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por los recaudadores públicos podian los pueblos de Andalucía subvenir á las liberalidades de su pródigo soberano. Pero era á costa de la miseria y de la opresion del pueblo, cuyas quejas y lamentos eran necesarios y naturales. Cuando todo se apuró, y llegó á faltar no solo para las acostumbradas larguezas sino hasta para las atenciones indispensables, murmurábanle ya simultáneamente la guardia y el pueblo, éste por lo que habia dado de más, aquella por lo que dejaba de percibir. Pueblo y guardia al fin se sublevaron; comenzó la multitud amotinada por pedir la destitucion de algunos vazzires y las cabezas de otros, y concluyó por reclamar á gritos la del califa y sus miDistros. Merced á la lealtad de algunos ginetes de la guardia africana que pudieron librarle del furor popular, logró Mohammed salir de Zahara con su familia y refugiarse en la fortaleza de Uclés, cuyo alcaide le franqueó generosamente la entrada. Pero alli le alcanzó el odio de sus perseguidores, y en aquel hospitalario asilo murió á poco tiempo envenenado, despues de un corto reinado de año y medio (1023).

Córdoba suspiraba ya pɔr un soberano capaz de poner término á la feroż anarquía que la desgarraba. Poseia entonces el emirato de Málaga y extendia su gobierno á Algeciras, Ceuta y Tanger aquel Yahia ben Ali el Edrisita, que ya habia obtenido algun tiempo el califato, y goza ba fama de gobernar con moderacion y con justicia. A invitacion de sus parciales pasó Yahia á Córdoba, donde fué recibido con demostraciones públicas de alegría. Su primer cuidado fué escribir á los walies ordenándoles que pasáran á la capital á jurarle obediencia, pero estos no estuvieron con él mas deferentes que con sus antecesores: los unos ó se excusaron ó se hicieron sordos, los otros le desobedecieron abiertamente, y aun se atrevieron á tratarle de intruso y usurpador. De este número fué el de Sevilla Mohammed ben Abed, llamado Abu al-Kasim, conocido ya por su rivalidad con Yahia. Quiso éste castigar ejemplarmente su desobediencia, y salió á combatirle con la caballería de Córdoba, dando órden á los alcaides de Málaga, de Arcos, de Jerez y de Medina Sidonia para que se le incorporasen. Noticioso de ello el de Sevilla dispuso una emboscada, y por medio de una hábil estratagema logró envolver el ejército del califa, que fué completamente desbaratado: el mismo Yahia recibió en la refriega una lanzada que le clavó á la silla de su caballo: su cabeza fué enviada á Sevilla en señal de triunfo, y las reliquias del destrozado ejército Cordobés se retiraron en el mas triste abatimiento (1026). Asi acabó Yahia ben Ali, último califa edrisita, que en dos veces que ocu pó el trono no llegó á reinar año y medio. Mohammed ¡cosa extraña! se volvió á Sevilla sin aspirar al califato.

Hubieron de proceder á nueva eleccion los cordobcses, y á propuesta

é influjo del vazzir Gehwar recayó el nombramieuto de califa en Jixem ben Mohammed, otro biznieto del grande Abderrahman, y hermano de aquel desgraciado Abderrahman IV. Almortadi. Hallábase el elegido retirado en la fortaleza de Albonte (acaso Alpu ente) en compañía de su alcaide, cuando le fué anunciada la nueva de su proclamacion. Modesto, desinteresado y prudente Hixem, contestó á los enviados del divan que daba las gracias al pueblo de Córdoba por la honra que le hacia y el afecto que le mostraba, pero que no podia resolverse á echar sobre sus hombros el grave peso del gobierno, ni á dejar la vida quieta y pacífica de su vida. Pasáronse algunos meses antes que pudieran vencer su repugnancia al trono, y cuando hostigado por las instancias de los principales alameries se resolvió á aceptarle, difirió cuanto pudo su entrada en Córdoba so pretexto de organi➡ zar un ejército en las fronteras, encomendando entretanto el gobierno de la capital al vazzir Gehwar á quien nombró su hagib. Habian los cristianos, á través de las discordias que tambien los consumian entre sí, aprovechadose algo, aunque mucho mas hubieran podido hacerlo, de las que destrozaban á los musulmanes, y ensanchado considerablemente los limites de sus fronteras. Guerreó, pues, Hixem III. con ellos por espacio de tres años con fortu→ na varia, y principalmente por la parte de Calatrava y de Toledo. Fomentó mucho la institucion de los zahbits, especie de monges guerreros, y como la milicia sagrada de los musulmanes, que se consagraban voluntariamente al ejercicio de las armas y á defender constantemente las fronteras contra los almogavares cristianos; origen, á lo que muchos creen, de las órdenes militares cristianas.

Pero si algo ganaba el califa sosteniendo el honor de las armas muslimicas en las fronteras, perdia mas por otra parte el imperio con su apartamiento de la capital, aflojándose, ó mas propiamente desatándose ya los escasos vínculos que le unian, ya tomando ocasion de su misma ausencia los sediciosos para fomentar en la capital hablillas y disturbios, ya declarándose los walies en completa independencia y obrando como reyes absolutos. De todo le dió aviso su fiel hagib Gehwar, instándole á que con la mayor presteza y diligencia pasase á Córdoba. Hizolo asi Hixem (1029), y su presencia, su afabilidad, su prudente y generoso comportamiento no dejó de calmar los ánimos de los mas revoltosos é inquietos, y de captarse las voluntades de la mayoría de la poblacion, visitando las escuelas, colegios y hospicios, y socorriendo á los huérfanos, desvalidos y enfermos. Mas cuando quiso persua➡ dir á los walies con amistosas cartas y prudentes razones la necesidad de la union y cooperacion comun para recuperar lo que las discordias habian hecho perder al imperio, no obtuvo ya sino ó negativas ó indiferencia, y no

hubo manera de recabar de ellos las contribuciones y subsidios. Convencido de la ineficacia de los medios blandos y suaves, apeló á los fuertes y violentos, y encomendó á sus mas fieles caudillos la reduccion de los walies desobedientes. Inútiles y tardíos esfuerzos! Algunos de los disidentes eran momentáneamente sometidos, pero la unidad del imperio, ya virtualmente disuelta, acabó de disolverse en lo material. El africano Zawi ben Zeiri se hacia proclamar rey de Granada y de Málaga: los de Denia y Almería, los de Zaragoza, Badajoz, Mérida y Toledo, declaráronse independientes de hecho y de derecho; á las mismas márgenes del Guadalquivir se le rebelaban los de Carmona, Sevilla y Medina Sidonia; y el mismo Abdelaziz á quien habia dado el gobierno de Huelva se alzaba con el señorío de aquel pais. Apenas le quedaba sino la capital, y esta no tardó en enagenársele.

Supieron que el califa en última necesidad habia hecho pactos y transacclones con los rebeldes, y aquella poblacion, aquella raza degenerada, que, como el mismo Hixem decia, ni sabia ya mandar ni sabia obedecer, le criticó de débil y de cobarde, le culpó de la mala suerte de la guerra y de las calamidades del reino, y se produjo en términos y demostraciones amenazadoras contra el califa. Aconsejábale Gehwar que abandonára la ciudad: él, que no habia merecido la desafeccion del pueblo, no creia tampoco en su ingratitud, hasta que llegó el caso de pedir la amotinada multitud á gritos por las calles la deposicion del califa y su destierro. Avisóselo el mismo Gehwar, y entonces Hixem con resignacion filosófica exclamó sin alterarse; «Gracias sean dadas á Dios que asi lo quiere.» Y aquel príncipe, que con repugnancia habia aceptado un trono jamás ambicionado, salió sin pesar de Córdoba acompañado de su familia y de algunos principales caballeros y literatos que quisieron correr la misma suerte que su soberano. Retiróse éste primeramente á Hisn Aby-Sherif (1031), mas perseguido alli por los cordobeses buscó un asilo cerca de Lérida, donde acabó tranquilamente sus dias en 1037. «En él, dice el historiador arábigo, feneció la dinastia de los Omeyas en España, que principió en Abderrahman ben Moawia año 138, y acabó en este Hixem al-Motadi año 422 (de 756 á 1031). Asi pasó el estado y la fortuna de ellos, añade, como si no hubiese sido. Feliz quien bien obró y loado sea siempre aquel cuyo imperio jamás acabará (1).»

(1) Conde, cap 117.

CAPITULO XX.

REINOS CRISTIANOS.

DESDE ALFONSO v. DE LEON HASTA FERNANDO I. DE CASTILLA.

LEOT Y 2001 OM

Falta de union entre los monarcas cristianos.-Conducta de Alfonso V.-Repuebla á Leon. -Sus desavenencias con Sancho de Castilla.-Célebre concilio de Leon de 1020.-Sus principales cánones ó decretos.-Constituye el llamado Fuero de Leon. -Muerto de Alfonso V.-Fueros de Castilla otorgados por el conde don Sancho.-Fueros en el condado de Barcelona.-Borrell II. y Berenguer Ramon I.-Fuero de Nájera por el rey Sancho el Mayor de Navarra.-Garcia II. de Castilla y Bermudo III. de Leon. -Muere el conde García asesinado en Leon por la familia de los Velas.-Apodérase el rey de Navarra del condado de Castilla.-Horrible castigo de los Velas.-Conquista una parte del reino de Leon.-Discordias entre el leonés y el navarro.-Vienen á acomodamiento y se pacta reconocer á Fernando por rey de Castilla.-El navarro se apodera de Astorga y se erige en rey de Leon. Muerte de Sancho el Grande de Navarra, y famosa distribucion de reinos que hizo entre sus hijos.-Guerra entre Ramiro de Aragon y García de Navarra.-Guerra entre Bermudo III. de Leon y Fernando I. de Castilla-Muere Bermudo.-Extinguese la línea masculina de los reyes de Leon.-Hácese reconocer por rey de Leon Fernando de Castilla.-Reunion de las coronas de Leon y Castilla en Fernando I.

Deciamos en el anterior capitulo que el resultado de la batalla de Calatañazor y la descomposicion á que por consecuencia de ella vino el imperio musulman, brindaba ocasion propicia á los cristianos, no solo para recobrarse de sus pasadas pérdidas, sino para haber reducido á la impotencia á los sarracenos, si los nuestros hubieran continuado unidos y sabido convertir en provecho propio el desconcierto á que aquellos vinieron y las disensiones que los destrozaban. Añadiremos ahora, que si despues de la muerte

de Almanzor (1002) y durante los seis años del gobierno de su hijo Abdelmelik pudieron todavía los estandartess que triunfaron en la cuesta de las Aguilas detenerse ante un resto de pujanza que conservaba el imperio mahometano bajo la direccion de aquel belicoso caudillo, muerto éste (1008), ni hallamos la razon ni podemos justificar la conducta de los príncipes cristianos en no haber proseguido de concierto la guerra contra los enemigos de la fé. Pronto olvidaron que una sola vez que se habian unido habian triunfado del gran capitan de los agarenos en el apogeo de su poder: y como si hubiera pasado para ellos todo peligro, volvieron al sistema fatal de aislamiento y renacieron antiguas rivalidades.

Seguian, es verdad, venciendo las armas cristianas en Gebal Quintos y en Akbatalbacar, alli mandadas por el conde Sancho de Castilla, aqui por los condes Ramon Borrell de Barcelona y Armengol de Urgel. Pero vencian, el uno para dar el trono de Córdoba á Suleiman el Berberisco, el otro para entronizar á Mohammed el Ommiada. Eran solicitados como auxiliares, y aparecian como mercenarios pudiendo haber obrado como señores. Contentábanse con la cesion de algunas fortalezas y ciudades en pago de un servicio los que hubieran podido ganarias por conquista, y las espadas que hubieran debido emplearse contra los enemigos de la fé eran arrojadas en la balanza muslimica para inclinarla con su peso alternativamente, ya en favor de uno, ya en favor de otro de los aspirantes al trono musulman. Algo los disculpa el haberse propuesto, como creemos, debilitar de aquella manera las fuerzas de los mahometanos y contribuir á fomentar sus escisiones.

Sin embargo, no fué por estos solos medios, ni fué solamente el material ensanche de territorio lo que ganaron los reinos cristianos durante la disolucion del imperio Ommiada. Reparáronse y se repusieron de las pérdidas y desastres causados por Almanzor, y lo que fué mas importante todavía, dieron grandes y avanzados pasos hácia su reorganizacion religiosa, política y civil. Alfonso V. de Leon, ya en su menor edad bajo la tutela y direccion del conde Menendo de Galicia y su esposa, y de su madre doña Elvira (1),

(1) Usándose ya en los sig'os que históricamente recorremos los antenombres de Don y Doña aplicados á los reyes y reinas y á otras personas ilustres, los emplearemos nosotros tambien, aunque no en todos los casos ni para todos los nombres, siguiendo en esto la costumbre generalmente reci bida.

Con respecto á los Alfonsos ó Alonsos, quo de ambas maneras se encuentran nom

brados en nuestros autores aquellos monarcas, bemos preferido usar constantemente el de Alfonso, ya por ser una contraccion de

dephonsus, ya porque los árabes nunca omitian el sonido de la fó ph, fuese que los nombráran Alfúns, Anfus ó Adefuns, ya porque los mismos monarcas en sus instrumentos públicos se decian siempre: «Ega Adephonsus Dei gratia, etc.»

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