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segun los dos proyectos que hicieron, debia emplazarse en la antigua capilla de Villaviciosa ó en el ángulo del patio correspondiente al actual Postigo de la Leche. Estos proyectos se formaron en 1659 y no llegaron á feliz término, porque el Cabildo se opuso á que se destruyera nada de la obra antigua, consiguiendo que los capellanes reales vieran defraudados sus propósitos de mejorar de local.

En todo este período el arte arquitectónico habia venido à una lamentable decadencia, habia perdido las gallardas líneas rectas greco-romanas y habíalas sustituido, primero el barroquismo, el borrominismo despues. Buena prueba de ello son los retablos de la Concepcion, de la iglesia de San Francisco, y el de la capilla del Seminario de San Pelagio, únicas obras que nos quedan del arquitecto Melchor Fernandez Moreno, que vivia hacia la mitad del siglo XVII y que ya los habia construido á más de los retablos mayores de los conventos de la Concepcion y de la Madre de Dios en 1677. Del mismo mal gusto es la plaza de la Corredera hecha por el corregidor don Francisco Ronquillo y Briseño en 1683, bajo los planos de don Antonio Ramos y por mano de los maestros mayores de la ciudad Antonio Garcia y Francisco Beltran. La misma falta de buen acierto domina en la iglesia de San Pedro Alcántara, diseñada por el maestro mayor de la ciudad, Luis de Rojas, en 1690, que dirigió el arquitecto Baltasar de los Reyes, y se concluyó en 1696. En 1702 se hicieron nuevos dos arcos del puente por los arquitectos don Francisco Agustin y Tomás de Ortega.

Pero si estas obras no eran de buen gusto, aún podian llamarse bellas comparadas con lo que vino despues. No hablaremos de los conventos é iglesias churriguerescas que abundan tanto en Córdoba, y entre las que es buen modelo la portada de la iglesia de la Merced, y citemos sólo aquellas obras de las que se ha conservado el recuerdo de sus autores. La más notable es la capilla del Cardenal Salazar, en la Mezquita. Se terminó en 1705 y fué su arquitecto don Francisco Hurtado Izquierdo, que seria el peor de los arquitectos que han trabajado en Córdoba, á no haber existido un don Teodoro Sanchez de Rueda, que ya habia dejado un recuerdo

en la Cartuja del Paular, y nos legó en 1723 el retablo mayor de la iglesia de la Compañía, obra de inmenso trabajo y de malísimo gusto que sustituyó á un retablo del gran Pablo de Céspedes, el más notable de los artistas que Córdoba ha producido. En el mismo año 1723 era maestro mayor de la ciudad el arquitecto Jacinto de Hoces y Morales.

Otro propagador del feisimo gusto churrigueresco, fué el lego dominicano Fray Antonio de Herrera, que como muestras de su habilidad, dejó los salones alto y bajo de su convento, hoy Diputacion provincial, las cajas de los órganos, los altares de San Alvaro y San Vicente Ferrer, las puertas del camarin de la Vírgen del Rosario y la estantería de la biblioteca del convento de San Pablo, en donde el buen lego vivió en el pasado siglo XVIII.

Mientras esto sucedia en la capital, en los pueblos no andaba el arte mucho más afortunado, y el maestro Antonio Roman, y Lorenzo Arroyo y Palomo, eran los encargados de la construccion de la capilla de las Animas de la iglesia de la Purificacion de Puente Genil, que construyeron de 1731 á 1736.

Felizmente para la arquitectura, como para el arte en general, se verificó á fines del pasado siglo una reaccion en el mal camino y apareció un nuevo Renacimiento greco-romano. Villanueva y Rodriguez fueron los arquitectos españoles que llevaron la direccion de este Renacimiento, y en todas partes los artistas volvieron al buen camino, tan lastimosamente olvidado. En Córdoba quedó como muestra de esta nueva faz la iglesia del colegio de Santa Victoria, empezada por Mr. Graveton y concluida por don Vicente Rodriguez, que le puso el grandioso pórtico que hoy ostenta; pero al mismo tiempo que se hacia esta obra, se elevaba, por encargo del Obispo Barcia, el triunfo á San Rafael, obra de Mr. Miguel Verdiguier, que no pudo ser más desdichadamente ideado.

En Aguilar construia don Juan Vicente Gutierrez de Salamanca á su costa y bajo su direccion la gallarda torre del reloj, y en Córdoba, en 1826, se empezaba por el Obispo Trevilla á hacer la restauracion de la Mezquita, tan maltratada por los católicos de todos los siglos. Este Obispo encargó la restauracion del mihrab

á don Patricio Furriel, organero de la diócesis de Córdoba y hombre acreditado en esta clase de trabajos que, más que otra cosa, reclamaban paciencia. Furriel emprendió la obra que concluyó, tal como hoy se ve, bastante bien, a pesar de haber cometido el lamentable error de dar á las dovelas del arco del mihrab, un carácter distinto del gusto árabe á que las primitivas obedecen.

En tiempos del señor Trevilla la restauracion se redujo á limpiar la cal del mihrab y completar la parte que faltaba de los adornos de foscifesa. Posteriormente, en tiempos del señor Alburquerque, se han limpiado muchos arcos que estaban blancos, y se les ha dado un color rojo del ladrillo y amarillo de la sillería con que está hecho el dovelaje de muchos de ellos, y finalmente, en tiempos del señor Cardenal Gonzalez, se ha emprendido la restauracion de lo que era capilla de Villaviciosa, en que aún se trabaja.

El siglo actual sólo dejará de notable en Córdoba las restauraciones de la Catedral y algunos otros templos, el salon del Círculo de la Amistad y el Gran Teatro, obra del arquitecto don Amadeo Rodriguez. Y pasemos á ocuparnos en la historia de la pintura desde el siglo XVI hasta la época actual.

El último pintor de quien hemos hablado es Pedro de Córdoba, que aunque en sus obras inicia ya algun progreso, aún se pueden llamar sus cuadros pinturas góticas. Discípulo suyo debió ser otro pintor famoso que pasa por sevillano, pero que lo mismo puede ser tenido por cordobés, y del que han quedado bellísimas obras en Sevilla. Se llamaba Alejo Fernandez y estaba en Córdoba en 1525, trabajando en el retablo mayor del convento de San Gerónimo de Valparaiso. No quedan restos de estas obras, de las que la principal era la Cena; pero aunque no lleva firma ni hay memoria de quién sea su autor, debe ser de Fernandez la bellísima tabla de la Virgen rodeada de ángeles, que hay en la sacristía de la parroquia de Santiago. Tal la creemos despues de compararla con la Virgen del trascoro de la parroquia de Santa Ana en Sevilla, obra de este pintor. Fernandez es un artista de lo mejor de su época; de un colorido bellísimo, muy correcto dibujo, y una manera de hacer que recuerda ya las obras de Rafael y de los grandes maestros italianos del Renacimiento.

Despues de éste, vienen á figurar como las estrellas del arte, en la historia de la pintura cordobesa, Pablo de Céspedes y el italiano César Arbacía. Céspedes fué uno de esos génios que todo lo abarcan y todo lo dominan; humanista, poeta y literato, poseedor de varios idiomas, reunía á estas dotes, la de ser un notable arquitecto y un pintor y escultor distinguidisimo. Nacido en Córdoba en 1538, estudió las artes en Italia, y despues de encastarse en la buena escuela de Miguel Angel, vino á establecerse en Córdoba, su patria, donde obtuvo una racion en la Catedral en 1577. Aquí abrió su taller á cuantos quisieron aprender las artes que él poseía, y en poco tiempo creó la escuela cordobesa, si es que así puede llamarse á la série de pintores que en los fines del siglo XVI y todo el XVII, ejercieron con aplauso esta profesion en la antigua corte de Al-Andaluz.

Pintó Céspedes en el período de su vida, de 1577 á 1608, en que bajó al sepulcro, muchas obras de importancia, sin que hayamos conservado memoria más que de los retablos mayores de la Compañía y Santa Clara, algunos cuadros en el convento de los Mártires y los retablos de las capillas de la Cena y de los Mesas en la Catedral.

Al mismo tiempo pintaba en Córdoba César Arbacía. Habia contraido amistad estrecha con Céspedes en Italia, y en 1583 se encontraban juntos en Córdoba, difundiendo entre la juventud los vastos conocimientos que habian adquirido en la misma escuela. Arbacía dejó en Córdoba las pinturas murales de la capilla del Sagrario de la Catedral,

Encastados en la manera vigorosa y brillante de estos maestros y en todos los principios que informaban la escuela florentina, á que ambos pertenecian, salieron los discipulos de Céspedes. Juan Luis Zambrano, sin duda el mejor, Antonio de Contreras, don Juan de Peñalosa y Sandoval, Leonardo Henriquez, Fray Cristóbal de Vera, el lucentino Antonio Mohedano y el hermano Adriano. De todos ellos, Zambrano es el único que progresa sobre su maestro. Sus obras, conservadas en la Catedral y en el convento de los Mártires, son más humanas que las del famoso Céspedes; hay en ellas ménos carácter académico, ménos recuerdo de la an

tigüedad clásica y más naturalismo. Hasta la sequedad que domina algun tanto en las pinturas del racionero, ha desaparecido en el martirio de San Esteban, que en la Catedral se conserva. Peñalosa se esmera en el dibujo, delineando las figuras con esquisita correccion; pero es algo seco en el color, y tanto se ciñe á la imitacion de su maestro, que el cuadro de la Asuncion que está en el Hospital de niños expósitos, á no estar firmado, creeríase obra del insigne Céspedes. Leonardo Henriquez sólo pinta, que sepamos, el cuadro de los milagros de la Virgen de la Fuensanta, y llega á nosotros en tal estado, que no es posible juzgar de la primitiva obra; y de Contreras y Fray Cristóbal de Vera, tampoco quedan pinturas que nos autoricen á juzgar la senda por ellos emprendida. Mohedano siguió las huellas de Peñalosa, á juzgar por los cuadros suyos que se conservan en el palacio arzobispal de Sevilla, pues lo que pintó en las bóvedas de la nave del Sagrario de la Catedral de Córdoba no ha llegado hasta nosotros.

Contemporáneo de Céspedes fué otro pintor cordobés que dejó una buena casta de discípulos. Era éste Luis Fernández, que en 1580 vivia en Sevilla, y fué el maestro de Herrera el Viejo y de los dos Castillo, Juan y Agustín. Este último se estableció en Córdoba, en donde á la sazon pintaban los ya citados discípulos de Céspedes, Luis Rufo, que estudió en Italia y fué alli vencedor en público certamen de Miguel Angel Amerighi de Caravaggio, Fray Juan de la Miseria, pintor flamenco de quien nada nos ha quedado, y Juan de Mesa, competidor del ya citado Leonardo Henriquez, y de los Pésolas, que hicieron la decoracion de las bóvedas de la capilla mayor de San Francisco, hoy embadurnadas de cal. Pero el más notable de los pintores residentes en Córdoba despues de la muerte de Céspedes, lo fué Cristóbal Vela, natural de Jaén, que en union con Zambrano, cubrió de hermosísimos cuadros los muros y techos de la iglesia del convento de San Agustin, pinturas que, aunque en parte, maltratadas del tiempo, dan á conocer en su autor una verdadera eminencia del arte. Este fué tambien el autor de los lienzos del retablo mayor de la Catedral, despues sustituidos por otros de Palomino y de los que dos, San Acisclo y Santa Victoria, forman el retablo de

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