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se les

51 acometiendo al enemigo. Y si preguntáramos á García de Lerma por qué emprendia tantas veces á fuego y sangre esta guerra, quién duda que respondiese que por la resistencia que hallaba en los indios para admitir la Ley Evangélica; siendo así que ni predicaba ni se les habia predicado cuando estuvieron de paz, y que la causa única era no tributarle de dia y de noche cañutillos de oro, ó á falta de ellos dejarse cautivar para ser vendidos por esclavcs en las Islas de Barlovento. Pero volviendo á sus Capitanes, ejecutaron las órdenes que les habia dado, y llegados al puesto, ocupó el Gobernador un cerrillo en que hizo poner la compañía de Céspedes y dos pedreros que habia conducido para resguardo suyo y del Capitan Cardoso, á quien ordenó ocupase otro paso más alto con Villalobos y el resto de la caballería, para que pudiese anticipadamente socorrer á Pedro

de Lerma.

Fuélo ejecutando así Cardoso de noche y tan á tiempo, que al tomar el puesto desde el cual se descubrian todas las poblaciones del valle, pudo ver con la primera luz del dia el buen órden con que Pedro de Lerma y los Bondas bajaban poniendo fuego y abrasando muchos pueblos; pero como eran tantos y la gente del valle mucha y belicosa, fué hiriendo y cargando de suerte sobre la infantería de indios y españoles, que la obligaron á irse retrayendo más que de paso la cuesta abajo con fin de ampararse de la caballería, que no podia socorrerlos por la aspereza de la tierra y por no desamparar los pasos que habia tomado, hasta que con daño muy considerable llegaron al sitio que ocupaba Cardoso, donde recogiendo á la grupa los heridos y escoltando á los infantes con hacer rostro al enemigo, pudieron retirarse hasta el cerrillo que ocupaba García de Lerma, y de allí á la ciudad, llevando siempre los Tayronas á las espaldas hasta que los lanzaron de todos sus términos.

Ni esto fué bastante para que García de Lerma desistiese de nuevas empresas, como si el bracear contra la corriente de las desgracias no fuera medio más proporcionado para encontrar el naufragio que la seguridad. Partió con su campo á la Ramada, que estaba de paz, para dar algun refresco á su gente que andaba mal contenta; y dentro de pocos dias, eligiendo Teniente suyo á Villalóbos, lo despachó con el Capitan Cardoso al valle de Upar (donde le habia repartido indios á él y á otros catorce conquistadores) para que lo visitase yo empadronase los pueblos y gente que en él hubiese, con fiu de reconocer si el apuntamiento habia sido justificado. Pero entrados estos Capitanes al valle, hallaron todas sus poblaciones quemadas desde el tránsito, que poco ántes con detencion de diez meses habia hecho por él la gente de Coto con su General Ambrosio de Alfinger, sin que le moviese á templar su rigor la hermosura del valle y docilidad de su gente, por cuya causa andaban fugitivos los naturales, y los nuestros fueron obligados á correr la costa abajo de Cesáre, entrándose en la provincia de los Alcoholados (llamados así por teñirse con tinta negra los remates de los párpados) que desde las montañas de Garupar se extiende hasta confinar con los Chimilas y gran ciénega de Zapatosa, donde sintieron más el trabajo, porque estando tambien talada y que mataban y no hallándose maizales ni frutas, eran forzados á sustentarse con venados lanzadas por la gran copia que de ellos hay en aquella tierra.

De allí pasaron hasta dar vista á una poblacion del señor de Tamalameque, fundada entonces de la otra parte del rio Cesáre, en que juzgaron hallar descanso á sus fatigas, viendo que los indios bien alhajados de chagualas los llamaban con ademanes que mostraban señales de paz; mas era muy otra su intencion, pues las demostraciones que hacian más eran para burlarse de sus miserias que para aliviarlos de su trabajo, fiados en que no podrian pasar á su pueblo respecto de no haber canoa en el rio en que poder hacerlo que no tuviesen recogida en su puerto y que los caballos no serian poderosos á vencer nadando la corriente del rio, como los de Alfinger poco ántes lo habian sido para pasar un brazo de la laguna y` llegar á un islote de ella en que se habian recogido. Los españoles, persuadidos á que no podia caber cautela en el ofrecimiento de aquellos bárbaros, pedíanles embarcaciones; pero reparando Cardoso en que la respuesta era decirles por señas que pasasen á nado con fin al parecer de matarlos al tomar tierra y que con la falta de mantenimientos se hallaban de suerte apretados que ni volver atras podian, resolvió este valeroso portugues (arrebatado del aprieto ó codicia) una accion digna de escribirse, y fué arrojarse armado en su caballo al rio, que cou asombro de los indios lo sacó á la poblacion de la otra ribera, donde hiriendo á unos y amenazando á otros les obligó á dar y conducir canoas en que la gente pasó y se alojó en ella por estar abundante de víveres.

Recobrados los indios de su temor despues del suceso y comprada con mucho oro poca

seguridad, les representaron á sus huéspedes el estado miserable en que se hallaba su Cacique Tamalameque, á quien despues de haber tenido en prisiones otros españoles que allí aportaron diez lunas ántes, habia cautivado y quebrado los ojos el señor de Zipuaza, pueblo fundado muy cerca del rio grande de la Magdalena á orillas de la laguna de Zapatosa. Pedian demás, que pues ya eran amigos, los ayudasen á recobrarlo y penerlo en libertad, en que vinieron con voluntad los nuestros, á quienes dieron ciento y cincuenta indios que los guiasen por tierra; y prevenidos ellos con una vistosa armada de trescientas y cincuenta canoas llenas de gente, dieron á un tiempo por agua y tierra los unos y otros sobre Zipuaza con tan buena suerte, que recobraroǹ á su Cacique, con quien ya los muchachos del lugar jugaban por escarnio, que procuraron vengar robando cuanto hallaron de preseas y joyas de que dieron buena parte á los españoles. Pero conociendo éstos que aquella guerra les importaba poco, trataron de amistar á los Tamalameques y Zipuazas, ofreciéndoles por convenio la restitucion de los hijos y mujeres de los unos y otros, que agradó á todos, y ajustadas las paces, volvieron á la poblacion de que habian salido, á donde llegaron luego al siguiente dia cuatro indios quejándose fingidamente de que llevando una buena partida de oro para los españoles, se la habian quitado en el camino los que iban con Ambrosio de Alfinger. Sintiéronlo mucho los de Villalobos, y tomando guias, partieron en su demanda, aunque brevemente se desengañaron de haber sido cautela de los indios para echarlos de sus tierras, pues al reconocer las huellas parecieron de más tiempo que de treinta dias. Tiene muchas trazas la necesidad y es gran consejero de engaños el riesgo. Experimentólo así Villalóbos; pero hallándose en el camino, acordó dar vuelta á la Ramada y de allí á Santa Marta, á donde ya era partido García de Lerma.

Era costumbre de la gente que salia á semejantes entradas repartir entre sí el pillaje, reservando su parte al Gobernador, como lo hicieron éstos para no exponerse á las miserias que se padecian en la ciudad por falta de dinero, de que se aumentaba el desabrimiento en la gente de guerra, viéndose fatigada y pobre, y habiendo entre ella hombres que en cualquiera parte podian servir con provecho y satisfaccion de su Rey, y más en los Reinos del Perú, donde con las noticias que se divulgaban de su riqueza, deseaban ir á probar ventura; y así, aunque por parte del Gobernador se ganaban licencias y ponia todo cuidado en que no se le fuesen, era tanto ya el horror que mostraban á aquel país, que cuando pasaban navíos se arrojaban al mar para que los recogiesen, como lo consiguieron muchos, y entre ellos los Capitanes Ponce y Villalóbos, y otros hombres famosos que en el Perú dieron muestras de su valor, aunque con malos fines. Para remediar o divertir este desórden, García de Lerma, con parecer de algunos noticiosos de que caminando la tierra adentro al Sur se hallarian grandes riquezas, acordó disponer una entrada por el rio grande de la Magdalena, y por Febrero del año de mil quinientos y treinta y uno envió por Cabo de la gente á un clérigo, que no he podido averiguar quién fuese; pero sí el que vivian los que se hallaban en Santa Marta, de suerte que no se hacia distincion de ellos á los seculares para las facciones. Por Maese de campo nombró á Quiñones, y por Capitanes á Céspedes y San Martin, que con doscientos hombres salieron á la jornada, en que a los diez dias murió el clérigo, dejando en su lugar á los Capitanes arriba dichos, que con la gente pasaron el rio en dos bergantines que les remitió su Gobernador para el efecto.

Puestos así de la otra banda, dieron principio á su descubrimiento, marchando siempre ric arriba, mientras García de Lerma, con la ocasion de haber arribado á Santa Marta con propio navío Gerónimo de Melo, caballero portugues, hermano de Antonio Yusarte, á quien habia dejado en Santo Domingo, dispuso que entrase á descubrir y sondar el rio grande de la Magdalena, hasta aquel tiempo temido para tal empresa por lo furioso de sus raudales, cosa que muchas veces pretendió García de Lerma, y ningun piloto se atrevió á ello. Pero con la buena disposicion que halló en Melo, dándole dos navíos y á Liaño y otro por pilotos, pudo conseguirlo; pues aunque llegados à la barra del rio mostró gran temor la gente de ntar, amedrentada con la amenaza que el Capitan les hizo de que mataria los pilotos y marineros si desmayaban, pasaron adelante y subieron treinta y cinco leguas, rescatando siempre con los indios de una y otra ribera; en cuyo tiempo aportó á Santa Marta Antonio Yusarte en demanda del hermano, quien viendo que tardaba en volver, pidió á García de Lerma le diese facultad para entrar á la Ramada, lo cual hizo con gusto, dándole alguna gente con el Capitan Carranza, y órden para que la jornada fuese á la provincia de Seturma, donde llegado, yendo y volviendo de los pueblos á la mar con poco recato, fué

muerto de los indios con los pocos que lo escoltaban, aunque se defendió valerosamente en la refriega con un montante: fatalidad que referida á Gerónimo de Melo despues de su jornada, en que retardó tres meses, le ocasionó la muerte, siendo entrambas anuncio fatal de la de García de Lerma, que se siguió á los fines del año sin la prevencion de sacramento alguno, con que se terminaron aquellos deseos del tercer Gobernador de Santa Marta, que no pudieron templar más de doscientos mil castellanos de oro que adquirió en diferentes presas. Era este caballero uno de los tres criados del palacio del Emperador, que en concurso de algunos soldados fueron preferidos para diferentes conquistas; y ni don Pedro de Mendoza en el rio de la Plata, ni Felipe Gutiérrez en Veragua, que fueron los otros dos, pudieron desmentir con sus obras la imprudencia de elegir genios cortesanos para empleos que piden espíritus guerreros.

No corria con ménos inconvenientes la conquista de los alemanes, de que haremos breve compendio por haberla tratado con especial cuidado fray Pedro Simon en la segunda noticia de la primera parte de su historia de Tierra firme, para lo cual es de advertir que, llegado Ambrosio de Alfinger con cuatrocientos hombres y cincuenta caballos á la ciudad de Coto, que desde el año de veintisiete tenia fundada Juan de Ampuez (y desamparó retirándose á su isla de Curazau luego que vió los despachos que llevaba Alfinger), continuó su poblacion, y dejando en ella á su Teniente-general Bartolomé Sayller, salió inmediatamente á la pacificacion de las tierras de Maracaibo con la mitad de la gente por tierra y la demas por agua en diferentes canoas que labró, una entre ellas, que conducia setenta hombres y seis caballos, y bajando su gran laguna hizo en los miserables indios de sus riberas todas aquellas hostilidades que podian esperarse de quien era llevado de su codicia y llamado de su patria para enriquecerla á costa de las vidas y caudales de los que ni se defendian ni lo habian agraviado. Hasta que, llegado á cierta ranchería dispuesta por la gente que fué por agua despues que atravesó la laguna, ahorcó y afrentó á muchos hombres de valor, sin que la necesidad que de ellos tenia lo reportase; para cuyo reparo y de otros muchos, que disgustados de semejante rigor lo desamparaban, envió á Coto el pillaje de oro que habia adquirido, con mucho número de indios prisioneros, para que se vendiesen á mercadores que allí asistian enriquecidos con este trato, y para que del uno y otro efecto le remitiesen gente y armas para la jornada que pretendia hacer la tierra adentro. Ejecutóse así, y socorrido con algunos infantes y caballos, reformó su campo, que constando ya de ciento y ochenta hombres útiles (dejados los enfermos en la ranchería, de la cual nombró Teniente al Capitan Vanégas), salió de allí año de mil quinientos y treinta, y encaminado siempre al Poniente, atravesó la sierra de los Itotos, que comunmente se llama del valle de Upar, hasta que dió en él, donde sin reparo de que pertenecia á la Gobernacion de Santa Marta, lo corrió todo, matando y robando á sus naturales, y lo que fué más lastimoso, quemando sus poblaciones y sembrados, de suerte que en más de treinta leguas de tierra que en él halló pobladas, no encontrá despues el Capitan Cardoso casa en pié en la entrada que hizo el año siguiente.

Corrido así el valle de Upar por el Cesáre abajo, llegó á las provincias de los Pocabuzes y Alcoholados, haciendo los mismos estragos, y de allí arribando á la del Tamalameque que receloso del daño que le amenazaba si caía en manos de aquella gente (segun las noticias que de ella le habian dado sus confinantes), se retiró con su gente y canoas á un islote de los que poco distantes de tierra tiene la laguna de Zapatosa, pareciéndole que no serian poderosas las artes y fuerzas españolas para llegar á ella; pero salióle tan contrario el discurso, que apénas descubrieron desde Tierra firme los nuestros las chagualas y orejeras con que los indios andaban en la isla, cuando arrojándose al agua treinta caballos pasaron á ella, donde cogiéndolos con asombro del suceso y puestos en flaca defensa, repitieron en ellos la cruel carnicería que acostumbraban, siendo otros muchos los que perecieron lanzándose al agua. Fué preso el Cacique, que se rescató á fuerza de oro, y despojados y rescatados otros muchos en más tiempo de diez meses que estuvo allí de asiento Ambrosio de Alfinger, hasta que arruinada ya la provincia con tantos incendios y muertes, y desustanciada con más de cien mil castellanos de oro que hubo (y para no lograrse heredaron el contagio de las diez mil libras Tolosanas, que robó Quinto Scipion del templo de Apolo, que estaba en la Francia) la desamparó tomando la vuelta del Leste, por donde a pesar de riesgos y dificultades que padeció por la costa del rio grande, llegó hasta el de Lebrija, y de allí subiendo á las sierras y bajando despues, fué á salir al rio del Oro, del cual (malogrando el descubrimiento que hizo de la provincia de Guane, por no seguirlo y ser primer

descubridor de la tierra de los Mozcas) revolvió á los páramos de Cervitá á la parte donde diez años despues llegó Hernan Pérez de Quesada en demanda de la casa del Sol, y de allí por no seguir diez leguas más su derrota á la parte del Sur, volvió á errar el mismo descubrimiento que guardaba el cielo para otro, y á elegir deslumbrado la parte del Norte sin advertir que era la de Maracaibo; en cuyo rumbo, perdiendo muchos de los suyos en diferentes encuentros que tuvo con los indios de Rábicha, y no pudiéndose contener en justiciar otros por la cruel mano de Francisco del Castillo, su Maese de campo, llegó á penetrar el valle de Chinácota, donde confiado de que lo resguardaba el temor que de él tenian concebido los indios de aquel pais, y lo más cierto por no haber tirano que no tenga en el castigo su término, se descuidó, de suerte que acometiéndole de repente los indios á tiempo que separado de su gente consultaba algunos designios con Estévan Martin, hombre ajustado á su genio, lo hirieron de suerte que murió allí por el año de treinta y dos, donde fué sepultado dejando al valle su nombre por sobrenombre y padron perpetuo de sus atrocidades.

CAPITULO III.

GOBIERNA EL DOCTOR INFANTE Á SANTA MARTA POR MUERTE DE GARCÍA DE LERMA, Y EL ADELANTADO DON PEDRO DE HEREDIA DA PRINCIPIO Á LAS CONQUISTAS DE CARTAGENA.

M

UERTO García de Lerma y separados por esta causa los gobiernos político y militar, que no quiso admitir Pedro de Lerma por pasarse al Perú, donde lo guiaba su mala estrella á ser ejemplo infeliz de la forma en que muere un hombre de valor á las manos de un cobarde, se comenzaron luego á sentir tantos desafueros en la administracion y tratamiento de los indios, que estaban de paz, cuantos eran los pretendientes de mejorar fortuna á costa de los miserables que batallaban con la más adversa. De que resultó que los sucesos que hasta allí se habian tenido por poco dichosos, pasasen luego á infelices; pues conspirando los Bondas y Jeribocas al desagravio de las estorsiones que experimentaban como más cercanos, dieron principio por este año de mil quinientos y treinta y dos al designio que tenian premeditado con algunas muertes de negros y españoles de los que en las huertas cercanas á la ciudad hallaron desprevenidos. Ni esto era lo que más debia temerse, sino el desórden con que la gente de guerra, roto casi el freno de la obediencia y espoleada de la necesidad, corria á maquinar su reparo con riesgo de las cabezas de la República y daño de los vecinos que habian adquirido algun caudal en las conquistas: perjuicio el uno, y otro difícil de remediarse aun en caso que no estuviese el gobierno militar en tantos cabos mal avenidos, y el político en un Alcalde á quien se lo dió el accidente de ser más antiguo. Todo al fin era avenida de males, que cada hora crecian con la avilantés que los indios cobraban del recelo que los nuestros tenian, y duró hasta que por el mes de Septiembre arribó á Santa Marta el doctor Infante, Oidor de la isla española, á quien sus compañeros en vacante graduaron de Capitan general, para que por muerte de García de Lerma gobernase en el interin que le iba sucesor.

Por su Teniente general iba Antonio Bezos, hombre de valor y experiencia, y entre otras personas llevó á Francisco de Figueredo, que despues subió al Reino, donde casó con doña Eufrasia de Búrgos Antolinez, y á Francisco Gutiérres de Murcia con tres hijos, de los cuales al uno mataron allí los Tayronas, el otro murió subiendo con Gonzalo Giménez de Quesada á la conquista del Nuevo Reino, y el tercero, que tenia el mismo nombre del padre, casó en él con Luisa Venero: y reparando á pocos dias en el desabrimiento que tenian, y corrillos que continuaban hacer, así los soldados que halló en la ciudad como los de Céspedes y San Martin, que ya eran vueltos de la jornada del rio grande sin medra ni noticia alguna despues de quince meses que gastaron en ella, y que de tales principios se suelen recrecer motines no imaginados, dió parte de todo á su Teniente general y al Capitan Cardoso, cuyo juicio tenia por acertado en semejantes materias, y propuestos los fundamentos de su sospecha les pidió le advirtiesen lo que debia disponer para el reparo. Á

que el Capitan Cardoso sucintamente le representó cuán justamente recelaba los monstruosos efectos que suele producir la extrema necesidad cuando cae sobre gente de guerra: que la falta de un Gobernador temido no la tenia ménos relajada en pocos dias, que pudiera la ociosidad en muchos años, y que finalmente, no hallaba remedio para un mal que habia de resultar de la union de muchos, sino el de empeñarlos divididos en diferentes facciones del pais donde el trabajo y la esperanza desvaneciesen aquella tempestad que amagaba; para lo cual convendria mucho que partiese por mar el Capitan Rivera con cincuenta hombres á la Ramada, y que sin permitirles descanso ni tratar de averiguarles exceso alguno á los Capitanes Céspedes y San Martin, saliesen al castigo de los Bondas, pues de aquella nacion habia recibido el mayor daño la ciudad en la vacante de García de Lerma.

Parecióle bien al doctor Infante la propuesta y ejecutóse así, aunque el Capitan Rivera con mal suceso y poca presa de indios esclavos, que era el fin de aquellas entradas, dió vuelta brevemente á Santa Marta; pero los Capitanes Céspedes y San Martin, aceptando con gusto la empresa, sacaron su gente á campaña, y dejando emboscados los caballos á cargo de los Capitanes Cardoso y Juan Tafur (que desabrido de las conquistas de Nombre de Dios i Panamá, resolvió pasar á Santa Marta por este tiempo), fueron marchando descubiertamente hácia el pueblo principal de Bonda, que visto por los indios, salieron arrebatadamente al encuentro, empeñándose más en ofender á nuestra infantería, miéntras ella más cautamente se iba retrayendo hácia unas colinas ó mogotes rasos, que dominaban las campañas de Bonda: hasta que llevados á la emboscada fueron embestidos pcr un costado, y atropellados de los caballos, que aprovechándose del buen terreno hicieron y mataron muchos, y victoriosos con despojo considerable volvieron á la ciudad, á donde no por este particular suceso se remedió el general descontento que habia entre la gente de guerra, ántes trataban algunos más vivamente de ausentarse, y murmuraban desacatadamente y sin reboso del doctor Infante.

Este arrojo manifestado sin motivo ni ocasion que les diese, lo ponia en temor de que aquella gente desesperada se le atreviese ó desamparase, de suerte que la ciudad fuese perdida; pero como ya tenia experimentadas las buenas disposiciones de Cardoso para el reparo de semejantes peligros, consultóle de nuevo, y resolvióle con su parecer á continuar la division de su gente en la misma empresa de la Ramada, y en la entrada de los Caribes, donde fué roto Pedro de Lerma i donde ni pudiesen coligarse ni valerse de la ociosidad para los malos discursos y consultas, que entre milicias mal pagadas suelen arrastrar peores consecuencias. Cuya ejecucion remitida para el año siguiente, veremos despues de compendiar otras particularidades dignas de saberse para claridad y lustre de la historia, que acaecieron el mismo año: pues siendo el principal asunto de este libro referir la conquista del Nuevo Reino de Granada, no es posible escusar las que precedieron de las provincias de Santa Marta, Venezuela, Popayan y Cartagena, así por estar comprendidas en su círculo, como por haber sido estas cuatro las que recibieron aquellos primeros raudales de gente española, que guiados por diferentes conductos con poca antelacion de unos á otros, inundaron despues todos los espacios de aquel Reino; en cuya consideracion, habiendo entrado sucintamente en los acaecimientos de la conquista de las dos provincias, necesitamos de pasar á la de Cartagena, dejando para su tiempo la de Popayan, no ménos famosa.

Para el intento es de saber que habiendo llegado D. Pedro de Heredia á Santa Marta por Teniente general de Pedro Badillo, y ejercitándose como dijimos en las guerras de aquella provincia con créditos de buen Capitan, y reconocida la sustancia de las tierras que están á sotavento de la otra parte del rio grande de la Magdalena, tuvo ocasion, con la de haber cesado en su gobierno el dicho Pedro Badillo, para volver á estos Reinos, donde en la conformidad que por aquel tiempo corrian las capitulaciones de los descubrimientos, la hizo con su majestad para el de la provincia de Calamari (que llamó despues Nueva Andalucía) con todas las demas tierras de Urabá comprendidas entre los dos poderosos rios de la Magdalena y el Darien, que serán como ochenta leguas de costa la tierra adentro, teniendo a la equinoccial por término, que hoy se ha reducido al de cien leguas por la parte que más se dilata en la jurisdiccion de Simití, que viene á ser hasta los indios de Tablada, que habitan sobre las barrancas del rio grande. Dada pues esta provincia al Heredia en adelantamiento, con otras condiciones comunes y entre ellas la de que pasase luego á descubrirla y conquistarla con doscientos y cincuenta hombres á su costa, facilitó brevemente la agregacion de los ciento y cincuenta; con que remitida la leva de los

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