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que nosotros á nuestra vez podríamos llamar bárbaro. Con las nubes de polvo que se levantaban se oscureció el sol antes de su hora, y la noche estendió antes de tiempo su ennegrecido manto. Separáronse con esto los guerreadores sin que ninguno hubiese cejado un palmo de terreno: la tierra quedó empapada en sangre humana: la victoria no se sabia por quién.

Habia Almanzor recibido muchas heridas. Retirado por la noche á su tienda, y observando cuán pocos caudillos se le presentaban, segun costumbre despues de un combate: «¿Cómo no vienen mis valientes? preguntó:→ Señor, le respondieron, algunos se hallan muy mal heridos, los demás han muerto en el campo.» Entonces se penetró del estrago que habia sufrido su ejército, y antes de romper el dia ordenó la retirada y repasó el Duero marchando en órden de batalla por si le perseguian los cristianos. Sintióse en el camino Almanzor abatido y desalentado: recrudeciéronsele y se le enconaron con la agitacion las heridas de tal modo, que no pudiendo sostenerse á caballo, se hizo conducir en una silla y en hombros de sus soldados por espacio de catorce leguas hasta cerca de Medina Selim (Medinaceli). Alli le encontró su hijo Abdelmelik (á quien no sabemos cómo no llevó á la batalla), enviado por el califa para adquirir nuevas de su padre. A tiempo llegó solamente para recoger su postrer aliento, pues allí mismo y en sus brazos es→ piró el héroe musulman á los tres dias por andar de la luna de Ramazan, año 392 de la hegira (9 de agosto de 1002), y á la edad de 65 años (1).

Sus restos mortales fuer on sepultados en Medinaceli, cubriéndolos con aquel polvo que, como dijimos, se habia ido depositando en una caja del que sus vestidos recogian en los combates. Cumplióse la ley del Coran que decia: «Enterrad á los mártires segun les coge la muerte, con sus vestidos, «sus heridas y su sangre. No los laveis, porque sus heridas en el dia del juicio despedirán el aroma del almizcle. Su hijo Abdelmelik Almudhaffar que tomó el mando del ejército, le hizo tambien los honores fúnebres, y sobre sn sepulcro se inscribier on sentidos versos (2).

(4) Muchos de nuestros historiadores, y entre ellos Mariana, anticipan con manifiesta equivocacion tres años esta memorable ba talla, y por consecuencia de este error ha cen asistir á ella á Bermudo el Gotoso. Bien que no es posible formar idea por Mariana ni de los hechos de Almanzor ni de los suce sos de los reinos cristianos de aquel tiempo.

LOMO II.

Encontrámosle lleno de inexactitudes y do aventuras fabulosas y basta absurdas. Sentimos tener que censurar á tan respetable escritor, pero no podemos prescindir do nuestro deber histórico.

(2) Conde copia la traduccion que de uno de sus epitafios hizo su amigo don Leandro Fernandez de Moratin y es como sigue:

No existe ya, pero quedó en el orbe
Tanta memoria de sus altos hechos
Que podras, admirado, conocerle

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Asi acabó el famoso Mohammed ben Abdallah ben Abi Ahmer,.conocido por Almanzor, despues de veinte y cinco años de continuados triunfos, y que hasta su muerte se habia creido invencible. Lloráronle los soldados con amargura: «¡perdimos, esclamaban, nuestro caudillo, nuestro defensor, nuestro padre!» Con luto y afliccion universal se recibió en Córdoba la nueva de su muerte, y en mucho tiempo ni la ciudad ni el imperio se consolaron; ó por mejor decir, no pudieron consolarse nunca, porque la muerte del grande hombre habia de llevar tras si la muerte del imperio. Dice nuestro cronista el Tudense, que luego que murió Almanzor se dejó ver á las márgenes del Guadalquivir un hombre en trage de pastor, que andaba gritando, unas veces en árabe y otras en castellano: «En Calatañazor Almanzor perdió el tambor.» Y que cuando se acercaban á preguntarle se ponia á llorar y desaparecía á repetir las mismas palabras en otra parte. «Creemos, añade el piadoso cronista, que aquel hombre era el diablo en persona, que gritaba y se desesperaba por la gran catástrofe que habian sufrido los moros.»

Cual si le vieras boy presente y vivo:
Tal fué, que nunca en sucesion eterna
Darán los siglos adalid segundo,

Que asi, venciendo en guerras, el imperio
Del pueblo de Ismael acrezca y guarde

CAPITULO XIX

CAIDA Y DISOLUCION DEL CALIFATO.

De 1002 á 1031

Justos temores y alarmas de los musulmanes.-Gobierno de Abdelmelík, hijo y sucesor do Almanzor, como primer ministro del califa Hixem.-Sus campañas contra los cristianos: su muerte. Gobierno de Abderrahman, segundo hijo de Almanzor.-Infundado orguIlo de este hagib: su desmedida ambicion: hácese nombrar sucesor del califa.-Terrible castigo de su loca presuncion.-Ministerio de Mohammed el Ommiada y del slavo Wahda. Encierran al califa Hixem en una prision y publican que ha muerto.-Mohammed sc proclama califa.-Le destrona Suleiman con auxilio del conde Sarcho de Castilla, -Gran batalla y triunfo de los castellanos en Gebal Quintos.-Reccbra Mohammed el trono con ayuda de los cristianos catalanes.-Saca Whada al califa Hixem de la prision, y le enseña al pueblo que le creia muerto.-Entusiasmo en Córdoba: alberoto: Mohammed muere decapitado, y su cabeza es paseada por las calles de la ciudad.→ Apodérase Suleiman otra vez del trono, y desaparece misteriosamente y para siempro el califa Hixem.-Muere Suleiman asesinado por Alí el Edrisita, que á su yez se proclama califa. Precipitase la disolucion del imperio: partidos, guerras, destronamientos, usurpaciones, crímenes.-Ultimos califas: Ali, Abderrahman IV., Alkasim, Yabia, Abderrahman V., Mohammed III., Yabia, segunda vez, Hixem 111.-Acaba definitivamente el imperio Ommiada.

Muy fundado era en verdad el desaliento y la afliccion y la pesadumbre que produjo en toda la España muslimica la nueva de la derrota de Calatañazor. Penetraba bien el instinto público que todo aquel esplendor y grandeza, toda aquella estension, pujanza y unidad que habia adquirido el califato bajo la enérgica y sábia direccion del ministro regente, habia de desplomarse y venir á tierra con la muerte de aquel hombre privilegiado, que con tanta intrepidez como fortuna, con tanta maña como arrojo, y con tanta política como vigor, habia elevado el imperio musulman á la mayor altura de poder que alcanzó jamás, y reducido al pueblo cristiano casi á tanta estre

chez como en los tiempos de Muza y de Tarik. Que si los defensores de la cruz no se vieron en tan escaso territorio encerrados como en los dias de Pelayo, halláronse al cabo de cerca de tres siglos de esfuerzos casi en la situacion que tuvieron en tiempo del primer Alfonso, y apenas fuera de la cadena del Pirineo podian contar con una fortaleza segura y con un palmo del terreno al abrigo de las incursiones del gran batallador. Temian los musulmanes, derribada la robusta columna de su imperio, por la suerte de la dinastía Ommiada, con un califa siempre en estado de pueril imbecilidad, y sin esperanza de sucesion. Temian tambien no menos justamente lo que á los príncipes y guerreros cristianos, antes tan abatidos, ha bria de alentar aque solemne triunfo.

Brindaba ciertamente ocasion propicia á los cristianos el resultado glorioso de la batalla, y mas que todo el desconcierto y descomposicion á que por consecuencia de ella vino el imperio musulman, no solo para haberse recobrado de sus anteriores pérdidas, sino para haber reducido á la impotencia á los sarracenos, si los nuestros hubieran continuado unidos, y en lugar de aprovecharse de las disensiones de los infieles no se hubieran ellos consumido tambien en intestinas discordias y rivalidades. Achaque antiguo de los españoles era esta falta de union y de concierto, y causa perenne de sus desdichas y de la prolongada dominacion de los pueblos invasores.

El rey Alfonso V. de Leon, niño de ocho años, continuaba bajo la tutela de su madre doña Elvira y de los condes de Galicia Menendo Gonzalez y su esposa, que educaban al rey y gobernaban el reino con recomendable prudencia. El hijo de Almanzor, Abdelmelik Almudhaffar, que habia ido á Córdoba con las destrozadas huestes del ejército sarraceno, fué nombrado por la sultana Sobheya (que sobrevivió un corto tiempo á Almanzor) hagib ó primer ministro del califa Hixem, el cual proseguia en su dorado alcázar, entregado á sus juegos infantiles, contento con llevar el nombre de califa y sin tomar parte alguna en los negocios del imperio. Heredero Abdelmelik de la autoridad y de algunas de las grandes cualidades de su padre, pero no de su fortuna, quiso proseguir tambien su sistema de guerra con los cristianos, y asegurado por la parte de África en cuyo emirato confirmó á Moez ben Zeiri, comenzó sus incursiones periódicas por el lado de Cataluña, y alcanzó una victoria cerca de Lérida (1003). En el otoño de aquel mismo año, despues de un corto descanso en Córdoba, pasó con grande cjército á tierras de Leon, y al decir de los historiadores árabes, venció n un encuentro á los leoneses, se apoderó otra vez de la capital y destruyó lo que habia quedado en pie en la ocupacion de su padre: relacion que está en manifiesta discordancia con la que de esta expedicion nos cuenta el arzobispo

don Rodrigo, el cual dice expresamente que Abdelmelik en esta tentativa fud puesto en vergonzosa fuga por los cristianos (1).

Continuó el hijo de Almanzor sus incursiones periódicas, ni notables por su brillo ni fecundas en resultados, hasta el 1003 en que otorgó á los cristianos una tregua, que equivalió para ellos á una paz. Debieron mover á los leoneses á solicitar esta transaccion algunas desavenencias ocurridas con el conde de Castilla, y apoyó y esforzó su instancia el wali de Toledo AbdaIlah ben Abdelaziz, uno de los mas antiguos y fieles caudillos de Almanzor. Motivaba este interés del wali toledano en favor del monarca leonés lo siguiente. Entre las cautivas cristianas que Abdallah tenia en su poder se hallaba una hermosa doncella, hácia la cual concibió el wali una pasion vehemente. Supo que aquella linda jóven era hermana del rey de Leon y pidiósela en matrimonio. Accedió Alfonso á darle su hermana co mo medio y condicion de alcanzar la paz de Abdelmelik. Celebráronse las paces, y tambien las bodas muy contra la voluntad de Teresa, que asi se llamaba la princesa cristiana. Cuenta la crónica que la noche de las bodas le dijo á su mal tolerado esposo: «Guárdate de tocarme, porque eres un principe pagano: y si lo hicieres, el ångel del Señor te herirá de muerte.» Rióse de ello el musulman, y desatendió su intimacion. Mas no tardó en arrepentirse de ello, porque á poco tiempo se cumplió el fatal vaticinio, y como el wali sintiese acabársele la vida, llamó á sus consejeros y sirvientes, mandó que devolviesen á su hermano la jóven desposada, tan bella cautiva como infausta esposa, y que fuese conducida á Leon, acompañando el mensage con ricos dones de oro y plata, jo◄ yas y vestidos preciosos. Abdallah falleció al poco tiempo: Teresa profesó de religiosa en un convento, y en este estado murió en Oviedo en el año 1039 (2).

Muerto Abdallah, y espirado que hubo tambien el plazo de la tregua, invadió de nueve Abdelmelik las tierras de Castilla (1007), desmanteló á Avila, Gormaz, Osma y otras fortalezas que los cristianos habian ido reparando: avanzó por Salamanca á Galicia y Lusitania, y regresó á Córdoba, donde solo se detuvo á preparar la campaña de la primavera sig uiente. Emprendió ésta hácia el interior de Galicia (1008), «al frente, dicen las crónicas árabes.

(1) «Venció, dicen los escritores árabes de Conde, á los cristianos cerca de Leon, y sc apoderó de la ciudad, y arrasó sus muros hasta el suelo, que ya antes su padre los habia destruido hasta la mitad.» Cap. 103. -«Habiendo congregado, dice el arzobispo dou Rodrigo, un grande ejército sobre Leon,

fué vergonzosamente ahuyentado, y se retiró ignominiosamente... á cristianis turpiler effugatus, turpiter est reversus.» Hist. Arab. c. 32.-Estas contradicciones son frecuentes, y no es ya fácil apurar de parte de quién está la verdad.

(2) Pelag, Ovet. Chron. n. 3,

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