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contra los moros, no estaban los ánimos para dedicarse al cultivo pacifico de las letras; y el idioma, la poesía, la bella literatura, á pesar del grande impulso que les habia comunicado el rey Sábio, se estacionaron, ó mas bien retrocedieron en vez de progresar. Sin embargo, aunque el ejemplo de aquel monarca no produjo todo el fruto que se habria podido esperar y hubiera sido de apetecer, no faltaron algunos ingenios privilegiados que consagraron su tiempo á tareas literarias, de las cuales dejaron pruebas que no carecen de mérito, atendido lo calamitoso de la época y lo desfavorable de las circunstancias para tales ocupaciones.

Tal fué el clérigo de Astorga Juan Lorenzo de Segura, autor del poema de Alejandro, en que refiere en verso la historia del héroe de Macedonia, si bien con tan poco gusto y con tan poca crítica histórica, que en él confunde lastimosamente los hechos, usos y costumbres de la antigüedad griega, con las tradiciones y usos de la edad media española y del tiempo en que él escribia; las ficciones y fábulas de la mitología con las ceremonias y ritos de la religion cristiana, como cuando al acercarse Alejandro á Jerusalen, prosiguiendo la conquista de Asia, hace al obispo de aquella ciudad de la Palestina celebrar una misa para impedir la entrada del conquistador. Es, no obstante, apreciable este poema como un monumento curioso en que se refleja el gusto y espíritu de la poesia española en aquel tiempo, y no deja de hal er en la versificacion alguna lozanía.

Don Sancho el Bravo escribió para su heredero en el trono un libro de consejos, de que se han conservado algunos fragmentos, pero que en mérito no es comparable á ninguna de las obras de su padre (1).

Quien mas se distinguió en esta época, y escribió mas y mejores obras en prosa y en verso, fué el infante don Juan Manuel, aquel nieto de San Fernando tan inquieto, turbulento y bullicioso, y que tantas discordias y rebeliones promovió en los reinados de Fernando el Emplazado y de Alfons el Justiciero. Este revoltoso príncipe, que pasó treinta años en una vida agitada y revuelta, que parecia no deber dejarle vagar para consagrarse á ocupaciones literarias, fué acaso el ingenio à quien debieron mas las letras y el idioma castellano en el siglo XIV. Entre las diferentes obras que escribió, puede citarse como la principal la titulada El conde Lucanor, que es una coleccion de anécdotas y apólogos, en la cual, bajo forma de diálogo y en estilo sencillo y agradable, se dan reglas y consejos muy importantes para conducirse y vivir

(1) Se titulaba: Castigos y documentos se algunos estractos en Castro. Bibliot, topara bien vivir, ordenados por el rey Sancho mo li. el Cuarto, intitulado el Bravo. Pueden ver

bien. Figura que el conde Lucanor es un magnate poderoso que carece de la suficiente disposicion para manejarse convenientemente por sí mismo en casos y cuestiones de política y de moral, y el autor ha puesto á su lado al consejero Patronio, especie de Mentor que le dirige y enseña cómo ha de conducirse en cada caso que va ocurriendo, y resuelve las cuestiones ó dudes con una fábula ó cuento moral, que él llama Emxiemplos, y que juntos forman como una coleccion de máximas filosóficas y caballerescas, propias de aquel siglo. Su estilo es generalmente grave y elevado, y el autor muestra en la obra bastante erudicion. Las anécdotas ó emxiemplos son en número de cuarenta y nueve (1).

Asi como el infante don Juan Manuel fué quien despues de don Alfonso el Sábio cultivó mejor la prosa castellana, sin que por eso dejase de ser tambien poeta, asi quien se señaló mas por sus obras poéticas en los últimos años de Alfonso XI., fué el arcipreste de Hita, ó sea Juan Ruiz de Alcalá de Henares. Distinguense las poesías del Arcipreste, ya por la variedad de sus metros, de que se cuentan hasta diez y seis diferentes, ya por la agudeza, soltura y donaire con que están escritas, y ya tambien, y muy principalmente, por cierta tendencia nada disimulada que se descubre en el autor á la licencia y á la inmoralidad. Aunque sus asuntos aparecen á primera vista tan variados como los metros, redúcense casi todos á contar las aventuras amorosas de que parece fué harto fecunda la vida del buen eclesiástico, mezcladas con alegorías, cuentos, sátiras, refranes, y aun con devociones, informe amalgama no rara en aquellos tiempos. A veces donoso y satírico, á veces cáustico y mordaz, muestra un conocimiento profundo del corazon humano, y pinta con libre desenfado las costumbres y vicios de su época, pero descubriendo á cada paso que no era él mismo, en verdad, ningun modelo de virtud, por lo cual no estrañamos que el arzobispo de Toledo le hiciera sufrir una larga prision entre los años 1337 y 1350 (2).

(4) Entre otras obras de don Juan Manuel se citan: El Cronicon, de que nosotros hemos hecho ya mérito en los capítulos anteriores: El libro de los Estados, que segun Ticknor puede ser el que Argote de Molina llama ade los sábios: el Libro del Caballero y el Escudero, que Argote hace dos obras diferentes: el libro de los Engeños, ó tratado de máquinas militares: Libro de la Caballería: Libro del Infante: La Cumplida: Reglas como se debe trovar; y otras. Véanse Argote de Molina, Vida de don Juan Manuel: Códice

de la Biblioteca nacional de Madrid: San-
chez, Colec. de poesías, etc.: Ticknor, Hist.
de la Liter. españ., primera época, cap. 4. y
la nota 14 de los traductores.

(2) Son notables entre sus poesias algu-
nos apólogos, y sobre todo la lucha entre don
Carnaval y doña Cuaresma. Han dejado me-
moria los dos versos en que este eclesiásti-
co criticó en pocas y duras palabras la ava-
ricia que decía haber observado en la corte
de Roma.

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El mismo rey Alfonso XI. tan guerrero y tan politico, á vueltas de las gravisimas atenciones de su tormentoso reinado, no descuidó el fomento de la literatura. Ademas de un Tratado de Caza ó Libro de la Montería que se escribió de su órden, mandó tambien componer, y fué lo mas importarte, las Crónicas de sus tres antecesores, ó sea de los tres reinados de Alfonso el Såbio, Sancho el Bravo y Fernando el Emplazado, que han servido de guia á los historiadores, y que generalmente se han atribuido á la pluma de Fernan Sanchez de Tobar. De este modo se continuó y anudó la historia de los sucesos de Castilla, que desde la Crónica general de Alfonso el Sábio habia quedado como interrumpida. A pesar de los errores cronológicos de estas crónicas, de su desaliño y pesadez, y de que en punto á lenguage y estilo distan mucho del que distingue á la General del rey Sábio, fueron no obstante de grandisima utilidad, y prueban que Alfonso XI. cuidó de reparar en este punto el descuido de su padre y abuelo.

Dijimos antes que la literatura castellana habia mas bien retrocedido que progresado desde el décimo al undécimo Alfonso; y en efecto, ninguna de las obras literarias de esta época que hemos citado iguala en mérito á las del célebre autor de la Crónica general y de las Partidas, que es el mayor testimonio de que aquel ilustrado monarca se adelantó á su siglo y á la sociedad en que vivia. Se ve, no obstante, que su ejemplo no fué del todo perdido, y que á pesar de lo desfavorable de las circunstancias no faltaban ingenios que se dedicáran al cultivo de la ciencia histórica y juridica, de la poesía, y de otros ramos del saber humano.

Tal era el estado material y moral de la monarquía y de la sociedad castellana en la mitad del siglo XIV. á la muerte de Alfonso XI. y cuando entró á reinar su hijo don Pedro.

Sobre el arcipreste de Hita véase á Sanchez, poesías anter. al siglo XV.-Fernando Wolf, en el Anuario de la literatura; Vie

na, 1832, donde se halla una detenida critica de las obras de este autor.

CAPITULO XIII.

ARAGON

Á FINES DEL SIGLO XIII. Y PRINCIPIOS DEL XIV.

De 1291 á 1335,

Contraste entre las dos monarquias aragonesa y castellana.-I. Situacion del reino aragonés en lo esterior al advenimiento de don Jaime II.-Error de este monarca en baber querido reunir las coronas de Sicilia y Aragon.- La paz de Anagni, consecuencias de la de Tarascon.-Mudanza en la po ítica del reino aragonés.-Heroicidad de los sicilianos y de don Fadrique, y humillacion de Roma.-Cuestion de Córcega y Cerdeña.-II. Situacion politica interior de Aragon.-Esta lo de la lucha entre el trono y la nobleza en el reinado de Jaime II.-Triunfo de la corona contra la Union.-Reinado de Alfonso IV.Carácter que le distingue.-Su empeño imprudente en heredar á sus hijos desmenbrando el reino.-Resistencia y sublevacion de los valencianos.-Espiritu y tendencia de los pueblos de Aragon y de Castilla hácia la unidad nacional.

¡Notable contraste el de las dos grandes monarquías españolas! Castilla sigue agitándose y revolviéndose dentro de si misma: Aragon continúa gastando en empresas esteriores su vigorosa vitalidad.

I.

Virtualmente anulado por el testamento de Alfonso lil. el ignominioso tratado de Tarascon, quedaban en pie las grandes cuestiones que tenian con

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movida la Europa desde la conquista de Sicilia por las armas aragonesas. Aquel monarca parecia haber querido enmendar in articulo mortis el grande error de su vida; pero era ya tarde. Jaime II. al trasladarse del trono de Sicilia al de Aragon dejando por lugarteniente de aquel reino á su hermano Fadrique, no cumplia ni el tratado de Tarascon, por el cual debia volver la Sicilia al dominio de la Iglesia, ni el testamento de su hermano, por el cual debia quedar don Fadrique, no lugarteniente sino rey de Sicilia. No cumpliendo don Jaime ni la una ni la otra disposicion, descontentó á todos, y se embrollaron más en lugar de desenredarse las cuestiones europeas.

Fué un grande error de Jaime II. aspirar á las dos coronas, y creer que podrian reunirse sin peligro en una sola cabeza. En esto habian sido mas previsores y mas prudentes sus dos predecesores Pedro el Grande y Alfonso III. Aragon y Sicilia con dos reyes de una misma familia hubieran podido ayudarse y robustecerse mútuamente y dar la ley á Roma y á Francia. Sicilia agregada á la corona de Aragon era un engrandecimiento embarazoso y efímero, mas propio para lisonjear la vanidad de un rey que útil y provechoso al reino: era romper el compromiso del Gran Pedro III.; era faltar al testamento del tercer Alfonso, y era en fin atacar la independencia del pueblo siciliano, que aspiraba á tener y á quien se habia ofrecido dar un rey propio.

Con estos precedentes era natural que todos renovaran sus antiguas pretensiones y que Jaime II. tuviera contra si los mismos enemigos que Alfonso III. Así, á pesar de los esfuerzos del nuevo monarca aragonés, hubo de resignarse á aceptar la paz de Anagni, consecuencia casi forzosa de la de Tarascon. Por segunda vez fué sacrificada la Sicilia. Este abandono habria sido algo mas disculpable, si la indemnizacion de Córcega y Cerdeña que secreta y como vergonzosamente recibia don Jaime del papa hubiera sido segura: pero el papa no daba sino un derecho nominal sobre dos islas cuya conquista habia de costar á Aragon una guerra sangrienta, y habia de consumirle muchos hombres y muchos tesoros, y el aragonés renunciaba á derechos legitimamente adquiridos por derechos dudosos ó eventuales. En poco tiempo se vió por dos veces un mismo fenómeno: dos reyes de Aragon abandonando la Sicilia, y los sicilianos luchando con todo el mundo por tener un monarca aragonés; y don Fadrique de Aragon debió al esfuerzo de los sicilianos el ser rey de Sicilia contra la voluntad y las fuerzas reunidas de Nápoles, de Roma, de Francia y de su mismo hermano don Jaime de Aragon, comprometido por el tratado de Anagni á impedir que cinese la

corona,

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