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confidente, que al fin se vió precisada á recluirla en un monasterio y á desterrar de la córte á los que tenian con ella intimidades.

Conociendo la debilidad de la reina, Juan de Velasco y Diego Lopez de Zúñiga, los dos ayos del rey nombrados por el testamento de su padre, reclamaron despues de la muerte del rey don Fernando que les fuese entregado eljóven monarca para su crianza y educacion en conformidad al testamento. Apoyó su peticion el arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, y la reina condescendió en hacer la entrega de su hijo á los dos caballeros á quienes tan tenazmente habia rechazado ántes, agregándoseles el prelado toledano, cosa que desagradó altamente á los demas magnates, y principalmente á los del consejo, y dió ocasion á nuevas desavenencias entre unos y otros.

De esta manera iba marchando trabajosamente la larga menoría de don Juan II. Felizmente se renovaron por dos años las treguas con el rey de Granada (abril, 1417). Pero al año siguiente, un suceso inopinado vino á poner el reino en una situacion sobremanera embarazosa y delicada. La mañana del 1.o de junio de 1418, amaneció muerta en su cama la reina doña Catalina en Valladolid. Juntáronse inmediatamente en consejo todos los altos funcionarios para acordar lo conveniente al mejor servicio del rey deliberóse que todos siguieran desempeñando sus oficios: se paseó el rey á caballo por la ciudad: todos los grandes del reino acudieron á la córte; cada cual trabajaba para obtener favor y privanza, y como se temiese el escesivo influjo de don Juan de Velasco y del arzob spo de Toledo, don Sancho de Rojas, se determinó que go. bernasen el reino los mismos que habian sido del consejo del rey don Enrique.

Para hacer mas complicada la situacion, Francia pedia auxilio de naves á Castilla contra los ingleses, é Inglaterra pregonaba la guerra contra Castilla. Para ver de salir de este conflicto fueron convocados los procuradores de las ciudades, y se prorogó por otros dos años la tregua con Granada. Tratóse tambien de casar al rey. Pretendia el de Portugal que se enlazase con su hija doña Leonor; pero el arzobispo de Toledo, hechura del difunto rey don Fernando de Aragon, trabajó con mas éxito en favor de la infanta doña Mario, hija de aquel monarca, tanto que se celebraron los desposorios en Medina del Campo en octubre de aquel mismo año (1418). Concluidas las fiestas de las bodas, trasladose el rey don Juan con el consejo y toda la grandeza á Madrid, para donde estaban convocadas las córtes. En ellas se pidió un servicio de doce monedas para armar la flota que habia de enviarse al rey de Francia, y se otorgó, no sin muchos altercados, y bajo el acostumbrado juramento de que no habia de gastarse aquel dinero sino en el objeto para que se demandaba.

Veian con disgusto los del consejo y la grandeza todo el ascendiente y la

preponderancia que el arzobispo de Toledo habia tomado, protegido por la reina y los infantes de Aragon, viuda é hijos del rey don Fernando. Dábanse por resentidos y agraviados de que nada se hiciese en el reino sino lo que el prelado queria y disponia. Juntáronse, pues, y acordaron decir al rey, que puesto que estaba próximo á cumplir los catorce años, en que segun las leyes debia encargarse del gobierno del reino, sería bien que le tomára sobre si y comenzára á manejar con mano propia las riendas del Estado. Respondió el jóven monarca que estaba pronto á hacer lo que en tales casos se acostumbrase. En su vista el arzobispo, mas político que todos, reunidas en el alcázar de Madrid las cortes del reino (7 de marzo de 1419), fué el que se adelantó á tomar la palabra dirigiendo al rey un razonado discurso, en que espresó que segun las leyes de Castilla disponian era llegado el caso de entregarle ct regimiento y gobernacion del Estado. Habló en el propio sentido el almirante don Alfonso Enriquez à nombre de la nobleza y de los procuradores; contestó el rey dando gracias á todos, y desde aquel momento quedó declarado mayor de edad el rey don Juan II de Castilla (1).

Suspendemos aquí la historia de este reinado, para dar cuenta de la marcha que en este tiempo habia llevado la monarquía aragonesa, donde hemos visto ir á reinar un infante de Castilla.

(1) Cron. de don Juan II. hasta el año correspondiente,

TOMO IV.

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CAPITULO XXVI.

FERNANDO I. (el de Antequera) EN ARAGON.

Bo 1410 & 1416.

Estado del reino á la muerte de don Martin.-Aspirantes al trono: cuántos y quiénes; circunstancias de cada uno.-Competencia entre el conde de Urgel y el infante don Fernando de Castilla.-Bandos y parcialidades en Aragon, Cataluña y Valencia.—Parlamentos en los tres reinos para tratar del sucesor á la corona.-Conducta de los parlamentog de Barcelona y Calatayud.-Asesinato del arzobispo de Zaragoza.-Parlamentos de Tortosa, Alcañiz, Vinalaroz y Trabiguera.-Espíritu de estas congregaciones.-Resolucion que tomaron para la eleccion de rey.-Compromiso de Caspe: jueces electores.-Es nombradɔ rey de Aragon el infante de Antequera; proclamacion: sermon de San Vicente Ferrer.-Es jurado don Fernando de Castilla en Zaragoza.-Cómo pacificó las islas de Cerdeña y Sicilia.-Rebelion y guerra del conde de Urgel.-Célebre sitio de Balaguer.-El conde es he→ cho prisionero, juzgado y encerrado en un castillo: paz en Aragon.-Suntuosa coronacion de don Fernando en Zaragoza.-Muda la forma de gobierno de esta poblacion.-Cisma de la Iglesia: tres papas: medios que se adoptan para la estincion del cisma: concilio de Constanza.-Parte activa que toma don Fernando de Aragon en este negocio.-Renuncia do dos papas.-Vistas del emperador Sigismundo y de don Fernando en Perpiñan: gestioncs para que renuncie el antipapa Benito XIII., Pedro de Luna: dura inflexibilidad de éste: sálese de Perpiñan y se refugia en Peñíscola.-El rey y los reinos de Aragon se apartan de la obediencia de Benito XIII.-Ultimos momentos del rey don Fernando: audacia do un conseller de Barcelona.-Muerte del rey: sus virtudes.

Habiendo muerto el rey de Aragon, don Martin cl Ilumano (31 de mayo, 1410) sin sucesion directa, y sin haber tenido él mismo resolucion bastante para designar sucesor, no contestando nunca categóricamente & las preguntas que sobre esto le hicieron la condesa de Urgel y otros magnates que le rodeaban, y á las embajadas que varias córtes le enviaron para esplorar su voluntad, quedaba el reino aragonés en una situacion escep

cional, grave y comprometida, espuesto á los embates de los diferentes competidores que ya en vida de aquel monarca se habian presentado como pretendientes al trono que iba á vacar, acibarando con sus anticipadas reclamaciones y prematuras exigencias los últimos dias de aquel bondadoso

monarca.

Cinco eran los aspirantes que se presentaban con títulos respetables, y mas o menos legitimos, á la sucesion de la corona aragonesa, á saber: 1.o don Jaime de Aragon, conde de Urgel, biznieto por línea masculina de don Alfonso III. de Aragon, casado con la infanta doña Isabel, hija de don Pedro III. y hermana del mismo don Martin: 2.o el anciano don Alfonso, duque de Gandia y conde de R.bagorza y Denia, hijo de don Pedro, conde de Ampurias y Ribagorza, y nieto de don Jaime II., que fué hermano de don Alfonso Ill.: 5.° El infante don Fernando de Castilla, hijo segundo de la reina doña Leonor, que lo fué de don Pedro III. de Aragon y hermana de don Martin: 4.o don Luis, duque de Calabria, hijo de doña Violante, que lo era de don Juan 1. de Aragon, casada con el duque de Anjou, que se titulaba rey de Nápoles: 5.° don Fadrique, hijo natural del rey don Martin de Sicilia, á quien su padre habia dejado eficazmente recomendado en su testamento, á quien su abuelo don Martin habia amado con singular ternura, no sin descos de elevarle á la dignidad real, al menos del reino de Sicilia, y á quien el antipapa Benito XIII. á instancias de su abuelo habia tenido á bien legitimar.

De estos concurrentes el mas fuerte y el mas temible era el conde de Urgel, no tanto por la mayor legitimidad de sus derechos, cuanto por su genio activo, impetuoso y osado, por los numerosos partidarios que le proporcionaban sus relaciones de parentesco y amistad con las principales familias de Cataluña, por el favor de que gozaba con los Lunas de Aragon, y por la popularidad que tenia entre los valencianos. Nombrado, aunque de mala gana, por ef rey don Martin lugarteniente general de reino, acaso con el designio de alejarle de sí y comprometerle entre los bandos de los Lunas y Urreas que traian entonces tan agitado el pais, pero no reconocido nunca como tál en Zaragoza, aspiraba despues de la muerte del rey, no ya solo á ejercer la lugartenencia, sino á tomar las insignias reales, y las hubiera tomado á no haber visto que el pais no consentía tan exageradas pretensiones. Favoreciale además la circuns→ tancia de que á la sazon de morir el rey, sus competidores ó contaban todavía con escasas fuerzas, ó se hallaban distantes del reino. El duque Luis de Calabria era un niño, y solo contaba con el apoyo de la Francia: el duque de Gandia, don Alfonso, anciano y enfermo, y el hijo bastardo de don Martin de Sicilia, don Fadrique, aunque recien legitimado por el papa Benito, tenían pocos partidarios en el reino. Quedaba pues por principal competidor al de Urgel

el infante don Fernando de Castilla, por quien habia mostrado decidida inclinacion el rey don Martin, y en cuyo favor estaban el Justicia de Aragon, el arzobispo de Zaragoza, el gobernador Lihori, y el mismo Benito XIII (1), formando un numeroso partido, además de asistirle, como se vió después, el mejor derecho. Pero hallábase á aquella sazon el infante empeñado en la cmpresa de conquistar á Antequera.

Aprovechando esta circunstancia el de Urgel, ávido por otra parte de ceñir una corona, presentóse desde luego con resolucion y osadia á sostener su pretension con las armas. Grandes perturbaciones y trastornos amenazaban y hubieran sobrevenido á la monarquía aragonesa, si no hubiera habido tanta sensatez y cordura por parte del pueblo y de sus representantes. Pero el parla mento de Cataluña (2), único que entonces se hallaba reunido, deponiendo con noble patriotismo toda afeccion personal, y atendiendo solo á lo que demandaban la justicia y el bien y la paz del reino, requirió al turbulento conde que se abstuviese de ejercer el oficio de lugarteniente y licenciase la gente armada, pues no podia consentir ni aquella aptitud, ni el uso de aquella autoridad, siendo el reino el que habia de fallar en justicia entre todos los pretendientes: intimacion que desconcertó al conde, por lo mismo que venia del Frincipado, donde él contaba con mayor apoyo. Pero tampoco Cataluña queria decidir por sí sola un negocio que interesaba igualmente á los tres reino3 de la corona aragonesa. Por lo mismo, y procediendo con mesura y con la mayor lealtad, envió algunos de sus miembros á Aragon y Valencia para escitar á estos pueblos á que reuniesen sus particulares parlamentos, y después en uno general de los tres reinos se viese la manera mejor de poner fin al interregno, dando la triple corona de aquella monarquía á quien de justicia y por mas legítimo y fundado derecho se debiese. Pero Aragon, desgarrado por las poderosas parcialidades de los Lunas y los Urreas, difirió algun tiempo con

(1) Ei conde de Urgel, al decir del historiógrafo de don Fernando, Lorenzo Valla, en su furia contra el papa y contra el arzobispo, amenazó al primero con hacerle rasurar la cabeza, y al segundo con ponerle en ella un casco de fierro candente en lugar de mitra.

(2) Distinguíanse las cortes de los parlamentos, en que aquellas suponian la convocatoria y la presidencia del rey; cuando faltaba aquella circunstancia, como en los interregnos, se les daba el nombre de Parla

mento.

Las córtes, que habian quedado abiertas cuando acaeció la muerte de don Martin, nombraron antes de separarse doce personas que representasen y gobernasen el pueblo, y encargaron al gobernador de Cataluña, que, asociado de los cinco conselleres, despachase las provisiones necesarias para la conservacion de la paz. El gobernador convocó el parlamento para Monblanc, que después se trasladó á Barcelona, lo cual produjo cuestiones y protestas que no hacen ahora á nuestro propósito.

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