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de Francia y España.-Disposicion del ministro inglés Butte.Preliminares.-Tratado de paz de París.-Condiciones á que se sujetó cada una de las potencias.

La guerra ardía por tierra y por mar, en Europa y en América, de una á otra estremidad del globo, con gran quebranto de las potencias en ella empeñadas, que eran muchas, pero siendo ingleses y franceses los que mas desesperadamente se combatian en uno y otro hemisferio. Inglaterra, aunque agoviada con el peso de una deuda pública enorme, al fin habia alcanzado triunfos y ganado territorios y dominios, especialmente en la India y en el Canadá, de donde habia ido arrojando á los franceses; mientras que Francia habia ido perdiendo sus colonias, veia arruinada su marina, agotado su tesoro, y el pueblo aniquilado y sin fuerzas yá para soportar tantos descalabros y tantos sacrificios. Inglaterra y Prusia, aprovechando la posicion ventajosa en que la fortuna las habia colocado en 1759, brindaron con la paz á las potencias beligerantes: Francia y Austria la rechazaron, por lo mismo que las condiciones les habian de ser muy desventajosas en tanto que la suerte de las armas no mejorára su situacion, y volvieron á pelear encarnizadamente, sin que la muerte repentina de Jorge II. de Inglaterra (25 de octubre, 1760), y la elevacion al trono de su nieto Jorge III. dieran descanso á aquella gran lucha.

A principios de 1761, antes de abrirse la campaña, los gabinetes de Versalles y de Viena, que antes habian

rechazado la proposicion de la Gran Bretaña, juntamente con los de San Petersburgo, Stokolmo y Varsovia, convinieron en aceptar juntos y separados la negociacion de la paz. Las declaraciones, firmadas en París (25 de marzo, 1761), fueron enviadas á Lóndres. Inglaterra y Prusia dieron su contra-declaracion, y se acordó la reunion de un congreso de plenipotenciarios en Augsburgo. Convínose en él en que la cuestion de América se trataria separadamente entre Francia é Inglaterra, como querella esclusivamente suya: error grande de la Francia, consentir en separar su causa de la causa general, y error de que vinieron, como vamos á ver, grandes y largos males á España. Inglaterra, victoriosa en América, con un hombre del espíritu, de la elocuencia y de la fecundidad de Pitt á la cabeza del ministerio, y con un pueblo resuelto á no restituir una sola pulgada de sus conquistas, habia de querer dar la ley á Francia, arrojada del Nuevo Mundo, agotadas sus fuerzas interiores, y con un primer ministro tan disipado y altanero como Choiseul. Asi fué que despues de haber consentido en la cesion del Canadá, del Senegal y de la Gorea, tuvo el gabinete de Versalles que sufrir la humillacion de ver sus ofrecimientos rechazados desdeñosamente por la Gran Bretaña (mayo, 1761).

En tal situacion nada hubiera podido ser mas conveniente á la nacion española que mantenerse en la neutralidad en que discretamente habia sabido conservarla Fernando VI., extraña á las contiendas entre

aquellas dos naciones. Pero desgraciadamente Cárlos III. no creyó deber seguir aquella política y aquellos principios. Carlos no habia olvidado nunca y tenia grabado constantemente en su pecho el ultrage que le hicieron los ingleses cuando le obligaron, siendo rey de Nápoles, de una manera irritante á jurar aquella neutralidad forzada en la guerra con su hermano ""). Habíale mor. tificado siempre ver aquella nacion ejerciendo el comercio de contrabando en las Indias Occidentales, apoderarse de territorios de España en la costa de Honduras, no permitir á los españoles pescar en el banco de Terranova, y poseer una de las plazas mas fuertes en nuestra propia península. Cárlos era por lo menos tan afecto, cuando no lo fuese mas que su padre, á los Borbones de Francia. Veia ademas la marina francesa destruida, la inglesa enseñoreando los establecimientos franceses en las dos Indias, y temia que corrieran igual suerte las colonias españolas, objeto de la codicia británica. De estas disposiciones del monarca español procuró aprovecharse el gabinete francés con el auxilio de sus agentes, y principalmente del embajador marqués de Ossun, para comprometerle en su causa, no dejando de pintar á los ingleses como los enemigos capitales de todas las naciones que tuvieran posesiones marítimas, y como los tiranos del mar.

Mientras vivió la reina Amalia, aquellas tendencias

(4) Recuérdese lo que sobre pítulo 24 del libro VI. este suceso referimos en el ca

y estas sugestiones estuvieron contenidas y como embotadas por la influencia y el sano consejo de aquella prudente y discreta señora: y las gestiones del embajador español en Londres, conde de Fuentes, sobre usurpaciones y agravios de los ingleses, y las respuestas, aunque dilatorias, del ministro Pitt, mas camino llevaban de avenencia que de rompimiento. Pero con la muerte de aquella reina faltó quien le fuera á la mano á Cárlos en su enojo con Inglaterra, quien neutralizára los esfuerzos del ministro francés Choiseul y del embajador Ossun para empujarle á marchar por el camino á que le impulsaba ya la pendiente de sus inclinaciones. Algo, aunque debilmente, procuraban todavía contenerle el marqués de Tanucci, su antiguo ministro de Nápoles, y Masonés de Lima, su embajador en París, ambos partidarios de la neutralidad: mas este débil influjo se eclipsaba ante la gestion inmediata y constante del ministro francés, que á toda hora le representaba las desdichas de su nacion, los peligros que corria España de esperimentarlas iguales, la gloria que ganaria la familia Borbon en unirse para conjurarlos. Asi fué que Cárlos removió á su embajador en París, reemplazándole con el marqués de Grimaldi, ilustre genovés al servicio de España, y ministro español en la Haya en aquel tiempo. El nuevo embajador Grimaldi comenzó pronto á obrar en el sentido que mas podia agradar á su soberano, y con una actividad que á Cárlos lisonjeó mucho, ponderando

que habia hecho mas en tres dias que su antecesor en todo el tiempo (").

Mucho fué en efecto proponer la union marítima de ambas coronas para asegurarse mútuamente sus posesiones de América y la India, y apuntar la idea de que convendria tambien unirse para ventilar á un mismo tiempo sus respectivas reclamaciones con la Gran Bretaña, de modo que no se hiciera ajuste sin comprender las unas y las otras: idea que acogió Choiseul con avidez, como que equivalia á ligar la suerte de ambas naciones, que era precisamente su propósito. Y sobre aquella prenda fundó la minuta del tratado que envió á España, encaminado á hacer permanentes é indisolubles las obligaciones de parentesco y amistad de los dos soberanos, español y francés, sentando como base fundamental que ambos mirarian como enemigo comun al que lo fuese del uno ó del otro; y que ninguna de las dos potencias podria tratar, ni menos concluir paces, ni aun escuchar proposiciones de acomodamiento sin consentimiento de ambas (2). Por mas que este proyecto adoleciera de la patente injusticia de envolver en compromisos iguales á dos naciones que se encontraban en situacion tan diferente, siendo tan desahogada y ventajosa la de España como era la de Francia apurada y triste, y por mas que el mismo Grimaldi despues de su descuido hiciera sobre

(1) Carta de Cárlos III. á Tanucci, de 24 de febrero, 1761.

(2) Despacho de 2 de junio, 4761.

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