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rústicos salvajes que se vieron entre aquella gentilidad, despues de varios trabajos se encontró con las corrientes y profundidades de un caudaloso rio, que por correr al mar del Norte se reconoció ser el Darien, en que no hallaban los nuestros más alimento que el de aquella fruta que en otras provincias llaman Cachipaes y allí Pisbaes, que les fué de gran socorro, hasta que arribando á ciertas montañas de tierra baja, dieron en una extraña poblacion de casas fabricadas sobre barbacoas (que, como dijimos, son á manera de zarzos), puestas sobre horcones de árboles, donde luego que la gente española fué sentida de los bárbaros que las habitaban, tocaron al arma por diferentes partes con sus fotutos y tambores, y juntándose aceleradamente cuantos habia en aquella region de sombras, jugando su flechería y dardos con tanta ventaja (por el accidente de haberse roto á los nuestros algunas cuerdas de las ballestas y no dar lugar la maleza del monte al manejo de los caballos), que á pocos lances se hallaron mal heridos Berrobi y Santiago, soldados briosos, á quienes María Santísima libró de la muerte por haberla invocado en su favor, pues atropellados de la bárbara tropa, y sin ser vistos pasó sobre ellos retirando á los nuestros, hasta que unidos hicieron tal resistencia en la retirada, que satisfechos los contrarios con la gloria de haberlos lanzado de su pueblo, dieron vuelta á él, y los nuestros, recogidos los heridos á la Villa de Anserma, donde el Capitan Jorge Robledo, no solamente dando ejemplo á los mejores caudillos de Indias, sino á los que justamente se emplean en la promulgacion del Evangelio, iba por medios suaves reduciendo todas las provincias de los contornos.

Así corrian los descubrimientos de las provincias equinocciales, mientras el Teniente Juan Greciano, vuelto á Cartagena, representaba sus quejas al Licenciado Santa Cruz, que mal escarmentado del infeliz suceso de la jornada, persistia en pretender ganar el renombre de conquistador, aunque la diversion de semejante empleo se costease con el perjuicio de los interesados en la residencia que tenia á su cargo. Con este fin ordenó al Capitan Alonso de Heredia que con ciento y cincuenta infantes y cincuenta caballos saliese de Cartagena para Malambo, y subiendo por aquella banda sesenta leguas de costa el rio grande arriba, fundase en el sitio de Mompox una villa que llamase de Santa Cruz, por la conveniencia que de semejante poblacion se le seguiria á la comunicacion y comercio de la costa con las provincias que recientemente se habian descubierto en el Reino de Bogotá. Obedeció Heredia, y como Capitan de reputacion que lo era en aquella provincia, levantó con facilidad los doscientos hombres, entre quienes fueron muchos buenos soldados y con ellos el Capitan Cohollos, el doctor Martin Rodríguez, Andres Zapata, los dos Sedeños hermanos, Ayllon, Retes, Rentería, Juan Gómez, Alonso de Carvajal, Juan Martin de Urista, Villafañe, de quien hay sucesion, Cerezo y Cano, que son los que han llegado á mi noticia, con los cuales salió de Cartagena, y con varios trabajos ocasionados de la oposicion que halló en los indios de Morro hermoso y otros de la tierra adentro, que siempre se mostraban belicosos, acometiéndole en aquellas partes que ménos pudiese aprovechar los caballos, arribó á la boca de Cauca, que esguazó en balsas, y de allí á Mompox por fines de este año de treinta y nueve. No fué su llegada tan repentina, que muchos dias ártes no la tuviesen prevenida los indios; pero hallólos de suerte escarmentados del castigo y destrozo que en ambas costas habia hecho pocos dias antes la armada de Gerónimo Lebron, que sin ponerse en resistencia le salieron de paz los Caciques Talahigua, Tacaloa, Menchiquexe y Tacalazaluma, y con su ayuda dió principio á la fundacion de una villa que llamó de Santa Cruz de Mompox, por el órden que llevaba y sitio que eligió, y es el más alto de aquella ribera, aunque tambien sujeto á inundaciones como la que padeció por Mayo del año de mil seiscientos y sesenta y dos, en que necesitaron los vecinos de salirse en canoas de la villa por haberla inundado el rio de la Magdalena. Distará de la ciudad de Cartagena setenta leguas al sudoeste: fueron sus primeros Alcaldes Andres Zapata y el doctor Martin Rodríguez, y repartidos entre los pobladores los indios que demoraban aquella banda, y las dos costas del rio Cauca que tiene la villa á las espaldas, fué creciendo la poblacion de suerte que aunque las lagunas y rios estrechan mucho aquella parte más elevada, tiene de presente tres calles de longitud, con la latitud de casi tres cuadras, que sobre la ribera del rio correrán con buenos edificios média legua, en que habrá cuatrocientos vecinos. El temple es muy saludable, aunque sumamente cálido y húmedo: y por razon del trajin de la navegacion para los Reinos de Bogotá y Quito, en que siempre la villa es interesada con la escala y mansion que allí hacen las canoas, se compone de vecinos afables y ricos, como lo muestra la fábrica de la iglesia parroquial y la de los templos de San Francisco y San Agustin y los principios del colegio de la Compañía de Jesus, en que se trabaja bien en doctrinar la juventud.

LIBRO SEPTIMO.

El Capitan Martin Galeano pacifica la provincia de los Agataes y pasa despues á la de Gaune: mueve guerra en Chalalá hasta vencer en batalla á Mataregua: pelea despues con Guanentá y rinde otras naciones. Revélansele Thisquizoque y el Saboyá, y matan á Juan Gascon. Avisado Fernan Pérez, socorre la ciudad de Vélez, y vuelto Galeano de Guane, rompe la guerra con los rebeldes, con prósperos y adversos sucesos. El Cacique Tundama forma ejército y se fortifica: va contra él Baltasar Maldonado, y á fuerza de armas lo sujeta despues de una porfiada resistencia. Llegan á Castilla los tres Generales Quesada, Fedreman y Benalcázar, donde corren varias fortunas. Lope Montalvo de Lugo entra en el Reino siguiendo á Fedreman, y el Capitan Luis Lanchero en la provincia de Muzo. Prosigue Lebron hasta la casa de la Sal, y Jorge Robledo sus descubrimientos hasta fundar la villa de Cartago.

CAPITULO L

TRÁTASE DE LA ENTRADA QUE HIZO MARTIN GALEANO EN EL TERRITORIO DE COCOMÉ Y AGATÁ, Y DE LA QUE DESPUES HIZO JUAN ALONSO DE LA TORRE, Á QUIEN ACOMETEN HASTA RETIRARLO Á VÉLEZ.-VUELVE GALEANO AL CASTIGO, Y EJECUTALO CON ESPANTO DE LOS INDIOS.

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LIMENTASE la obediencia de los súbditos del agasajo del superior: y como es la libertad tan amable á los hombres, nunca el rendimiento será seguro, si el arte no lo reduce á voluntario. Muchas veces con el temor ó la conveniencia suele admitirse el dominio; pero si éste elige por ministro al rigor, no hay cordero que por sacudirlo de sí no se trasforme en leon. Un pueblo puesto en servidumbre es arco que se gobierna con la cuerda templada del poder para que aproveche al dueño; pero si ésta se extiende á todo lo que alcanza el brazo, no hay cuerda que no peligro con resentimientos del arco. No pocas veces alegaron falsamente esta máxima los Paises Bajos para paliar su rebeldía: y cuántas se oyeron los estallidos del yugo romano hasta que falsearon las coyundas? Por eso fué tan fácil á muchos tiranos colocarse en el trono; y por eso tambien fué permitido á pocos morir con el cetro. En un medio donde son extremo la vejacion y la muerte, aunque más cobarde parezca un espíritu, siempre elegirá la muerte apresurada donde la libertad es contingente, antes que la sujecion infame donde la muerte es dilatada. Ninguna nacion pareció ménos guerrera que la Mozca; sus armas fueron su desnudez, y por eso los temores fueron consejeros que la redujeron con facilidad á dar obediencia á los españoles, despues que alguna defensa los acreditó racionales, intentando conservarse libres: mas en llegando á desenfrenarse el dominio, veremos rebelados los más pacíficos de las provincias de Vélez, Tunja y Santafé, los campos bañados en sangre por más de treinta años, y la obstinacion tan firme, que solamente pueda poner fin á las guerras el asolamiento de las provincias.

Fundada, pues, la ciudad de Vélez por el Capitan Martin Galeano, determinó correr la tierra y hacer el apuntamiento de las encomiendas á poco más ó ménos, porque desde luego tuviesen los vecinos con qué sustentarse decentemente. Pero ántes de salir, á este efecto dispuso dejar cubierto, y con la perfeccion que permitian aquellos tiempos, el nuevo templo que habia erigido: para lo cual, por ser Cacique comarcano el Saboyá, se le dió cargo de que lo pusiese por obra, lo cual hizo con mucha presteza, acudiendo con gran número de gente á darle fin á todo, y aun á la paz que falsamente habia admitido, como

veremos: aunque en tanto que se declaraba en guerra abierta, y pensando lo dejaba pacífico, salió el Capitan Galeano para la provincia de Misaque y para las encumbradas sierras de Agatá, que en aquel siglo estaban pobladas de muchos naturales, á quienes dominaban dos Caciques, Cocomé y Agatá, y de quienes heredaron el nombre las sierras, que por la mayor parte son limpias de montaña, pero de campiñas altas y barsales estériles, á causa de no tener agua y necesitar el verano sus moradores de las que deja rebalsadas el invierno en algunas partes: aunque vistas por las vertientes que hacen al Ocaso, se hallan caudalosos rios, que nacen de la misma sierra, y corriendo precipitados se encuentran en un valle dilatado, montuoso y llano, que média entre esta sierra y otra de grandes arboledas, donde se represan las aguas del invierno en diferentes lagos que abundan de peces, despues que anegados los confines y montes, recibe el rio grande de la Magdalena sus desperdicios.

Subidos, pues, á la primera sierra, llamaron á sus moradores, que acudieron con demostraciones de paz, mantenimientos y algunas piezas de buen oro; y teniendo presentes á sus Caciques Cocomé y Agatá, les dió á entender Galeano cómo debian reconocer señor particular que los mandase, á quien habian de acudir á sus tiempos con tributo, fuera de los servicios ordinarios: y aunque se les hizo de mal trocar el señorío por el vasallaje, sin embargo de ello, consultado y resuelto el negocio entre sí (quizá para paliar con el semblante las últimas resoluciones del ánimo), dieron palabra de ser vasallos fieles del Rey de España, y obedecer al dueño que en su real nombre les fuese dado. Con lo cual, satisfecho Martin Galeano, dió vuelta á la ciudad de Vélez, pareciéndole buen principio para llevar adelante sus intentos, que eran de buscar minas y sacar oro con los indios repartidos á los conquistadores: y así, poco despues, con las noticias que dieron algunos de haber ricos minerales á las vertientes del rio grande de la Magdalena, acordó la justicia y regimiento que aquella entrada se le cometiese á Juan Alonso de la Torre, con treinta españoles y doscientos indios amigos: el cual siguió el mismo camino que Martin Galeano hizo á los Agataes, donde fueron hospedados con mucho agasajo; y porque en la subida, que tiene más de dos leguas ásperas y pobladas de pajonales, con la fuerza del sol perecia la gente de sed, la socorrieron con agua y chicha, que fué beneficio de mucha estimacion, y con que se aliviaron y subieron los nuestros á verse con el Cacique Cocomé, que poseia aquella parte de sierras que está á la diestra del Poniente, porque Agatá las demoraba á la siniestra.

Cocomé les hizo un festivo recibimiento con que disfrazar las determinaciones del ánimo ya resueltas á sacudir el yugo español: y siguiendo su jornada Juan Alonso, entró con su gente en el valle de Sappo, cuyos caminos y veredas por entre peñas i riscos son muy dificultosos de hollar con plantas humanas; pero siguiéndolos, dieron en un paso de peña tajada que tenia prolijo y peligroso el repecho por el riesgo de caer en la profundidad del duro suelo que habia de recibir al que deslizase de tan arriesgada subida, pues aun para emprenderla los naturales se valian de escalas de bejucos asidas á troncos de árboles que habia en la cumbre, á la manera que se ve en las jarcias de los navíos. A la mano derecha de la peña nace en lo más elevado una fuente caudalosa, que desde su origen, y sin tocar en otra piedra, se precipita por el aire hasta la profundidad de la tierra más vecina, donde la reciben los troncos desatada en rocíos, respecto de ser tan dilatado el espacio del viento por donde corre. Al fin, valiéndose los españoles de la misma traza que los indios, subieron por las escalas de bejuco de uno en uno, aventurando notoriamente las vidas: riesgo que no teme la codicia cuando se atraviesa el interes; y de allí, bajando por otros despeñaderos casi iguales, dieron en aquel llano y montaña que yace entre las dos sierras, donde se ve una quebrada guarnecida de peñas y coposos árboles en cuyas ramas se reconoció tanta multitud de guacamayas que los atormentaban con sus graznidos anunciadores de tempestades, que por esta causa pusieron á la quebrada el rio de las guacamayas, donde llegados sintieron luego tal ruido de truenos y lluvias, que temieron anegarse, consideradas bien las avenidas de agua que de aquellas cumbres descendian á lo llano; pero pasó con brevedad y sin daño considerable de los españoles aquel turbion proceloso, á causa de correr la parda nube á las montañas vecinas: y así aunque mojados los indios amigos, salieron á la quebrada, y trajinando las peñas por donde habia corrido el ímpetu de las aguas, hallaron buena cantidad de peces con qué reparar el hambre.

Al siguiente dia, Luis Fernández, García Calvete, Diego Ortiz, Gonzalo de Vega, Pedro de Salazar y Juan de Eslaba, yendo por una senda mal seguida, dieron en ciertos maizales sazonados y en algunos indios descuidados del asalto y prision que padecieron; y

hallóse entre ellos una mujer de quien afirmaba Diego Ortiz, testigo de crédito, ser tan hermosa y bien repartida en la disposicion y gallardía del cuerpo, que ninguna dama de las que habia visto la aventajaba, especialmente por haberla privilegiado el cielo en aquellas regiones con la blancura del rostro y rojo color de las mejillas: tenia ceñida la garganta de cuentas y cañutillos de oro, arracadas del mismo metal en las orejas, y otras joyas repartidas por el cuerpo que manifestaban ser principal señora de aquellos paises. Con esta presa volvieron en demanda del Capitan para descubrir de los prisioneros alguna noticia de las minas que buscaban; pero preguntados por los intérpretes, no supieron dar más respuesta que decir no ser criado en aquellas tierras el oro que tenian, sino adquirido por rescate de otras más retiradas. Despues de estos sucesos, gastaron quince dias rompiendo por aquellas malezas de monte que hay entre los dos rios de Horta y Carare, hasta llegar al de Mapóriche, que de la parte del Norte se derriba, y despues de largos rodeos, junta, mezcla y confunde sus aguas con las del rio grande; pero fué trabajo perdido, por no descubrirse minas, aunque de los pequeños lugares que se saqueaban recogian alguna porcion considerable de oro labrado en joyas y así, viéndose oprimidos de tantos afanes, y desesperados de conse. guir el fin que los habia sacado de Vélez, determinaron dar la vuelta por aquel mismo camino por donde habian hecho la entrada, por hallarse ignorantes de otro alguno que fuese ménos peligroso.

Determinado á retirarse de la empresa el Capitan Juan Alonso, y ejecutado el intento, al tiempo que llegaron á la sierra de Cocomé no hallaron vecino alguno, á causa de estar todo el pais levantado y oculta la gente en cuevas y cavernas de las muchas y grandes que hay por aquellos contornos, donde acostumbra meterse cuando toma las armas para guerras declaradas, y donde como nacion dura y obstinada, por ser las asperezas de la tierra inaccesibles, jamas guardaron perfectamente la paz, ni excusaron trance de batalla, hasta que, obligados á retirarse al abrigo del rio grande y de Carare, desde donde interrumpieron la navegacion española por muchos años con saltos y robos ejecutados en los navegantes, experimentaron la última ruina; pues, fabricado el fuerte de Carare que hoy permanece, y guarnecido de infantería para recorrer la tierra y el rio, y por otra parte acometidos de diferentes Cabos, llegaron á tal extremo en nuestros tiempos, por diligencia y valor de los Capitanes Perdigon y Juan Bernal, que quedaron destruidas aun las últimas reliquias de aquellas naciones obstinadas. Alojóse la gente de Juan Alonso aquella noche en el pueblo desamparado, con el recato y centinelas necesarias, como quien tenia largas experiencias de aquellas demostraciones, y cuando ya empezaba á romper el dia dió principio á su jornada encaminada á Vélez, y prevenidos sus infantes de que llevasen embrazados los escudos por el recelo en que (como tenemos dicho) los habia puesto el retiro de los naturales, señal cierta por donde reconoció la necesidad que habian de tener todos de valerse de las manos; y no le salió vana la sospecha, pues apénas habian caminado un cuarto de legua bajando la cuesta de Cocomé, cuando vieron cubiertas las cumbres y lomas de los belicosos Agataes, ostentando su fiereza en la vanidad de los penachos, los unos prevenidos de arcos y alhajas y los otros de lanzas y macanas: y como la maldad y rebelion habia sido tan premeditada, comenzaron la primera hostilidad precipitando por las laderas grandes piedras que á trechos tenian repartidas en las partes más altas; cuyo estruendo y rumor de las cornetas y voces que resonaban, fué tal, que el más valiente de los españoles reconocia la dificultad de poder salir sin daño notable de aquel peligro.

Viendo, pues, Juan Alonso que el riesgo era irreparable, haciendo alto y rostro al enemigo, alentaba á los suyos persuadiéndolos á que ganasen la aspereza de una cuchilla que corria por la loma que tenian por delante; y fueron tan eficaces sus palabras, que aun parece tardó más en pronunciarlas que su gente en repechar á lo alto hasta afijar los piés en aquel sitio donde las piedras no pudiesen encontrarlos juntos sino divididos; pero el atrevimiento de los Agataes fué tal, que descendieron algunos escuadrones de ellos hasta medir las macanas con las espadas, especialmente con las de la retaguardia, donde fué necesario que los españoles mostrasen el valor de sus personas haciendo suertes tan admirables con las espadas, que pasaron por milagrosas: efecto que suele producir la última desesperacion de hallar otro remedio al peligro. Con la desigualdad, pues, de las armas (porque la ventaja de las piedras habia cesado desde que se mezclaron los enemigos con los nuestros) y recobrados nuevamente de valor los españoles, fueron tantos los indios que mataron en el encuentro, que vista por la bárbara hueste su desgracia y cuán infatigables se mostraban sus contrarios al manejo de

las armas con ventaja de sus lanzas, se fueron retrayendo á las cumbres de la sierra, y los españoles entonces prosiguiendo su camino lo más aceleradamente que les fué posible, así por no caer en nuevos peligros, como porque muchos de los infantes estaban lastimados, aunque no de heridas mortales.

Libres ya de estas tormentas, en que sobresalieron en constancia y valor Alonso de Ledesma y Alonso Gómez Hiel, llegaron á la ciudad de Vélez, donde dieron cuenta de todo á su Cabildo: y conociendo el Capitan Martin Galeano no convenir dilatar el castigo de aquella osadía, partió luego con gente descansada y algunos perros cebados en matar indios, crueldad introducida en la tierra desde que la pisó la gente de Fedreman y Benalcázar, pues ántes de su entrada no sabian de ella ni la habian usado los soldados de Quesada, aunque despues llegó á tal extremo el desórden y estimacion que de los perros hacian todos, que raro ó ninguno de los vecinos del Reino habia que no los tuviese por grandeza, y algunos con tanto perjuicio, que pasaba de términos humanos, pues como gente ajena de piedad castigaba las culpas de los miserables indios, ya fuesen leves, ya graves, con destrozos ejecutados por la ferocidad de los perros: y de esta demasía tuvo tanta parte Martin Galeano, que con haber sido en las demas acciones compuesto y digno de estimacion por su valor y prudencia, no le resultaron pocos disgustos y gastos en su vejez por algunos Jueces que le hicieron cargo de aquellos excesos que tanto sentia el corazon piadoso del Rey Nuestro Señor, como se vió por las demostraciones que hizo para el remedio. Llegado, pues, con su gente á las poblaciones de los Agataes sin que hubiesen sentido su entrada y valiéndose de la oscuridad de la noche, la dividió en dos tropas, reteniendo la una consigo y dando la otra á Juan Fernández de Valenzuela, con órden de que á un mismo tiempo diesen en dos pueblos, distantes média legua el uno del otro, donde segun las noticias que daban las guias estaba recogido buen número de aquellos bárbaros, confiados en que las asperezas de aquellos sitios eran insuperables: y como á este juicio errado amparaban las sombras, más confiados que nunca descansaban con seguridad, á tiempo que diligentes los españoles, valiéndose de piés y manos con grave fatiga y riesgo, y puestos los escudos en las espaldas vencian aquellos repechos: accion que solamente pudo emprender nacion tan valerosa como ésta ha mostrado serlo siempre, que fuera de la propia region la han visto codiciosa de fama y libre de resabios las murallas extranjeras.

Vencida al fin la cumbre y tomado algun refresco, se partieron los soldados por sus cuarteles, bien cerca de los pueblos que habian de ser acometidos: y hecha señal con una trompeta á la média noche invadieron los dos lugares con tal estruendo de voces y arcabuces, que juzgando los indios ser muchos más los invasores, quedaron tan turbados del intempestivo asalto, que sin determinacion fija, ocurriendo los unos á las armas, aunque tarde, y los otros confusamente á las puertas, pensando con la fuga escapar del furor de la guerra, encontraban á un mismo tiempo la muerte en los umbrales, atravesados del duro temple de los aceros españoles. Crecia la mortandad y conflicto en las dos partes con el estrago comun, siendo muy raros los que entre la confusion y tinieblas pudieron salvar las vidas. Trescientas personas quedaron prisioneras entre los nuestros, que fueron luego entregadas á otros más bárbaros, pues sirviendo de ministros del rigor, les cortaron las narices y pulgares de las manos, mandándoles que con aquella señal fuesen por mensajeros á las naciones rebela→ das, haciéndoles saber que su pertinacia habia de reducirlos á pasar por calamidad semejante. Tiembla la pluma con el recuerdo de estas acciones, y vuelta la memoria á los siglos pasados, contempla cuántas veces exaltaron su nombre muchas naciones con el dominio y cuántas lo perdieron á la violencia de otras, pasando por el mismo rigor que usaron con ellas y tuvo reservado la Providencia Divina para escarmiento de todas.

Reducidos ya y bien castigados aquellos pueblos por Galeano y Valenzuela, un dia de mañana de los que allí descansaban, descubrieron en los collados vecinos multitud de bárbaros ostentando señales de regocijo con la indecencia de palabras que pronunciaban en menosprecio de los españoles: y aunque ignorantes de la causa, percibieron por las voces poco distantes que oian, ser toda la fiesta por haber aprisionado á uno de los nuestros; pero certificados más bien por los intérpretes de lo que aquellos bárbaros blasonaban, llamó Galeano su gente y habiéndola reconocido halló que faltaba Juan de Cuéllar, uno de los soldados desvanecidos de Benalcázar: y averiguada la causa de aquella desgracia, se supo que habiéndose apartado de los compañeros hácia una parte oculta del monte, aunque no léjos del cuartel, acaeció estar tres ó cuatro Gandules puestos en asechanza, los cuales por no perder

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