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En esta parte no se les puede negar el conocimiento de lo que pasa á los que así lo afirmaban; pero si atendieran á la constancia con que los negros reciben y defienden la fe que profesan en bautismo, y á que no admitiéndolos en las Indias, se hubiera perdido la cosecha espiritual de almas, que se ha logrado, nunca les pareciera mayor el perjuicio que la conveniencia, especialmente si se velara en que solamente entrasen negros gentiles, y no pervertidos con varias sectas. Mas, no fué bastante esta permision de que entrasen negros, para que los naturales se relevasen del todo: tan poderosa fué la ilusion de que se destruiria el Reino, si ellos no lo conservasen con la saca de la plata y oro; pero como haya casos para que ú trabajos semejantes se pueda compeler por el bien público y destierro de la ociosidad, bien que á los principios los Jueces y Gobernadores entraban en la materia, prohibiéndola por cumplimiento, y buscando trazas para que se obrase lo contrario de lo que se prohibia, pareció despues que quitadas estas simulaciones, se compeliese á las indios á ir á las minas con la moderacion de que en cada pueblo se sorteasen por año, sacando para el efecto de cada siete indios uno, como de presente se hace. Del mismo parecer fueron D. Fr. Gerónimo de Loaysa, primer Arzobispo de Lima, y Fr. Miguel de Agia, religioso francisco, en el que dieron á D. Francisco de Toledo para que compeliese los indios á las mitas de minas, y en el artículo de la muerte se retractó el Arzobispo de tal parecer, pidiendo por cláusula de su testamento se le representase así al Rey, y el religioso mudó el suyo en vida, despues que reconoció por vista de ojos el quebrantamiento de la libertad natural y otros inconvenientes jamas creidos.

Si en la forma de la reparticion que va dicha funden los Corregidores de indios buena parte de aumento á sus caudales, será fácil de entender, pues como los naturales vayan tan violentos á la mita de minas, sin dificultad sabrán disponer que la suerte vaya cayendo sobre los que reconocen más ricos, para que por medio del dinero se releven de aquel trabajo, y fácilmente podrán enmendarlo volviendo á sortearlos á su arbitrio, hasta que la mita termine en los más pobres, que viene á ser la forma que se practica, y con la que se proveen las minas de plata de Frias, Lajas y Bocaneme, y las de oro de las vetas de Pamplona y Montuosa alta y baja, y una de las causas de la diminucion de los indios del Nuevo Reino, que se va experimentando, porque éstos, por huir la vejacion que en tan penosa ocupacion reciben, si de milagro escapan las vidas, se ausentan en tropas al Reino de Quito ó provincias de la Costa, donde tienen por menos daño el ser tratados como forasteros. Y aunque algunos sientan que ésta es la causa única de la destruccion de los indios, con todo eso, los que tenemos más experiencias, bien que reconozcamos ésta por una de las grandes que hay para semejante diminucion, tambien hallamos que el trabajo personal introducido en las provincias de Cartagena, Santa Marta, Mérida, Muzo y la mayor parte de tierra caliente, y el de la boga en los rios de la Magdalena, Zulia y Orinoco, no es ménos perjudicial que la que va referida: aunque la principal, y que sobresale entre todas, nace del desenfrenamiento con que los españoles, mestizos y negros, se han mezclado con las indias, sacándolas muchas veces de sus pueblos, de que se sigue y ha seguido la muchedumbre de mestizos, zambos y cholos que hay; y como éstos se enumeren en el gremio de los españoles, y por no mezclarse las indias con sus iguales hayan dejado de parir tantos indios como de esos otros géneros de hombres han producido; de aquí viene á ser el origen principal de la diminucion de indios apurados, que se lamenta. Y si de doscientas mil personas que tenia Granada cuando se rindió al Rey Católico, apénas se hallaron quinientos hijos y nietos apurados de moros, ¿qué podrá esperarse brevemente sino la total destruccion de los indios puros, en quienes carga todo el peso de los tributos?

De acciones tan diferentes como las que van referidas, se le recrecian á Miguel Diez de Armendariz cada dia más émulos que obligados; y como los que bajaron huyendo á la costa, los unos pasasen á Santo Domingo á representar sus quejas en la Real Audiencia, y todos juntos escribiesen al Consejo contra él, no solamente en lo que tocaba á sus particulares agravios, sino dando noticias de la incontinencia escandalosa con que se decia haber procedido cuando subió de Santa Marta cargado de mujeres, y de la que se le reconoció en Cartagena, y continuaba en el Reino sin atender como debia, para refrenarla, á la obligacion en descarta purezas

que lo tenia puesto el oficio superior que administraba, y á que Juez que

en vez de créditos, ganará escoria, pues sujetarse á la inmundicia, quien debe ser limpio como la plata, no es de Juez que manda con Real imperio, sino de reo que obedece á la pasion más obscena. De aquí fué el derramarse una voz general contra el crédito de Armen

dariz en cuanto á este defecto, no solamente en las Indias sino en esta Corte; si con verdad ó mentira quién podrá asegurarlo?, Herrera á lo menos lo pasa en silencio y Castellános, testigo de vista, la tuvo por falsa. Á la verdad muchas veces los reos apasionados publican por ciertas las culpas que no pasan de sospechadas, pensando hallar su despique en el descrédito de los Jueces más rectos; pero de cualquiera manera que éstas lo fuesen en Armendariz, considerada la tragedia acontecida al Mariscal Jorge Robledo, en que tuvo la mayor parte reconocida la imprudente eleccion de su Teniente general del Nuevo Reino en el sobrino Pedro de Ursua, y finalmente repetidos los avisos de la culpable detencion que habia hecho en Cartagena, olvidado de los aprietos en que se hallaba el Virey del Perú cuando más le instaba por socorros, entibiaron los ánimos de los que lo favorecian de suerte que de nada cuidaban ya ménos que de ampararlo, puesta la mira en buscar forma para que extingaidas las parcialidades y bandos de aquel Reino se gobernase en quietud.

Ya desde el año antecedente se trataba de fundar en él una Audiencia Real, por la propuesta que para ello habia hecho Armendariz, asegurado quizá de que hallándose él más inmediato con la ocupacion que tenia, seria preferido para la Presidencia: cosa bien fácil, si al cuerpo que habia ideado en sus pretensiones, no le faltaran ya las espaldas. Tratóse pues en el Consejo más vivamente de esta materia en que instaban mucho los nuevos informes, que se repetian por la Audiencia Española con la ocasion de las quejas que habia dado el Capitan Luis Lanchero pidiendo Juez para su desagravio y el de sus parciales, y con deseo de relevarse de la carga de provincias tan retiradas como las del Nuevo Reino: y en tanto que se tomaba la última resolucion sobre todo, se le despacharon algunas órdenes bien consideradas para el gobierno. Que los que llevasen mujeres de Castilla á las Indias, diesen informacion de cómo eran casados y velados con ellas, y que de otra manera no pasasen. Que ménos se consintiese el tránsito de gente alguna de las Canarias, sin expresa licencia. Que ninguna persona se sirviese de los indios que estaban puestos en la Corona Real, porque se entendia que habia abuso en ello, y el Emperador queria que fuesen tratados como suyos: ley tan ajustada y favorable á los indios, que en la observancia de ella ha consistido la conservacion y aumento de estos pueblos, cuando en los demas se experimenta lo contrario. Que se ejecutasen las leyes del Reino en casos de adulterio contra mestizas casadas con españoles, como y de la manera que se hace en Castilla. Y porque se tuvo noticia en el Consejo de que los Gobernadores de Indias no dejaban salir de sus gobiernos á las personas que se habian avecindado en ellos, y querian pasar á otros, se mandó que como á personas que tenian libertad para ello, los dejasen mudar á las partes que quisiesen, de que resultó la enmienda de muchas extorsiones que se padeciani en aquellos tiempos. Y finalmente, se ordenó que todas las Audiencias, Chancillerías y Gobernadores, tuviesen cuidado en procurar que trabajasen los indios porque no se diesen al ocio, enemigo de toda virtud.

Y á la verdad por esta razon y por el bien que resulta á las provincias, nunca los hombres prudentes abrazaron bien la prohibicion total, que despues se hizo de las hilanzas y ocupaciones semejantes: lo que sí desagradó y desagradará siempre, fué que los Encomenderos y despues tambien los Corregidores, no satisficiesen aquel trabajo con paga equivalente; porque si conforme á la ordenanza que despues se hizo en aquel Reino, gana el indio un real por el trabajo de cada dia y el más diestro en hilar ocupa ocho dias en una libra de algodon, y cuatro en la de lana, mal podria excusarse de tiránica la costumbre que siguieron de pagar un real ó dos, que se acrecieron despues por cada libra. Y si el indio concertado por la ocupacion de todo el año en labrar el campo sin la obligacion de poner herramientas, debe ganar, conforme á la tasa, trece pesos de plata corriente, ocho fanegas de maiz, mauta, sombrero y calzado, que todo ello importa más de treinta pesos, ¿qué se podria pensar en las gobernaciones de Santa Marta, Cartagena, Merida y Muzos, viendo que el tributo de doce pesos, que sin razon se cargaba en cada un indio (cuando en Santafé y Tunja no pasa de seis, siendo más rica la tierra) lo reducian á que á su costa le diese á su Encomendero sembrados, beneficiados y cogidos dos almudes de maiz, que le importaban á razon de cien pesos por año? Exorbitancia descomunal! en que tropezaban á cada paso los GobernadoVisitadores; y aunque lo veian, nunca lo miraban, y aunque lo oian, jamas lo escuchaban, ó porque la permision la tenia disminuida en la apariencia, ó porque el interes lo apoyaba en la realidad, dando color de tributo, y demora á lo que era servicio personal y extorsion digna de que para el remedio se leyese muchas veces la Cédula del señor Rey Felipe IV, de diez de Octubre del año de mil seiscientos y sesenta y dos, de cuyas palabras, dignas todas

res y

de estar impresas en las memorias de sus ministros y prelados eclesiásticos, á quienes se dirigen en favor de los miserables indios, repetiré las siguientes. He tenido por de mi obligacion volverles á encargar de nuevo, como lo hago, el cuidado que deben poner en procurar el alivio de estos vasallos, que tan fielmente me han merecido el desear que sean tratados como hijos. En cuyo contexto rebosa tanto el celo santo de este Catolicísimo Monarca, como en su contravencion la malicia de quien permitiere se falte á su cumplimiento, si aun persevera el desórden.

Mientras el Consejo despachaba los órdenes que van referidos, y consultaba la forma de fundar Audiencia en el Nuevo Reino, se hallaba en el pueblo de Tariba, como dijimos, el Capitan Alonso Pérez de Tolosa, mal contento de no hallar en alguno de los paises de su descubrimiento oro ni plata ni otra cosa alguna de precio que pudiese poner á su gente en codicia de fundar en ellos, y así con la esperanza de mejorar fortuna levantó su campo, y abandonado el valle de Santiago, atravesó las lomas que llaman del Viento, y por la poblacion de Capacho fué á saludar la entrada del gran valle de Cúcuta, criadero el mejor de las mulas del Nuevo Reino, donde la naturaleza para el sustento les previno todo el forraje de Orégano, por haber tanto, que apénas se hallará otro de que poder valerse, entre cuyos barzales se encuentran á cada paso venados bermejos, y en ellos piedras bezares muy finas, por la abundancia que hay de culebras que los piquen, y dictamo real con que se curen. Es este valle bien dilatado y caliente, y aunque de mal temperamento, tiene de presente fundados en él muchos plantajes y haciendas de campo pertenecientes á los vecinos de Pamplona y villa de S. Cristóbal; pero apénas le dió vista el Capitan Tolosa, cuando los indios de la primera poblacion que encontraron, se fueron recogiendo con sus familias á una casa fuerte, que para su defensa en las guerras que traian unos con otros, habian fabricado con troneras á trechos por donde jugaban su flechería, como lo hicieron con los nuestros desde que se pusieron á tiro, y esto con tal denuedo y destreza, que sin recibir daño pudieron vanagloriarse de haberlos rechazado con muerte de algunos tres ó cuatro infantes y caballos heridos, hasta obligarlos mal de su grado á reconocer lo que importa el abrigo de la más débil trinchera.

y

Con este mal suceso y peores señales de coger algun buen fruto del vencimiento de aquellos bárbaros, prosiguieron su marcha hasta dar en el rio de Zulia, que llamaron entónces de las Batatas, por las que hallaron en sus riberas, desde donde habiéndolo esguazado y salido á la parte del Poniente á que miraba su marcha desde que atravesaron la serranía valle de Santiago, fueron entrándose entre la nacion de los Motilones (son éstos indios los que infestan la navegacion de aquel rio, y hasta el tiempo presente no están conquistados) y sin tener encuentro con ellos penetraron la serranía en que habitan los Carares, que demoran á las espaldas de la ciudad de Ocaña á la banda del Norte, y toman el nombre del rio principal, que corre arrebatadamente por dicha serranía á servir de orígen al Zulia: y ademas de ser este rumbo que tomaron de tierras muy ásperas y despobladas, los apretó tanto el rigor del hambre, que caminadas ya siete jornadas por ellas, se vieron precisados á volver en tres al valle de Cúcuta, donde reforzados con el descanso de algunos dias de detencion, resolvieron tomar nueva derrota el valle abajo la vuelta de la laguna de Maracaibo, por donde arribaron á las juntas, 'que llaman de tres rios, que corren á desembocar junto á la misma laguna, por cuyo bojeo à la parte de Leste marcharon algun tiempo con varios encuentros que tenian con los belicosos moradores de sus orillas; y aunque de poca consideracion, no lo fué así el último y bien reñido, en que murieron algunos de los nuestros, y escaparon heridos otros: si bien no perdiendo jamas el ánimo, salieron á los llanos nombrados de la Laguna en que está el puerto de San Pedro, y se prolongan hasta donde se ha fundado la ciudad de Gibraltar.

Al principio de estos llanos se encontraron con los indios Babures, gente blanda y ménos belicosa, pues toda la prevencion de sus armas consistia en unas cerbatanas por donde disparaban con el soplo unas flechillas envueltas en pluma por los extremos y tocadas con cierta yerba, que si lastimaban era muy poco; pero de suerte que al punto que herian al contrario lo hacian caer en tierra sin sentido por dos ó tres horas, que era el término de que ellos necesitaban para huir del combate, y pasadas, se levantaba el herido sin otro daño. Y como éstos no pretendieron impedir la marcha á los españoles, ni ellos estaban ya para empresas de tan poca consideracion, prosiguieron bajando siempre la laguna con fin de volverse al Tocuyo, desesperados ya de hallar lo que buscaban; pero dieron de repente en

un estero, que se ceba de la laguna y corre hasta la serranía con média legua de latitud, que les cortó el paso á infantes y caballos, y por más diligencias que hiciercn buscándole vado por diferentes partes, no lo hallaron para el esguazo, ni con la detencion de seis meses pudieron conseguir que minorasen sus aguas, ó les suministrase la industria tránsito para dar vista á los llanos que tenian delante, con que hubo de resolverse el Capitan Tolosa á seguir las mismas huellas que habia llevado hasta volver á Cúcuta, por no perecer con su gente de hambre en la esterilidad de aquellos melancólicos paises.

Antes de ejecutarlo despachó desde aquel sitio al Capitan Pedro de Limpias con veinte y cuatro hombres, para que à largas jornadas fuese á dar noticia al Gobernador su hermano de la desgracia de aquélla, y de cómo volvian necesitados de vestidos, caballos y víveres; y aunque á la tercera jornada de las que hizo Limpias, ciertos indios guerreros le mataron algunos infantes, no por eso dejó de proseguir con increibles trabajos hasta llegar al Tocuyo, y Tolosa sin detenerse pasó en su seguimiento, aunque con ménos aceleracion por la gente enferma que llevaba y penuria de víveres que sentia, y fué creciendo tanto, que los obligó á dejar el camino que habian llevado, y marchar á mano izquierda por tierras ásperas y no holladas de otros españoles, donde pretendiendo aliviar el hambre en una aldeguela hasta de seis casas, se pusieron sus moradores en defensa, aunque pocos, y lo hicieron tan valerosamente, que á los nuestros no fué posible ganarlas, por la flaqueza con que iban, y precisados á ceder en el combate, dejaron la porfia de ganar las casas, y acometieron á otra algo apartada, que debia de ser almacen de la aldea, segun la provision de maiz, carne asada y raices que habia en ella, en que cebados algunos españoles que se habian deslizado de la pelea que sustentaban los indios en su seguimiento, porque para el hambre no hay órden que no se rompa, dieron ocasion para que animados los contrarios con el buen suceso que habian tenido y el desórden de los nuestros, cargasen tan reciamente sobre los que se habian adelantado al saqueo del almacen, que del primer encuentro mataron dos é hirieron otros, y hubiera crecido el daño si no volvieran en sí los restantes, y con el recuerdo de su peligro y de que eran españoles, no hubieran sacado fuerzas de su flaqueza, y resistidoles, incorporándose juntos de tal suerte, que no solamente se defendieron, pero les obligaron á volver las espaldas, y á que sin hacer pié en las prime-ras osas que habian defendido, las dejasen en sus manos, con lo cual reparados prosiguieron su camino hasta entrar en el valle de Cúcuta tercera vez, dejando á la segunda jornada veinte y cuatro españoles muertos de hambre y muchos indios vivanderos.

Algo reparados en Cúcuta de los infortunios pasados, tomaron otra vez la vuelta de las Lomas del Viento hasta el valle de Santiago, y desde allí, entrándose por la misma angostura de su rio, llegaron al de Apure, y vencidas algunas dificultades hasta ponerse entre él y el Zarare á la ribera de otro pequeño que llaman Horo, se alojaron con el espacio que pedia la necesidad en que el trabajo de tan larga peregrinacion los habia puesto. En este sitio, treinta de los soldados del campo, mal contentos de la provincia de Venezuela, y poco deseosos de volver al Tocuyo, pidieron licencia al Capitan Tolosa para tomar la vuelta del Nuevo Reino, en que vino, por hallarse ya en paraje libre de riesgos, y ser bastantes los que pedian licencia, para atropellar los que se ofreciesen hasta conseguir su intento: y así, habiéndoles nombrado por Cabo á Pedro Alonso de los Hoyos, se apartaron de Tolosa y faldeando la cordillera hasta encontrarse con el Casanare, que desciende de las espaldas de la provincia de los Laches, Chitas ó Cocuyes, y no desamparando su ribera, hallaron algunos panes de sal y mantas que bajan del Reino, que les sirvieron de guias hasta dar en las poblaciones de los Laches, pertenecientes á la provincia de Tunja, con que se consiguió la pretension de hallar camino para el Tocuyo, por donde se metió en el Nuevo Reino gran cantidad de ganados mayores y menores, de los que abundaba la provincia de Venezuela, hasta que de los multiplicos que de ellos resultaron en la fertilidad de sus dehesas, se han ido abasteciendo otros paises más retirados.

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Por otra parte, levantado el Capitan Tolosa de las riberas del Horo, fué continuando su derrota el Apure abajo, y repasando ya por los Llanos, con ayuda de los Caquecios, que le salieron de paz, pasó los rios que llaman de Barinas, que son los de las sierras nevadas de Mérida, hácia cuyas cabeceras (obligado de la falta de víveres) despachó al Capitan Lozada con cuarenta hombres, que entrando juntos en la serranía, y apartados los siete de ellos para saquear una casa grande, que divisaron, en que habia cantidad de maiz y alguna sal, de que llevaban gran falta, sucedió que apénas entraron en ella cuando se vieron

acometidos de numeroso escuadron de indios, que debia de estar en asecho, el cual tomando las tres puertas que tenia la casa, y poniéndole fuego por los cuatro ángulos, hubiera acabado con ellos, á no estar humedecida la paja, y á no mostrarse tan valerosos los siete a vista del riesgo, que rompiendo por una de las puertas (aunque cercados por todas partes de bárbaros), obraron con tan poca turbacion (presagio el más cierto de vencer), que muertos los más atrevidos de sus contrarios, pusieron á los demas en huida, y cargaron de víveres á su placer, que metieron en el Real, donde los esperaba Tolosa con ménos socorro, que les duró hasta entrar en la ciudad del Tocuyo, donde hallaron la noticia de haber muerto el Gobernador Tolosa, si bien permanecia por Teniente el Capitan Juan de Villegas; y aunque esta larga jornada duró dos años y medio, y la vuelta de Alonso Pérez desde la laguna de Maracaibo fué por el año siguiente, pues fué su entrada en el Tocuyo por Enero del año de cincuenta, con todo eso ha parecido no separar los sucesos de ida y vuelta, para inteligencia de la jornada.

CAPITULO V.

PROSIGUE ARMENDARIZ EN SU GOBIERNO: PÓNESE REAL CHANCILLERÍA EN SANTAFÉ; PEDRO DE URSUA ENTRA EN LOS CHITAREROS Y FUNDA LA CIUDAD DE PAMPLONA, Y EL LICENCIADO ZURITA RESIDENCIA Á

ARMENDARIZ.

DESEMBARAZADO ya Miguel Diez de Armendariz, de aquellos negocios que mis

cuidado le daban, y amortiguados los recelos que habia concebido de su caida, con la dulce lisonja del mando, proseguia en su gobierno por el año de mil quinientos y cuarenta y nueve, sin conocimiento alguno de lo bien ó mal que obraba: ceguedad que se difunde desde los Príncipes soberanos á los más inferiores ministros; porque como éstos no puedan hacer juicio de su gobierno, que no sea por las exterioridades que atienden, y los súbditos sean hombres en quienes con facilidad miente la malicia semblantes de agradecidos, aun cuando se hallan nás descontentos, de aquí es que algunos no corrigieron sus yerros porque se los doró la adulacion, y otros se hallan turbados cuando fenecido el cargo, se desengañan de que fué aborrecimiento lo que juzgaron benevolencia; pero como los juicios de los hombres sean tan diversos como las personas, rara vez se hallará Gobernador en quien algunos no apoyen con veras por acertado lo que otros vituperan por malo, y más en los pueblos y Reinos donde prevalecen parcialidades, como en este de que vamos tratando, y por esta causa fué reputado el gobierno de Armendariz por bueno y justo por los Quesadas, y aborrecido como tiránico por los Caquecios, fundados unos y otros en la noticia de las virtudes y vicios que le traslucieron, cosa bien fácil en las Indias, donde corren al descubierto las acciones de los que gobiernan, muy al contrario de lo que pasa en Europa.

La causa de la publicidad referida, es porque en estos Reinos de España ó en otro cualquiera de esta parte del mundo, el Corregidor de un partido o Gobernador de una provincia, por mucho tiempo que se conserve en el cargo, no trata ni comunica de ordinario sino es con doce ó veinte personas, que son las de su casa, escribanos y ministros de justicia, y cuando á éstos se agreguen los litigantes, que solamente hablan en su dependencia, tambien son muy pocos respecto de los muchos sujetos que se incluyen en su gobierno, y así corren tan ocultos sus procedimientos, que para descubrirlos son forzosas grandes pesquizas, pues cuando los que van referidos alcancen algo de lo que obran, todas las demas personas lo ignoran y no saben de él ni de sus acciones, ni hablan en si es bueno ó malo, ni en qué yerra ó acierta, ni le asechan los pasos, y finalmente los más no lo conocieran, si no lo vieran con la vara en la mano; pero en las Indias el desdichado ministro, sea el que fuere, eclesiástico ó secular, trata necesariamente con todos aquellos que se hallan en su jurisdiccion, de suerte que no se hallará súbdito alguno con quien no comunique, ó él con su superior aunque no quiera: y la causa es, porque sin dependencia de pleitos ni de negocio que los obligue, acuden por costumbre á la casa del que gobierna, ó con el pretexto de acompañarlo, ó con el fin de que los vea presentes para tenerlo grato en lo que se les

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