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nos y diezmando su tripulacion: tambien le sufrian los nuestros, abrumados por un diluvio de bombas y granadas reales. El 13 de julio proponia ya el intrépido Velasco como único medio de salvacion una arremetida hrusca y nocturna á las baterías enemigas mas inmediatas; mas sobre no haber hallado eco la proposicion en el apático Prado, entorpeció su ejecucion una contusion de bala que le tuvo unos dias imposibilitado; y cuando llegó á verificarse (22 de julio), como que se hizo sin que fuese á la cabeza un gefe de valor de autoridad, solo sirvió para acreditar el denuedo de los combatientes, y hacer víctimas de una y otra parte sin resultado. Cuando volvió á encargarse de la comandancia del castillo, entre otros contratiempos encontró que los ingleses habian abierto una profunda y ancha mina: nuestros ingenieros declararon que carecian de medios y de gente para contraminar, y la junta de guerra no se daba trazas de proveer de remedio á aquella situacion apurada. Nunca abandonó á Velasco la serenidad, ni por un momento desfalleció su grande ánimo: pero habian caido ya sobre el castillo diez y seis bombas y granadas; llevaba treinta y ocho dias de cerco; habian recibido los ingleses cuatro mil hombres de refuerzo de la América del Norte; amenazábale un ataque por mar y tierra; los golpes de los minadores resonaban en las paredes del fuerte, y por encima de tierra estaba tan próximo el enemigo, que apenas le separaban seis varas de la estacada.

En tal conflicto pidió al gobernador Prado (29 de julio) le ordenase por escrito lo que habia de hacer; si habia de evacuar la fortaleza, resistir el asalto, ó capitular. La junta, á quien el gobernador consultó, respondióle dejándolo á su discrecion y prudencia, advirtiéndole solo que en el caso de capitular no ligára la suerte de toda la plaza á la del castillo del Morro. Orden terminante, y que resolviera á cuál de los tres estremos habia de atenerse, era lo que Velasco queria, y asi lo volvió á requerir, preparándose en tanto para morir en todo evento con honra, y como cumplia á un hombre de su temple. No tardó en realizarse, para ejemplo de unos y para vergüenza y oprobio de otros. En la tarde del dia siguiente (30 de julio) reventó con estruendo la mina, en ocasion que comian el rancho los defensores del castillo. No es maravilla que algunos, aturdidos con el estrépito y el estrago, se descolgáran precipitadamente para salvarse; no asi el imperturbable Velasco, que acudiendo impávido á la brecha, seguido de su segundo el marqués Gonzalez, y de los oficiales y soldados mas animosos, voló á dar la última prueba de su patriotismo y de su denuedo. Sobre dos mil ingleses concurrieron al asalto. Tal era la respetuosa veneracion en que aquellos tenian el valor y las virtudes del ilustre marino español, que llevaban órden espresa de sus gefes de conservar la vida á Velasco: á ellos mismos no les fué posible cumplirla: colocado el esclarecido guerrero á la delantera de todos,

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una de las balas que llovian, y que no podia llevar aquel discernimiento, le derribó mortalmente herido. Cayó tambien, muriendo con gloria, su digno émulo el marqués Gonzalez: perecieron los oficiales mas valerosos; muchos soldados fueron acuchillados; cayeron prisioneros otros; no llegaron á trescientos los que se salvaron. Por encima de cadáveres pasaron los vencedores á plantar el pendon británico sobre el torreon del Morro. El general inglés conde de Albemarle, ya que no pudo salvar á Velasco, hizo que con todo esinero fuese conducido á la plaza hasta dejarle en el lecho, donde falleció de resultas de su herida la mañana siguiente (").

Todavía tenia muchos elementos de defensa la plaza: intactos y fuertes estaban otros castillos: no escaseaban los víveres: refuerzos de milicias entraban: entusiasmo habia: á su costa levantaban compañías los hombres acaudalados; y en los primeros momentos se advertia resolucion y energía en todos, incluso el mismo Prado, que otra vez aseguraba que ni faltaba precaucion que tomar, ni confianza y decision para disputar el terreno al enemigo palmo á palmo. Pero esta vez, como la pasada, sobró de jactancia al capitan ge

(4) «El segundo comandante Gonzalez, dice el historiador inglés William Coxe, murió eu la brecha, y el valiente Velasco, despues de luchar denodadamente contra fuerzas superiores, mientras pudo reunir algunos soldados

á la sombra de la bandera española, recibió una herida mortal en medio de los vencedores, que admiraron su valor.» España bajo el reinado de los Borbones, cap. 61.

neral lo que, llegado el caso, le faltó de brío; y los demas gefes estaban lejos de reunir las condiciones necesarias para suplir esta falta del superior ("). Dueños los ingleses de el Morro, dirigieron sus baterías contra el castillo de la Punta, y se corrieron hácia Jesus del Monte, pronunciándose en retirada el coronel don Cárlos Caro, que no supo defender aquel puesto con dos mil hombres que tenia. El 10 de agosto intimó ya el general inglés la rendicion de la plaza al español Prado. Con apariencia al menos de entereza le volvió éste la primera contestacion. Mas como al dia siguiente apareciesen colocadas al Este y Oeste del puerto nueve baterías inglesas con igual número de trincheras, y comenzase un horroroso fuego de cañon y un bombardeo sostenido contra la plaza, pareció faltarles tiempo á Prado y á la junta para enarbolar banderas de paz en diferentes puntos de la muralla y en los buques del puerto. No pensaban asi ni las milicias ni el vecindario, tanto que temiendo que se subleváran contra él mismo tuvo por oportuno desarmarlos. Alegaba el cobarde gobernador falta de pólvora y de gente, y ni de uno ni de otro se carecia; el deseo de la poblacion, cuando era manifiestamente contrario; el peligro de brechas accesibles, que no existian aún, y

(1) Hé aqui cómo los califica Ferrer del Rio: «el marqués del Real Trasporte, dice, por nada animoso, el ingeniero Ricaud por inepto, el marino Colina por me

nos autorizado, don Diego Tabares por tibio, y el conde de Superunda por viejo.-Historia de Carlos III., lib. I. cap. 3.o

hasta el pobre pretesto de la proximidad de la estacion de las tormentas (1).

Ajustóse, pues, y se llevó á efecto, una capitulacion (13 de agosto, 1762), honrosa al decir de los escritores ingleses, vergonzosa en la opinion de los españoles. Estipulóse la entrega de la plaza y sus castillos, habiendo de salir la guarnicion para ser conducida á España. No se haria novedad en el ejercicio de la religion ni en la forma del gobierno de la ciudad. A los gefes y oficiales superiores se les facilitarian los medios correspondientes á la dignidad de sus empleos para que pudieran embarcarse con sus criados, efectos y alhajas. Asi, despues de un asedio de dos meses y diez dias, tomaron los ingleses posesion de la Habana, la joya de las Antillas y la llave de las Américas españolas, apoderándose al propio tiempo de un territorio de sesenta leguas al Oeste, de un tesoro de quince millones de duros, de una inmensa cantidad de municiones y de aprestos navales, y de nueve navíos de línea y tres fragatas, resto de toda la armada española que habia sido enviada á aquel puerto (2).

Causó en Madrid la noticia de este desastre tan

(4) La inexactitud de las causas alegadas por Prado se patentizó algo mas adelante por un Idocumento del ayuntamiento de a Habana, expedido de su órden por el secretario capitular.

(2) Reales órdenes comunicadas á don Juan de Prado y al marqués del Real Trasporte, y las respuestas de estos.-Correspon

dencia entre el capitan general y los demas gefes militares de la isla.-Actas de la junta de guerra.-Cartas del almirante Pocock, y de lord Albemarle.-Gacetas de aquel año.-Beccatini, lib. III. -Ferrer del Rio describe las operaciones de este sitio con toda la prolijidad que permite una historia especial.

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