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taba ser cierto, de que resultó cargarse de alguna pasion en proceder contra Armendariz, que no cesaba de repetir quejas de que los Oidores no lo amparaban como debian, fundado, á mi ver, en que lo conterráneo en paises distantes debe correr con calidades de parentesco; y á la verdad, no habia en el juicio de la residencia aquella libertad que se requeria para que las partes siguiesen su justicia, con los embarazos que á su administracion ponian los Oidores, hasta empeñarse en oir á Armendariz sobre los agravios que decia hacerle el Licenciado Zurita y pronunciar autos en aquella razon, cosa bien extraña en derecho, á que el Zurita correspondia con otros dictados de más experiencia y de ménos arrojos; y viendo que se le acababa el término de los sesenta dias sin que pudiese concluir su residencia, andaba como hombre ajeno de sí mismo y de lo que debia hacer en casos tan irregulares, á que no ayudó poco la avilantez que algunos se tomaron para publicar que no tenia la jurisdiccion que manifestaba tener por sus edictos.

Con estos embarazos que asimismo tenian reconocidos Luis Lanchero, Lázaro Pérez y otros, se desaparecieron una noche, y por caminos ocultos hasta el rio grande bajaron en una canoa á Mompox, y de allí en bajel de más porte, saliendo por la boca del rio navegaron hasta arribar á Cartagena, donde habiendo fletado navio pasaron á estos Reinos á representar todo lo acaecido en perjuicio suyo, en tanto que el Licenciado Zurita, viendo acabar el término de su comision, citaba, como lo hizo, al Licenciado Armendariz para las ciudades de Cartagena y Santa Marta, donde debia parecer personalmente á ser tambien residenciado de cuanto en ellas hubiese hecho; y suspendiendo el progreso de lo obrado en Santafé, se volvió á la costa bien disgustado del ajamiento que se le habia hecho en el Reino; y el Armendariz, como si ya no le quedase más que purgar, trató de venirse á España, si bien reconocia que le tenia tomados los pasos el Licenciado Zurita, con estarlo residenciando en ausencia en la ciudad de Cartagena y tener prevencion en Santa Marta para embargarle el cuerpo y proceder contra él sin la sombra de los Oidores que lo amparaban. Para cuyo reparo resol+ vieron, con parecer del mismo Armendariz, que Beltran de Góngora, con el pretexto de visitar la costa de Santa Marta (porque Cartagena aún no era de la jurisdiccion de la Audiencia de Santafé), bajase á ella y lo embarcase con la mayor seguridad que pudiese: todo lo cual se ejecutó á la letra, y entonces fué cuando hizo la confianza de Tomé de la isla el Armendariz, y mientras hurtando el cuerpo á los peligros fué á pasar á la isla española y se detuvo esperando ocasion de venir á Castilla, se volvió el Góngora al ejercicio de su plaza, porque en la realidad la visita habia sido supuesta y entonces no habia la cédula que despues se despachó para que se pudiese visitar el distrito, aunque por la fealdad que tenia esta imprudente accion en sí misma, pareció tan mal en el Consejo como despues veremos.

CAPITULO VI.

FUNDANSE LAS RELIGIONES DE SANTO DOMINGO Y SAN FRANCISCO EN EL NUEVO REINO, Y LAS CIUDADES DE IBAGÉ Y NEIVA EN LA PROVINCIA DE LOS PANTAGOROS.

A

L tiempo que el Emperador mandó se fundase real cancillería en Santafé, dispuso asimismo que con los primeros Oidores pasasen algunos religiosos de las Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, cuya mision miraba principalmente á dilatar en el Nuevo Reino la semilla del Evangelio entre la infinidad de almas que en él habia y por falta de obreros que las guiasen, no acertaban á salir de las sombras del gentilismo y á ilustrar sus provincias con religiosos conventos, que á expensas de la devocion se plantasen para seminarios de letras y de virtudes; pues aunque se sabia que así de estas religiones como de las de San Agustin y la Merced, habia algunos sujetos en aquel Reino, tambien se decia que por falta de prelados que obedeciesen bastardeaban en el sagrado empleo de su instituto. Para esto fin, pues, elegidos bastantes sujetos de ambas familias y nombrado por Superior de la de Santo Domingo á Fr. José de Róbles y por Custodio de los Franciscos á Fr. Francisco Victoria, pasaron de Sanlucar á Cartagena por este año de cincuenta, donde embarazado el Fr.

José con la ocupacion de fundar allí convento, subieron al Reino el Fr. Francisco Victoria y Fr. Gerónimo de S. Miguel, que le sucedió en la custodia, y Fr. Francisco de la Resurreccion, á quien eligió el Fr. José de Róbles para que le sustituyese en Santafé, donde llegados, aunque sobre el recibimiento de ambas religiones hubo diversos sentimientos en el Cabildo, fueron finalmente admitidos, y la de Santo Domingo fundó en la plazuela de mercado de la parroquia que hoy llaman de las Nieves, y la de S. Francisco algo más á fuera al norte: si bien por el inconveniente de que ambos conventos estuviesen de la una parte sola de la ciudad, dispuso el Cabildo que el de S. Francisco se mudase este mismo año á la banda del sur, en el mismo sitio en que de presente está fundada la religion de S. Agustin, si bien ni el uno ni el otro permanecieron, como veremos despues.

Hechas estas dos fundaciones y otras algunas en las principales ciudades del Reino, aunque arrebatadamente, vinieron á parar los dos Superiores en que el Fr. José de Róbles, mal contento de residir en las Indias, porque debió de regular la grandeza que no veia por las miserias que experimentó en sus costas, se volvió á Castilla y de allí pasó á Roma á pretensiones que no son de esta historia. Y el Fr. Gerónimo de S. Miguel, aunque buen predicador y mejor teólogo, afeaba de suerte sus letras con la imprudencia de que las vestia, que guiado de algunos arrojos que lo habian malquistado, se empeñó finalmente en el de ajar á la justicia real de obra y de palabra en cierta ocasion que los Oidores la tuvieron para remitirlo á estos Reinos con el proceso desde la cárcel pública en que lo habian puesto: accion que pudiera excusarse y tan mal parecida en el Consejo, que acreditó de ménos imprudente el desacato que acriminaban. De aquí resultó que faltando las dos cabezas que tenian los religiosos de ambas familias, procediesen luego á nuevas elecciones, no solamente de Vicarios y Custodios, sino de Provinciales, especialmente desde que en las siguientes flotas fué continuando el Consejo las misiones de más Religiosos: verdad sea que las tales elecciones, así de Franciscos como de Dominicos, se hacian siempre con grave escándalo y contradiccion de los Provinciales del Perú, que alegando tener superioridad en ambas familias del Nuevo Reino, despachaban visitadores á él, para la reforma de sus Conventos y castigo de los Religiosos que hallasen culpados; pero ninguno de ellos fué jamás recibido, hasta que cesó la pretension por los años de sesenta y tres y setenta y uno, en que se criaron provincias separadas de las del Nuevo Reino.

De este desórden que se experimentaba en el gobierno de las dos Religiones, resultaba que los más sujetos que iban al Reino, sin fijar el pié de asiento en sus provincias, las desamparaban brevemente, volviéndose algunos á la costa, y pasándose otros á los Reinos del Perú; de cuya lástima, sentido el Mariscal Quesada en el capítulo nono del libro tercero de su Compendio historial, que hizo por el año de mil quinientos y setenta y cuatro, prorumpió en estas palabras: No es cosa de lástima y de compasion juntamente con ella, que haya pagado Su Majestad desde los primeros Fr. Joseph de Róbles, y Fr. Gerónimo de S. Miguel, más de doscientos y cincuenta frailes de cada Orden en diversas Armadas, para que vengan á esta tierra, y no haya ahora ochenta en cada provincia de las dos? Pero entre estas turbaciones, que de lo eclesiástico muchas veces pasan á lo secular, no puede negarse que hubo entre ellos personas doctas y ejemplares de ambas familias, y que trabajaron mucho en la conversion de los indios á pesar del mal tercio que les hacian lós Encomenderos, y en ilustrar las provincias con magníficos Conventos que labraron en las ciudades de Santafé, Cartagena, Santa Marta, Tunja y Tocaima, entre quienes se señalaron mucho Fr. Martin de los Angeles y Fr. Juan Méndez, del Orden de Predicadores; si bien el primero, con otros muchos de su familia, salió huyendo de la provincia por el favor que la Real Audiencia daba á uno de los Visitadores del Perú, combate á que resistió con más sufrimiento el Fr. Juan Méndez en semejantes lances, y otros en que le ponian sus compañeros, por no desamparar las nuevas plantas que habia sembrado su Religion.

Aunque fué mucho lo que obraron, así estos dos Religiosos como otros que se emplearon en la exaltacion de la fe, doctrinando en ella á los naturales del Nuevo Reino, sobresalieron como soles en desterrar las sombras de la infidelidad, y en reducir pecadores á verdadera penitencia, San Luis Beltran y el venerable compañero suyo, Fr. Luis Vero, de nacion valencianos, que habiendo pasado á Indias por el año de sesenta y dos, se ocuparon en la predicacion del Evangelio, así en la provincia de Cartagena como en la de Santa Marta, donde corriendo en mision toda su sierra entre las naciones de Taironas, Aruacos, Itotos, Chimilas y Pintados, obraron muchas de las maravillas que se refieren en

la vida de S. Luis Beltran, de que se hallan muchas noticias, señales y rastros por aquellas serranías, y aun el altar de piedra en que celebraba misa, hasta que siendo electo Prior de Santafé (despues que administró el Curato de la Villa de Tenerife, donde se guarda en el Sagrario de su parroquial la casulla con que decia misa) hubo de volver á estos Reinos por el año de sesenta y nueve, con licencia que para ello tuvo de su General. En esta vuelta no pudo seguirle su compañero, por haberse quedado en el ministerio de Apóstol de las naciones que habitaban el Valle de Upar, donde murió por el año de ochenta y uno, y fué sepultado en su Convento de la ciudad de los Reyes, al pié del altar de N. Señora del Rosario: y aunque los portentos y heróico grado de virtudes á que llegó este gran varon, bastasen á calificar la opinion que corre de su santidad, con todo eso, para claro testimonio de la alteza á que llegó, baste saber que habiéndole pedido á S. Luis Beltran un devoto suyo que le encomendase á Dios cierto negocio que tenia entre manos, le respondió: Encomiéndelo, hijo, á mi compañero Fr. Luis, que tiene con su Divina Majestad más cabida que yo; en que se reconoce cuánta seria la perfeccion de este siervo del Señor.

Hace ocultado su cuerpo hasta el tiempo presente á los ojos humanos; y aunque la vulgaridad de muchos lo atribuye á que se han perdido las noticias de la parte en que fué sepultado, por la mudanza que ha padecido la fundacion del Convento en diferentes sitios de la ciudad, no parece verosímil que en el término de ochenta años se pueda ignorar de todos lo que parece imposible se deje de saber de muchos, y más cuando reconocidas las dos partes en que estuvo de ántes fabricado el Convento y movida toda la tierra de sus ámbitos, no se han descubierto señales de tan rico tesoro; y así me inclino á referir lo que me han dicho contextes algunos vecinos ancianos de aquella ciudad, y es, que estando para morir pocos años despues una persona secular devota de este venerable varon, pidió al Prior de su Convento la enterrase en su mismo sepulcro, como lo consiguió descubriendo para ello su cuerpo esta primera y última vez, sin que semejante accion se extrañase de alguno por entónces: con lo cual tuvo ocasion otro devoto secular para pedir lo mismo y el Prior para inclinarse á su ruego; pero con tal desengaño de la poca veneracion que le habia debido, que abierto el sepulcro, solamente se hallaron en él los huesos del primer devoto que allí fué enterrado, sin que más haya parecido el de aquel apostólico varon, por más diligencias que ha hecho su religion para descubrirlo, instado del propio interes y de los aprietos de muchos devotos suyos. Y aunque todo lo más que se ha relatado acerca de los primeros Religiosos que pasaron al Reino, acaeció desde el año de cincuenta en que vamos, hasta el de sesenta y tres y setenta y uno, ha parecido compendiarlo antes de entrar en la ereccion de sus dos provincias, con que pasaremos á diferentes conquistas y poblaciones que se hicieron este mismo año.

Al tiempo que Miguel Diez de Armendariz estuvo en Santa Marta, tuvo tales noticias del famoso Valle de Upar, y de las muchas naciones que lo habitaban, sin que hubiese bastado á menoscabarlas la porfiada hostilidad de alemanes y españoles que tantas veces hollaron su terreno fértil; que considerada la utilidad que podria seguirse á la Real Coro

na, de que alli se fundase alguna ciudad, ordenó á su propartida, que fué por el año de

cuarenta y seis, que el Justicia Mayor de Santa Marta, que lo era el Capitan Juan de Céspedes, llevase aquellos infantes y caballos que pareciesen bastantes para amedrentar los indios del valle, y fundar en él una ciudad, desde donde pudiese allanarlos la maña ó la fuerza, eligiendo para Cabo de la faccion la persona que le pareciese más á propósito. Eralo mucho el Capitan Santa Ana, que ejercia la vara de Alcalde ordinario, á quien eligió Cabo, y quien pasados cuatro años, y alistada la gente voluntaria que de Santa Marta y Tamalameque se le ofreció á la empresa, partió á ella, y sojuzgado el valle con poca resistencia, fundó sobre las corrientes frias del Guatapuri una razonable poblacion de españoles, que de presente permanece con el nombre de la Ciudad de los Reyes, sin que de sus pobladores haya tenido más noticia que la de N. Gutiérrez de Mendoza, Lorenzo Jiménez y Francisco de Ospina, natural de la provincia de Alaba, que por aquellos tiempos se ejercitaba como Capitan y Maese de Campo en las guerras de Guanaos, Tupes y Cariachiles. Del temple de esta ciudad, calidades del valle y costumbres de los indios, dice lo bastante el cronista Herrera en su Década octava, á que añadiremos que su vecindad pasa de cien vecinos, con buena Iglesia parroquial, razonables casas cubiertas de teja y un Convento del glorioso Patriarca Santo Domingo, con muy cortos medios aun para el sustento de dos religiosos.

Ya dijimos en el capítulo antecedente las dos fundaciones de ciudades que los

nuevos Oidores determinaron hacer en la provincia de los Pantagoros, cometiendo su ejecucion á diferentes Cabos; y como la una estuviese á cargo del Capitan Juan Alonso, hombre práctico en la guerra, y la otra corriese por la disposicion de Andres López de Galarza, á quien los vecinos del Reino miraban con aquella inclinacion debida á las buenas prendas del hermano: siguiéronle muchos hombres de cuenta, y aunque no todos concurrieron en la primera entrada que hizo á la conquista, por haber necesitado de nuevos socorros para concluirla, pondré de unos y otros aquellos de quienes he adquirido noticia, como son los Capitanes Gaspar de Tavera, Miguel de Oviedo, Domingo Coello, Cristóbal Gómez Nieto, Juan del Olmo, Lope de Salcedo, Hernando del Campo y Juan de Mendoza Arteaga, á quien sacó del puesto de Alguacil mayor de Corte la inclinacion de ejercitarse en la guerra. Demas de los referidos, parece haberse hallado en la misma faccion Francisco Trejo, Diego López Vela, Juan Breton, Pedro Gallégos, Diego López, Bartolomé Talaberano, Pedro de Salcedo, Márcos García, Antonio de Ródas, Pedro Sánchez Valenzuela, Alonso Ruiz de Alvaro Martin, Miguel de Espinosa, Francisco Iñiguez, Lope de Velazco, Francisco de Figueredo, Francisco Bermúdez, Juan de Chávez y otros muchos, con que dió principio á su marcha hasta la ciudad de Tocaima, desde donde esguazado el Pati, y despues el grande de la Magdalena en canoas, tomó la derrota por la provincia de los Pantagoros, que hoy llaman de Neiva, hasta saludar el valle de las Lanzas, nombrado así por las muchas que los Capitanes de Benalcázar descubrieron por armas de los indios guerreros que allí habitaban.

Extiéndese la provincia de Neiva por dilatados espacios de tierra llana, abrazando toda la que hay desde los confines de las ciudades de Tocaima y Mariquita hasta los de la Plata, que serán como ochenta leguas de longitud, Norte Sur por la una y otra banda del rio de la Magdalena, que la divide de alto a bajo, recibiendo muchos caudalosos rios que descienden de las dos cordilleras que la amurallan, la una á la parte de los espaciosos llanos de S. Juan, y la otra á la de las provincias equinocciales, apartadas como veinte leguas más ó ménos, segun las entradas ó retiros que hace de la tierra llana el torcido asiento de los montes. Por la parte pues de la segunda cordillera se levanta un cerro con el nombre de Amoyá, y las entrañas de bronce, por el mucho que encierran sus minas, y por una senda vecina á él, despues de muchos encuentros que nuestros españoles tuvieron con los belicosos Coyaimas y Natagaimas, se condujeron al valle de las Lanzas, á quien riegan los dos famosos rios de Combeima, y el que llamaron de S. Juan, que bajan separados de los páramos de Quindío, hasta que en lo más llano de la provincia se junta para correr con el nombre que les puso la desgracia del Capitan Coello, hasta que lo pierden entrando en el de la Magdalena; pero apénas los Pijaos, que habitaban aquellas fértiles fragosidades, sintieron en ellas á los forasteros, cuando alistados á la obediencia de Titamo, Cacique principal de su nacion, se les opusieron con tanto coraje, que á no haberles excedido los españoles en la disciplina militar, hubieran triunfado sus lanzas de nuestros arcabuces y ballestas.

No fué la victoria tan barata que no se costease con el sentimiento de haber perdido algunos infantes y caballos, y hallarse herida la mayor parte de los que quedaron vivos: fatalidad que los puso en la necesidad de fortificarse con estacada, mientras se curaban de las heridas Ꭹ de Santafé les iba socorro, que consiguieron despues del aguante de repetidos avances de aquella desesperada nacion, que ni de dia ni de noche los dejaba pasar con sosiego, hasta que reparados de las heridas y habiéndole muerto á Titamo la flor de su gente, le obligaron á que retirándose á pedir socorro á Quicuyma, Cacique confinante, tuviesen lugar los nuestros de correr todo el valle y reconocer una mesa llana de poco más de una legua, que circunvalada de montañas levantó la naturaleza sobre el rio de S. Juan, donde por voto de todo el campo se trató luego de fundar una villa con el nombre de Ibagué, que tenia el asiento elegido, como se consiguió á los catorce de Octubre, repartiendo solares y Encomiendas de indios que pagaban el tributo á lanzadas. Fueron los primeros Alcaldes el Capitan Juan Breton y Francisco Trejo; Alguacil mayor, Pedro Callego; Regidores, Juan de Mendoza Arteaga, Pedro de Salcedo, Domingo Coello, Gaspar de Tavera y Miguel de Oviedo; y dióse la escribanía de Cabildo á Francisco Iñiguez. Pero como las ciudades fundadas en Indias jamas tuvieron consistencia, sino fué cuando las poblaron sobre las seguridades de indios pacíficos ó sobre la de algun sitio que pudiese mantenerlas contra las invasiones de los que no estuviesen sujetos, y á esta de Ibagué le faltó lo uno y otro, pues los indios estaban de guerra, y el asiento de la ciudad con las montañas que lo ceñian, se

hallaba incapaz de defensa, por ser el más á propósito para las emboscadas de los Pijaos, en que son primorosos; luego empezaron los nuestros á reconocer su peligro, y más cuando Titamo, auxiliado de las tropas de Quicuyma, los acometió tantas veces en sus cuarteles cuantas imaginó hallar descuido en las centinelas; y aunque en semejantes acometidas no fué muy considerable el daño de los nuestros, seguíase el que experimentaban cada dia, perdiendo á cuantos en demanda de bastimentos ó leña se aventuraban al riesgo de las emboscadas sin el resguardo de algun buen trozo de gente.

Con mejor fortuna corria por el mismo tiempo la empresa de Neiva, pues no siendo aquel país tan poblado de gente como los demas de la provincia, pudo el Capitan Juan Alonso con poca gente y ménos peligros disponer la fundacion de otra villa que llamó de Neiva, por conservar el nombre del sitio en que se pobló, y es el que média entre las ciudades de Tocaima y Timaná, siguiendo el camino que hay del Nuevo Reino al de Quito y hoy llaman la Villa-vieja; y aunque entonces pareció á muchos hallar conveniencia en la tal fundacion, experimentóse muy poca por los pocos indios que habia en los contornos, y así corrió esta Villa con poco útil y vecindad, hasta que por el año de sesenta y nueve la destruyeron y asolaron los Pijaos, y por el de mil seiscientos y doce la reedificó el Gobernador Diego de Ospina, como veremos en la segunda parte cuando se trate de la sangrienta guerra de aquestos indios, que, como deciamos, tenian en grande aprieto la nueva Villa de Ibagué, hasta que reconocidos por Galarza los inconvenientes que van referidos, por cuatro meses continuados de malas fortunas, y habiendo descubierto que la cordillera hacia un abra ó puerto que salia á la tierra llana, en cuya entrada se podria mantener la Villa sin el asedio pertinaz de las emboscadas, dió parte de todo á la Real Audiencia de Santafé, que considerado el peligro cometió el socorro de un buen trozo de gente al Capitan Melchor de Valdés, que partió con él hasta Ibagué, donde incorporado con la gente de Galarza, tuvieron tan venturoso encurentro con los dos Caciques, que los dejaron escarmentados para muchos dias, y con este buen suceso, desamparado el sitio y caminadas siete leguas por el abra, mudaron la Villa á terreno limpio sobre el rio de Chipalo á los siete de Febrero del siguiente año de cincuenta y uno, conservándole el mismo nombre de Ibagué: y aunque en vez de crecer su vecindad ha ido siempre á ménos con ser cabeza de Gobierno y gozar del mejor temple y frutas del Reino, con todo ha sido muy conveniente, así para plaza de armas de la dilatada guerra de los Pijaos, como para el mejor tránsito del Reino á la provincia de Popayan y ciudades de Cartago y Anserma, por excusar este camino el que de ántes se hacia por las sendas intratables de recios páramos, y porque en su distrito se han reconocido minas de piedra iman y de azogue, y las vetas que hay de oro sobre las riberas del Combeima.

CAPITULO VII.

:

ENTRA EL MARISCAL QUESADA EN SANTAFÉ DESCUBRESE EL PÁRAMO RICO DE PAMPLONA, Y LOS CAPITANES QUINTERO Y PEDROSO FUNDAN EN LOS PANTAGOROS LAS CIUDADES DE SAN SEBASTIAN DE LA PLATA Y

CON

MARIQUITA.

YON estas razonables empresas iba terminando el año de cincuenta, cuando con aplauso general de todo el Reino entraron en Santafé, con muy poca diferencia de tiempo, el Oidor Beltran de Góngora de vuelta de Santa Marta, donde lo habia llevado el empeño de librar la persona de Armendariz de las amenazas del Licenciado Zurita, y el Mariscal Quesada de la Corte del Emperador, donde bien purgados los desaciertos de su mocedad, salieron más bien correspondidos sus servicios con el escarmiento que llevaba, que con los cortos premios que le dieron. Eran generalmente bien quistos ambos á dos, el Mariscal por los beneficios que le debia todo el Reino, y el Góngora por los agravios que no le debia, y así correspondió el aplauso de su recibimiento al amor y respeto con que los veneraba, dondo terciando con igualdad el Licenciado Galarza por simpatía de genios, comenzó á estrecharse tanto con el Mariscal cuanto lo estaba con Góngora, en cuyo amigable estado se hallaban,

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