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una vez tiene vueltas las espaldas. Mas, esto no se le permitió, ó porque los conquistadores estaban léjos de repartir con otros el fruto que esperaban, ó porque Lebron, viéndose desairado y con gente, podia causar nuevos recelos en Quesada, ó renovar en el Reino las inquietudes que le habian atajado con arte: y así, por no dejarlo del todo disgustado, dieron órden de que se volviese á la Costa, y para ello se le comprasen los esclavos, armas, caballos y mas géneros de ropa que habia llevado, por precios excesivos que se ajustaron por la voluntad de los dueños; con que bien proveidos de oro y plata Lebron y algunos de los suyos que le siguieron, y entre ellos los Capitanes Cardoso y Juan del Junco, á quienes persuadió se fuesen con él, pues estaban de partida para Castilla, empeñando su palabra de no mostrarse ofendido con ellos por lo obrado en Santafe, bajó por Tocaima al rio de la Magdalena, donde le estaban dispuestas embarcaciones, llevando un buen trozo de gente de la de Quesada, para que lo escoltase en la provincia de los Panches.

Serian hasta veinte y cinco personas las que siguieron á Lebron, sin los Caciques Melo y Malebú, que sin apartarse de él, y bien aprovechados del caudal, dieron vuelta á sus pueblos en el bergantin de Lebron, que prósperamente tomó puerto en la Costa de Santa Marta, de donde pasaron á la ciudad, y en su puerto hallaron avío para Castilla, en que dispusieron su embarque Cardoso y Juan del Junco. Mas, pareciéndole á Lebron que la mejor traza de justificar sus acciones ante el Rey seria hacer criminal la resolucion de los Cabildos del Reino, fuminó causa contra sus conquistadores, y especialmente contra los Quesadas, Cardoso, Alonso Martin, Junco, Maldonado y Céspedes, sobre los desafueros, crueldades, muertes y tiranías ejecutadas con los indios, cuyo proceso pára en el archivo de Simancas, y de cuya relacion apasionada tanto se vale el Obispo de Chiapa en la que hizo de la destruccion de las Indias. Y con esta prevencion prendió á los dos Capitanes, diciendo que no pretendia impedirles el viaje, pero convenia que fuesen presos con los autos que remitia al Consejo, en que por traidores habia sentenciado á pena de muerte y confiscacion de bienes á todos los del Nuevo Reino: siendo éste el medio más comun que los Ministros de Indias eligen para entrampar (digámoslo así) los desafueros que ejecutan cuando los fieles vasallos del Rey, para más servicio suyo, se oponen á los excesos que obran, fiados en la autoridad de los puestos que ocupan. No habia dado malas muestras Gerónimo Lebron, ni su pretension habia sido tan fuera de los términos del derecho que no tuviese muchos visos de justificada; y sin embargo, por la resolucion última que tomó el Consejo en esta materia, dice Herrera en el fin del capítulo que citamos, que era tanta la hinchazon de los Gobernadores y Ministros de las Indias por aquel tiempo, que cuanto presuponian ó imaginaban les parecia lícito y justo: palabras bien dignas de notar, y que si hablaran de presente solamente, dejaran campo para repetirlas de nuevo.

Eran los dos Capitanes Cardoso y Junco de los que no se amedrentan con amenazas, y supieron representarle con tanta resolucion el trato doble que habia usado con ellos, que al fin, despues de muchas réplicas, vino Lebron en que fuesen á España haciendo pleito homenaje de presentarse en el Real Consejo de las Indias, donde habiendo llegado (á tiempo que la Corte estaba en Valladolid), se recibió tan mal la resolucion de los Cabildos y procedimientos de Cardoso por querella que dió el Fiscal, que fué luego preso y confiscados sus bienes, remitiendo sobre ello despachos á Santafé, donde viendo cuán favorecida era la causa de Lebron, muchos de los que le habian sido contrarios mudaron de opinion, y entre todos se señaló el Contador Pedro de Colmenares, así apoyando las quejas de Lebron, como culpando las acciones de Cardoso, y aun tuvo arte para que se le agregasen en administracion las encomiendas de Suba y Tuna. Pero el Capitan Cardoso se defendió tan bien, que despues de varios lances, hacienda y tiempo que gastó en el pleito, fué dado por libre, y aunque portugues de nacion, declarado por fiel vasallo de Su Majestad y restituido en sus bienes y encomiendas, sobre que se le dieron despachos y células muy honoríficas, con que volvió pobre y victorioso de sus émulos al Nuevo Reino, donde tambien tuvo pleito largo sobre la restitucion de los tributos de sus encomiendas, que habian entrado en poder de Pedro de Colmenares, y alegaba ser suyos, causa de que siempre quedasen enemistados.

Mas volviendo á Lebron, luego que el navío salió de Santa Marta para Castilla, trató de irse á Santo Domingo huyendo de que lo hallase allí el Adelantado Lugo, de quien ya tenia noticias que habia llegado al Cabo de la Vela. Con esta determinacion, dejando el gobierno al Obispo Angulo, partió para la Española bien acrecentado de caudal y libre de los vagios en que los Gobernadores peligran con el mando y la codicia, donde pasó lo res

tante de su vida con quietud y conocimiento de lo bien que le habia estado la repulsa que de su persona hicieron los del Nuevo Reino, pues con ella pudo librarse de las calumnias que siguen los puestos; dicha que no tuvo el Obispo Angulo, pues con el pretexto de que el Cabo de la Vela se comprendia en la jurisdiccion de Santa Marta, fué allá despues de la partida de Lugo y sin que bastasen los requerimientos que sobre ello le hicieron los Oficiales. reales, abrió el arca y sacú de ella mil y quinientos pesos que dijo debérsele de suplementos de su Obispado; accion mal vista en el Consejo de Indias. Con lo cual y otras diferencias que habia entre los Gobernadores de Santa Marta, Venezuela y Cartagena, se experimentaban grandes inquietudes en Tierra firme y ponian en cuidado al Consejo para el reparo: si bien no era esto lo que más instaba sino las armadas de corsarios que por aquellos tiempos corrian los mares haciendo algunas presas y habian saqueado la Burburata, pueblo que dista sesenta leguas de la ciudad de Coro, sobre que el Rey envió á Francia el año antecedente á Diego de Fuenmayor, su criado, para que con la asistencia de su Embajador, que lo era un caballero borgoñon, procurase que se recogiesen los corsarios: á que respondió el cristianísimo Rey Francisco lo que dijimos arriba, con que se trató (ademas de los reparos que se habian dispuesto) de formar en Sevilla una armada de Averías que cortase aquellos designios y asegurase las costas de Indias.

LIBRO NOVENO.

Ejecútanse varios castigos en el Cacique de Tunja y otros señores. Jorge Robledo prosigue sus descubrimientos hasta fundar la ciudad de Antioquia. Hernan Pérez de Quesada entra á la conquista del Dorado con mal suceso. Gerónimo de Aguayo funda la ciudad de Málaga. El Ocabita y Lupachoque se rebelan y fortifican, y despues de diferentes asedios se rinden al Capitan Rondon. El Adelantado Lugo se previene para subir al Reino, manda fundar el Barbudo y encaminando su ejército por el valle de Upar, lo conduce hasta la ciudad de Vélez. Jorge Robledo sale para Castilla, préndelo el Adelantado Heredia y compite con Benalcázar sobre la ciudad de Antioquia con poca-fortuna, en cuyo intermedio se funda la ciudad de Arma, y los franceses saquean á Santa Marta y Cartagena.

CAPITULO I.

CON LA SOSPECHA DE QUE SE REBELA LA PROVINCIA DE TUNJA, PRENDE HERNAN PÉREZ Á AQUIMINZAQUE Y Á OTROS CACIQUES, QUE POR SU ÓRDEN MUEREN JUSTICIADOS.

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OR más de ochocientos años lloraron muchos ojos los estragos con que los moros del Africa en ménos de tres meses inundaron con sangre las dos Españas, para que se acreditase que es fiera tempestad la de las desgracias cuando el cúmulo de los vicios de un Reino ha llegado á irritar el sufrimiento Divino. Y en algunos meses más veremos en este libro tan conjuradas las calamidades contra todos los indios del Nuevo Reino por la misma causa, que ni les corra tiempo en que no restalle el viento de la persecucion que los asuste ni tengan provincia en que no sople el huracan de las adversidades que los oprima; que ni armados encuentran libertad que los conserve, ni rendidos sujecion que los asegure: para cuya relacion infausta es de advertir que con la muerte de Quimuinchatecha, último Rey de Tunja, que fué pocos dias despues que pasó del trono á la prision (accidente el más grave de que adolecen los Reyes) se hallaban las provincias de su señorio tan fatigadas, que ni esperanzas descubrian de verse libres de una esclavitud perpétua á que los destinaba el concepto que habian hecho de la buena fortuna

de los nuestros. Y aunque luego, más á instancia de ellas que suya, colocaron al sobrino Aquiminzaque en la silla del tio, era ya tan limitado el dominio, que podia prometerse por el que habian introducido los españoles, que más era fantástica la dignidad que verdadera, pues aunque bárbaro reconocia que cuantos agasajos experimentaba no tenian más fin que el de obligarle á descubrir algun tesoro de los que imaginaban heredaria con el Cetro. Este conocimiento y el pesar que le causaba la opresion de sus gentes en todas partes por la codicia de algunos españoles, á que se juntaba el dolor de ver quebrantados y rotos los pactos hechos con el tio, y de hallarse falto de fuerza humana para el reparo de tantos males, lo acongojaban de suerte que muchas veces determinó retirarse donde las consideraciones de su pena no despertasen al ruido de las noticias de su desgracia; y hubiéralo ejecutado así á no estorbárselo algunos vasallos que vivamente deseaban conservar aquellas reliquias últimas de sus antiguos Reyes: como si á las coronas que tanto pesan y han empezado á caer, no fuera connatural el precipicio hasta el último centro de la desdicha. Rara ambicion la del corazon humano! En la más corta fortuna confia, y en el infortunio más crecido no desespera. Con esta mira trataron de casarlo conforme á nuestra ley, con hija del Elector do Gámeza, uno de los más grandes señores que entónces habia en la tierra: y ajustados los conciertos (que entre ellos corren con muy pocas condiciones) concurrieron á la ciudad de Tunja todos los Caciques sujetos y algunos de los que no lo estaban, para celebrar las bodas conforme á su estilo, que más consiste en la muchedumbre que se junta á los banquetes, que en otra demostracion particular que se halle. Pero como el dominio adquirido más con la espada que con la razon, siempre engendre celos en quien se teme de verlo deshecho por los mismos medios que se introdujo, puso en cuidado á Hernan Pérez este concurso universal de que no tenia experiencias, y habiéndolo comunicado á su gente, que ya se componia, como se ha visto, de los que entraron con su hermano Gonzalo Jiménez, con Benalcázar y Fedreman, fueron varios los discursos que sobre el caso se hicieron, si bien todos miraban á la total ruina de Aquiminzaque, sin más exámen que el indiferente que les ofrecia la vista. Los vecinos, que ya eran de Tunja (donde por desgracia fatal de su clima es costumbre formar gigantes de las sombras que se conciben) ponderaban á Hernan Pérez el peligro que amenazaba la vecindad de aquella muchedumbre que habia concurrido junta. Fingian tratos imaginarios de unos con otros en perjuicio de los españoles, sin más averiguacion que la que habia hecho su antojo; y reducidos los más de ellos á que habian oido decir que todas eran prevenciones anticipadas para rebelarse, esforzaban sus discursos ponderando por cautelosas algunas acciones y circunstancias, que gobernó el accidente.

A qué propósito (decian) concurrieron tantas escuadras de bárbaros poco ha al tiempo que se dieron vista los ejércitos de Lebron y Hernan Pérez? Pudo tener otro que el de hacerse dueños de todo en caso que redujesen á las manos las diferencias del gobierno? Quién puede dudar que previsto el estrago que habian de padecer los españoles unos de otros en tan civiles discordias, concurririan á ser árbitros de todos, fabricando de nuestra ruina su libertad? Si esta esperanza no les facilitara la empresa que hoy se teme, ¿quién fuera bastante á que pareciesen delante de ejércitos armados los que se retiran de pocos españoles desnudos? Si el odio á nuestra nacion lo traen sobrescrito en los semblantes, qué más prueba para saber que la venganza la tienen esculpida en los corazones? Verdad es que los han vencido nuestras armas; pero si no los tiene á raya el castigo, solo servirá la victoria de recuerdo á su enojo para que ensangrienten más su crueldad cuando hallaren la ocasion en nuestro descuido. Y cuando todos estos indicios no descubriesen su culpa, qué más clara noticia puede esforzarlos que la que nos tiene dada uno de su misma nacion, de que procede infielmente Aquiminzaque y corren peligro nuestras vidas mientras no se aseguran con su muerte? Esto fundaban en la deposicion de un indio que por gozar una de las mujeres que tenia el Cacique en su gentilidad, discurrió que no podia hallar entrada su apetito mientras vivicse aquel hombre, que lo enfrenaba con el respeto. Por otra parte, los Capitanes del Perú, acostumbrados á ver Monarcas más grandes sujetos al dogal y al cuchillo, y á teñir las espadas en sangre real, sin más razon que faltar á ella, esforzaban este parecer cargando poco el juicio en el modo de elegir más cuerda resolucion que la de hacer un castigo general en los cabezas de las provincias, siendo la primera que pasase por esta desdicha, la de Aquiminzaque, como único móvil que era de todas. No discurren de otra suerte los que aprenden los primeros rudimentos en la escuela de la injustícia; y es tan poderoso el ejemplo de los superiores que obran mal, que aun no deja á los súbditos el camino dudoso de proceder bien.

Los demas Cabos, que no miraban tan apasionadamente la causa de los miserables Tunjanos, si bien se inclinaban á la conveniencia comun de los suyos, no juzgaban tan desesperados los remedios que no pudiesen hallarse sin ensangrentar la espada al' impulso engañoso de una sospecha. No tiene duda que éste fuese el más generoso y acertado dictámen; pero manifestábanlo con tanta tibiesa, que solo pareció ser de los Capitanes Olalla y Venegas, que se mostraron totalmente opuestos al sentir de los primeros: ¿Qué peligro puede ser éste (decian) á que deba ceder la piedad, que no sea menos que los que tiene vencidos nuestro valor? ¿A qué fin se han de ensangrentar las manos en los rendidos, cuando supieron templarse las iras en las batallas? Si éstos, que son ya menos, no causaron recelo á nuestra nacion cuando fueron más, cómo pueden obligarnos cuando somos muchos á obrar lo mismo que despreciamos al tiempo que fuimos pocos? Si empresa tal como la de haber ganado este Reino fué gloria, quién no teme que indignidad como la de romper la fe prometida al Zaque será nuestra infamia? Si pretende, como se dice, recobrar su Imperio perdido y su libertad oprimida, eso podrá obligarnos á la defensa de las propias vidas, más no al estrago de las ajenas. Si no es traidor el que aspira al recobro de su estado en tiempo hábil, aunque precedan rendimientos á que le obligó la violencia, ¿qué derecho puede alegarse que no condene de injusta la muerte de este Cacique por los medios que propone la conveniencia? No todo lo que conviene es lícito: menester es que se midan la justicia y la conveniencia, que si ésta sobra, importa poco, cuando aquélla falta. Si ya nos viéramos cercados de sus escuadras: si la evidencia nos desengañara de nuestro peligro, aun pase que aspirásemos á su ruina en el fervor de una batalla; pero porque asistió donde lo llevó la curiosidad de ver cómo los nuestros peleaban entre sí, porque celebra sus desposorios con tan crecido concurso, costumbre que suele ser del pais: por qué un indio depone lo que pudo dictarle la enemistad ó el engaño: porque se imagine que pretende rebelarse y que puede ser, ha de condenarse un Príncipe que tiene derecho á que le defendamos la vida? Eso no, que se manchará nuestra fama con la sangre que derramaren sus venas: eso no, que daremos ocasion á las naciones extranjeras para que llamen tiránico un dominio asentado con tan justo título como tiene nuestro Rey en las Indias: y sobre la resolucion apasionada que se tomó con Sacrezazipa, nunca podrá ser disculpa á su clemencia la repeticion de un error continuado.

Bien claro desengaño manifestaban estas palabras, si la atencion de quien las oia no se divirtiera en sus intereses: mas hicieron tan poco efecto en sus ánimos, que los más vinieron en que Hernan Pérez ejecutase aquello que pareciese más conveniente, guardando el órden judicial en la causa. Y éste, que pudiera ser el reparo mayor de tantos inocentes, fué el que más facilitó su desgracia: pues como se hallasen mal contentos algunos vecinos de Tunja, ó porque los Caciques de sus repartimientos resistian más con razon que con armas el señorío despótico que empezaba á introducir; ó porque no dándoles todas aquellas cantidades de oro que quisieran, presumian sacarlas de los nuevos sucesores que entrasen en los Cacicazgos, apoyaron de suerte el riguroso dictámen de los del Perú, que deponiendo de oidas y presunciones mal fundadas contra el Cacique ó Capitan de cuya ruina presumian acrecentar su caudal, dieron motivo á Hernan Pérez para que tomase una resolucion tan sangrienta, que pasara en silencio con mucho gusto, á no haber sido la venganza que tomó el cielo tan manifiesta, que me fuerza á repetir el suceso para que si otros conquistadores se inclinaren á seguir los pasos precipitados de los primeros, se encuentren con los castigos que hasta el dia de hoy lloran sus descendientes; y sepan que si las historias deben relatar las glorias de sus hazañas para la imitacion, no por eso deben callar la fealdad de sus malas obras para la enmienda. Fué, pues, la resolucion de Hernan Pérez, que luego y con toda prevencion fuese aprisionado Aquiminzaque y los Caciques de Toca, Motabita, Samacá, Turmequé, Boyacá y Suta, y otros algunos señores y Capitanes que más afectos se les mostraban, para que en todos se ejecutase el decreto cruel que le dictó la sinrazon de sus consejeros. Pero & qué fin prevenciones de tantas armas contra sujetos inermes, cuando para más copiosos ejércitos, y puestos en defensa, sobraron pocos dias antes veinte españoles, que rompieron sus tropas y aprisionaron en su mismo Alcázar á otro Cacique más poderoso? si nó para enseñarnos que donde la razon milita, pocos hombres cuerdos se aseguran la victoria: y donde la injusticia gobierna, muchos Capitanos arrojados dificultan la empresa, porque la conciencia mala les pinta en la seguridad que buscan el riesgo que temen.

Prevenidas, pues, las compañías conforme al órden que tenian de Hernan Pérez,

cercaron las casas de Aquiminzaque (y llamo las casas, porque aun el nombre de Palacios se ahoga en la borrasca de infortunios que padecen los Reyes) y con espanto de aquellas naciones amedrentadas echaron mano de él y de los demas que llamaban cómplices en el movimiento general que amenazaba la tierra. Y como en sucesos de esta calidad sea el axioma comun decir que en la presteza consiste el reparo, sin valerse de más forma judicial que haber escrito las deposiciones que dijimos haber hecho algunos Encomenderos mal contentos de sus tributarios, en que los del Perú fundaban la justificacion del hecho, fué condenado Aquiminzaque á que en la plaza pública le fuese cortada la cabeza por traidor, y que los demas Caciques y Capitanes pasasen por la misma pena de muerte, aunque con diferentes géneros de suplicio. Esta sentencia se les notificó luego, dándosela á entender por medio de sus farautes, y éste fué el traslado que les dieron de la acusacion de los que más aborrecimiento les tenian, causando en los presos el sentimiento que se debe considerar en quienes pocos días antes se vieron absolutos legisladores, y en tan breve tiempo habian de poner las cabezas en el teatro de un cadalso al arbitrio de un verdugo como reos. Quien ménos acongojado se mostró fué Aquiminzaque, respondiendo con entereza de ánimo al escribano: Decidle al Capitan mayor, que de más á más le debo este beneficio que hoy me hace de quitarme de una vez la vida que de tantas me quitaba; y que pues me hizo cristiano cuando me quitó este Reino temporal, no me apresure tanto la muerte, que por su culpa pierda el eterno. Quien supo así explicar la conveniencia de lo que esperaba y el desprecio de lo que poseia, grandes prendas tuvo para Rey, ningunos delitos tuviera para reo. Acudió luego el licenciado Juan de Lezcames, y dispuesto lo mejor que pudo en aquel dia, al siguiente, habiendo tomado las bocas de las calles la gente de á caballo, salió de la prision Aquiminzaque en una mula enlutada y asistido de la infantería española que lo conducia á la muerte, en vez de la guarda numerosa que solia asegurarle la vida; y habiendo llegado al cadalso prevenido desde el dia antecedente, le fué cortada la cabeza: pena que recibió con tanto ánimo, que pareció diligencia de su cuidado.

con los

No causó este acto ménos admiracion en los nuestros que lástima y sentimiento en los vasallos que asistieron á su muerte pasmados de aquel asombro nunca visto en sus provincias: y manifestóse más esta verdad viendo que á golpe tan sensible como el que padecian, no se oyó rumor ni queja en la plaza que publicase aquel dolor por comun demas, que tan continuadamente habian experimentado. Hay algunos sentimientos de primera magnitud, que se recatan de los labios, porque solamente caben en los dilatados espacios del corazon, donde así entorpecen los conductos que dan paso al dolor, que ni respiran para la queja, ni se alientan para el sollozo. Allí, pues, sepultaron los indios su congoja sin dar más señal de que les faltaba ya la única esperanza que tenian, que la de retirarse inmediatamente á sus casas, donde el silencio de cada uno fué la voz que publicó la desgracia de todos. Este fin tuvo el último Zaque de Tunja, y en la realidad dichoso, porque murió bien instruido en nuestra fe, y como buen católico dijo en los últimos términos de la vida que partia gustoso y agradecido: gustoso, porque el reino que esperaba de la misericordia divina, no estaba sujeto á violencias ni mudanzas; y agradecido, por haberle abierto camino sus émulos para pasar de las sombras del engaño en que habia vivido, al centro de la misma verdad que habia ignorado. Seria este Príncipe de hasta veinte y dos años de edad, de mediana estatura, buen rostro y disposicion, y de tan claras muestras de ingenio que, cultivadas con la enseñanza española, fuera de mucha conveniencia vivo. Al dia siguiente imitaron su fortuna los demas Caciques presos, y á otros Cabos y Capitanes se les dió garrote en diferentes partes, sin que apénas librase pueblo alguno de aquellas provincias, que no sintiese los efectos de tan sangrienta determinacion. Lastimoso espectáculo ! donde más se necesitaba de halagos para imponer el yugo suave del Evangelio, que de rigores para que por tantos años se haya dudado si fué verdadera la conversion de aquellas almas.

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