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CAPITULO XV.

PEDRO (el Cruel) EN CASTILLA.

De 1350 à 1356.

Proclamacion de don Pedro.-Sucesos de Medinasidonia, y primer movimiento de rebelion en Algeciras.-Privanza de Alburquerque.-Prision de doña Leonor de Guzman en Sevilla.-Enfermedad del rey, y planes frustrados de sucesion.-Trágica muerte de doña Leonor de Guzman en Talavera.-Suplicio horrible de Garcilaso de la Vega en Burgos.—Célebres cortes de Valladolid en 1354: leyes que en ellas se hicieron: Ordenamiento de Menestrales: Ordenamiento de Alcalá: Libro de las Behetrías: trátase el casamiento del rey con doña Blanca de Borbon.-Rebelion de don Alfonso Fernandez Coronel en Andalucía y de don Enrique en Asturias: sumision de don Enrique: derrota y suplicio de don Alfonso Coronel.-Principio de los amores de don Pedro con doña María de Padilla.-Decadencia de Alburquerque.-Matrimonio del rey con doña Blanca: la abandona: la recluye en una prision.-Disturbios en Castilla.-Matrimonio de don Pedro con doña Juana de Castro.-Liga contra el rey: los bastardos: Alburquerque: los infantes de Aragon.-Tres renas en Castilla, y situacion de cada una.-Id. de doña María de Padilla.-Peticiones de los de la liga: conducta del monarca.-Cautiverio del rey en Toro y su fuga.-Castigos crueles. Entrada del rey en Toledo: prision de doña Blanca: suplicios.-Entrada de don Pcdro en Toro: escenas horribles: la reina doña María: su desastrosa muerte.—Huida de don Enrique á Francia.

No habiendo dejado el último Alfonso de Castilla cuando murió en el cerco de Gibraltar otro hijo legítimo que el infante don Pedro, de edad entonces de poco mas de quince años, fué éste desde luego y sin contradiccion reconocido como rey de Castilla y de Leon en Sevilla, donde se hallaba con su madre la reina viuda doña María de Portugal (1350).

La desarreglada y escandalosa conducta de su padre, monarca por otra parte de tan grandes prendas, con la célebre doña Leonor de Guzman, su dama; la funesta fecundidad de la favorita, y la larga prole, fruto de aque

llos amores tristemente famosos, que para desdicha del reino quedaba á la muerte de aquel soberano; los pingües heredamientos que cada uno de los hijos bastardos habia obtenido; la influencia que por espacio de veinte años habia ejercido la Guzman, dueña del corazon del monarca y única dispensadora de las mercedes del trono, que habia tenido buen cuidado de distribuir entre sus deudos, parciales y servidores; el humillante y tormentoso apartamiento en que habian vivido la legitima esposa y la única prenda del enlace bendecido por la iglesia: aquella devorando en melancólico silencio el baldon á que la condenaban el ciego y criminal desvio de su esposo y la insultante privanza de la altiva manceba; éste presenciando la dolorosa y amarga situacion de su madre, y comprendiendo ya la causa de sus llantos y de su infortunio: doña María atormentada de celos y herida en lo mas vivo para una muger y en lo mas sensible para una esposa; don Pedro atesorando en su corazon juvenil, pero que ya despuntaba por lo impetuoso y lo vehemente, una pasion rencorosa hácia la causadora de las tribulaciones de su madre y de su desairada situacion; era fácil augurar que con tales elementos no faltarian á la muerte del undécimo Alfonso, ni discordias que lamentar entre la real familia legitima y bastarda, ni venganzas que satisfacer á los ofendidos, ni al reino castellano males y disturbios que Horar. Síntomas de ello comenzaron ya á notarse aun antes de dar sepultura á los ínanimados restos del finado monarca.

Camino de Gibraltar á Sevilla marchaba el lúgubre convoy que acompañaba el carro mortuorio en que iba el cadáver del vencedor del Salado y de Algeciras, contándose entre el cortejo fúnebre doña Leonor de Guzman con sus dos hijos mayores, los gemelos don Enrique y con Fadrique, conde de Trastamara el uno y gran maestre de Santiago el otro, el infante don Fernando de Aragon hermano de don Pedro el Ceremonioso, don Juan de Lara, señor de Vizcaya, don Fernando Manuel, señor de Villena, con otros ilustres caballeros y ricos-hombres de los que habian estado en el cerco de Gibraltar. Al llegar á su villa de Medinasidonia vió ya doña Leonor de Guzman el primer indicio de cómo comenzaba á nublarse y oscurecerse su estrella, y de cómo los mismos que en otro tiempo la habian lisonjeado para alcanzar de ella proteccion y mercedes, se apresuraban á abandonarla á la presencia misma del cadáver del que habia sido su real amante y favorecedor. Don Alfonso Fernandez Coronel, que tenia por ella aquella villa, le dijo desembozadamente que se sirviera alzarle el homenage que le tenia hecho, y entregar la villa á quien quisiere, pues estaba resuelto á no tener cargo alguno por doña Leonor ni por sus hijos. Turbada la Guzman al verse asi tan pronto desamparada por los que miraba como á sus mas devotos

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servidores: en verdad, compadre amigo, le respondió, en fuerte tiempo me aplazastes la mi villa, ca non sé agora quien por mi la quiera tener. Y no fué esto lo peor, sino que haciéndose sospechosa su entrada en Medina á los que llevaban el cuerpo del rey, y dándole otra intencion, llegó ȧ proponer don Juan Alfonso de Alburquerque, noble portugués, ayo que habia sido del infante don Pedro, ahora rey de Castilla, que se tuviese como presos á los hijos de doña Leonor, don Enrique y don Fadrique, hasta ver lo que ella hacia. Súpolo doña Leonor, y cobró tal miedo que hubiera desistido de continuar su viage á Sevilla, si no le hubiera dado seguro don Juan Nuñez de Lara: que era el de Lara partidario de la Guzman, porque tenia una hija desposada con don Tello, uno de los hijos del rey don Al fonso y de doña Leonor.

Inspiró no obstante este incidente tal recclo á los hijos y parientes de ia enlutada dama, que con temor de ser presos acordaron entre si apartarse del rey, y los unos se fueron al castillo de Moron, del órden de Alcántara, con su maestre don Fernando Perez Ponce, los otros á Algeciras con el conde don Enrique, y el maestre don Fadrique para la tierra de su maestrazgo de Santiago: pequeña nube que anunciaba y dejaba entrever desde lejos las negras tormentas y borrascas que habian de sobrevenir. Los demas continuaron su marcha á Sevilla, donde el rey y la reina madre salieron á recibirlos buen trecho fuera de la ciudad. Depositados los restos de don Alfonso en la capilla de los Reyes, en tanto que se trasladaban á la iglesia mayor de Córdoba conforme á su postrera voluntad, procedió el rey don Pedro á ordenar los oficios de su casa y reino. Cúpole á don Juan Nuñez de Lara el de Alférez y Mayordomo mayor; el de Adelantado mayor de Castilla á Garcilaso de la Vega; dióse el adelantamiento de la frontera al infante don Fernando de Aragon, primo del rey; el de Murcia á don Martin Gil, hijo de don Juan Alfonso de Alburquerque; fué nombrado Guarda mayor del rey don Gutierre Fernandez de Toledo; quedó de copero don Alfonso Fernandez Coronel, y asi se repartieron otros oficios, conservando algunos los que los habian tenido en tiempo del último monarca.

Recelándose mucho el jóven rey don Pedro de los que se habian ido á la importante plaza de Algeciras, envió allá de incógnito al escudero Lope de Cañizares para que se informase del estado de la ciudad y de los medios de asegurarla. Traslucida la llegada del emisario por los partidarios de don Enrique, tuvo aquél, para no caer en manos de los que le buscaban, que salir de la ciudad con ayuda de algunos confidentes que de noche le descolgaron por el muro. Contó al rey en Sevilla el peligro en que se habia visto, mostrándole las huellas y señales que habia dejado en sus manos

la cuerda con que le habian atado para evadirse, y con las noticias que éste le dió del estado de la plaza envió el rey á don Gutierre Fernandez de Toledo con galeras y gente de armas. Tan luego como los vecinos do Algeciras vieron acercarse á su puerto las galeras del rey, comenzaron & gritar: ¡Castilla, Castilla por el rey don Pedro! Entonces don Enrique y los suyos salieron precipitadamente de la ciudad, y se retiraron á Moron, donde estaba el maestre de Alcántara don Pedro Ponce de Leon, su pariente. No era aquella todavia una rebelion abierta: antes todo parecia encaminarse á una concordia. Los hijos de doña Leonor entablaron negociaciones para volver á la merced del rey, y como el de Alburquerque aconsejára tambien á su regio pupilo la conveniencia de tener en la córte á los bastardos y sus parciales, don Enrique obtuvo permiso para ir á Sevilla, donde fué acogido benévolamente por el rey; don Fadrique recibió autorizacion para vivir en Llerena, pueblo de su maestrazgo, y solo en cuanto á los castilles de la órden de Alcántara ordenó don Pedro á los caballeros que los tuviesen por él, y no acogiesen en ellos al maestre don Pedro Ponce sino con su mandamiento. Todavía sin embargo dió entonces el rey á algunos de los Guzmanes cargos militares de importancia en las fronteras.

En cuanto á doña Leonor, tan luego como llegó á Sevilla hizola recluir el de Alburquerque en la cárcel de palacio, no obstante el seguro de don Juan Nuñez de Lara, que tuvo de ello gran pesar, y fué parte para que éste y otros magnates acabáran de mirar de mal ojo al valido portugués, que era el que predominaba en el corazon del jóven monarca y le guiaba en todo. Mas la prision no era todavía tan rigurosa que no se permitiese al conde don Enrique, desde que fué á Sevilla, visitar diariamente en la cárcel á su madre. Una imprudencia de ésta agravó su situacion y turbó de nuevo la mal segura concordia. Tratábase de casar á doña Juana, hermana de don Fernando de Villena, ó bien con el rey don Pedro, ó bien con el infante don Fernando de Aragon. Este proyecto, en que entraban la reina madre y Alburquerque, fué mañosamente frustrado por doña Leonor de Guzman, que desde la prision misma, obrando como en los tiempos de su mayor poder, hizo de modo que la jóven prefiriese y diese su mano á su hijo don Enrique, llegando á consumarse el matrimonio ocultamente dentro del mismo palacio. Grande fué el enojo del rey, de la reina, y del ministro favorito cuando lo supieron, y su consecuencia inmediata estrechar la prision de la Guzman, y trasladarla después á Carmona. Supo don Enrique que corria tambien riesgo su persona, y fugóse á Asturias con dos caballeros de su parcialidad. Sin ser formales rompimientos, eran indicios harto claros de que no podian ni avenirse ni parar en bien estas dos familias.

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