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universidad, donde no tienen cabida las de la fe y esperanza. Luego que acabó de leer estas materias, que fué por fines del mismo año que entró en Méjico, se partió á la conquista espiritual de las provincias de Ilapa y Chilapa, que le cayeron en suerte, donde en pocos dias aprendió el idioma mejicano, siendo el primer obrero que lo supo hablar con perfeccion: á cuya novedad concurrian tropas de indios, unos llevados de vana curiosidad, y otros del atractivo de la celestial doctrina que les predicaba; pero el demonio, mal sufrido de caer del imperio que por tantos siglos habia ejercido sobre aquellos bárbaros, conmovió á los más principales Caciques á que promulgasen un edicto general condenando á muerte á cuantos por noveleros y quebrantadores de sus antiguos ritos oyesen predicar á tan prodigioso varon. Con el temor de incurrir en la pena calmó el auditorio, y pasáronse más de tres meses sin que indio alguno lo buscase, ni buscado lo quisiese hospedar ni oir, dejándolo por este medio á las inclemencias del tiempo, sin otro reparo para los frios en que se helaba, que el de su ardiente caridad, que más lo encendia. Hallóse tambien en estos dias tan falto de alimento, así él como su compañero Fr. Gerónimo de S. Estévan, que aplicándose éste á conducir agua, y nuestro Fr. Agustin á cargar leña, y ambos juntos á coger de los sembrados algunas mazorcas de maiz, representadoras de aquellas espigas que desgranaban los Apóstoles para mantener las vidas, pasaron con serenidad de ánimo la fuerza de aquel contratiempo, aunque tal vez confusos con el recelo de que sus culpas fuesen la causa de que los tuviesen por lobos aquellas simples ovejas; pero serenóse la tempestad al fin de los tres meses. Rayó el sol despues de los nublados, y saliendo los indios de sus ocultos retiros, eran ya numerosísimos los concursos que asistian á sus sermones. Regalaban á sus maestros, y á voces pedian el bautismo. Oh portento de la misericordia divina que así imprimes las calidades de la cera en las que ayer fueron rebeldías del bronce ! que hoy truecas en sementera de trigo candial el que ayer fué campo horroroso de espinas! Pero donde la gracia es la que siembra, y quien cultiva la perseverancia, qué otras cosechas podian prometerse los deseos?

Con este blando Favonio fué arraigando la fe en aquellas provincias. Creció la cristiandad, y fué nuestro Fr. Agustin de la Coruña dilataudo la conversion de los gentiles, hasta encontrarse los pasos hermosos de su evangélico celo con las aguas del mar del Sur. Y para comprender lo que trabajó en esta conquista, baste saber que para la tierra que redujo al gremio de la iglesia, hoy que falta más de la mitad de los indios que habia entónces, se necesita de veinte religiosos de su Orden en diferentes doctrinas, de cuatro del Orden de predicadores y de doce clérigos, que administran otros tantos beneficios curados. Acaecióle un dia el primero de la Pascua de Navidad, decir la primera misa en Chilapa, la segunda en Athlistaca, que dista seis leguas, y la tercera en Ilapa, que dista nueve de Athlistaca. Predicó en todas tres misas y administró sacramentos, y la última tenia ya dicha á las doce del dia, despues de caminadas á pié quince leguas desde que acabó la primera, y esto por sendas y caminos tan ásperos y peligrosos, que quien los anda hoy en tres dias, reconoce no haber hecho poco, y besa la tierra en señal de haber escapado de la borrasca de aquellos peligros. Y es cosa cierta que de estas jornadas hizo muchas, no solamente en aquellas provincias sino en la de Popayan, visitándola como su Obispo; y refiérolo para que se vea que por estos pasos ascienden á las Mitras los que han apacentado rebaños en las Indias, y que si en la Europa para la visita de tierra llana hay carrozas y literas que facilitan las jornadas, en la América para las de ciento y doscientas leguas de riscos y montañas, todo el avío para que la Mitra camine consiste las más veces en que el báculo le sirva de báculo á la más anciana.

Fueron tambien muchas las batallas que en el discurso de sus misiones tuvo con el demonio disfrazado en ídolos de aquella gentilidad, y de todas salió victorioso, pues el despojo de muchas almas que tenia prisioneras siempre, quedó para Dios: de que se originaba el buen olor de sus virtudes, que ya trascendia por todos los Reinos de la Nueva España, hasta que gastados veinte y cinco años en la conversion de más de setenta mil almas, se halló precisada la provincia de Méjico á elegirlo por su Provincial, sin que en su eleccion concurriese voto que no fuese de justicia. Reformó la disciplina regular, que habia enfermado de resfrios, y determinóse á pasar á estos Reinos con otros dos Provinciales, para tomar asiento en las dificultades que sobre la administracion de las doctrinas se habian ofrecido entre los Obispos y Regulares, no por tener los Obispos peligroso celo de tener más almas á su cargo, quitando las doctrinas á los religiosos; ni por deseo de tener más que

mandar dándoselas á los clérigos, como le pareció al Maestro Calancha, pues debia saber que no están más á cargo de los Obispos las almas que apacientan los unos que los otros; ni la administracion de los curatos puesta en los Regulares disminuye un ápice de jurisdiccion sobre Párrocos y feligreses á los Obispos.

Partió al fin Fr. Agustin de la Coruña para estos Reinos de España, y en llegando á Sevilla por mayo de sesenta y uno, tuvo noticia de que el Rey lo tenia presentado á su Santidad para Obispo de Popayan. Tanto era el crédito que con aquel prudente Monarca le habia dado la fama de su virtud y letras, y por la sencillez de la verdad con que le comunicó las materias de Indias, le traslució el alma y la intencion que lo habian acreditado varon Apostólico: como tal rehusó la dignidad Episcopal en llegando los despachos de Roma; pero compulsado de la instancia de su Rey, no pudo excusarse. Hallábase por entonces cuidadoso de dar leyes municipales á los Reinos de Perú, donde por la mucha distancia que hay de aquellas costas á la Corte, no podian los Consejeros de Indias resolver á tiempo sobre los negocios que se ofrecian: flemas que habian relajado los estómagos ménos coléricos de los conquistadores: ademas, que la falta del conocimiento de los terrenos y de los que habitaban aquellas provincias, así españoles como indios, les causaba el continuado temor de encontrarse á cada paso con grandes inconvenientes.

Tenia el Rey elegido por su Virey de aquel Imperio á D. Francisco de Toledo, hijo segundo del Conde de Oropesa, con la mira de fiar á su inteligencia y rectitud materia de tanto peso, y afianzaba el acierto en que le asistiesen personas que con desinteres y experiencia lo encaminasen en los puntos más dificultosos de reducir á ordenanzas: y como en las pocas veces que habló nuestro Obispo, reconociese el prudente Rey la gran comprension que tenia de todo y la facilidad con que sabia combinar el servicio de Dios y el suyo, mandóle que en sabiendo haber llegado D. Francisco de Toledo al Perú, saliese de su Obispado para la ciudad de Lima, y en ella le aconsejase con entereza en cuantas materias le comunicase para el buen gobierno de aquellos Reinos, asistiéndole así mismo en la visita general que habia de hacer de todos ellos, para hallarse más enterado en las conveniencias ó inconvenientes que pudiesen resultar de lo que obrase. Y lo que importó esta eleccion acertada veremos en la segunda parte, si las mismas ordenanzas en que influyó como primer móvil no bastaren á acreditarlo.

Con esta advertencia salió este Apostólico varon para su iglesia, habiéndose consagrado poco ántes, porque esta funcion reservada para Indias no retardase el gozo de que su esposa lo recibiese cuanto antes, y así con la apresuracion que se ha dicho, tomó puerto en Cartagena, y en este año de sesenta y dos entró en Popayan, donde la fama que tantos años antes le tenia acreditado, se desempeñó con las dichas que su llegada causó en aquella provincia y la de Antioquia, en desquite de la orfandad que habian padecido por falta de pastor que las apacentase, pues en él veian uno de los primitivos de la iglesia, y que apénas era llegado, cuando sus acciones lo empeñaron en que se mostrase limosnero antes que Prelado, cortés y cariñoso ántes que incomunicable y severo: con lo primero se caza la benevolencia y la severidad siempre fué reclamo para el recelo.

Angel de Dios llamaba á cualquier sacerdote con quien hablase, porque lo debian parecer en todo ó porque su candidez y humildad todo lo que debia ser lo daba por hecho. Al Maestro de Capilla de su iglesia de Popayan (que en la primera misa que asistió, le dimidió el Credo dejando el canto en el Homo factus est) le dijo, más con palabras de ruego que de imperio: Ángel de Dios, no hagais eso otra vez, pues no es bien nos priveis del recuerdo de la muerte y resurreccion de Cristo Señor nuestro y de los demas misterios que se contienen en la mitad del Credo. Confesaba de ordinario á sus súbditos en silla, que tenia destinada en la iglesia para el efecto, y deleitábase mucho en catequizar por su misma persona á los indios; porque, como él decia, no era justo que siendo él el pastor, fiase las ovejas de su rebaño á cuidado ageno. De esta ocupacion cariñosa, en que le experimentaron siempre los indios, nació aquel respeto amoroso con que los Pijaos contuvieron su ferocidad todo el tiempo que vivió, por no disgustarlo.

A estos principios de su gobierno se siguieron los del año de mil y quinientos y sesenta y tres, tan celebrado en la cristiandad por haberse concluido en él el Santo Concilio de Trento, y acaecióle en él al propósito de lo que vamos tratando, un caso bien particular en que mostró con prudencia santa el imperio que tiene la mansedumbre de los prelados para remediar lo que pudiera imposibilitar el rigor. Dijole un clérigo relajado que una india de

mal vivir (de las que en aquellas provincias son bien conocidas por el nombre de mamas) habia hechizado á un hombre secular que la tenia encerrada en su casa viviendo en mal estado con ella no siendo en la realidad celo de la honra de Dios el que le apremiaba á la denunciacion, sino impulso de celos bastardos que lo atormentaban, por haberlo dejado á él por el secular. Sintió la culpa de la india el buen Prelado como propia, agradecióle al clérigo la noticia que le daba y mandóle á un ministro llevase la india á su presencia. Ella, aunque llorosa, hubo de comparecer forzada: tenia el Obispo bajos los ojos, y sin levantarlos para verla, comenzó á afearle su culpa, diciéndole : que si la cometia por necesidad, él, de su renta, le daria lo necesario, porque no ofendiese más á su Criador, y si era de vicio, temiese mucho su condenacion, y más cuando para mayor desdicha suya se valia de hechizos y de tener pacto con el demonio de que debia afrentarse mucho, siendo redimida con la sangre de Jesucristo.

La india aumentaba sus lágrimas al paso que la reprension crecia, y bajando el manto de la cabeza (que en su idioma se llama Anaco) respondió humilde: que ella no sabia qué cosa fuesen hechizos : que si usaba de ellos, dijese aquel sacerdote que estaba presente y la habia acusado, dónde los tenia, pues para afirmarlo se gobernaba por el enojo que tenia con ella por haberse apartado de su amistad. Levantó los ojos entonces el Obispo para mirarla, y reparando en la extremada hermosura de la india y en la turbacion del sacerdote, á quien volvió á mirar despacio, díjole escandecido: Cómo es esto, ángel de Dios, que á su mismo Obispo quiere hacer alcahuete? El hechizo de la cara se lo dió el cielo á esta india, y quiebra el corazon que los sacerdotes busquen semejantes hechizos. Lloró la mujer enternecida, y lloró mucho, porque la miró Dios como Padre en su Pastor: y turbóse mucho más el sacerdote porque lo miraba Dios como Juez en la severidad de su Obispo, y cogiéndolo entre manos lo enmendó á fuerza de lágrimas. A la india la depositó en casa segura, y socorrida con liberal mano la sacó de la obscenidad de sus vicios, confesando todo el tiempo que vivió que á las limosnas y penitencias de aquel santo Prelado debia la reformacion de su vida.

Prosiguiendo en semejantes acciones, crecia más cada dia el conocimiento de sus virtudes; y como el ejercicio de ellas se lo debia á la religion en que se habia criado, comenzó á idear en la grandeza de su ánimo las fundaciones de dos Conventos de su Orden, el uno de religiosos calzados y el otro de religiosas con la advocacion de San Nicolas, para tener á la vista los aciertos de su sagrado instituto, que son los que de presente se conservan en la ciudad de Popayan, y consiguió fundar algunos años despues, porque las rentas del Obispado por aquel siglo no solamente pudieron facilitar estas obras piadosas, sino otras muchas que, sin perjuicio de los pobres de su obligacion, ganaron aplauso de heróicas, como diremos á su tiempo, cuando se trate de su vuelta de Lima y Cusco á Popayan por el año de sesenta y cuatro hasta el de noventa, en que murió dichoso, acabando perseguido y con tal turbacion de su Obispado, que á la falta de su persona falseó la sujecion de los indios Pijaos, asegurada hasta entonces en el respeto que le tenian, en cuya alteracion veremos empeñadas las fuerzas de todo el Nuevo Reino por más de veinte años, para el reparo de muchas ciudades que del incendio no escaparon más que el nombre, y para el castigo de una nacion que no hubiera pasado por su última ruina, á no tomar las armas contra sí misma ; con que pasaremos á fenecer los acaecimientos de este año.

Por diferente rumbo del que siguió la Flota y por el mes de Enero de este año, arribó á uno de los puertos de la costa de Carácas, cercano al lugar de Caraballeda, el Maese de campo Diego García de Parédes, que iba de estos Reinos por Gobernador de Popayan, merced que le habia hecho el Rey en parte de satisfaccion de sus servicios y en premio del arte militar que tuvo en portarse con Lope de Aguirre hasta triunfar de su tiranía, sin el costo de perder hombre alguno de su campo. Y como llegase tan ignorante de la sublevacion de los indios Carácas, cuanto deseoso de ver al Capitan Luis de Narváez, íntimo amigo suyo de quien le habian escrito asistia en uno de los pueblos de Caraballeda ó San Francisco, apénas mojó el ancla, cuando reconocido por algunos indios ladinos que llegaron á bordo y lo habian tratado en las ocasiones que habia estado en su provincia, maquinaron la traza de quitarle la vida, diciéndole la seguridad con que podia tomar tierra en tanto que llevasen la noticia de su llegada al Capitan Narváez que estaba la tierra adentro, á quien se la darian brevemente.

García de Paredes, que no deseaba otra cosa, saltó en tierra con algunos caballeros

Estremeños que lo acompañabau, y los indios, por ejecutar más á su salvo la traicion, ofreciéronle algun refresco en una casa que estaba á la vista algo distante de la playa ; á que los ardores del sol y la fuerza del cortesano ruego, los condujo sin más prevencion para su defensa que la que podian librar en las espadas. Pero qué podian prestar éstas contra más de quinientos arcos que previnieron su emboscada, desde que para lograr su designio los convidaron al desembarque? No hay quien ménos recatos observe que el valor, ni quien mienta más agasajos que un alevoso más traiciones ha dispuesto la cobardía que el agravio; y á más héroes ha muerto la propia confianza que la valentía ajena. Aventuróse, pues, García de Parédes apresurado, y encontróse con los peligros de poco cauto: apénas tomó asiento con sus camaradas para el convite, cuando por todas partes se hallaron acometidos de la bárbara multitud que estaba de asecho en la montaña. No descubren arco en que no encuentren un riesgo, ni se esgrime macana sin que amenace una muerte: mas, qué harán los que no pucden fundar esperanza que no sea en la desesperacion? Válense de las espadas cuando ya lastimados de la flechería por su descuido, necesitan de librar su reparo en los arrojos.

Excedia en valor y destreza García de Parédes á sus compañeros, y como era el primero en los peligros, hallábase más herido que todos; cuantas veces bañado en sangre rompió por sus contrarios, otras tantas hizo recuerdo de las hazañas del padre. Muchas fueron las que obró éste sobre el puente de Garellano contra quinientos franceses; pero á mayores se alzan las que ejecutó el hijo, por la ménos favorable fortuna con que corrieron. Allí no acertó bala del enemigo con toda la grandeza del padre, y aquí no se dispara flecha que no lastime los alientos del hijo. Á no empeñarse tanto en la defensa de los amigos, pudiera muy bien escapar la vida retirándose hasta la playa; pero eligiendo la gloria de ampararlos hasta la muerte, despues que la dió á ochenta de sus contrarios, encontró con la suya, tan cubierto de flechas por todas partes, que sobre ellas se mantuvo el cuerpo por muchos dias sin tocar en la tierra.

Este fin lastimoso fué el que tuvo el Gobernador Diego García de Parédes, referido por un solo marinero que escapó de la refriega, y por los mismos indios, que despues de pacificados lo contestaban. Fué, como dijimos, hijo natural de aquel famoso Capitan de su mismo nombre, á quien italianos y franceses respetaron á porfia. Compitiéronse ambos en la valentía, aunque no en los aplausos, porque los teatros en que la representaron fueron muy desiguales. Excedió el padre al hijo en la fuerza, cuanto se adelantó el hijo al padre en la prudencia. Deslustróse la fama de aquél con los impetus del despecho, y atento éste á las obligaciones de vasallo, revivió aquella fama que amancilló la impaciencia. Al primero empeñaba la cólera que dominaba en la prudencia, y al segundo lo desempeñó siempre la prudencia con que animaba su valentía. Pasó á las Indias con los Pizarros en demanda de aquel grande Imperio que D. Francisco dejaba descubierto, porque el amor de paisano lo arrastró á ejecutar ardimientos de buen estremeño. Hallóse en los más arriesgados encuentros de la conquista, y siempre en la categoría de los más señalados; y aunque en el repartimiento de las conveniencias del Perú siempre hubiera tenido la parte de los más preferidos, reconoció tan vivamente las primeras centellas que saltaron del encuentro de Pizarro y Almagro, que previsto el fuego que amenazaban, se determinó á hurtar el cuerpo á los incendios que pudieran tiznar con el humo su fidelidad. Por eso se negó á las conveniencias en que peligraron tantos, y pasó al Nuevo Reino á buscar premios más moderados que lo asegurasen de sospechoso. En el libro de varones ilustres de las Indias hallará el curioso un compendio de sus hazañas, por ser uno de los que dieron asunto á obra tan erudita y bien trabajada. Dió principio á su fortuna con el gobierno de Popayan, y en lance que se le atajó el ejercicio del cargo, no me atrevo á resolver si obró más la ventura que la desgracia.

En el capítulo cuarto de este libro dijimos cómo por culpas que imputaron al Capitan Luis de Manjarrés, que ejercia el oficio de Justicia Mayor de Santa Marta, sobre la invasion que el corsario Pedro Braques hizo en la ciudad, por fines del año de mil quinientos y cincuenta y cinco, le obligó el Consejo á que compareciese en estos Reinos, donde bien examinada su causa, y reconocido el agravio que se le habia hecho, resolvió desagraviarlo no solamente dándolo por libre de los cargos, sino haciéndolo presente para premiarlo á su tiempo. Con este despacho y otros favores conseguidos de la benevolencia de su Príncipe, salió de la Corte para las Indias: si bien tengo por más verosímil haberse detenido en ella hasta el año de sesenta y tres, en que fué proveido por Gobernador propietario de la misma

provincia, en que parece no haberse atendido tanto á darle satisfaccion decorosa, como á que en ella encontrasen el castigo de su temor los mismos que injustamente le habian calumniado. Pero haya sido en este ó aquel tiempo, el Manjarrés pasó á Sevilla, donde halló á doña Ines de Godoy, mujer del Capitan Álvaro Suárez de Figueroa, natural de Badajoz, que asistia en la provincia de Santa Marta como uno de los segundos pobladores de ella.

Era doña Ines de Godoy nieta de doña Isabel Manjarrés, madre que fué del Adelantado D. Pedro de Ludeña y de D. Antonio de Ludeña, y por esta parte deudos muy cercanos del Gobernador Luis de Manjarrés; y con órden que para ello tenia del Capitan Álvaro Suárez, se llevó á la doña Ines y á doña Mencia de Figueroa, su hija, que despues casó en Tunja con el Capitan Gonzalo Suárez Rondon: y tomada tierra en Santa Marta por este mismo año, y luego inmediatamente la posesion de su gobierno, prosiguió en él con general aceptacion de los españoles y temor de los indios, hasta los fines del siguiente de sesenta y cuatro, en que murió, dejando claro testimonio de sus méritos heredados y adquiridos. Fué caballero de grande entendimiento y de genio docilísimo, prudente en las resoluciones de paz y guerra, incansable en los trabajos, y en las empresas muy diligente. Casó conforme á su calidad, y en sus sucesores se ha reconocido siempre el dictámen de mantener su nobleza en la igualdad de los casamientos que han hecho hasta los tiempos presentes. Por este medio se hallan unidas en ella la de los Carrillos, Carcamos y Oroscos de Córdoba, Moscosos y Rivadeneiras de Galicia, sin que en las provincias de Santa Marta y Rio de la Hacha, donde hay casas muy ilustres, haya alguna que con razon se desdeñe de reconocerla por la primera. Consérvase en la posesion de las encomiendas de la Ciénega y el Dulcino, con especial Cédula del Rey, para que en la vacante de los últimos poseedores no se provean sin dar primero noticia al Consejo; y finalmente dejó este famoso caudillo vinculada la cortesía y generosidad á sus descendientes, para que de tan seguras fincas jamas les faltasen réditos de estimacion.

Pasaron tambien en la misma flota que condujo á Luis de Manjarrés, el Maese de Campo Anton de Avalos y Luna, en quien recayó el cargo de Gobernador y Capitan general de la provincia de Cartagena, que ejerció con gran crédito: y el título de Justicia Mayor de los Muzos y Culimas se le despachó al Capitan D. Lope de Horosco, cuyos servicios, representados la Real Audiencia de Santafé sobre los méritos de su sangre, le consiguieron por ser el primero que obtuviese este cargo en propiedad, en el cual y otros mayores que administró en el discurso de su vida, mostró las ventajas con que su valor sabia obrar independiente de ajenos órdenes, aunque no le faltó parte de la mala fortuna que está vinculada á los Gobernadores de Santa Marta. Y para que la resolucion que habia tomado el Rey de subrogar nuevos ministros en la Audiencia de Santafé, tuviese entero cumplimiento, arribó felizmente á Cartagena el Licenciado Juan López de Cepeda, Oidor más antiguo de la Española, que con la misma antigüedad estaba nombrado en lugar del Licenciado Grageda, quien saliendo libre de su residencia, habia de volver á ocupar la misma plaza que dejaba el Cepeda. Era este caballero casado con doña Isabel de Rivera, y con ella entró en Santafé, y fué recibido al ejercicio de su plaza en diez y seis de Junio de este año en que vamos, y arrastrábalo su buen natural al deseo de que el Licenciado Grageda saliese de la residencia, que le habia de tomar sin cargo que retardase su ida á la Española; y como con su intencion cooperaban los buenos procedimientos que favorecian la parte del reo, y de la de los vecinos del Nuevo Reino estaba tan vivo el reconocimiento del beneficio que les habia hecho con la remision del Licenciado Montaño á Castilla, en que habia consistido la paz que gozaban, no fué precisa diligencia alguna de parte del Juez para que la residencia corriese sin embarazo; pues aunque el Oidor Villafañe era bastante á pervertir cualquiera operacion que la facilitase, como todo su encono lo tenia vuelto al Licenciado Artiaga, y el Grageda, anteviendo la ocasion que le esperaba, le tenia templado el incendio con la poca resistencia que mostraba á sus dictámenes, y reducido á imitar la independencia con que se portaba el Oidor Angulo, dejaba correr los encuentros de los compañeros sin que se inclinase á parcialidad alguna de que tenian introducidas en los vecinos, que por dependencia necesitaban de alguno de ellos, salió bien de todo, y con el despacho que le entregó el Gepeda, volvió á ejercer la misma plaza de que lo habian sacado seis años antes para la de Santafé.

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Desde el antecedente de sesenta y tres tuvieron los Oidores discurridas las conve ciencias que tendria el' fundar algunos lugares de españoles en la provincia de los Pantago

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