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no habiendo sentido bien de la conjuracion los demas ministros de la Audiencia, no fué posible sacarle cargo más grave que el de los consentimientos tácitos y expresos con que habia dejado correr muchos de los desaciertos de Montaño, en que no bastando la defensa que interpuso, fué compulsado á comparecer en el Consejo, y su partida del Reino fué llorada de todos, y sucedió en ella lo que debian tener muy á la vista para su imitacion todos los ministros de su puesto; y fué que el dia que por este año salió de Santafé, al tiempo que lo más noble de la ciudad le asistia para acompañarle, hizo manifestacion pública de todo el oro que llevaba, que seria hasta quince mil castellanos, diciendo que aquello era cuanto habia sisado de sus salarios, y no se hallaria otra partida más, y si se le averiguasc supiesen quo era hurtada. Y al fin pasó á Castilla, donde los cargos solicitados por su enemigo fueron los medios con que brevemente se le dispuso la buena fortuna con que corrió hasta la muerte; siendo el primer paso su provision á Guatemala con la visita de aquella Audiencia, el segundo trasladarla á Panamá y el tercero volver á gobernar á Guatemala, donde lo dejaremos hasta que sus méritos lo coloquen en la presidencia del Reino.

Mientras corria la residencia del Oidor Briceño, no paraban las dependencias de la fundacion de los Remedios; y el haber ocurrido Francisco Martínez de Ospina á sus defensas, no fuera bastante para dejar de tener en su causa tal mal éxito como el del Capitan Juarez, si no le hubiera favorecido la dilacion del tiempo con tres circunstancias que bastaron á facilitar su pretension. La primera fué haber llegado poco ántes Cédula Real de Felipe II para que se pudiesen hacer y capitular nuevas poblaciones y conquistas, en cuya virtud habia capitulado el Mariscal la conquista del Dorado; pues aunque por ella no se aprobaban las ya hechas, se templaba á lo ménos con el despacho el rigor con que debia procederse contra los que en aquel punto se hallasen culpados. La segunda, que se le recreció á la primera, fué convertir Maldonado en sangrienta oposicion con Grageda y los demas compañeros la fingida amistad que le habia tenido mientras residenciaba á Briceño, porque en semejantes encuentros, hasta los reos se hacen necesarios para dar cuerpo á las parcialidades, y la autoridad que tenia Ospina en el Reino era muy para solicitada de ambas. Y la última, en que consistió su buena fortuna, fué haber hallado por uno de los Oidores de la Real Audiencia al Licenciado Melchor Pérez de Artiaga, paisano suyo Alabés, y con quien tenia amistad desde su patria, que siendo uno de los contrarios de Maldonado por íntim o de Briceño y Grageda, le favoreció de suerte que obraron muy poco los informes de Lope de Salcedo para embarazarle la vuelta á gozar parte de la riqueza con que correspondian los minerales de los Remedios: y en fin, las mismas acusaciones que pusieron al Capitan Juarez en la última desventura, en este caballero hicieron tan poca batería, como se ha visto, porque no influyen los ejemplares donde varian las circunstancias, y más como la de hallar o no favor entre los jueces.

En las correrías que el Maese de campo Juan Ruiz de Orjuela y los Capitanes Anton de Olalla y Antonio de Olalla Herrera habian hecho para castigar algunas alteraciones de los Panches y para encontrar camino más tratable que el de Vélez para bajar de Santafé al rio grande de la Magdalena, se habia reconocido á quince leguas al noroeste de Bogotá otra nacion confinante á los mismos Panches y á los Muzos, que si bien no era de indios tan belicosos como ellos, mostraba ser numerosa y ocupar terreno de mucha consideracion; ésta era la de los Culimas, extendida por un fértil pais que riega el rio Negro, y otros en que se habia conservado, á pesar de las invasiones que en ellos habian repetido en tiempos atrasados los Muzos y Panches, si bien estos últimos no con fin de ocuparles la provincia para dilatar la suya, sino de cebar su voracidad en la sangre de los que muriesen á sus manos. Esta noticia, derramada por todo el Reino y la Real Cédula que habia llegado para permitir nuevas conquistas, puso en pretension de esta de los Culimas á D. Antonio de Toledo, vecino de la ciudad de Mariquita, cuya calidad y servicios facilitaron que por este año saliese & ella desde la villeta de S. Miguel con ochenta hombres, perros y caballos y los vivanderos que parecieron bastantes para conducir los víveres; pues aunque el terreno representaba dificultades, asegurábase el buen suceso en la noticia que ya los Culimas tenian de haber sujetado nuestras armas las naciones vecinas, de quienes casi siempre se vieron oprimidos.

Entre los que seguian á D. Antonio de Toledo iban muchos nobles, y aunque algunos con florida juventud, tan hábiles para la guerra como despues lo mostraron, siendo de los Cabos más señalados del Reino; y aunque no pueda hacer memoria de todos, no será justo omitir la de los Capitanes D. Lope de Horosco, Juan de Otálora y Hernando de Velasco y

Angulo, cuyos relevantes servicios son bien notorios, fuera de los que en esta conquista hicieron acompañados de Cárlos de Molina, yerno del General D. Antonio de Toledo, de Luis Estévan de Feria, marido que fué de doña Catalina de Taboada, de Pedro Jiménez de Bohórquez, Bartolomé de Saldaña, natural de Osuna y uno de los primeros conquistadores, Juan Félix de Fonseca, Alonso de Isla, Nicolas Gutiérrez Prieto, Juan Félix de Bohórquez, Fernando Pulgarin Barragan, Juan de Pórras, Pedro Sánchez de Velasco, Rodrigo Pardo, que casó con doña Ana de Fonseca, Francisco Martínez, Bartolomé de Masmela, Diego Pérez Brochero, Francisco de Triana, Mateo Sánchez Rey y de otros cuyos descendientes entre la diversidad de apellidos con que de presente corren, representan muy al vivo con sus loables procedimientos los méritos que adquirieron en aquella y otras muchas conquistas en que se

hallaron.

no de

Luego que se tocó en los umbrales de la provincia de los Culimas, se fué adelantando el Capitan D. Lope de Horosco con sus caballos, todo aquello que basto para poner en arma el pais al susto de la invasion; pero como á la defensa que Therama, Cacique prinal choque cipal, pretendió hacerle en lo raso de una colina, volviese roto y escarmentado de los caballos y temor de los perros, quedó tan desanimada la nacion Culima, que sin bastar los bríos que mostraba para hacernos oposicion su General Murca, ni los consejos de Parripari, oráculo anciano de sus errores, se negaron á la resolucion de hacer cuer ejército para impedir la conquista, y solamente mostraron desear la libertad con la continuacion de algunas emboscadas que, en los pasos más estrechos ó tránsito de los rios y arro yos, disponian á su salvo: y á permanecer en ellas más tiempo del que los nuestros tenian para descubrirlos, hubiera salido costosa la conquista, por ser el veneno de que usaban en su flechería de los más activos que se habian experimentado en Indias. Con todo, en la gente vivandera y en algunos infantes fué considerable el daño que recibió nuestro campo, por no ser cosa fácil cubrirse con los escaulpiles y rodelas, de suerte que las flechas no hirieran alguna parte del cuerpo, especialmente cogiendo en descuido la marcha de la gente española, y estando en asecho los indios, si bien sobraban dos perros sueltos á tiempo para el desquite de lo que hacian en muchas furtidas.

No siendo necesario más encuentro que los que van referidos, para que toda la provincia se le sujetase á D. Antonio de Toledo, acarició sus Caciques, y habiendo reconocido su fertilidad y estando tan vivas las esperanzas de hållar en ella minerales semejantes á los que en otras partes se descubrian, se determinó á fundar una villa que la asegurase, como lo puso por ejecucion en sitio que pareció á propósito, llamándola N. Señora de la Palma, y elegidos Alcaldes y Regimiento, apuntó y repartió por casas todos los indios del pais, segun los méritos de los que se aplicaron á quedar por vecinos. Esta villa, que brevemente ganó privilegio de ciudad, la trasladó el Capitan D. Gutiérrez de Ovalle, siendo su Justicia Mayor, el año de sesenta y tres, al sitio en que hoy permanece, llamándola de N. Señora de la Palma de Ronda, en obsequio de su patria en la alta Andalucía. En toda su comarca no se han hallado otras minas que de cobre y plono: es muy abundante de algodon y á propósito para ingenios de azúcar; pero señalase más en los grandes ingenios y mejores genios de los que nacen en su clima: y es muy de reparar que estando tan inmediata á la ciudad de Muzo, en que se crian las esmeraldas, ésta vaya siempre á ménos, en vez de que sus minerales la lleven á más, y la Palma florezca en caudales cuantiosos, que fructúa el trato de lienzos y conservas. En ésta descanse la paz y en aquélla se engendren los pleitos, y sobre todo es favorecida la Palma de tan benigno influjo, que con saber que alguno ha nacido en ella, bastará para acreditarlo de virtuoso, de que pudiera hacer lista muy dilatada, si no temiera agraviar la modestia de los que viven.

Mientras se obraba lo referido en la provincia de los Culimas, tomaban cada dia más fuerza los encuentros que se notaban en la Real Audiencia entre los Oidores Grageda, Artiaga y Maldonado, siendo éste poderoso no solamente para tenerlos en continuo desasosiego, sino tambien al Licenciado Tomas López, que vuelto de su visita de Popayan volvió á ser blanco de sus irrisiones, sin merecerlo sus buenas letras y mansedumbre; y aunque por este tiempo pasaron á banderizar la Audiencia en dos Salas, pretendiendo Maldonado formar por sí solo la una, corriera mucho más la demostracion á no atajarse el escándalo con la entrada en Santafé del Doctor D. Juan de Simancas, Obispo electo de Cartagena, que iba á que lo cansagrase D. Fray Juan de los Bárrios, que lo era del Reino y Santa Marta. Era este caballero electo natural de la ciudad de Córdoba, hermano del Obispo D. Diego de

Simancas, que lo era de Zamora, y habia sido colegial de San Clemente en la Universidad de Bolonia; y como en él concurrian todas las partes que lo ascendieron dignamente á la Mitra, tomó la mano en componer aquellos disgustos, con el fin de que le asistiesen conformes á tan santa funcion: y aunque no pudo su persuasiva destruir las raices del odio, consiguiólo en la exterioridad, con que acalladas las enemistades y cortejado de la Real Audiencia y primeros caballeros del Reino, entre quienes halló muchos ilustres paisanos, recibió la Consagracion con la majestad que pedia la primera que se hacia en aquella Catedral, y á pocos dias despues bajó á su Obispado, donde mal contento del clima, ó por superior impulso que lo movia, se embarcó otra vez para Castilla, dejando de vivir muriendo en su Obispamorir viviendo en su patria.

do, por Fenecido este año con el buen progreso de las conquistas del Nuevo Reino, entró el de mil quinientos y sesenta y uno, en que trocadas al parecer todas aquellas felicidades, se pusieron en arma todos sus habitadores, por la general que les tocó por la provincia de Venezuela la intempestiva entrada del tirano Lope de Aguirre: y porque no será bien sacar los acaecimientos de su lugar, y convendrá saber el estado que tenia el Reino al tiempo que se movió esta guerra, es de advertir que atento el Real Consejo de Indias á poner el reparo conveniente en las competencias de los Oidores de Santafé, por las quejas y perjuicios que resultaban de ellas, resolvió desde el año antecedente conceder á Tomas López la licencia en que instaba, para que le admitiesen la dejacion de su plaza y volver á Castilla, cometiendo su residencia al Licenciado Grageda, y nombrando en su lugar á Diego de Angulo Castejon, y por compañeros suyos á Diego de Villafañe en lugar de Maldonado, con órden de que con los autos de su residencia fuese remitido al Consejo, y á Juan López de Cepeda, Oidor más antiguo de la española, para que con la antigüedad de su plaza sucediese al Licenciado Grageda, quien residenciado habia de volver á residir y ocupar la plaza que él habia dejado, para que removidos así todos los Oidores y puestos otros de nuevo, se terminasen las acusaciones que hacian unos de otros.

El primer efecto de esta resolucion fué llegar á Santafé los despachos de Tomas López con la noticia de todo, y de los nuevos Oidores que habian desembarcado en Cartagena, que fué lo mismo que haber entrado el montante, que todo lo puso en paz; y no queriendo Tomas López retardar la ejecucion de sus buenos propósitos, instó luego en que se le tomase la residencia, y húbolo de hacer el Licenciado Grageda, sin que contra el visitado resultase cargo de consideracion, porque, á la verdad, él era hombre ajustado, como se reconoció en las muchas pruebas que Juan de Montaño y el doctor Maldonado hicieron de su virtud; y así, dado por libre, pasó á Castilla, donde, animado de sus buenos deseos, se dió en Alcalá á una vida ejemplar y recogida, y estudiadas muy de asiento las artes y Sagrada Teología, tomó despues los hábitos eclesiásticos y recibió los Sagrados Ordenes con aquella decencia que pudo poner de su parte, y en que perseveró ejemplarmente todo el tiempo que tuvo de más vida, escarmentado de los riesgos de su salvacion en que lo habia puesto la plaza que pretendió de Oidor, y en que tambien lo pusiera otra cualquiera dignidad eclesiástica si pusiera medios para conseguirla.

Poco despues de residenciar á Tomas López entraron en Santafé, uno en pos de otro, los Licenciados Diego de Angulo Castejon y Diego de Villafañe, y tomada la posesion de sus plazas, trató luego éste de la residencia de Maldonado, que no teniendo el buen éxito de la antecedente, por haber sido tan contrarios los procedimientos, fué preciso cumplir con el órden de remitirlo á Castilla, donde bien mortificado de sus arrojos por algunos años, pasó despues á Méjico con plaza de Alcalde de Corte y volviendo al Angulo, que pretendia ocupacion en que descontar los empeños del viaje, consiguió pocos dias despues de su llegada salir á visitar las provincias de Tunja y Pamplona, donde habiendo hecho la primera tasa de los tributos que los Encomenderos habian de cobrar de los indios de sus repartimientos, moderando la que á su arbitrio cobraban, y dejado órden al Capitan Juan Maldonado, que se estaba ocioso en Mérida (por haberle dado el cargo de Justicia Mayor á Pedro Bravo de Molina) para que hiciese una poblacion de españoles en el valle de Santiago, que facilitase el paso de Pamplona á Mérida, por mediar el sitio entre estas dos ciudades y poder servir de plaza de armas para allanar la tierra, dió vuelta á Santafé, donde halló á los Oidores Artiaga y Villafañe ménos corrientes de lo que debieran estar al ejemplo de lo que se habia obrado con sus antecesores, pues tal vez remitian al imperio de las manos lo que debieran á la fuerza de las leyes, aunque siempre por culpa del Villafañe, á quien las buenas prendas de su émulo irritaban.

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Con este órden que tuvo el Capitan Juan Maldonado, sacó luego, veinte infantes y caballos de Mérida, y sin accidente que lo embarazase, atravesados los valles de S. Bartolomé y los Bailadores, en cuyos términos se fundó despues la ciudad de la Grita, arribó al valle de Santiago, llamado entonces de los Tororos, donde los indios del pais, aunque muchos para el corto número de españoles que entraba en él, escarmentados de los encuentros que habian tenido con el Capitan Tolosa, y temerosos de los perros y caballos, de quienes experimentaban el mayor daño, dejando libre el terreno, les dieron paso hasta el pueblo de las Ahuyamas, que estaba el último y más inmediato á las Lomas del viento, donde pareciendo el más á propósito para lugar de españoles, fundó sobre las riberas mismas del rio pequeño que la baña, una villa que llamó de S. Cristóbal, aunque no falta autor de mucha fe que la da poblada por el mismo Juan Maldonado desde el año de cincuenta y nueve, al tiempo de pasar á la ciudad de Mérida; y aunque la pretension habia sido de que sirviese de plaza de armas para refrenar los asaltos de los Cúcutas, Bailadores, Motilores y Chinatos, que embarazaban la comunicacion de Mérida y Pamplona, á quien habia de estar sujeta, nada bastó para que, repartidos solares, dejase de encomendar los indios del mismo valle: los Capuchos que estaban de la otra parte de las Lomas del viento, y los Tororos situados sobre el Apure que baja de las sierras Nevadas de Mérida, en los primeros pobladores que le acompañaban, de quienes fueron Vasco Pérez de Figueroa, Francisco de Pastrana, Gonzalo Sánchez Osorio, Pedro de Anguieta, Antonio Díaz, Francisco de Triana y otros, que brevemente la eximieron de aquella jurisdiccion, ganándola separadamente para su villa y extendiéndola hasta comprender las Lomas del viento, criadero de famosas mulas, y hasta la provincia de los Chinatos y gran parte del valle de Cúcuta, fértil como se ha dicho para ganados mayores, y en que se han hecho hermosos plantajes de caña.

CAPITULO VIII.

PREVIÉNESE EL NUEVO REINO PARA RESISTIR AL TIRANO LOPE DE AGUIRRE. COMPÉNDIASE LO QUE OBRÓ EN LA JORNADA DEL MARAÑON, HASTA QUE TOMÓ PUERTO EN LA BURBURATA.—SAQUEA EL LUGAR Y LA NUEVA VALENCIA. EJECUTA NUEVAS TIRANÍAS HASTA LLEGAR Á BARIQUIZIMETO, DONDE LO DESBARATA LA GENTE DE VENEZUELA Y MÉRIDA, Y MUERE DESDICHADAMENTE.

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EFORMADA, como dijimos, la Real Audiencia, y habiendo corrido el año de sesenta y uno hasta los fines de Agosto, que fué poco antes que se poblase la villa de S. Cristóbal, entró por Septiembre en Santafé un correo con carta del Capitan Pedro Bravo de Molina, Justicia Mayor de Mérida, y con ella otra inclusa, escrita á él por el Licenciado Pablo Collado, Gobernador de Venezuela, en que le decia haber llegado al puerto de la Burburata Fr. Francisco Montesinos, del órden de predicadores, con un buen navío en que asistia como Superior á las misiones de Maracapana, y con la noticia de haber arribado á la Margarita un Capitan Vizcaino llamado Lope de Aguirre, que, desembocando por el Marañon en dos bergantines y algunas piraguas con el ejército que del Perú había sacado el Capitan Pedro de Ursua para el descubrimiento y conquista de los Omeguas, por orden del Virey Marqués de Cañete, se habia apoderado tiránicamente de la Isla, saqueado la ciudad las Arcas Reales de gran cantidad de perlas que en ella habia, y aprisionado al Gobernador, Justicias y demas vecinos, ejecutando en ellos no ménos crueldades que entre los suyos, por haber negado no solamente la obediencia al Rey, sino el temor y respeto á Dios. Era su designio dar la vuelta al Perú, donde pretendia revivir el fuego de las alteraciones en que se habia criado, y que por hallarse más inmediato & aquel puerto de Tierra firme, sospechaba intentaria abrir paso por el Nuevo Reino para el desatino en que habia dado.

y

Esta noticia, ponderada de los recelos de Pablo Collado, y las consecuencias que inferia de que entrase un tirano tan pujante en un Reino donde no faltarian quejosos de mal

premiados, lo alborotó de suerte que todas sus villas y ciudades se pusieron en arma, especialmente la de Santafé, que como cabeza de todas ellas debia influirles lo más conveniente para su conservacion. Tenia el gobierno superior, como dijimos, la Real Audiencia, que se componia de los Oidores Grageda, Artiaga, Angulo y Villafañe, que si bien poco experimentados en la guerra, dotados sí de la prudencia necesaria para elegir Cabos, formar juntas y sacar de ellas las resoluciones que más conviniesen al servicio del Rey, como se vió por el efecto, pues formada la primera de tantos famosos caudillos como en la ciudad habia, y representada por Grageda la sustancia de las cartas y la noticia contusa que en ellas se daba de la gente y armas de Aguirre, para prevenir las que pareciesen bastantes para resistirle, en caso que pretendiese abrirse el paso por el Reino: el poco crédito que se debia dar á la sospecha de que un hombre tan práctico de las Indias como lo era aquel tirano, intentase hallar tránsito para el Perú por tan larga distancia de Reinos, como habia de encontrar poblados de fieles vasallos de su Rey; y sobre todo, la poca certidumbre de su entrada por la provincia de Venezuela, solamente fundada en los discursos y temores de su Gobernador, y en la cercanía de la Burburata á la Margarita, dió lugar á que de contrario discurriesen conformes los de la junta.

Que el Gobernador de Venezuela recelaba justamente lo que sucediera en el efecto, pues no pudiéndosele ocultar á Lope de Aguirre la diligencia que el religioso ponia en dar aviso en todos los puertos de la Costa, y que de ellos le resultaria la imposibilidad de hallar paso por Nombre de Dios, habia de ocurrir forzosamente á la Burburata, puerto abierto de Tierra firme, desde el cual, no pudiendo pasar al Perú, le seria fácil fortificarse en alguna provincia rica de las de Mérida ó Pamplona, para mantener su tiranía, ganando cada dia hombres perdidos que le siguiesen. Que la incertidumbre del número de gente y armas que llevaba debia ser el más fuerte motivo para aplicar á la oposicion todas las fuerzas del Reino, como no se faltase á las que debian quedar en las ciudades y villas para mantenerse seguras, pues las del tirano debian presumirse muy crecidas, respecto de haberlas sacado de Reino tan abastecido de armas y gente para la conquista de Imperio tan poderoso como el de los Omeguas: y en todo caso seria mejor que se ponderase la ventaja con que lo vencian, que llorar la imprudencia de no haberse prevenido para la contingencia de encontrarlo ventajoso; y finalmente, que la presuncion de que no intentaria pasar al Perú por tan dilatadas provincias y Reinos, pudiera tener lugar en caso que Lope de Aguirre hallase paso más libre por otra parte; pero no cuando necesitado de medios lo habia de arrojar su desesperacion á la provincia que tuviese más á mano.

Firmes en este parecer todos los de la junta, se resolvió despachar avisos á los Gobernadores de Cartagena, Santa Marta y Popayan, para que se hallasen prevenidos en caso que Lope de Aguirre intentase la entrada por alguna de sus provincias. Despacháronse provisiones á Pedro Bravo de Molina, en que dándose el Rey por bien servido del celo que mostraba en servicio suyo, le ordenaba no desamparase la ciudad de Mérida, tan recien poblada, por aventurarse á perderlo todo, por la poca gente con que podia socorrer al Gobernador de Venezuela, y diese con tiempo aviso de los más que tuviese del enemigo. A las demas ciudades y villas del Reino se dieron órdenes para que dejando la gente bastante para defenderlas de las invasiones que pudiesen intentar los indios, tuviesen pronta con sus Cabos la restante, para acudir á la parte que los llamasen, remitiendo cuanto ántes listas del número, para disponer con tiempo el ejército, que segun pareció despues, habia de formarse de doscientos caballos, cuatrocientas picas, doscientos y cincuenta arcabuceros y los demas rodeleros hasta el número de mil y quinientos hombres, bastantes á resistir á Lope de Aguirre, por más pujante que fuese, y aun otro ejército dos veces mayor, por la ventaja que para derrotarlo daban los pasos estrechos por donde forzosamente habia de pasar.

Reconocido el número de la gente, se trató luego de elegir Capitan general que la gobernase, en que por voto comun de justicia fué nombrado el Mariscal D. Gonzalo Jiménez de Quesada, y por su Maese de Campo Hernan Venégas Carrillo, título que hasta hoy se ha continuado en sus descendientes: Capitanes de infantería lo fueron el Maese de Campo Juan Ruiz de Orjuela y Anton de Olalla, y de caballos de Santafé y Tunja, Juan de Céspedes y Gonzalo Suárez Rondon; y de la guarda del Sello Real, Gonzalo Rodríguez de Ledesma, con órden todos de que estuviesen apercibidos para el aviso que asegundase. Nombrados los Cabos, se empezó luego á disputar sobre el sitio en que se habia de esperar al tirano y darle batalla, defendiendo unos que el Valle de Cerinza, á doce leguas de la ciudad de Tunja, era

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