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de Bacza. En el sitio llamado los Callejares dióse una batalla en que de una parte y otra perecieron muchos soldados y no pocos capitanes ilustres. El rey desde Madrid despachó á todas las ciudades del reino cartas convocatorias para celebrar córtes en Toledo, à fin de pedir subsidios con que poder levantar un grande ejército y hacer una guerra activa al atrevido moro hasta hacerle arrrepentirse de su osadía y deslealtad. Prelados, nobles, caballeros y procuradores se apresuraron á reunirse en Toledo (1406). Iabiéndose agravado la enfermedad del rey, su hermano don Fernando fué quien en su nombre habló á las cortes y espuso el objeto de haberse convocado aquella asamblea. La demanda del rey era grande: pedia diez mil hombres de armas, cuatro mil ginetes, cincuenta mil peones, treinta galeras armadas, cincuenta naves, seis bombardas gruesas, y correspondiente provision de ingenios, trabucos, arneses y demás útiles de guerra. Echadas las cuentas de lo que sumarian aquellos gastos, y despues de alguna resistencia por parte de los obispos, y de detenida discusion por la de los procuradores, se acordó otorgarle un servicio de cuarenta y cinco cuentos de maravedis, autorizándole ademas para que si la necesidad apremiase pudiese por una vez y solo por aquel año hacer un nuevo repartimiento sin necesidad de llamar las cortes.

Mas en tal estado, exacerbáronsele en tal manera á don Enrique sus dolencias, que antes que pudiese dar cima á sus designios, le arrebató la muerto en Toledo á 25 de diciembre de aquel mismo año (1406), y á los 27 de su edad, con gran sentimiento y llanto de toda Castilla, que no solamente lamentaba ver bajar prematuramente á la tumba un monarca de tan grandes prendas, sino que presentía las calamidades que esperaban al reino quedando una reina viuda de treinta y un años y un principe heredero de veinte y un meses (i).

(1) Un fraile franciscano, fray Alonso de Espina, dijo, sin que sepamos el fundamento, que habia muerto este rey don Enrique de un veneno que le dió un médico judío natural de Segovia, llamado Almayr. Esta aventurada especie le bastó al bueno de Gil Gonzalez Dávila para hacer en el penúltimo capítulo de su Historia la observacion siguiente, que si no exacta respecto á todos los soberanos que cita, no carece de verdad en cuanto á algunos: «Y causame admiracion, dice, «pensar que cuatro reyes que ha tenido Casatilla de este nombre, ac basen con muertes muy dignamente lloradas. A don Enrique

«el I. le mato una teja en la ciudad de Pa«lencia: á don Enrique II. unos borceguies «avenenados: á don Enrique III. un venene «que le dió este médico traidor: don Enrique «el IV. acabó con una muerte cual nos cuen etan sus historias. Y si reparamos en ello, lo «lo mismo parece que sucedió en otros cua«tro que tuvo de este nombre la corona real «de Francia, esceptuando el Primero. El Sc«gundo murió en una justa. El Tercero de «una puñalada. El Cuarto, que reinó en «nuestros años, de otras dos que le dió un «mal vasa!lo de su reino.>>

CAPITULO XXV.

JUAN II. EN CASTILLA:

DESDE SU PROCLAMACION HASTA SU MAYOR EDAD,

De 1406 á 1419,

Proclamacion del rey niño en Toledo.-Temores de la rei na madre.-Nople proceder del infante don Fernando.-Tutela y regencia.-Córtes de Segovia.- Guerra de Granada.— Conquista de Zahara.-Cerco de Setenil.-Córtes de Guadalajara: subsidios para la guerra. -Muerte del rey Mohammed VI. de Granada y proclamacion de Yussuf III.; curiosa é interesante anécdota.-Renuévase la guerra contra los moros.-Combate, sitio y gloriosa conquista de Antequera.-Se da al infante don Fernando el sobrenombre de don Fernando el de Antequera.-Nómbrase alcaide de Antequera al esforzado Rodrigo de Narvaez.— Tregua con Granada.-Hereda el infante don Fernando la corona de Aragon.-Parte á tomar posesion de aquel trono.-Nueva regencia en Castilla.-Comienza la privanza de don Alvaro de Luna.-Reasume la reina doña Catalina la tutela de su hijo y la regencia del reino por muerte del rey don Fernando.-Damas favoritas: disgusto de los del consejo. Despréndese la reina madre de la crianza de su hijo: descontento de los grandes. -Muerte inopinada de la reina doña Catalina.-Crítica situacion del reino.-Cásase el rey don Juan y se le declara mayor de edad.

La circunstancia de haber heredado el trono de Castilla un principe que aun no contaba dos años de edad, en ocasion que amenazaba y aun habia comenzado á romperse una guerra formidable con los moros de Granada, hacía que muchos temieran y auguráran grandes turbaciones y calamidades en el reino, señaladamente los que sabían y recordaban los males que en muchas ocasiones habian traido á Castilla las largas menoridades de sus reyes. Por lo mismo tambien temian unos y deseaban otros que el infante don Fernando, hermano del recien finado monarca, se alzáse con la gobernacion y regimiento del

reino, y aun con la corona que heredaba su tierno sobrino, única manera que algunos veian de poder conjurar las tempestades y borrascas qne amenazaban levantarse. Pero el noble infante, sin oir otros consejeros que su conciencia, ni otra voz que la de su lealtad, fué el primero que ante los prelados, ricos-hombres, caballeros y procuradores de las ciudades, reunidos para las córtes de Toledo, declaró que recibia y escitó á todos á que recibiesen por rey de Castilla y á que obedeciesen como á su señor natural al príncipe don Juan su sobrino. En su virtud el pendon real de Castilla, puesto por el infante en manos del condestable Ruy Lopez Dávalos, fué paseado por las calles y plazas de Toledo, proclamando todos: ¡Castilla, Castilla por el rey don Juan! Poco después ondeaba el estandarte real en la torre del Homenage, y don Fernando anunciaba á los procuradores del reino en la iglesia mayor de Santa María que con arreglo al testamento del rey don Enrique quedaban él y la reina doña Catalina encargados de la tutela del rey y de la gobernacion del reino durante la menor edad del principe don Juan.

Seguidamente partió el infante para Segovia (1.o de enero, 1407), donde se hallaba la reina viuda con su hijo, afligida por la muerte de su esposo, y temerosa de que el infante, con arreglo á la disposicion testamentaria de don Enrique, quisiera privarla de la crianza y educacion del principe, que aquel dejaba encomendada á Juan de Velasco y á Diego Lopez de Zúñiga (1). En vano aseguró el infante al obispo de Segovia, á quien encontró á las cuatro leguas de esta ciudad, que su ánimo era dar gusto á la reina, y servirle en cuanto pudiese. La reina, siempre recelosa, le cerró las puertas de la ciu dad: el infante se alojó con su gente en los arrabales sin mostrarse sentido, antes bien procediendo con caballerosidad y nobleza, fu el que trabajó con mas ahinco á fin de reducir á los dos ayos nombrados en el testamento á que resignasen aquel cargo en favor de la reina madre, por ser asi lo mas razonable y natural. Cedieron al fin Juan Velasco y Diego Lopez, no sin repug→ nancia y sin graves contestaciones y altercados, recibiendo de manos de la reina como por via de compensacion la suma de doce mil florines de oro. Hec ha esta concordia, y habiendo entrado don Fernando en la ciudad, se abrió y leyó ante las córtes el testamento de don Enrique; la reina y el infante, como tutores del rey niño y gobernadores del reino, juraron en manos del obispo de Sigüenza, haberse bien y lealmente en el gobierno y tutela, guardar y hacer guardar los fueros y privilegios, las libertades, costumbres y buenos usos de Castilla, y con esto quedaron solemnemente reconocidos en las cortes de Segovia como tutores y gobernadores del reino durante la me

(1) De Estuñiga, ó Destuñiga, como dicen las antiguas Crónicas.

nor edad del rey don Juan II., y e..comendada la educacion del príncipe á la reina su madre.

Pronto nacieron desconfianzas entre los dos regentes, ya por obra de algunos mal intencionados que se complacian en turbar su armonia sembrando entre ellos mútuos recelos y sospechas, ya por el carácter de la reina doña Catalina, la cual por otra parte se hallaba de todo punto supeditada á una dama de su córte, llamada doña Leonor Lopez (1), sin cuyo consejo nada hacía, y que de tal manera dominaba en el ánimo de la reina, que nada servia cuanto se determinára en materias de gobierno si no merecia la aprobacion de la dama favorita; á tal punto que lo que un dia se deliberaba, otro se revocaba ó contradecia, si no era del agrado de doña Leonor Lopez, con mengua del reino y no poco disgusto del infante don Fernando. Fiábanse tan poco uno de otro, que cada cual de los regentes tenia su guardia propia, y cuando iban al consejo, cada cual llevaba sus hombres de armas para su defensa. En tal estado de cosas, recibíanse cartas de los caballeros y maestres de las órdenes que estaban en las front eras de los moros anunciando que los soldados amenazaban desertarse por falta de pagas, y en el mismo sentido escribia el almirante don Alfonso Enriquez que se hallaba en Sevilla. En tal conflicto, y á instancia y persuasion del infante, accedió la reina, bien que no con la mejor voluntad, á anticipar hasta veinte millones de maravedis del tesoro del rey su hijo, á condícion de reintegrarse del producto de los subsidios y rentas reales.

Haciase ya la guerra, bien que parcial y sin notables resultados, por la parte de Murcia; y el infante don Fernando, con deseo de impulsarla, gene◄ ralizarla y dirigirla en persona, de acuerdo con la reina, pídió á las córtes el servicio de dinero que conceptuáran necesario para el buen éxito de la empresa. Las Córtes, despues de haber hablado en favor del pensamiento y de Ja peticion del infante regente don Sancho de Rojas, obispo de Palencia, el almirante don Alfonso Enriquez y don Fadrique, conde de Trastamara, otorgaron un subsidio de cuarenta y cinco millones, teniendo en cuenta los veinte de que la reina tenia que reintegrarse, haciendo jurar á los dos regentcs que aquella suma se habia de destinar é invertir íntegra en las atenciones y gastos de la guerra sin distraer nada á objetos de otro género. Y como fuese el ánimo del infante hacerla en persona, quiso dejar ántes ordenado el gobierno y administracion del Estado, de manera que se previniese toda discordia. A este fin hicieron entre él y la reina un convenio solemne, en que

(1). Era hija del célebre don Martin Lopez de Córdoba, gran maestre de Calatrava en tiempo del rey don Pedro, que tan al estre

mo llevó la defensa de Carmona, y que al fin sufrió una muerte trágica por orden del rey don Enrique II.

se determinó dividir el reino en dos partes, y que cada uno rigiese y gobernase en la suya, á saber, la reina madre desde los puertos hácia Castilla la Vieja y reino de Leon, el infante desde la misma línea de los puertos todo lo de Castilla la Nueva, Extremadura, Murcia y Andalucía: compartiéronse igualmente los oficios reales; la reina quedó con su chancillería en Segovia, y el infante se partió para Andalucia (abril, 1407).

Despues de alguna detencion en Villareal esperando la reunion de las tropas, llegó á Córdoba á mediados de junio, y de allí á pocos dias á Sevilla, acompañándole su primo don Enrique, marqués de Villena, macstre que habia sido de Calatrava, el almirante don Alfonso Enriquez, el condestable Ruy Lopez Dávalos, el senescal Diego Lopez de Zúñiga, el obispo de Palencia don Sancho de Rojas, don Pedro Ponce de Leon, señor de Marchena; Cárlos de Arellano, señor de los Cameros, don Perafan de Ribera, adelantado mayor de Andalucía, don Alfonso, hijo de don Juan conde de Niebla, Diego Fernandez de Quiñones, merino mayor de Asturias, Pedro Manrique, adelantado del reino de Leon, Martin Fernandez Portocarrero, Pedro Lopez de Ayala, aposentador mayor del rey, Pedro Carrillo de Toledo, Diaz Sanchez de Benavides, capitan mayor del obispado de Jaen, y de allí á pocos dias llegaron Juan Velasco, Juan Alvarez de Osorio, el maestre de Santiago, el prior do San Juan y el conde de Niebla. Alli se le incorporó el conde de la Marca, uno de los mas hermosos y mas apuestos caballeros de su tiempo, casado con una infanta de Navarra, prima del rey, que voluntariamente vino á tomar parte en aquella guerra al servicio del infante, trayendo consigo ochenta lanzas. A pesar de haber adolecido alli el infante los preparativos de la guerra se impulsaron con actividad, y de los puertos de Vizcaya fueron llevadas ocho galeras y seis naves con buena gente. Con una parte de ellas y con las que ya tenia el almirante embistió una flota de veinte y tres galeras que los reyes de Tunez y de Tremecen tenian en las aguas de Gibraltar, y aunque era superior en fuerza la armada enemiga, condújose con tal bizarria el almirante castellano, que tomó á los infieles ocho galeras, echó varias de ellas á pique, y ahuyentó las demás. Grande fué la alegría del infante y de todos los otros grandes señores al ver arribar á don Alfonso Enriquez á Sevilla con las ocho galeras apresadas, y túvose por feliz anuncio de la gran campaña que se iba á emprender.

La guerra hasta entonces se habia reducido á parciales reencuentros por el lado de Lorca y Vera, y por la parte de Carmona, Marchena, Ecija y Pruna, en que mútuamente infieles y cristianos se tomaban algunas villas y castillos. Ahora se anunciaba una lucha séria, cual no habia vuelto á verse desde los tiempos de Alfonso XI. Refiere no obstante la crónica un hecho que nos reve

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