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talanes lo vieron y callaron; y Fernando de Trastamara aseguró en Balaguer con las lanzas y las lombardas la corona que en Caspe le habian dado su árbol genealógico y la rectitud de nueve jueces.

Desde la abolicion del Privilegio de la Union, que hoy podríamos llamare! gran golpe de Estado de don Pedro el Ceremonioso, habian cesado las famosas contiendas entre el trono y la aristocracia que por tantos años habian conmovido y ensangrentado el pais. Establecida sobre bases fijas y estables la constitucion aragonesa, la dinastia castellana de Trastamara halló resueltas las cuestiones política, y no tuvo que inno var en materia de instituciones. Fernando se limitó á reformar tal cual gobierno municipal com o el de Zaragoza, que no habia perdido sus formas republicanas y conservaba privilegios y resabios anárquicos. Tuvo tambien la fortuna de calmar la agitacion perpétua en que habian vivido las posesiones insulares de Aragon.

Si hubiera vivido algunos años más, tal vez hubiera tenido mas pronto término el cisma que afligia al mundo cristiano. El emperador Sigismundo, el gran campeon de la unidad de la Iglesia, halló en Fernando I. de Aragon un cooperador que no le cedia ni en energía ni en celo, y que acaso le aventajaba en desinterés. No hubiera sido posible en tan poco tiempo trabajar mas de lo que trabajó en obsequio á la paz universal; y por último, acreditó su celo religioso y su amor á la justicia con un arranque de energía que no pudo menos de hacer eco en el orbe católico. A nadie mas que á Fernando de Aragon hubiera convenido el triunfo de Pedro de Luna (Benito XIII.) en la famosa cuestion del pontificado. Prelado aragonés, y uno de los mas fogosos partidarios del principe castellano, nada hubiera podido ser mas lisonjero al soberano de Aragon que tener á su devocion la tiara. Y sin embargo, convencido de que el pertinaz antipapa es el gran obstáculo para la paz y la unidad de la Iglesia, viendo que son infructuosos los consejos é ineficaces las conferencias de Morella, de Perpiñan y de Constanza para reducirle á la renuncia que toda la cristiandad ansiaba, se aparta él mismo y sustrae solemnemente á todos sus reinos de la obediencia al antipapa Benito. Desde entonces el refugiado en Peñiscola quedó reducido á un temerario impotente, y Fernando I. de Aragon con aquel rasgo de desinteresada piedad y de enérgica entereza, si no acabó materialmente con el cisma, le mató moralmente por lo menos.

La Providencia concedió solo cuatro años de reinado al honrado y justo don Fernando el de Antequera. La salud y la vida le faltaron pronto, y murió con el cuerpo en Cataluña, y con el alma y el pensamiento en su querida Castilla (1416).

III.

Reservada estaba la satisfaccion de ver terminado el cisma á su hijo Alfonso V., que siendo príncipe habia trabajado ya por su extincion manejando las negociaciones á nombre de su doliente padre. Sin embargo la existencia de Pedro de Luna en Peñíscola aun despues de elegido Martin V. y reconocido por toda la cristiandad, sirvió grandemente á la politica de Alfonso de Aragon para obtener concesiones del nuevo papa, ó por lo menos para neutralizar su desafecto á la casa real de Aragon: porque segun el proclamado en Constanza se conducia con Alfonso, así Alfonso comprimia ó daba ensanche al encerrado en Peñíscola, como quien tenia en su mano ó afianzar ó perturbar de nuevo la paz de la Iglesia.

El antipapa aragonés, elegido con todas las condiciones canónicas y sin competidores, hubiera sido un gran pontifice, porque reunia ciencia, esperiencia, probidad, elevacion de alma, y una energía de carácter que ni ántes ni después ha podido rayar mas alto en ningun hombre. Pero resistiendo á los deseos y votos casi unánimes de la Iglesia y de los concilios, de los principes y de las naciones, se convirtió lastimosamen te en un gran perturbador de la cristiandad, y pudiendo haber sido una de las mas robustas columnas de la Iglesia, fué por su obstinacion y pertinacia declarado cismático y herege. Se recuerda con asombro y con lástima el ejemplo de un hombre que á los noventa años de edad, excomulgado por la Iglesia muere llamándose papa y lanzando excomuniones desde un castillo, como aquel que desde una peña brava se entretuviera en arrojar al aire globos de fuego artificial que se apagan antes de caer al suelo y no queman à nadie.

La desconfianza de los catalanes hácia los soberancs procedentes de Castilla, se reproduce con Alfonso V. bajo nueva forma, queriendo resucitar uno de los abolidos privilegios de Alfonso III., y pidiendo que aleje de su consejo y córte á los castellanos. Pero este Alfonso, castellano como su padre, y criado como él en Castilla, oye con enojo las altivas pretensiones de sus nuevos súbditos, mantiene con entereza su dignidad, se siente llamado á empresas mayores que la de sostener mezquinas luchas con vasallos exigentes, y sin detenerse á cuestionar sobre ilegales demandas prepara una flota, se arroja á los mares, y no regresa á la península española hasta poder anunciar que aquel monarca á quien se queria privar del derecho de ordenar su casa tiene un reino más que agregar á la corona de Aragon. La nacion aragonesa,

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belicosa y agresora de suyo, debió quedar satisfecha cuando vió que la dinastía bastarda de Castilla le daba principes que estendian sus términos mas allá que los habian llevado Jaime el Conquistador y Pedro el Grande.

Aunque el reinado de Alfonso V. parece pertenecer mas á Nápoles que á Aragon, y á Italia que á España, es imposible dejar de seguirle á aquellas regiones, porque arrastra tras si con su grandeza al historiador, como arrastraba á la flor de los caballeros de su reino que le seguian en sus empresas. Bosquejar la situacion del reino aragonés en este período y apartar los ojos de la contemplacion del rey Alfonso en sus espediciones, seria tan imposible como mirar al firmamento en noche serena y no seguir con la vista la estrella que corre de un punto á otro de la azulada bóveda dejando tras si un rastro de luz.

La conquista de Sicilia en el último tercio del siglo XIII. y la de Nápoles el primero del XV. tuvieron muchos puntos de semejanza. Alfonso V. parecia el continuador de la obra y de la política de Pedro III. A ambos les fueron ofrecidas las coronas de aquellos reinos por la fama que acompañaba su nombre, y si la conquista habia entrado ántes en su pensamiento, supieron disimularle hasta ser brindados con ella. Uno y otro vencieron y arrojaron de las bellas posesiones italianas á los duques de Anjou, el primero á Cárlos, el segundo á Luis y á Renato, y dejaron sembradas las semillas de la gran rivalidad entre Francia y España, que habia de estallar mas adelante en estruendosas guerras entre las dos naciones en aquellos pintorescos y desafortunados paises. Si no señalaron la conquista de Alfonso tragedias como la de las Visperas sicilianas, los incendios y desastres de Nápoles y Marsella y los combates sangrientos en las calles de aquellas ciudades populosas, alumbrados en oscuras noches por las llamas de los edificios, no fueron menos horribles que las escenas espantosas de Palermo y de lesina. Hasta en sus pasiones y flaquezas de hombres se asemejaron los dos conquistadores aragoneses, dejando encadenar sus corazones de héroes en los amorosos lazos de dos mugeres italianas, haciendo nombres históricos, el uno el de la discreta mesinesa Mafalda, el otro el de la bella napolitana Lucrecia.

Tuvo sin embargo Alfonso V. mas dificultades que vencer, y corrió mas vicisitudes; ya por el carácter ligero, voluble y caprichoso de la reina Juana de Nápoles, que con la misma facilidad mudaba de esposos y amantes que de hijos adoptivos, haciendo un juego vergonzoso con su mano, con sus favores y hasta con su maternidad, aprisio nando hoy al esposo de ayer, llamando mañana al favorito desechado hoy, y apellidando traidor un dia al que la vispera habia llamado hijo y heredero; ya por la ligereza y versatilidad de los mismos barones napolitanos, tan pronto angevinos furiosos como entusiastas

aragoneses; ya por las grandes confederaciones de las repúblicas y prín cipes italianos, incluso el papa, que contra él en varias ocasiones se formaron. Y sin embargo, Alfonso aparece grande y magnánimo en todas las situaciones, prósperas ó adversas de su vida. Libertador de la reina Juana, intimida y ahuyenta a los enemigos de la reina y á los pretendientes del reino. Desairado y desheredado por ella, conquista en las calles con la espada lo que la veleidad le ha querido arrancar en el palacio con un escrito.

Guerrero formidable delante de Gaeta, es un caudillo clemente y humanitario que se conmueve á la vista del infortunio, y manda dar mantenimientos á las desgraciadas familias de sus enemigos: porque es el mismo Alfonso que habia roto las cadenas del puerto de Marsella, asaltado su muelle, barrido de soldados las calles, y mandado respetar y proteger las mugeres y recoger con veneracion y conducir á España las reliquias de un santo. Vencido por los genoveses en las aguas de Ponza, y prisionero del duque de Milan, con sus hermanos los infantes de Aragon, no es un prisionero abatido, es un principe magestuoso, que con su dignidad, su discrecion, su elocuencia y su dulzura gana el corazon del generoso milanés, y de un vencedor y un adversario hace un aliado constante y un amigo intimo y leal. Siéndole cuatro pontifices consecutivos ó desafectos ó contrarios, manéjase con tal politica, que obtiene bulas apostólicas confirmando su carta de adopcion y sus derechos al reino de Nápoles, y es invocado por la Santa Sede para que ayude á recuperar para la Iglesia estados que le tenian usurpados otros principes. Sin rómper la unidad católica, hace servir à su política los dos cismas de su tiempo, y las discordias religiosas de Constanza y de Basilea le dan ocasion y pie para conminar ó halagar, segun le conviene, para hacerse propicios á los papas,

En aquel movimiento universal que la presencia de Alfonso de Aragon suscitó en toda la Italia, movimiento en que tomaron parte activa todos los gefes y todos los estados de aquella hermosa porcion de Europa, los pontifices, los cardenales, los principes, los duques de Anjou, de Milan, de Saboya, las repúblicas de Génova, de Florencia y de Venecia, descuella siempre entre todos la gran figura de Alfonso V. de Aragon, sin que alcance á hacerle sombra la del emperador S gismundo. Y si no es maravilla que sobresaliera entre los potentados el que era monarca tan poderoso, es siempre de admirar que no le eclipsáran como guerrero esforzado ni los Sforzas, ni los Braccios, ni los Piccininos, ni los Caldoras, ni otros capitanes y caudillos valerosos que produjo aquel suelo en tan largas y continuadas campañas. Si grande aparece el monarca aragonés cuando, vencidos sus rivales y enemigos, hace su entrada triunfal en Nápoles con una corona en la cabeza y otras cinco á los pies, emblemas de otros tantos reinos que le obedecian, no se representa monos

digno á los ojos del hombre pensador cuando le contempla en posesion ya tranquila del reino con tanto esfuerzo conquistado, instruyéndose en las páginas de Tito Livio, de César y de Quinto Curcio, rodeándose de los escritoros mas eminentes de su tiempo, y complaciéndose en tener sabrosas y amigables pláticas con Valla, con el Panormitano y con Bartolomé Faccio, cuya muerte sintió como si le hubiera faltado el mas principal de su consejo.

Uno de los testimonios que acreditan mas el ascendiente que Alfonso llegó á tomar en Nápoles y en toda Italia, es haber conseguido que los napolitanos aceptáran sin repugnancia y recibieran por rey á su hijo Fernando, que á su cualidad de hijo de estrangero y rey de conquista reunia la circunstancia de ser bastardo (1).

La concepcion de los grandes pensamientos, el manejo en las negociaciones politicas, el plan de direccion en las empresas, eran comunmente del rey. La ejecucion y el éxito debíanse á la intrepidez y destreza de los marinos catalanes y al brio y arrojo de los impetuosos aragoneses, conocidos ya en las regiones maritimas y respetados en el interior de Italia. Diéronle tambien poderosa ayuda sus hermanos los infantes don Juan, don Enrique y don Pedro, y el pueblo le votaba subsidios en abundancia; de modo que infantes barones, ricos-hombres, caballeros, caudillos, soldados y pueblo, todos participaban de los sacrificios, de los peligros y de las glorias de su soberano.

Mas á vueltas de esa grandeza personal que nos asombra y de esa gloria nacional que forma el orgullo de los monarcas y de los pueblos conquistado res, Aragon sacrificaba sus hijos y su tesoros á la vanidad de ostentar sus barras victoriosas en apartadas regiones, y de tener un soberano que llevaba una corona más en la cabeza. Alfonso V. se enamoró de Italia como de una muger hermosa, y en vez de ser un rey de Aragon que dominaba en Italia, era un rey de Italia que dominaba en Aragon. Bien lo conocian y sentian algunos ilustrados aragoneses, y en mas de una ocasion lamentaron en las córtes el largo alejamiento del soberano, y reclamaron su presencia en sus naturales reinos. No le faltaba á Alfonso la voluntad, pero le ligaban allá nueves intereses y necesidades. Naciones y reyes habian de tardar todavía muchos

(1) Hemos visto con mucho placer honrada la memoria del magnánimo monarca aragonés por el actual rey de Nápoles, que en mayo de este año 1852 ha espedido un decreto mandando que la academia de Bellas Artes abra un concurso de artistas hasta el inmediato julio y adopte el mejor proyecto que se presente para restaurar el Arco de

triunfo de Alfonso V. de Aragon en el Cas illo Nuevo. Esta disposicion que tanto honra la buena memoria del rey de Aragon Con'quistador de Nápoles, hace al propio tiempo honor al actual monarca de las Dos Sicilias. Il Risorgimento, Diario de Turin, 2 ju nio, 1852.

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