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estruendo de la guerra, se declarára protector de la poesía y fomentador de las bellas letras, creando el Consistorio de la Gaya Ciencia en Barcelona á imitacion de la célebre Academia de Tolosa, siquiera tuviese, como algunos críticos observan, algo de ridicula la solemne embajada que envió á Cárlos VI. de Francía, con el solo objeto de que permitiera que una comision de la Academia Floral de Tolosa pasára á Barcelona á establecer alli una institucion análoga. Si durante las turbulencias que siguieron al reinado de don Martin decayó aquel establecimiento, verémosle florecer de nuevo tan pronto como vuelva á estar ocupado el trono y se restituya la tranquilidad al reino.

CAPITULO XXIV.

ENRIQUE III. (el Doliente) EN CASTILLA.

Dc 1390 á 1406.

Menor edad de don Enrique.--Cuestiones sobre la tutoría. -Formacion de un consejo-regencia en Madrid.-Escisiones entre los regentes.-El arzobispo de Toledo don Pedro Tenorio.-Gravísimas disputas sobre el testamento del rey don Juan.-Sintomas de guerra civil.-Lisonjera situacion de Castilla en sus relaciones esteriores.-Córtes de Burgos.Refórmase la regencia con arreglo al testamento.-Nuevas discordias entre los regentes. -Toma el rey el cargo del gobierno antes de los 14 años.-Posesiónase del señorío de Vizcaya.-Córtes de Madrid: reformas.-Disidencias de algunos magnates: el duque de Benavente; los condes don Pedro y don Alfonso; la reina de Navarra; el marqués de Villena: enérgica conducta de don Enrique para subyugarlos á todos.-Fanatismo, aventura caballeresca y trágica muerte del maestre de Alcántara.-Ley suntuaria y curioso ordenamiento sobre mulas y caballos. -Institucion de corregidores.-Tregua con Granada.— Guerra y paz con Portugal.-Conducta de don Enrique en la cuestion del cisma.-Actos de severidad con los magnates: anécdotas célebres.-Córtes de Tordesillas.-Ruidosa embajada al gran Tamorlan.-Conquista de las islas Canarias.-Nacimiento del principe don Juan.-Guerra con los moros de Granada.-Córtes de Toledo.-Muerte del rey don Enrique.

Niño de once años y cinco dias Enrique III. cuando heredó el trono de Castilla y de Leon (9 de octubre, 1390), fuéronse agrupando en derredor del nuevo monarca, que á la sazon se hallaba en Madrid, el arzobispo de Toledo don Pedro Tenorio, los maestres de Santiago y Calatrava, y muchos caballeros y procuradores de las ciudades, los cuales trataron primeramente de acordar qué forma deberia darse al gobierno del reino durante la menor edad del rey. Pero ademas de no haber concurrido todavia varios procuradores y caballeros, faltaban cuatro personages principales, á saber, don

Fadrique, duque de Benavente (hijo de Enrique II.), don Alfonso, marqués de Villena (hijo del infante don Pedro, nieto del rey don Jaime de Aragon), don Pedro, conde de Trastamara (hijo del maestre de Santiago don Fadrique, el que don Pedro el Cruel asesinó en Sevilla), y don Juan García Manrique, arzobispo de Santiago, sin los cuales nada se podia deliberar, y á quienes por lo tanto se envió á llamar por medio de cartas reales.

Hallándose aquellos reunidos en consejo, el canciller don Pedro Lopez de Ayala (el cronista) dió noticia al arzobispo de Toledo de un testamento del rey don Juan I. hecho en 1385 en Celorico de la Vera (Portugal), que seria bueno tener á la vista, puesto que designaba los que habian de desempeñar el gobierno del reino y la tutela de su hijo en el caso de morir dejando á éste en menor edad, si bien posteriormente habia manifestado su voluntad de variar las disposiciones del testamento en lo relativo á las personas que habian de obtener aquellos cargos. Por lo mismo opinaron los más que era inútil aquel documento, y el arzobispo de Toledo espuso que con arreglo á la ley de Partida debia en tales casos nombrarse uno, tres, ó cinco regentes del reino. Opusiéronse á esto otros, diciendo que no habia en Castilla ni cinco, ni tres, ni una sola persona de tal autoridad y tales condiciones que pudiera gobernar con general beneplácito, á lo cual añadian algunos el ejemplo de lo mal que habian probado las tutorías de otros principes. Inclinábase la mayoría á que se formára un consejo de regencia, en que entráran prelados, duques, condes, marqueses, caballeros y hombres buenos de las ciudades, y tal habia sido, decian, la intencion espresada por el rey don Juan en las cortes de Guadalajara.

Resolvióse, no obstante, buscar el testamento; á cuyo fin se abrió y reconoció con pública solemnidad las arcas en que el difunto rey habia dejado sus escrituras y papeles: hallósele en efecto; pero leido que fué, desecharonle todos como contrario á la voluntad posteriormente espresada de aquel monarca, y aun propusieron arrojarle al fuego de la chimenea de la cámara en que se hallaban reunidos, que era la del obispo de Cuenca, ayo del nuevo rey. Mas el arzobispo de Toledo le recogió y guardó en razon á ciertas mandas que en él se hacían á su iglesia. Desechado el testamento, despues de varias conferencias, debates y discusiones, se optó por un consejo de regencia en que entrasen el duque de Benavente, el marqués de Villena, el conde don Pedro, los arzobispos de Toledo y de Santiago, los maestres de Santiago y Calatrava, algunos ricos-hombres y caballeros, y ocho procuradores de las ciudades y viJlas. Los prelados y magnates estarian constantemente en la córte al lado del rey, dejando de formar parte del consejo en el momento que se ausentasen de ella; los caballeros y procuradores alternarian y se relevarian de ocho en ocho cada seis meses. Las cartas del rey irian firmadas por un prelado, un gran

de, un caballero, y el procurador de la provincia á que fuese dirigida la carta. Era una especie de comision permanente de córtes con poder deliberativo y ejecutivo. Todos los miembros del consejo prestaron su juramento, si bien de mala gana algunos, como el arzobispo de Toledo, que no cesaba de abogar por la regencia de uno, tres ó cinco, con arreglo á la ley de Partida, y el duque de Benavente y el conde don Pedro, á quienes hubiera agradado mas el sistema de aquel prelado con la aspiracion de formar una regencia trina, que verse confundidos entre tantos consejeros.

Con tales elementos no podia durar la armonía, ni tardó en introducirse la discordia entre los miembros del consejo-regencia. El arzobispo de Toledo, que ya habia jurado de mala voluntad, fué el que comenzó á manifestarse disidente, y despues de haber hecho que le releváran de tener bajo su custodia en un castillo de sus dominos al conde don Alfonso, tio bastardo del rey, y que el ilustre prisionero de don Juan I. fuese puesto á recaudo en la fortaleza de Monreal, de la órden de Santiago, se salió de la córte, y espidió cartas al papa y á los cardenales, á los reyes de Francia y de Aragon, á los tutores nombrados por el testamento de don Juan, á todas las ciudades y villas del reino, enviándoles copia del testamento, y escitando á todos á que desobedeciesen las órdenes que emanáran del consejo, considerándole como nulo é ilegal. A! propio tiempo una cuestion entre el duque de Benavente y el arzobispo de San= tiago, dió nueva ocasion de desacuerdo entre los consejeros, hasta el punto de preparar los de uno y otro bando sus compañías para venir á las manos, lo cual produjo la salida del de Benavente para sus tierras, despagado,» como entonces se decia, rebosando en resentimiento y enojo. En su vista el rey y el consejo invitaron por cartas al arzobispo de Toledo, al duque de Benavente y al marqués de Villena, á que viniesen á las córtes que se habian de tener en Madrid para acordar lo conveniente al mejor gobierno del reino. El de Benavente y el de Villena enviaron por lo menos algunos caballeros que pudieran conferenciar y entenderse con el rey: el de Toledo, atrincherado en su testamento y en su ley de Partida, negóse á todo acomodamiento y transaccion. Los caballeros y letrados que le envió el consejo, el obispo de Saint-Pons, legado del papa, que tambien fué á hablarle en nombre del rey, el conde don Pedro y el maestre de Santiago que pasaron después en persona para ver de persuadirle á que cediese en obsequio á la paz del reino, todos obtuvieron igual respuesta y nadie pudo doblar al inflexible prelado, firme en su propósito de ha◄ cer valer el testamento del rey don Juan. La tenacidad del arzobispo don Pedro Tenorio y sus cartas y sus gestiones fueron de tal efecto, que el reino se dividió en dos grandes bandos, unos que defendian la disposicion del testamento, otros que sostenian el consejo de Madrid. Las poblaciones ardian en

discordias, y en muchos lugares pelcaban entre sí los de uno y otro partido, y habia riñas, y muertes, y escándalos de todo género (1391).

Las cosas llegaron á términos, que unidos ya el arzobispo de Toledo, el duque de Benavente y el maestre de Calatrava, puestas en pié de guerra sus compañias, amenazaban envolver al reino en una lucha civil, mientras el consejo del rey para atraer gente á su partido prodigaba mercedes, tierras y quitaciones, subiendo los dispendios á ocho ó nueve millones mas de lo que las rentas permitian, de tal manera que los caballeros del reino, «desque vieron, dice la Crónica, tal desordenamiento, non curaban de nada, é todo se robaba é coechaba.» Deseosos los ciudadanos de Burgos de evitar el rompimiento que veian inminente, propusieron al rey que se celebráran córtes en su ciudad para que sosegada y pacificamente se pudiera dirimir aquella contienda y proveer lo que fuera mejor y mas conveniente al bien del Estado, ofreciendo sus propios hijos en rehenes á fin de que pudieran tenerse por seguros los que asistiesen á las córtes. Acogida hasta con gratitud por el rey y el consejo ta proposicion de los burgaleses, tratóse otra vez con el arzobispo á fin de moverle á que aceptára este partido que aparecia tan justo y tan propio para escusar conflictos y escándalos en el reino. Pero otra vez el legado del papa, y los procuradores de las ciudades, y los mensageros de Burgos trabajaron inútilmente por traer á concordia al inflexible prelado. Entonces la reina de Navarra, que se hallaba en Castilla, tomó sobre si el oficio de mediadora, é hízolo con tal afan y solicitud, que á costa de improbos esfuerzos y de continua movilidad para hablar á unos y á otros, logró suspender la guerra que estuvo muchas veces à punto de estallar, y que conviniesen los de uno y otro bando en tener unas vistas en Perales, entre Valladolid y Simancas, para platicar y ver de entenderse entre sí.

El resultado de estas vistas fué un término medio entre las pretensiones de ambos bandos. Convínose, pues, en que fuesen tutores y gobernadores los seis designados en el testamento del rey don Juan (1), pero agregando á estos otros tres, que fueron el duque de Benavente, el conde don Pedro y el maestre de Santiago, y ademas seis procuradores de las seis ciudades que el rey don Juan habia dejado tambien ordenado. Esto habia de hacerse aprobar por todo el reino en las córtes de Burgos, á cuyo fin se espidió la convocatoria general, y se dieron rehenes de una y otra parte para la seguridad de todos. Antes de dar cuenta de lo que se deliberó en las córtes de Burgos, digamos lo demas que durante la cuestion de la regencia habia acontecido en el reino.

(1) Eran éstos el marqués de Villena, los de Calatrava, y Juan Hurtado de Mendoza. arzobispos de Toledo y Santiago, el maestre

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