama.-Hace una estadística de España.-Es derrotado en Tolosa de Francia.-Prudente y equitativo gobierno de Ambiza.-Conquista toda la Septimania.-Otros emires de España.-Castigo de sus tiranías.-Abderrahman.-Rebelion de Munuza y su término, -Famosa batalla de Poitiers.-Cárlos Martéll.-Gran derrota del ejército sarraceno y muerte de Abderrahman.

Encargado Abdelaziz del gobierno de España, y habiendo fijado su asiento en Sevilla, dedicóse á regularizar la administracion de las ciudades sometidas; nombró perceptores ó recaudadores de los impuestos, que por regla general consistian en el quinto de las rentas, si bien le rebajó hasta el diezmo á algunas poblaciones y distritos; creó un consejo ó divan, con el cual compartia la direccion de los negocios de España; estableció magistrados con el nombre de alcaides; dejó á los españoles sus jueces, sus obispos, sus sacerdotes, sus templos y sus ritos, de tal manera que los vencidos no eran tanto esclavos como tributarios de los vencedores. Indulgencia admirable, ni usada en las anteriores conquistas, ni esperada de tales conquistadores. Los que asi quedaban y vivian denomináronse Mostárabes ó Mozárabes, nombre ya de antes usado en otros paises por el pueblo vencedor.

Habíase señalado ya Abdelaziz por su clemencia y su moderacion para con los cristianos. Una circunstancia notable vino á hacer todavia mas suave

la suerte y condicion de los vencidos bajo el gobierno del jóven emir (1), å estrechar mas las relaciones entre árabes é indigenas, si bien fué al propio tiempo la causa de su ruina y perdicion.

Dijimos en el anterior capitulo, que entre los prisioneros hechos en Mérida se hallaba la reina Egilona, la viuda del desventurado Rodrigo. Era jóven y bella, Abdelaziz lo era tambien, y prendóse apasionadamente de su ilustre y hermosa cautiva. El generoso hijo de Muza logró hacerse amar de la viuda del último monarca godo, y con sorpresa de musulmanes y cristianos los que comenzaron por amantes se convirtieron luego en esposos. Abdelaziz no exigió de Egilona que abrazase el islamismo, la permitió seguir siendo cristiana, y le dió el nombre árabe de Ommalisam, que quiere decir la de los lindos collares. Desde entonces por amor á su nueva esposa fueron en aumento las consideraciones del ya tolerante emir para con los cristianos, al paso que se hizo sospechoso á los fervorosos musulmanes, que murmuraban la mansedumbre con que trataba á los pueblos conquistados, tan opuesta al rigor que con ellos habia empleado su padre. Suponíanle ya algunos traidor á la fé del islam, avanzando á decir que en secreto se habia hecho idólatra, que asi llamaban ellos á los cristianos (2). Atribuíanlo todo al influjo de Egilona la infiel, muger ambiciosa y de corazon altivo, y añadian que todas las mañanas colocaba en la cabeza de Abdelaziz una corona semejante á la que llevaba su primer marido Ruderik el romano, como para incitarle á que se alzára con el señorío de España (3).

Tales rumores fueron tomando consistencia, pasaron los mares y llegaron hasta el Califa Suleiman, sucesor de Walid, hombre orgulloso y sombrio, que irritado ya contra el padre de Abdelaziz, y temiendo el resentimiento de sus hijos, emires todos tres, los dos en África y el uno en España, acogió con avidez la acusacion y resolvió deshacerse de todos. La órden de muerte para Abdelaziz la comunicó á los cinco principales caudillos de esta tierra. El primero que la recibió fué Habib ben Obeidad el Fehri (4),

(1) Dábase indistintamente á los gobernadores de España los títulos de emir y de wali, que equivalia á príncipe, dux, gefe ó gobernador. El emirato de España era una› dependencia ó como vicariato del de Africa, que tenia su asiento en la moderna Cairwan, y éste á su vez dependia del califato de Damasco. Abdelaziz antes de venir á España habia desempeñado el emirato de Cairwan. (2) Faustino Borbon, en sus Cartas para ilustrar la Historia de la España árabe, intenta probar con el testimonio de algunos

autores árabes, que Abdelaziz había realmente abrazado el cristianismo.

(3) Isid. Pacens., Cron. n. 42.

(4) Habib era el nombre personal: ben significa hijo; ben Obeidah hijo de Obejdah; el Fehri es el patronímico de la tribu. Este mismo órden siguen generalmente los árabes en todos los nombres. A veces citan los de muchos de sus abuelos, para lo cual no hacen sino añadir á cada uno de ellos el ben, Es como el fiius de la Biblia, en que se observa tambien la misma costumbre.

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