Imágenes de páginas
PDF
EPUB

la Italia se reconoce y en los reinos conquistados de los Incas mostró la experiencia. Y siendo tambien cierto, como lo confiesan Tunjanos y Bogotaes, que la fundacion del señorío de Tunja fué antiquísima, lo cual ninguna de las dos naciones confiesa del Reino de los Zipas, bien se infiere que hubo tiempo en que todas las provincias que hoy hablan la lengua chibcha, estuvieron sujetas y unidas á la fundamental de los primeros Reyes de Tunja; á que se añade aquel recurso intentado á ellos por el Guatavita y Ubaque en reconocimiento del soberano dominio que se dice tenian.

Afianzada en esta forma la antigüedad del tronco de los Hunzaques por los Tunjanos, no saben dar razon de quiénes fueron los primeros sucesores de Hunzahúa, sino solamente afirmar que corrió el Reino de uno en otro hasta llegar al Zaque Thomagata, de quien refieren mayores desatinos y ficciones que de otro alguno; como es decir que fué tan religioso que despues de Idacanzas no se ha visto otro hombre criado semejante á él en toda la redondez de la tierra, pues como tal tenia una dilatada cola á la manera de tigre ó leon, que le arrastraba por el suelo, por cuya causa le llaman hasta hoy el Cacique Rabon, y que caminaba en romería de Tunja á Sogamoso, que hay ocho leguas, yendo y volviendo diez veces en cada noche á rezar en sus ermitas y templos, y para señal de su majestad suprema tenia cuatro orejas y un ojo solamente, porque era tuerto del otro; figura más propia para geroglífico de un Rey indigno que para dibujo de un principe bueno, pues más necesita éste de muchos ojos para ver lo que debe remediar, que de tantos oidos para escuchar á cuantos le adulan con mentir; porque siendo más noble potencia la del ver que la del oir, quién duda que la mayor nobleza se debe preferir en la estimacion de los Reyes? Á este fingimiento tan despreciable añaden que era tan santo, que á quien lo enojaba convertia en culebra ó lagarto ó en otro animal, el que le parecia, porque alcanzó de Idacanzas y del Sol, para sí y sus herederos de aquel Reino tunjano, que tuviesen la misma potestad de convertir los hombres en bestias, y que si algunos no lo hicieron fué de pura cortesía (aunque lo más corriente que parece es haber pecado de descorteses) ó por falta de haberles faltado muchas veces aquella candidez sólida que tuvo el Zaque Thomagata.

Refieren más, que nunca fué casado ni conoció mujer, porque habiéndose inclicado en su mocedad al matrimonio, y queriéndolo efectuar, reconoció que estaba inhabilitado para ello, porque desagradado el Sol de semejante pretension, y empeñado en que le sucediese en el Reino Tutazúa su hermano (que se interpreta hijo del Sol), lo despojó la noche antes de la potencia generativa, por lo cual vivió toda su vida en celibato, y despues de ciento y tantos años murió dejando el Reino á Tutazúa, y de este hermano en sobrinos, y de sobrinos en hermanos, que es la línea derecha de la sucesion, fueron los Reyes de Tunja dominando en todas las tierras de los Mozcas hasta sesenta ó setenta años antes de la entrada de los españoles, en cuyo tiempo, reinando Michúa, se levantó el Reino de los Zipas, porque siendo Cacique de Bogotá Saguanmachica, esforzado y valiente Capitan de aquellos tiempos, comenzó á tener diferencias con el Cacique de Guatavita, de que resultó rebelarse á Michúa, y á su ejemplo otros Caciques, y que el Reino quedase últimamente diviso con las desastradas muertes de ambos Reyes en la batalla de Chocontá (como dijimos en el primer capítulo del segundo libro de esta historia), sobre cuya relacion hará el lector el juicio que le pareciere.

Tan grande príncipe como esto era el Tunja en cuanto á vasallos, y mucho más en riquezas; pero todo este poder de Quimuinchatecha no era bastante para resistir á Neméquene si otros Caciques no le daban socorros, como interesados todos en la defensa de cada uno. Era astuto, y fundado en esta razon tan fuerte, despachó embajadores á los Caciques de Gámeza, Sogamoso, Duitama y Sáchica, representándole á cada uno el propio peligro, en caso de que el Zipa le ganase el Reino ó parte de él; pues no contenta su ambicion con lo uno ó lo otro (de que tenian sobrada experiencia), habia de intentar sucesivamente la ruina de todos para engrandecer más su corona. Instábales para que uniendo sus fuerzas le ayudasen en la oposicion que resolvia hacerle en los primeros acometimientos, pues de embarazarle la entrada por la parte de Turmequé se seguiria la libertad de todos. No se sabe que semejante embajada moviese á los demas Caciques tanto como al de Sogamoso, pues no dan razon los indios de que tuviese otras armas auxiliares el Tunja en esta guerra, sino fueron las de este Cacique, de quien, para claridad de la historia que vamos siguiendo, será bien dar cuenta, y del poder que entónces tenia.

YA

CAPITULO VII.

EN QUE SE PROSIGUE LA MATERIA DEL ANTECEDENTE.

ACE la provincia de Iraca (que mudó el nombre en Sogamoso) ocho leguas distante de la ciudad de Tunja, á la parte del oriente. Es casi toda ella de tierras llanas, dilatadas en buena proporcion, y las mejores y más fértiles de todas cuantas tiene el Nuevo Reino de Granada. Fertiliza esta provincia con sus aguas, y divídela en dos partes, el valiente rio Sogamoso, cuyo orígen repartieron entre sí las ciudades de Tunja y de Toca, donde reconoce sus principios. Corre esta provincia por las faldas de la cordillera que sirve de lindero entre los Llanos y Nuevo Reino, con temple muy saludable, en que estaban pobladas muchas y diferentes naciones sujetas al Sogamoso; y toda la distancia á que alcanzaba su señorío es la que llamaban tierra santa, por haber muerto en ella, como decian, el Bochica, primer intérprete de su religion, dejando por herederos de su potestad á los Caciques que le sucediesen, aunque los indios de aquella provincia refieren el caso de esta manera.

que en los tiempos antiguos hubo un Cacique nombrado Idacanzas, que en su idioma quiere decir luz grande de la tierra, y que este tál tenia gran conocimiento de las señales que demostraban mudanza en los tiempos, como son de serenidad ó tempestades, de hielos y de aguas ó vientos pestilenciales, que reconocia por los planetas y signos; otras veces por las nubes ó las aves, ó por los animales de la tierra, que le pronosticaban los futuros acaecimientos. Y aunque esto es muy creible, siendo este Idacanzas el mismo apóstol que llaman Bochica los Bogotaes, en caso que no lo fuese, sino otro algun indio de los que veneran, tengo por más verosímil que seria por medio de los pactos, que como hechicero tendria con el demonio, á que son muy inclinados los Sogamosos; pues este enemigo comun, como gran filósofo que es, le comunicaria lo que por su ciencia alcanzaba en estas materias, para tener pervertidos siempre con sus engaños á aquellos bárbaros que tan sujetos le estaban. De aquí resultó que como los indios experimentasen la puntualidad de sus pronósticos, le empezaron á venerar en tanto grado, que de todo el Nuevo Reino acudian á él con dones y presentes, consultándole como á oráculo las cosas más graves, y pidiéndole lluvias ó serenidades, granizos ó sequedad, segun la conveniencia de cada uno; pareciéndoles que era el autor por cuya disposicion se gobernaban los efectos de las causas naturales, y en cuyo arbitrio estaba la salud y enfermedades que experimentan los hombres y en órden á estos fines hacian de todas partes romerías á Sogamoso millares de indios para conseguir sus pretensiones, sin que la hostilidad de la guerra impidiese ó maltratase á quien llevaba el salvo-conducto de semejante peregrinacion; y aun por esta causa y el conocimiento que de Idacanzas tenian los Zipas, y de que por su mano se distribuian los buenos y malos temporales, le daban cierto tributo en cada luna para tenerle grato, y le servian con muchos dones siempre que por medio de sus embajadores lo consultaban.

Esta misma opinion, que tenian todos de Idacanzas, se fué continuando en los demas Caciques que le sucedieron: y de aquí es que cuando helaba en las tierras У la escarcha les abrasaba los maizales, tenian costumbre de cubrirse con manta blanca para imitar los hielos, retirarse de la comunicacion poniéndose melancólicos y tristes, y dando muestras con su desabrimiento afectado de ser ellos la causa de aquellos temporales, y no los vapores gruesos, que con el frio se convierten en hielos en la ínfima region del aire. De esta ceremonia tan perjudicial han usado aun despues de recibida la fe católica con el Santo Bautismo, sin que la predicacion continua del Evangelio baste á quitar el engaño de aquellos Caciques: pues en tiempos del señor D. Fr. Luis Zapata de Cárdenas, Arzobispo que fué de aquel Reino, visitando aquella provincia se le averiguó con sus mismos indios al Cacique D. Felipe (que lo era entonces), que de continuo se enojaba con sus vasallos, y los reprendia del poco respeto y temor que le tenian, sabiendo todos que estaba en su voluntad afligirlos con pestes, viruelas, reumas y calenturas, y que pendia de su potestad la produccion de cuantas yerbas, legumbres y plantas necesitaban. Pero á esta dignidad de Cacique (que más bien debió llamarse de supremo agorero) y cabeza de los Jeques, no se entraba por herencia sino por eleccion de cuatro Caciques, que lo eran los de Gámeza, Busbanzá, Pesca y Toca; y

en caso de discordia se valian del Tundama para que regulase: siendo demas de esto costumbre inmemorial que el electo fuese de las naciones de Tobazá y Firabitoba, sucediéndose alternativamente.

A esta relacion añaden que en cierta vacante en que pertenecia el Cacicazgo á los de Tobazá, acaeció que un caballero de Firabitoba, á quien la naturaleza señaló con barba larga y roja (cosa pocas veces vista entre ellos), usurpó tiránicamente la dignidad con el favor que le dieron seis hermanos suyos todos valerosos y ejercitados en las armas; de que sentidos los Tobazaes, dieron noticia á los Electores, y ellos, ofendidos de la tiranía y violencia del Bermejo, llamado así en su idioma, determinaron hacerle guerra, tanto por haber quebrantado estatutos tan fundamentales en menosprecio de su autoridad, como por haber aprisionado al Elector de Gámeza y justiciádolo públicamente, sin más causa que la de haberle faltado con su voto. Convocaron, pues, sus gentes, y no rehusando el Bermejo entrar en batalla, como quien les excedia en ánimo y bravosidad, resultó del rompimiento que éste salió victorioso y los Electores se hallaron obligados á retirar su campo á sitios fuertes, sin desistir de su primer intento; ántes mucho más sentidos con la rota pasada dieron bando con penas capitales, para que ninguno de la provincia de Sogamoso obedeciese al Bermejo, pues les constaba ser tirano, y como á tal lo declaraban por incapaz de la suprema dignidad que violentamente usurpaba segun sus leyes: y pudo tanto esta diligencia, que los Sogamosos, de quienes se componia la mayor parte del ejército del Bermejo, abandonaron su partido pasándose al de los Electores; con que sin dificultad le rompieron en el primer encuentro, y le privaron del Estado y de la vida, aunque la vendió á precio de muchos de sus contrarios, dando señales en la muerte del esfuerzo grande con que lo privilegió la naturaleza. Bien quisieran los Electores (y les costó gran diligencia) hallar el cuerpo difunto, para que puesto en una escarpia fuese desquite de la sinrazon hecha por el Bermejo, haciendo lo mismo en desprecio del Elector de Gámeza; pero los hermanos lo defendieron tan varonilmente, que lo sacaron de lo más peligroso de la batalla y retirándolo del campo, le dieron sepulcro en parte tan oculta, que jamas tuvieron noticia de él.

Concluidas con tan feliz suceso las guerras civiles y pacificada la tierra por los Electores, colocaron en la silla de Sogamoso, á voluntad de todo el reino, un caballero de Tobazá llamado Nompanim, que quiere decir vasija de leon; y á éste le sucedió otro de Firabitoba que se nombraba Sugamuxi, que significa el encubierto, y á éste hallaron en la silla los españoles cuando entraron en el Reino; y por el nombre que tenia el Cacique, trocó la provincia el de Iraca en el de Sogamoso, corrompida la voz. Y por conjeturas de los tiempos en que reinaron parece haber sido Nompanim á quien pidió socorro el Cacique de Tunja en la ocasion de esta guerra, que le movió el Zipa Neméquene, como vamos tratando. Este, pues, se lo dió de más de doce mil hombres conducidos por su persona á la ciudad de Tunja, donde ya se hallaba Quimuinchatecha con ejército de más de cincuenta mil indios. Y sabiendo estos dos Caciques de sus espías, cómo la vanguardia del ejército del Zipa, gobernada por Saquezazipa, habia arribado á las tierras de Turmequé haciendo tantas ruinas y estragos, que sus moradores, por no hallarse con fuerzas bastantes para resistirle, desamparaban las ciudades y se retiraban al corazon del Reino, determinaron salirle al encuentro con resolucion de no excusar la batalla, de quien ya pendia una esclavitud infame ó gloriosa libertad. Las resoluciones arriscadas, cuando el peligro no deja otro camino para la defensa, muchas veces produjeron efectos bien afortunados. Si el Tunja esperara dentro de su Corte, se encontrara en ella con un ejército victorioso, que trueca el movimiento que produce la violencia en el natural, con que se sigue una buena dicha; y entónces dificil de atajarse, por no haberla resistido desde sus principios. Estas noticias llegaron á Saquezazipa, que cuerdo y experimentado en la guerra de los Panches, supo irse retrayendo hasta incorporarse en Choconta con el grueso del ejército de Neméquene, sin detener la marcha, que con buen órden hacian los dos príncipes en demanda de sus contrarios, fiados en la multitud de sus gentes, de tal suerte, que á pocas distancias se descubrieron unos á otros los indios sobresalientes ó batidores de los campos, y haciendo alto en el arroyo, que hoi se llama de las Vueltas, y entonces fué quien dividió los ejércitos, les hicieron señal para que ejecutasen lo mismo, mientras cada cual de los cabos ordenaba sus tropas con fin de tenerlas á punto de batalla.

CAPÍTULO VIII.

DANSE VISTA LOS EJÉRCITOS DEL ZIPA Y EL TUNJA, Y PLATICAN ANTES DE LA BATALLA.

DE

E tan gran multitud de bárbaros se formaban los dos ejércitos, que de la una y otra parte del arroyo se cubrian los llanos y laderas, á la manera que si produjese hombres la tierra: y como tienen por gala en las contiendas los penachos de varias plumas con las medias lunas de oro y de plata para las cabezas, y las ajorcas y brazaletes con las tintas de vija y jagua para el adorno y matiz de los cuerpos, sin la multitud de divisas y banderillas que las parcialidades llevaban para diferenciarse unas de otras, representaban á los visos del sol á la primavera, cuando más prodiga de sus flores; y á los ojos de la consideracion el espectáculo más horrible de las amarilleces de la muerte, que brevemente asombraria aquellos contornos con estrago funesto de tan numeroso concurso de gentiles, que habian de perecer para siempre en el rigor de la guerra y á manos de la obstinacion heredada de su idolatría. Pero reconociendo el Zipa la sangre que habia de costar la victoria, siempre dudosa en las mayores seguridades, y que el granjear crédito de piadoso es el primer paso para conciliar enemigos y ganar fama de invencible, no quiso romper la batalla sin dar primero señales de que por medios prudentes y consideraciones justas, que miraban al bien público, excusaba el rompimiento hasta verse provocado. Y con este fin despachó embajador al Tunja, que en nombre suyo le habló de esta manera:

Tunja, varon prudente, yo confieso la admiracion que me causa el ver que un hombre capaz, como tú lo eres, te confies tanto de los propios brios y de la gente allegadiza que te sigue, que intentes competir con mi valor, sin mostrar recelos del que asiste en mis escuadrones, enseñados á triunfar de naciones indómitas y guerreras, cuanto más de las visoñas que te cercan, más inclinadas á ejercicios mujeriles que á marciales encuentros. No pienses vanamente que el número es el que pelea, sino el esfuerzo disciplinado en las contiendas; porque la muchedumbre siempre causó los embarazos que ignora el valor: y á tener tú las experiencias de esto, supieras la ventaja con que se empeña quien ha visto la cara á muchos peligros. Pero pues nada de lo que te digo consideras, cuando estás acostumbrado á dar buenos consejos á quien te los ha pedido, te aviso por último, repares en la conservacion de tu Estado, pues sin valerte de las armas lo podrás gozar en paz por medios más cuerdos que te lo faciliten. La desesperacion nunca fué valentía, sino locura; ni es cobardía, sino prudencia, saberse acomodar con el tiempo, para que no se pierda todo con la obstinacion. Bien reconoces que tengo la victoria segura, pues no ignoras que aun lo más dificil se allana al poder de mi brazo: y así, lo que debes hacer para no aventurar tus vasallos á la pérdida lastimosa que se espera, será rendirme vasallaje, como á soberano señor, á quien por lo esclarecido de mi linaje pertenece serlo del mundo: y te empeño mi real palabra, que si considerado el peligro de tu gente y Estados, me prestas obediencia, serás amparado de mis armas, favorecido y acariciado en mis reinos, y tendrás el primer voto en las consultas de mi gobierno; pero si menosprecias esta paz á que te llamo y conveniencias que te propongo, no podrás escaparte de mis iras, ni el perdon tendrá lugar cuando más arrepentido lo solicites; y pues te concedo tiempo, míralo bien ántes que el rompimiento de la batalla te desengañe y pruebes el rigor de mis tropas para tu castigo. Piedad sola es la que me mueve á darte consejo tan saludable, por no estar mi clemencia acostumbrada á mirar sin quebranto la mortandad que habrá de seguirse de tu contumacia.

Oyó el Tunja con mucha alteracion la embajada; pero sosegado por consejo de sus capitanes, á quienes comunicó lo que debia hacer en semejante lance, dijo al embajador volviese á su campo, donde otro dia haria patente su resolucion sobre la propuesta de su Rey. Dió vuelta el embajador, y habiendo pasado aquella noche en continuo desvelo los dos ejércitos, al amanecer se presentó delante del Zipa el embajador de Quimuinchatecha, que en su nombre le respondió en esta forma: Grande Neméquene: si te ha causado admiracion la competencia que dices pretendo tener contigo, para mí ha sido maravilla mayor que de un caudillo de mi reputacion hayas formado tan bajo concepto, que me propongas te reconozca por soberano señor ántes de ver el fin de esta batalla en que se ha de examinar cuál de los dos me

rece serlo por su valor y prudencia. Bien se conoce que lo que pides te lo dicta la presuncion vana de tu altivez, no la razon que mide los ascensos del mérito. Pero hágote saber que son muy falibles las opiniones del esfuerzo propio, y que vive engañado el que imagina agotada la valentía en beneficio particular suyo. Aseguraste las victorias como si no supiéramos que los buenos sucesos los reparte el sol, sin que haya poder tan soberano que pueda darse por seguro de la inconstancia de la fortuna, que tan de ordinario vuelve con reveses á quien primero se mostró halagueña. Dicesme que por antiguo linaje se te debe el dominio del mundo, y del mio pudiera yo alegar lo mismo, si la decision no consistiera ya más en la fuerza que en las alegaciones; y así, pues, los ejércitos están prevenidos, sean las armas árbitros que sentencien en favor del más venturoso: pero si, como dices, te causa pena la mortandad que habrá de seguirse del encuentro, hagamos campo los dos cuerpo á cuerpo, y el que fuere vencido reconozca por dueño á su contrario.

Mucho sintió el Zipa el atrevimiento del Tunja, y arrebatado de enojo quisiera luego salir al desafío, como quien estaba acostumbrado á mayores riesgos: mas los Uzaques se le opusieron determinados á no consentirlo, por cuanto era indigno de la majestad de un príncipe tan grande salir al campo con un Cacique particular, donde la indignidad del sujeto cedia en descrédito de su soberanía, y más cuando ya le reputaban vasallo suyo, considerando el florido ejército que le asistia para conseguirlo. No siendo justo que cuando por esta parte estaba tan seguro el vencimiento, lo aventurase al trance de un desafío, donde aunque las ventajas de valor, arte y disciplina eran tan patentes, podrian malograrse todas con la contingencia de un acaso. El Hunzaque en lo que pide (decian), solicita sus conveniencias, pues en contienda particular hará dudosa la pérdida, que sin ella le será evidente: si muere en ella, no añade desgracia á la última que le amenaza; y si pierde la batalla, aunque no muera en ella, todo lo pierde viviendo sin Estado, que es tormento más duro que la muerte: razones todas que no militan en vos, pues cuando la fortuna se muestre contraria, y un mal suceso lo acredite de cierto, sois tan poderoso Rey, que en muy breve tiempo podreis deshacer á vuestro enemigo con mayores ejércitos; pero si en desafío perdeis la vida, no solamente quedan asegurados él y sus parciales, mas todos vuestros reinos expuestos á la irremediable pérdida que se ocasionará entre vasallos recien conquistados con la falta de un Rey tan grande, y á las invasiones que intentarán luego, libres ya de temor los que siempre emularon vuestra grandeza; y así tiene por más acertado empeño vuestro consejo, que pues el dia convida y el campo es igual, se te dé luego de poder á poder la batalla.

CAPITULO IX.

DÁSE LA BATALLA, Y CASI VENCIDA POR NEMÉQUENE, MUERE EN ELLA, HERÉDALO THYSQUESUZHA, Y PROSIGUE LA GUERRA.

[ocr errors]

YEGUIA el Sol su carrera poco ántes de rayar el mediodia, y hallándose los Tunjanos no ménos deseosos de venir á las manos que los Bogotaes, bien ordenados de ambas partes los escuadrones, despues de un corto razonamiento que los dos Reyes hicieron para aumentarles el ánimo que mostraban á la primera seña empezaron á resonar los caracoles, pífanos y fotutos, y juntamente la grita y confusion de voces de ambos ejércitos, que llaman guazabara, y acostumbran siempre al romper de la batalla; cuyo ataque primero corrió por cuenta de Saquezazippa con tanto estrépito y efusion de sangre por aquella muchedumbre de bárbaros derramada, que nadaban las yerbas en arroyos de ella. El primer estrago causaron los pedreros de las dos alas de cada ejércitc, y entre el restallar de las ondas, y silbar de las saetas, se fueron mezclando las hileras con tanto coraje, que no se malograba [tiro ni golpe entre los combatientes. Veíanse los campos sembrados de penachos y medias lunas de sus dueños, á quienes desamparaban en las últimas angustias de la vida. Los desnudos cuerpos en forma de erizos, bermejeaban con la sangre de las heridas, que las volantes tiraderas sembradas en ellos ocasionaron en cuantas partes alcanzó la desdicha de cada uno. Las picas y macanas no reservaron miembro de que estuviese sujeto á una division lamentable. Despedazadas las cabezas con el mortal estrago de las piedras, batalla

« AnteriorContinuar »