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con facilidad rompieron las tropas contrarias con muerte de muchos de ellos, y uno de los nuestros con algunos heridos: de lo cual quedaron tan acobardados los indios, que no solamente dejaron de acometerlos más, pero ni aun tuvieron ánimo para darles grita desde las cumbres de las colinas ó montes, cosa tan usada entre ellos.

Con poca detencion en Apure para la cura de los heridos, partió Alonso Pérez de Tolosa á proseguir su descubrimiento, metiéndose en la sierra por el mismo rio arriba, hasta que apretado de la necesidad de víveres, despachó á buscarlos al Capitan Romero con cuarenta hombres, que á poco espacio de tierra dieron con una mediana poblacion, cuyos vecinos estaban ya puestos en arma y haciendo rostro á los nuestros; por cuya causa, detenidos en la entrada y necesitados de llegar á las manos para conseguirla, hubieron de hacerlo hasta retirarlos á sus casas, desde las cuales, procurando defenderlas, aunque flacas, les dieron tanto en qué entender, que pudieron sustentar los avances por buen espacio de tiempo, en que salieron mal heridos el Capitan y otros cuatro soldados; pero al fin los apretaron de suerte que los prendieron á casi todos. Robaron y mataron á su antojo, y obraron otras muchas insolencias de las que se practicaban por aquellos tiempos, y con la presa de indios, maiz, mantas y raices, siguiendo el mismo rio, dieron á pocas leguas en otra razonable aldea de los Tororos, poblada á su márgen, que tambien se pusieron en defensa de ella, haciendo ostentacion de sus armas débiles sobre las barrancas contrarias. Pero en viendo el denuedo con que en su demanda iban pasando los caballos, desampararon el puesto, dejando la aldea expuesta al arbitrio de los españoles, de los cuales, no contentándose los dos de ellos con la parte que les habia cabido del saco, se salieron del campo á excusas del Cabo, y pensando hallar en la montaña algunas cosas de las que suelen ocultarse por los vencidos en semejantes aprietos, cayeron en las manos de los indios, que tambien estaban de asecho, y quitando luego cruelmente la vida al uno de ellos en pena de su atrevimiento, hubieran hecho lo mismo del otro, si por valiente ó suelto no hubiera escapado y corrido con el susto hasta ampararse de su campo, donde fué necesaria toda la intercesion de los demas compañeros para que Alonso Pérez no le diera garrote, y se contentase con permutarle la pena en otras equivalentes.

Desde los Tororos, por el mismo rio Apure (que, como dijimos, nace á espaldas de las sierras Nevadas de Mérida) pasó el campo hasta llegar á las juntas de otro, que le entra no ménos caudaloso, y baja del valle de Santiago, donde despues se fundó la villa de San Cristóbal: y dejando el Apure, y caminando por éste hasta pisar los umbrales de dicho valle, con la noticia que de su entrada tenian ya sus naturales, convocándose todos los salieron á recibir de guerra una jornada del rio abajo, en la angostura que hace entre dos elevados cerros. Pero apénas divisaron el campo español, cuando admirados de ver la traza de los forasteros, perros y caballos, se pasmaron de suerte que ni aun acertaban á moverse de una parte á otra para huir, hasta que embestidos por los nuestros (hazaña que pudiera excusarse), muertos unos y heridos otros, hubieron de hacerlo, dejando sus casas á la disposicion de los nuestros, que luego saquearon, y de allí pasaron á otro pueblo que estaba á mano derecha de la entrada del valle, tan ajeno de la brevedal con que habia de tener sobre sí los forasteros, de quienes ya tenia las bastantes noticias para no descuidarse, que aunque intentó alguna defensa, fué tan flaca, que hubo de pasar por la misma fortuna que los primeros; con que alojados los españoles á su placer aquel dia, tuvieron al siguiente noticias de que más arriba, en el mismo valle, habia una dilatada poblacion (por el año de cincuenta la llamaron el pueblo de las Auyamas los que poblaron la villa de San Cristóbal, por las muchas que habia en él), y aquella noche para no ser sentido, caminó el Capitan Tolosa con su gente hasta dar al romper del dia sobre ella, donde los miserables indios que no pudieron ganar la montaña, perecieron á manos de la crueldad.

Recogidos los pillajes de esta poblacion, y atravesado un pequeño rio, que hoy llaman de San Cristóbal, fueron á dar á otra de la opuesta ribera, fundada en el mismo sitio ó muy cerca de donde al presente está el celebrado templo ó ermita de N. Señora de Tariba, consuelo general de todas las provincias confinantes, por los continuados prodigios que obra en beneficio de los hombres y reparo de sus miserias. (Esta milagrosa imágen, que es pintada en lienzo, tendrá média vara de longitud, y cuadrada en proporcion). Ya los indios de este pueblo, cuando llegaron los españoles, lo habian desamparado con el temor, retirándose con su corto menaje y familias á unas casas que tenian hechas para el intento en las cumbres de unos montes fragosos, á donde tomando el rastro los nuestros por las guias

que llevaban, vencieron la dificultad de la subida hasta dar con ellos, que ya puestos en defensa por consejo de su aprieto, los esperaban animosos y con tanta resolucion, que librando en ella su defensa, hicieron bien costoso el vencimiento á los nuestros, pues no fué tan mal reñido este encuentro en la aspereza de su retiro, que no saliesen de él heridos el Capitan Tolosa y algunos soldados con seis caballos, que murieron de los flechazos, y sirvieron de aviso para no poner aquellas naciones cobardes en manos de la última desesperacion, que suele formar murallas del polvo más débil.

CAPÍTULO III.

HACEN MARISCAL DEL REINO Á GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA.— VUELVE DE CASTILLA EL CAPITAN VENÉGAS, Y CON CIEN CABALLOS SALE Á SOCORRER A PEDRO DE LA GASCA.-EL CAPITAN PEDROSO DESCUBRE EL VALLE DE CORPUS CHRISTI, DONDE LO PRENDE EL CAPITAN CEPEDA.

VIÉNDOSE ya el General D. Gonzalo Jiménez de Quesada desembarazado de todas

aquellas causas criminales en que lo empeñó su juventud ambiciosa de aplausos, y que tanto habian ponderado sus émulos para desvanecer el premio debido á sus hazañas, volvió los ojos, animado de algunos ministros, á pedir gratificacion de los servicios que tenia hechos á la Real Corona, descubriendo y conquistando un Reino tan poderoso, que si no igualaba á los del Perú, Nueva España, merecia el tercer lugar entre los descubiertos. Decia que pues á Fernando Cortés, que conquistó á Méjico, se le habia dado titulo de Marqués del valle, y veinte y tres mil vasallos con jurisdiccion civil y criminal, y más de setenta mil ducados de renta; y á D. Francisco Pizarro, que descubrió el Perú, se le habia así mismo recompensado con título de Marqués, y el gobierno por dos vidas, con promesa de igualarlo á Cortés en renta, seria puesto en razon que á su respecto se le gratificase á él como convenia á Príncipe tan agradecido á los que fielmente le servian, como el que tenia por Rey. Alegaba aquellos peligros en que tantas veces se vió más arriesgado entre su gente que entre millares de indios, por no volver paso atras en sus descubrimientos. Ponderaba la poca fortuna con que habian corrido sus dependencias, pues ningunos conquistadores habian sido residenciados tan rigorosamente como él y D. Pedro de Heredia, compañero suyo en la desgracia, y el miserable estado en que lo tenia la pobreza á ojos de su Príncipe, y cuán fiero torcedor suele ser éste en espíritus generosos para prorumpir en quejas: medio que habia despreciado siempre, porque no se presumiese que demandaba como acreedor quien era vasallo.

Oidas en el Consejo todas estas razones, sin aquella ojeriza que de ántes mostraba á sus propuestas, tuvo resuelto el darle en repartimiento una cantidad bien considerable de indios, no por vasallos ni con jurisdiccion sobre ellos, sino para que en él, con la obligacion de los demas feudatarios, entrasen perpétuamente sus hijos y nietos. Pero tanta suele ser la desdicha que recarga sobre algunos negocios y tan variables los pareceres humanos, que, hallándose ya en este estado, ocurrieron de todas las Indias Procuradores representando (porque entonces estaba en su fuerza la alteracion de Gonzalo Pizarro) que todas aquellas inquietudes eran causadas de no determinarse el Emperador á dar en perpetuidad los repartimientos de indios á los conquistadores, por muchas causas en que fundaban la conveniencia de que debia hacerse así; y obró tanto esta propuesta en los oidos Reales y de su Consejo, que se inclinaron á convenir en ella, y entonces fué cuando este punto de la perpetuidad llegó casi á resolverse, aunque otras muchas veces se habia consultado y nunca resuelto, Para este fin se despachó luego provision á las Audiencias de Indias, con expreso órden de que se hiciesen y remitiesen al Consejo descripciones generales de la cantidad de indios de cada provincia y de cada repartimiento, y de los méritos de cada cual de los conquistadores, con otras muchas advertencias que se contenian en dicha provision, y todas pertenecientes al buen expediente de aquella materia.

De aquí resultó que, embarazado el Consejo sobre este punto de la perpetuidad general, se embarazase tambien el despacho de lo que se habia resuelto en la particular de Quesada y sus sucesores, y que vueltos los ministros á otra buena consideracion de que, pues se hacia general la perpetuidad de Encomiendas que se habia resuelto ántes solamente para Quesada, seria bien se aguardase á que el apuntamiento viniese del Reino, y reconocido el número de los indios y repartimientos que en él habia, se le hiciese la gratificacion conforme á sus méritos, y en el interin se le diese algun entretenimiento con que pudiese pasar con decencia, y para ello acordaron darle título de Mariscal del Nuevo Reino, como se lo dieron, con facultad de levantar una fortaleza donde le pareciese con venir, de la cual fuese Alcaide perpétuo con renta, privilegio para elegir armas fuera de las que él se tenia, un Regimiento en la ciudad de Santafé y dos mil ducados de renta en las Arcas Reales del Reino cuando volviese á él, que en lo de adelante pasaron á ser tres mil en siete pueblos de indios, que rentan cuatro mil ducados muy poco ménos. Hechas estas mercedes, que al sentir de toda la Corte y de los que en ella concurrieron de Indias, fueron muy cortas, aunque de fachada pomposa, pareció al Consejo haberse descargado de un acreedor que tanto derecho tenia á ejecutarlo por mayor deuda, y dió ocasion á Castellános para que dijese de Quesada en el canto 21 de la cuarta parte de su historia indiana, que, por no haber podido coger peje grande, se hubo de contentar con marisco, aceptando la Mariscalia del Reino.

Quién volverá, empero, los ojos á las dependencias de este caballero, desde que pasó á estos Reinos, ya litigando al principio con D. Alonso Luis de Lugo, cuñado del Seeretario Cóbos; ya con el mismo vuelto de Indias y poderoso en riquezas (calidades una y otra que faltaban al Mariscal ;) ya con desbaratos en Reinos extraños, irritando á su Príncipe, y más con los despeños de su incontinencia, de que tuvo muy especiales noticias, que no disculpe al cronista Herrera en la Década octava, cuando al fin del capitulo 22,dice: Que al cabo de sus trabajos fué premiado el Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada: si bien él funda su poca suerte como quien lo tocó más de cerca, en que habiendo salido de estos Reinos para las Indias con profesion y hábito de Letrado, cuando volvió á ellos poderoso en riquezas, tomó capa y espada, con que cortó el vuelo á sus fortunas, pues nunca faltaron Letrados (y en aquella ocasion más que en otras) á quienes les fuese fastidiosa la diferencia del traje, teniendo por ignominia que otro cualquiera se prefiera al suyo, y cuando el juicio de las culpas ó méritos ha de pasar precisamente por los de aquella profesion, siempre será calificada imprudencia no vestirse á su gusto, ni lisonjearlos con el aprecio del hábito de su eleccion.

Ya desde el año antecedente era llegado á esta Corte el Capitan Hernan Venégas Carrillo, Procurador nombrado por los Cabildos del Nuevo Reino para que representase los inconvenientes que tenian embebidos la ejecucion de las nuevas leyes, que se apoyaba con las instancias que para el mismo efecto hacian los Procuradores de los otros Reinos, que á imitacion del de el Nuevo de Granada habian despreciado el camino que siguieron los del Perú y elegido el de la suplicacion á su Príncipe, con aquel rendimiento que le es debido por todos derechos. Y como sobre esta materia hubiesen precedido muchas consultas, y últimamente se habia despachado al Licenciado Gasca con las resoluciones más favorables para el Perú, fué materia fácil dar expediente á los negocios que diligenciaba el Capitan Venégas, á quien dieron carta acordada de la sucesion de las Encomiendas en los hijos y mujeres de los seudatarios, de que al presente se usa; y todo aquel despacho que pidió en conformidad del que se habia dado á Pedro de la Gasca, especialmente en cuanto á la revocacion de la nueva ley que hablaba de los repartimientos, de que se habian originado las alteraciones del Perú y desabrimientos de Nueva España: á que se añadió una Real Cédula de reprension á Miguel Diez de Armendariz, afeándole el nombramiento que hizo en el Mariscal Jorge Robledo de Teniente general suyo en Anserma, Cartago y Antioquia, y declarando que esta última ciudad, como las demas, se comprendia dentro de los términos de la gobernacion de Popayan; con que cesó la pretension que tenia á ella el Gobernador de Cartagena, cuyas competencias habia sosegado la prudencia del Capitan Martin Galeano, á quien Miguel Diez de Armendariz habia despachado para el efecto.

A este buen despacho que sacó el Capitan Venégas, agregó los que se habian dado en favor del Mariscal Quesada, y con todos ellos volvió á Santafé, donde unos gratulándose de que las pretensiones de su General fuesen mejorando de fortuna, y todos gustosos con la revocacion de aquella nueva ley tan odiosa, y asegurados de que para lo futuro dejaban

remediados sus hijos y mujeres con lo que se habia resuelto sobre la sucesión de los feudos, lo recibieron con tanto aplauso cual nunca se esperaba en aquel Reino. Y el Miguel Diez, reprendido y sabedor de algunas cosas que habian escrito contra él desde Cartagena y Santa Marta muchos de los mal contentos de su gobierno, comenzó á recelar cuerdamente la caida que amenazaba á su crédito, si con arte y aceleracion no salia al reparo; y como en Panamá hubiese reconocido Pedro de la Gasca por lo que le aseguraban las personas que bajaban del Perú, que nunca vendria Pizarro por bien en los medios que le proponia, si no los dirigiese por el camino que le allanasen las armas, y movido de estas noticias hubiese escrito desde la bahía de San Mateo á Benalcázar y al Visitador Armendariz, lo socorriesen con la más gente que les fuese posible, aunque la distancia de seiscientas leguas que hay desde Santafé á Lima lo dificultase, se resolvió Armendariz á socorrerlo, y para no errar los principios que consisten en la eleccion del Cabo, puso los ojos en el Capitan Venegas, recien llegado de estos Reinos, en quien ademas de la claridad de su sangre concurrian las partes de bien quisto y respetado, y á quien el continuado ejercicio de la guerra y victorias que habia tenido, señalaban por Cabo el más á propósito para el intento.

A éste, pues, mandó levar cien caballos para la empresa; y porque en la ejecucion encontró alguna tibiesa en los que debieran estar más prontos, y el Armendariz fuese en sus determinacioues acelerado, y áun más de lo que debiera, no siendo Visitador, con poco motivo que para ello tuvo, y sin la averiguacion bastante, afrentó públicamente á dos ó tres personas nobles, y con ellos, causó más lástima, á uno de los conquistadores, achacándoles (no se supo si con verdad ó sin ella) que se habian ocultado por no ir á la guerra contra Pizarro o; pero como quiera que ello fuese, el castigo se ejecutó en ellos, dejándolos con aquella infamia, perpétua. Son los agravios que se haceu á la plebe letras que se escriben sobre la arena, que cualquier agasajo airoso las borra; pero los que á la nobleza, caractéres que se esculpen sobre diamantes y al recuerdo más leve se eternizan. Agraviado el Conde D. Julian, fraguó en España la ruina del Imperio Godo, y en la ofensa que á Pelayo hizo un Gobernador de Tarife desde Giron, comenzó la caida de otro Imperio Africano. ¿Qué fin, pues, podrá ya esperar Armendariz teniendo agraviados á tantos nobles? Pero dejándolo para su tiempo, el Capitan Hernan Venegas con la recluta de cien montados aventureros, entre quienes iban Juan Gómez Portillo, Alonso Martin Carrillo, Pedro Ruiz Corredor, Francisco de Figueredo, Gonzalo Serrano Cortés, Juan de Chávez, Francisco del Hierro, Cristóbal de Miranda, Pedro de Ursua y otros, marchó más de ciento y cincuenta leguas, rompiendo por muchos peligros, aunque tan desgraciadamente en que no se lograsen sus deseos, que hubo de dar vuelta al Reino por el año siguiente, por órden del Presidente Gasca, que le remitió con Martin de Aguirre, para que no pasase adelante, en consideracion de haber mejorado la parte del Rey; y aunque la misma fe le despachó á Benalcázar, que con trescientos hombres estaba ya cercano al valle de Jauja, dejando atras su gente se adelantó tanto, que se halló en el ejército real á tiempo que todo el de Pizarro, sin que se disparase arcabuz, se rindió al trueno de la voz del Rey, pasándose á Gasca; aunque no faltan escritores que á esta voluntaria entrega llamen la batalla de Jaquisaguana.

Partido pues el Capitan Venégas á la guerra del Perú, y receloso Armendariz de que en la ociosidad de la mucha gente militar que tenia en el Reino, y á la fama de sus riquezas habia ocurrido de estos Reinos y de los demas de las Indias, no prendiese alguna centella de fuego que abrasara las provincias de arriba, no solamente velaba en darse á temer con la ejecucion de diferentes castigos en los que le parecian culpados, sino en disponer algunas empresas en que la ocupacion honrosa de las conquistas los enajenase de la noticia de aquellas alteraciones, que con tanto escándalo corrian por más de seiscientas leguas: y para este efecto, habiendo elegido por Cabo de cincuenta hombres al Capitan Francisco Núñez Pedroso, que con crédito de soldado asistia en Santafé, dispuso que hiciese entrada por la provincia de los Pantagoros en demanda de nuevos descubrimientos. Hizolo así, y habiendo atravesado por Tocaima el rio grande de la Magdalena, y despues toda la provincia y cabeceras del Guarinó i rio de la Miel con varios trabajos, descubrió un valle, que llamó de Corpus Christi, y otras tierras comarcanas á él, con más muestras de minerales de oro que de otra cosa alguna que indicase fertilidad del pais, á tiempo que por diferente rumbo, y con órden del Adelantado Benalcázar, aportó allí con el mismo fin y más gente el Capitan Hernando de Cepeda, que llevaba consigo á Pedro do Bolívar, famoso soldado de Flandes, de donde trasplantado á Popayan seguia con su compañía estos descubrimientos, ántos de avecindarse

en Santafé: y como el Gobernador no quiera compañía, y la provincia diese bastantes señales de no admitir dos Cabos iguales en superioridad, pretendió luego el Cepeda que el Capitan Pedroso saliese del valle, por decir comprenderse aquel descubrimiento en las demarcaciones de Popayan y Antioquia, sobre que no faltaron protestas y requreimientos de ambas partes, con riesgo de llegar a las manos, si no en rompimiento formado en desafio, sí particular de persona á persona, que por último vino á parar en que Cepeda, más ventajoso en el número de soldados, prendió á Pedroso y le quitó la gente que llevaba, aunque obró poco despues con ella la suya, y solamente sirvió el arrojo de que se originasen de él otras diferencias muchas, que finalmente fueron á parar y fenecerse en la ciudad de Santafé, cuando ya en ella estaba fundada Real Audiencia.

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ÉCHANSE LOS INDIOS Á LAS MINAS: TRÁTASE EN EL CONSEJO DE FUNDAR AUDIENCIA EN SANTAFÉ, Y ALONSO PÉREZ DE TOLOSA SIGUE SU DESCUBRIMIENTO HASTA LA PROVINCIA DE LOS CARATES, DE DONDE

VUELVE SIN FRUTO AL TOCUYO.

YI en el descubrimiento de las nuevas tierras eran muchos los que ambiciosos de fama tiraban á satisfacer la sed de su codicia, que rotas ya por algunos las leyes de la razon, dieron principio este año de mil quinientos y cuarenta y ocho, á que hemos llegado, á la violenta ejecucion de echar indios á las minas, con quebranto de los que miraban aquellas resoluciones como contrarias al fin de la conquista y à la intencion real. Afeaban el rompimiento de las capitulaciones hechas poco ántes con el Zipa y demas Caciques, y la opresion de aquellas naciones libres, vituperada en todos tiempos de la nacion española, y miraban con justa razon á los mineros como á iucursos en la bula de la cena, por efractores de la libertad natural; pero como lo más principal del sustento y comercio de aquel Reino dependa de la saca de oro y plata, y el sufrimiento con que los indios pasan por las vejacioreciben de quien los manda, sea el motivo que más los inclina á ejecutarlas, nada de esto bastó para que los Encomenderos desistiesen del intento, aunque sí para que Armendariz no lo apoyase en público, respecto de que en aquellas nuevas leyes habia una que lo prohibia, si bien glosada por alguno de los interesados con decir que no hablaba de la saca del oro ni plata, sino de las perias, sentian deberse restringir por osadía, como si la ocupacion de aquellas minas fuera de ménos trabajo que la de la pesquería de perlas, ó como si no fuera más conforme á razon que aquella nueva ley se ampliase á comprender todo género de minas, por favorable á la libertad de los indios.

S'pretendian or, omu

nes que

Así lo discurrian los unos y otros; pero como quiera que ello debiese ser, el Armendariz concurrió al primer abuso de los Encomenderos con simulacion, y los demas sucesores con publicidad, en que ni de una ni de otra manera quisieron mancharse los romanos con las naciones libres, como Plinio lo refiere en tres partes de sus obras, y Suetonio en una: antes prohibieron semejante exceso, como se prueba por el derecho que condenaba al metal á los que cometian gravísimos delitos; y si no falta quien diga que tal prohibicion de los romanos fué para su provincia de Italia, y no para las otras, fácilmente vendriamos en ello, como no se niegue que el trabajar ó no en las minas de oro se dejaba á la voluntad de las naciones sujetas, sin que el apremio pasase del término de los delincuentes. Pero enterados los historiadores de lo que fué obrado en el Reino, y no de lo que se debió hacer, solamente refieren que la primera vez que se echaron indios á las minas, fué ésta, y no á su voluntad sino á la de los Encomenderos, aunque con alguna moderacion, que duró poco tiempo: y como de nuestra historia solamente sea referir los acaecimientos, sin dar voto en las materias de calidad tan celosa, lo que despues se hizo para relevar á los naturales de trabajo tan pernicioso, fué permitir la entrada de negros en las Indias para el efecto de sacar oro y plata, que algunos han reputado por mayor daño, por ser la nacion más opuesta á los indios y de quien reci' en perjuicios más grandes.

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