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CAPITULO XXX

ENRIQUE IV. (el Impotente) EN CASTILLA.

De 1454 á 1475.

aus primeros actos.-Rasgos de clemencia.-Paz con el rey de Navarra.-Pomposas, pero ineficaces campañas contra los moros: muestras de debilidad en el rey: disgusto de los capitanes.-Matrimonio del rey con doña Juana de Portugal.-Amores de don Enrique con una dama de la córte.-La reina y don Beltran de la Cueva.-Paso de armas de Madrid. Conducta del rey: resentimiento de los grandes.-Don Juan Pacheco, marqués de Villena: don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo.-Confederacion de los grandes contra el rey.-Ofrécenle los catalanes la corona del Principado: el rey los abandona.Vistas de Enrique IV. de Castilla y Luis XI. de Francia: circunstancias notables: tratado del Bidasoa: enojo y resolucion de los catalanes. -Nacimiento de la princesa doña Juana: por qué la denominaron la Beltraneja.-Favor y engrandecimiento de don Beltran de la Cueva.-Audacia de los magnates: atentados contra el rey: peligros de éste: falsa política del marqués de Villena.-Manifiesto de los conjurados al rey: debilidad de Enrique: transacciones: junta en Medina del Campo: célebre sentencia.-Afrentosa ceremonia de destronamiento del rey en Avila: proclamacion del príncipe don Alfonso: bandos: dos reyes en Castilla: guerra civil: escena dramática y burlesca en Simancas.-Proyecto de casar á la princesa Isabel con el maestre de Calatrava: muerte repentina de éste.Batalla de Olmedo entre los dos reyes hermanos.-Fallecimiento del príncipe-rey don Alfonso. Los confederados ofrecen la corona á Isabel: no la admite.-Isabel es reconocida heredera del reino: vistas y tratado de los Toros de Guisan do.-Pretendientes á la mano de la princesa Isabel: decídese ella por don Fernando de Aragon.-Dificultades que se oponen á este matrimonio: cómo se fueron venciendo: interesante situacion de los dos novios: realizase el enlace.-Enojo del rey y de los partidarios de la Beltraneja,Revoca don Enrique el tratado de los Toros de Guisando, y deshereda á Isabel.-Conducta de ésta y de Fernando su esposo.-Reconciliacion del rey y los príncipes.-Túrbase de nuevo la concordia.-Muerte de don Juan Pacheco, gran maestre de Santiago.-Muerte de don Enrique.-Carácter de este monarca.

La situacion poco lisongera en que don Juan II. de Castilla habia dejado el reino á su muerte (21 de junio, 1454) hizo que se proclamára con gusto,

y hasta con entusiasmo en Valladolid á su hijo don Enrique, cuarto de los monarcas castellanos de este nombre; asi por la esperanza de mejorar de condicion que suelen concebir los pueblos cuando despues de un reinado turbulento y desastroso ven pasar el cetro á otras manos, como por el carácter afable, franco y benigno del nuevo rey. A inesperiencia de la edad y á debilidades de la juventud atribuian ó se hacian la ilusion de atribuir sus anteriores faltas los que se acordaban de las rebeliones de don Enrique contra su padre, de su conducta con doña Blanca de Navarra su esposa, y de otros desfavorables antecedentes de su vida cuando era solo príncipe primogénito. Veremos si se equivocaron los que esperaban un porvenir mas risueño, fundados en la índole y cualidades del nuevo mo

narca.

Sus primeros actos no desmintieron aquellas esperanzas. Espontáneamente y por un rasgo de benignidad y de clemencia mandó sacar de la prision á los condes de Alba y de Treviño y á otros caballeros que se hallaban presos por las anteriores rebeliones, y que les fuesen restituidas sus tierras y bienes. Confirmó en sus empleos á los oficiales de su padre; renovó la antigua amistad de Castilla con Cárlos VII. de Francia, que acababa de libertar aquel reino del yugo de la Inglaterra, y llevó á cabo los tratos de paz que su padre habia dejado pendientes con el rey don Juan de Navarra. Concertóse esta paz por mediacion de su tia la reina de Aragon, esposa de Alfonso V., interviniendo tambien el Justicia de Aragon, el almirante don Fadrique y el marqués de Villena, mayordomo mayor del rey. Por este convenio el rey don Juan de Navarra, su hijo natural don Alfonso, que se decia macstre de Calatrava, el infante de Aragon don Enrique su hermano, todos renunciaban las villas, fortalezas y lugares que tenian en Castilla, manantial perenne de las revueltas y disturbios entre los soberanos y príncipes de los tres reinos que largamente hemos referido, recibiendo en cambio algunos cuentos de maravedis anuales por juro de heredad sobre las ciudades y rentas de la corona castellana. Esceptuábase de esta renuncia la fuerte villa de Atienza, por pertenecer á la dote de la reina de Navarra, doña Juana Enriquez, hija del almirante de Castilla. El almirante y los demas nobles y caballeros castellanos, que andaban desterrados y tenian confiscados sus bienes por haber hecho causa comun con el rey de Navarra y los infantes de Aragon contra don Juan II., padre de don Enrique, eran repuestos en sus empleos y señoríos, y volvian libremente á Castilla. Esta paz, ó mas bien prolongacion de treguas, que confirmó el rey de Aragon y de Nápoles Alfonso V., vino á reducirse á un contrato de compra y venta de villas y lugares entre los reyes de Castilla y de Navarra, y á la restitucion de sus dominios y em

pleos a los magnates rebeldes que tantos sinsabores habian dado á don Juan II (1).

Puesto de esta manera Enrique IV. en posesion de todas las ciudades y villas de su reino, quiso hacer una manifestacion de su poder y grandeza, y congregando córtes generales en Cuellar, espúsoles su pensamiento y determinada voluntad de renovar la guerra contra los moros de Granada. Contestó por todos aprobando su resolucion don Iñigo Lopez de Mendoza, marques de Santillana, conde del Real de Manzanares. En su virtud, dejando el rey por gobernador del reino en Valladolid al arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo y á don Pedro Fernandez de Velasco, conde de Haro, partió para Andalucía en la inmediata primavera (abril, 1455) con poderoso ejército de å pie y de á caballo Lo notable de este ejército era una hueste de tres mil sciscientas lanzas, especie de guardia real, magníficamente equipada y pagada por el rey, mandada por los jóvenes de la primera nobleza, y destinada á acompañar de continuo la persona real, de lo cual se denominaron continos Ó continuos del rey, que era su primer gefe, y algunos consideran como la primera creacion de un ejército permanente (2). Llevaba consigo don Enrique á esta campaña toda la nobleza del reino, de que eran representantes los personages siguientes, que nos importa conocer para la historia sucesiva de este reinado: don Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, con otros prelados; el almirante don Fadrique Enriquez, tio del rey (nuevamente venido del destierro de resultas de la paz con el rey de Navarra); don Juan de Guzman, duque de Medinasidonia, el marqués de Santillana con sus hijos, don Juan Pacheco, marqués de Villena (el gran privado del rey), su hermano don Pedro Giron, maestre de Calatrava, los condes de Plasencia, de Benavente, de Arcos, de Santisteban, de Alba de Liste, de Valencia, de Cabra, de Castañeda, de Osorno, de Paredes, de Almazan, y otros nobles y caballeros de estado, los mas de ellos capitanes de á quinientos, hombres de armas ó ginetes. Habia hecho el rey grabar sobre su escudo la divisa de una granada abierta, simbolo de su futura conquista.

No correspondió sin embargo esta campaña á la grandeza y lujo de su aparato. Llegó este grande ejercito á la vega de Granada (3): mas, bien fue

(1) Las negociaciones que mediaron para esta paz, y el pormenor de sus condiciones se hallan mas estensamente referidas en el lib. XVI. de los Anales de Zurita, que en las dos crónicas de Enrique IV.

(2) Enriquez del Castillo, Cron. del rey don Enrique IV. cap. 10.-Ya don Juan II. habia tenido mil lanzas que debian acompañarle de contínuo, y don Alvaro de Luna tu

vo tambien á su servicio una compañía de ciento, que se llamó la Compañia de los cien continos, siendo capitanes natos de ella los descendientes de aquel privado, si bien aquella decayó pronto de su primitivo objeto. (3) Al final del reinado de don Juan II. puede ver el lector la situacion en que á esta época se bailaba el reino granadino.

se que el rey se propusiera ir devastando aquella rica campiña para reducir á los moros por falta de mantenimientos, bien que quisiera economizar demasiado la sangre de sus soldados, dió órden á sus capitanes para que evitáran todo encuentro con los enemigos. Disgustó esta conducta á algunos de los nobles, en términos que proyectaron apoderarse de la persona misma del rey, contándose entre estos el maestre de Calatrava don Pedro Giron (hermano del marqués de Villena), y los condes de Alba y de Paredes, y hubiéranlo realizado, si advertido el rey por un hijo del marqués de Santillana del peligro que corria no se hubiera retirado á Córdoba, y de alli á Madrid. ¡Tan pronto perdió Enrique IV. el prestigio con que habia subido al trono! Mas no por eso renunció el rey á repetir estas expediciones en cada primavera, despues de pasar los inviernos en Madrid y sus cercanias, distraido en monterías y partidas de caza, su recreo y diversion favorita. En abril del año siguiente (1456) volvió con su ejército á recorrer las tierras de Lora, Antequera y Archidona: avanzó hasta cerca de Má'aga, pero contentóse tambien con talar é incendiar algunos pequeños lugares. En vano sus capitanes ansiaban ganar fama y prez con alguna empresa hazañosa: el sistema del rey era que la vida de los hombres no tenia precio, y que por lo tanto no debia en manera alguna consentir que la aventuráran en batallas, combates, ni aun escaramuzas: táctica singular en quien se presentaba con infulas de arrojar los moros de España, y que le atraia el menosprecio y lo ponia en ridículo para con sus mismos caudillos y capitanes. Merced al espontáneo arrojo de algunos jóvenes caballeros, habiendo vuelto al otro año (1457) á la vega de Granada, como hubiese muerto en un encuentro que aquellos tuvieron con los moros el esforzado Garcilaso de la Vega, se irritó algun tanto el rey, mandó talar las mieses, viñas, olivares y plantios, se tomó á fuerza de armas la villa y fortaleza de Gimena, y obligó al emir Aben Ismail á pedirle treguas, que obtuvo à costa de un tributo de doce mil doblas anuales y del rescate de seiscientos cautivos cristianos. Mas ni se alcanzó triunfo alguno señalado, ni se ganó plaza alguna importante, y aquellas ruidosas campañas se reducian á vanos y ostentosos alardes, en que se gastaban sumas inmensas, y en que bajo el especioso pretesto de economizar las vidas de sus súbditos ponia de manifiesto su medrosa política, y escitaba en sus mismas tropas la murmuracion, y en los grandes el desprecio y hasta. la burla.

En este intermedio, ansioso el rey don Enrique de tener sucesion, y tal vez con el afan de desmentir la fama y nota de impotente que desde su primer matrimonio con doña Blanca de Navarra habia cundido por el pueblo, procuró contraer segundo enlace, y solicitó la mano de la jóven princesa

doña Juana de Portugal, hermana del monarca alli reinante, Alfonso V., princesa dotada de gran viveza de espíritu y de todas las gracias de la juventud, que hacia por su hermosura las delicias de la córte de aquel reino. Obtenido su consentimiento y el de su hermano, y hechas las capitulaciones, en que entraba el dote que el rey le señaló, que consistia en las villas de Ciudad-Real y Olmedo y en millon y medio de maravedis de moneda corriente, fué traida la nueva reina á Castilla, saliendo á recibirla á Badajoz de órden del rey el duque de Medinasidonia con lucida y numerosa comitiva de caballeros. Llevada á Córdoba, donde el rey don Enrique se hallaba, se celebraron los desposorios (mayo, 1455), pasando luego á Sevilla, donde hubo fiestas de cañas, justas, toros y un torneo de cincuenta por cincuenta, de que fueron gefes el duque de Medinasidonia y el marqués de Villena (1). Traia consigo la reina doña Juana una brillante córte de damas y doncellas portuguesas, á quienes el rey se obligó á atender segun su clase.

Deseoso don Enrique de festejar á su esposa, trájola á Madrid y Segovia, sitios de su preferencia, donde los reyes y la córte pasaban alegre y dulcemente el tiempo en fiestas y banquetes, en que todos lucian sus galas, y gastaban con una esplendidez maravillosa, que pronto habia de dar al traste. con todas las rentas del reino. El lujo y la galantería de aquella córte sibarita se estendia hasta á la respetable clase de los prelados; y el de Sevilla, don Alonso de Fonseca, una noche despues de la cena tuvo la humorada y la jactancia de presentar en la mesa dos bandejas cubiertas de anillos de oro guarnecidos de piedras preciosas, para que la reina y sus damas tomáran el que fuese mas de su gusto. (2) Fl rey don Enrique, que habia gastado su juventud entregado á la disolucion y á los placeres sensuales, no renunció con el nuevo matrimonio á las costumbres de su licenciosa vida, y ni las gracias, ni la belleza, ni la juventud de la reina, fucron bastantes á moderar sus antojadizas pasiones. Entre las damas de la reina habia una llamada doña Guiomar, señalada entre las otras por su hermosura. El rey tomó con ella, como dice su cronista, pendencia de amores, con tan poco recato que faltaba ya abiertamente á las consideraciones que debia á la reina por dedicar todos sus obsequios y galanteos á la manceba. No pudo aquella un dia tolerar la insultante arrogancia de la dama de su esposo, y tomó la venganza por su mano, asiéndola por el cabello y sacudiéndola y golpeándola fuertemente. Grande enojo recibió el rey de este acto, mas no por eso renunció

(1) Sousa, Pruebas de la Casa Real de Portugal, t. I.-Alonso de Palencia, Cron, M. S. part. I.-Florez, Reinas Católicas, t. II. p. 760.-Castillo, Cron. eap. 13 y 14.-Este cro

nista difiere erradamente este segundo matrimonio de don Enrique hasta el año cuarto de su reinado.

(2) Enriquez del Castillo, cron. c. 23,

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