Imágenes de páginas
PDF
EPUB

muchas tiraderas, lo maltrataban y herian hasta quitarle la vida desangrándolo, con fin de que la sangre cayese sobre muchas vasijas que diferentes dueños ponian al pié del mástil, y con la que recogian aquellos que tenian suerte de que en las suyas cayese, coronaban la ceremonia de su sacrificio ofreciéndosela al demonio, y se volvian (con el mismo órden y forma de los juegos y danzas que llevaron) á la casa y cercado del Cacique, de donde tenia principio la carrera, el cual los despedia con muchos favores de palabra, alabando en algunos la gala, en otros la destreza y en todos el buen celo.

Mas, volviendo á nuestros españoles, siguieron su derrota hasta entrar en el Principado de Chia, orígen fundamental del Reino de Bogotá segun tradiciones antiguas de aqueÎlos pueblos, y donde, como en patrimonio que gozaba desde pequeño, asistia el Príncipe heredero hasta que se llegase el tiempo de entrar en la posesion del Reino, estilo que aun en los tiempos presentes permanece; donde se detuvieron por la obligacion en que los puso el tiempo de Semana Santa y Pascua, que celebraron devotos, aunque por el poco agasajo que hallaron en el Príncipe de Chia, que se habia ausentado, y el mucho con que fueron llamados de los Caciques confinantes, que vivian disgustados del soberano dominio de Thysquesuzha, pasaron sin detenerse más á buscarlos. Estos fueron el de Suba y el de Tuna, que salieron á recibir el campo español con todas las señales de un cortejo magnífico y de una sincera voluntad, confirmando las demostraciones y señas con que se explicaban, con muchas joyas de oro y esmeraldas que les dieron, alojándolos en sus casas con todo el regalo que se hallaba en sus tierras afecto que siempre tuvieron á los españoles, sin dar muestras de cauteloso trato. Ya en este tiempo eran muy repetidas las embajadas que del Zipa al General y del General al Zipa se continuaban por medio de Pericon, que bastantemente habia aprovechado en el idioma, pretendiendo cada cual engañar á su contrario; pues si de parte de Quesada se pedia el asiento de una paz verdadera, para parecer en su presencia á darle cuenta del fin de su entrada en aquel Reino, era con fin de asegurarlo para que no se le fuese de las manos, como lo recelaba de los temores en que lo habia puesto y si de parte del Zipa se respondia sin resolver fijamente á sus propuestas, era con pretension de que se fuesen deteniendo los españoles con la esperanza de conseguir paces, mientras él con toda especialidad se informaba del número de la gente, de cuántos eran los caballos y perros, de las acciones que obraban unos con otros y de otras particularidades, que por ocultas que acaeciesen en el campo español, llegaban á su noticia por medio de las espías que tenia para ello, de que no sabian librarse los nuestros, respecto de haber tenido arte para ir introduciéndolas con ricos presentes que llevaban en su nombre y tiempo que pedian para esperar las órdenes de su Rey. Pero ni regalos ni agasajos pudieron detenerles el apresurado curso que los llevaba á Bogotá: tal era la fama de las riquezas y tesoros del Zipa, donde á su satisfaccion pensaban apagar la sed, que sin cansarlos les fatigaba. Y así, el siguiente dia descubrieron los majestuosos Alcázares de la casa y cercado del Zipa, cuya grandeza en su género de fábrica podia competir con los palacios más célebres y las particulares casas de aquella poblacion, Corte de Bogotá, excedian á los demas edificios de todo el Reino; y así creciendo el ansia de ocuparlos, cuanto más los ojos se los figuraban al colmo de sus deseos, apresuraron el paso con tanta velocidad, que más parecia carrera que marcha; y entrando por la ciudad sin detenerlos novedad alguna, tomaron las puertas del cercado desamparado de gente, y en él fué tan contrario el suceso á la esperanza, que no hallaron dentro seña ni rastro de riqueza alguna experiencia que presto tuvieron en las demas casas y templos, aunque eran muchos los Santuarios públicos y comunes que tenia la ciudad, sin los particulares que tenian en las casas segun sus devociones; porque avisado el Zipa del designio de los españoles, en penetrar el Reino hasta su Corte por codicia de sus tesoros, y bien desengañado de su valor por el encuentro de los Uzaques, se retiró á lo más oculto de un bosque, desamparando la Corte y sacando del cercado y templos cuantas riquezas depositaban, para que ignorantes de ellas los españoles y persuadidos á que las tierras carecian de los metales que tanto apetecian, mudasen rumbo á nuevas regiones dejando su Reino.

No pudo la codicia española encontrarse con tan in feliz suceso como el de hallar burladas sus esperanzas en la parte que más las aseguraba; pero cesando en las diligencias, se mantenian en ellas á causa de que en los templos particulares hallaban alcancías ó cepos destinados para ofrendas, y en los comunes (que de unos y otros era infinito el número que habia, erigidos en montes y llanos, caminos y ciudades, para más exaltacion de su idolatría) y en el más principal de todos se veian dos géneros diferentes de gazofilacios de barro hue

co. Los unos que representaban personas de hombres, abiertos por lo alto de la frente, por donde se metia el oro en puntas ó joyas, y la rotura cubierta con un bonete hecho del mismo barro, en la forma que usan los indios sus tocados, unos redondos y otros con picos. Los otros eran ciertas vasijas grandes ocultas debajo de la tierra, y descubierta la parte superior, por donde se echaban las mismas ofrendas: y los unos y otros cepos estando ya llenos, desenterraban los Jeques y los mudaban á lugares secretos, poniendo otros nuevos en lugar de los primeros; de que ha resultado muchas veces que surcándose aquellas dehesas se hayan encontrado con estas vasijas y cepos algunos hombres, que los han tenido por principio de mejor fortuna, cosa bien ordinaria en las Indias, donde no hay riqueza estable ni pobreza heredada.

Estas demostraciones eran las que no desalentaban del todo los ánimos de los más advertidos del campo, si bien los otros eran de sentir que toda la bondad de aquellos Reinos se reducia á la sanidad del temple y fertilidad de las tierras que gozaban, sin persuadirse á que dejasen de ser estériles de plata y oro; y que las muestras que hasta entonces habian hallado de estos metales, no fuesen habidas por via de rescates ó comercios de regiones extrañas en que se criaban: y así eran de parecer que asistiesen en aquellas partes, mientras al regazo de sus apacibles paises se reformaba el campo, y pasadas las aguas del invierno tenian tiempo de llevar adele sus conquistas en demanda de provincias más ricas en que poblarse. El motivo con que alentaron estas empresas desde Castilla, fué la predicacion del Evangelio y conversion de aquella gentilidad á la verdadera fe el concurso de infieles que habian de participar tanto bien no podia ser más numeroso: los alimentos no consentian mejora en cantidad y calidad, ni la tierra en el temperamento y los influjos ; y, sin embargo, en persuadiéndose los españoles á que faltaba la plata y oro, los vemos determinados á mudar estelaje, y en hallándose apretados algunos despues por el rigor con que procedieron en las conquistas, no darán más disculpa en sus excesos que la de hacerlos precisos para conseguir la exaltacion de la fe.

:

Pero como los Bogotaes reparasen en que la asistencia de los españoles era más dilatada que imaginaron, por el espacioso tiempo con que trataban de estarse en sus tierras, aplicaron por medios convenientes para conseguir la libertad, que imaginaban perdida, cuantas hostilidades pudiesen hacerles en frecuentes asaltos que les daban, y tan continuados, que no les permitian lugar á un breve sosiego ni de dia ni de noche; si bien el riesgo y peligro que resultaba á los españoles no era de momento, respecto de que los acometimientos se ejecutaban desde lejos con piedras, dardos y tiraderas, á las cuales muchas veces aplicaban fuego con intencion de quemar las casas, que por el mucho desvelo que pusieron los españoles en su resguardo, no pudo conseguirse ni tampoco éstos hacer efecto de importancia en los indios; porque en las salidas que hacian los jinetes contra sus tropas, malograban el trabajo por acogerse los contrarios á los pantanos y lagunas de que está cercada Bogotá, cuyas aguas (respecto de ser toda la tierra auegadiza) eran impedimento considerable á los caballos, aunque no pocas veces sucedió hallarse muchos indios 'burlados en la retirada, por ser tan presta la carrera de los caballos, que antes de ganar las ciénegas quedaban atropellados ó muertos á sus orillas; pero los demas indios, que conseguian el retiro de los jinetes, en hallándose asegurados con el reparo del agua, se valian del espeso torbellino de saetas y dardos que disparaban hasta retirarlos á sus cuarteles.

Con estas continuadas baterías y desasosiego general en que todos se hallaban, pasaron más de treinta dias sin tener de una y otra parte más fruto que el de su constancia en los incursos. Pero considerando el Zipa que la de los españoles excedia mucho á sus gentes acobardadas, dispuso que muchos Caciques comarcanos les acudiesen de paz y con la mayor partida de esmeraldas las más finas que hasta entonces se habian visto, que juntas con el oro y con gran cuenta y razon entraban en poder de los oficiales reales. Tambiem se extremaban en llevar regalos y mantenimientos, sin dar señales su disimulo de la pretension que más en deseo tenian: advertencia bien reparada de la astucia del Zipa introducir amistades para lograr perjuicios, pues la ofensa rara vez dejó de ser hija de los agasajos. Si bien los españoles poco cuidado manifestaban tener de las máquinas del Zipa, pues no habiendo de su parte descuido, ningun peligro imaginaban difícil de que su valor lo contrastase; y más cuando tenian tanteado el término hasta donde llegaba el brio de los indios, de quienes preciaban más las dádivas en la paz que las muertes en la guerra, y así procuraban con todo desvelo enterarse en aquel idioma extraño á todas las naciones, aunque elegante en la colo

cacion de las voces dificultosas, solo por haberse de pronunciar en lo interior de la garganta. Mas tanta fué su aplicacion á percibir y aprender las voces, que llegaban á hacerles preguntas que entendian los indios de lo que deseaban saber; y como las más eran en órden á tener noticias de nuevas gentes, que en su idioma se explican con esta palabra Muisca, y con ella respondiesen de ordinario, se originó llamar los españoles indios mozcas á todos los del Nuevo Reino de Granada; ó porque en la muchedumbre les competian como sienten otros ménos curiosos. Pero quienes más percibieron el idioma fueron Pericon y las indias que se llevaron de la costa de Santa Marta y Rio grande, que con facilidad la pronunciaban y se comunicaban en él con los Bogotaes; de que resultó irse acariciando tanto, que no se extrañaban ya de asistir á los españoles y servirles; porque como de su naturaleza son todos amiguísimos de novedades, y las mujeres de inclinacion lasciva, en que no excedian á los españoles, con facilidad se amistaron unos y otros, de suerte que a todas horas tenian numerosos concursos de bárbaros que gustaban de ver los caballos y divertian la tarde y mañana en verles pasar la carrera, que los españoles no rehusaban, por tenerlos siempre admirados y temerosos de la ferocidad concebida de aquellos monstruos.

De esta continuacion de los indios en asistir á las carreras y torneos de los caballos, resultó que algunos mancebos de los más sueltos y de gallarda disposicion, no solo se persuadieron á que su ligereza era igual sino ventajosa á la de los brutos, y dieron á entender á los españoles que entre ellos se hallaban hombres tan ligeros, que no excusarian correr de apuesta con los jinetes, que no causó poca admiracion á todos la resolucion y confianza con que lo proponian. Pero el Capitan Lázaro Foute (que en el arte de hacer mal á caballo, aire y destreza era hombre caval) resolvió aceptar el desafío á que le provocaban los indios, por desengañarlos de la presuncion en que estaban de poder competir en la carrera con los caballos, y habiéndose puesto en uno zaino de color castaño oscuro, que son los que mejor prueban en aquellas partes, convocó la escuadra de mancebos que le provocaron, diciéndoles que saliese á correr con él el que tuviese más ligereza, porque estimaria saber hasta dónde llegaba. Que no fué bien pronunciada la propuesta, cuando se le puso delante un mancebo de gentil disposicion, dándole á entender estaba presto á obedecerle; y habiéndose puesto señal hasta la parte donde habia de llegar la carrera, y dada la que pactaron para su principio, partió el indio con tan acelerado curso, cuanto no lo habian experimentado igual los españoles; pero Lázaro Fonte, atacando la rienda y dando lugar á que se adelantase hasta la mitad de la distancia señalada, con aplauso y voces de los indios, que tenian por ganada la apuesta, soltó la rienda al caballo y batiéndole con gallardía los bijares, apresuró la carrera con tanta brevedad y destreza, que alcanzando al indio y encontrándole de lado con industria para no matarlo, lo derribó maltratado del golpe, pasando de largo hasta el término señalado, de que maravillados los indios, habiendo socorrido al caido en compañía de los españoles, quedaron tan escarmentados, que nunca más trataron de formar competencia con la ligereza de los caballos, contentándose solo con ir á verlos á todas horas; y no solamente los indios vulgares sino los Caciques y Uzaquez, que industriosamente eran acariciados del General Quesada, diciéndoles repetidamente que de su parte viesen al Zipa Thysquesuzha, y le persuadiesen la vuelta á su Corte, donde gozaria de su Reino asentando paz con ellos, que le seria guardada inviolablemente. A que respondian no poder obedecerle en lo que les proponia, por no tener noticias de la parte donde el Zipa se habia retirado; ni otra cosa se sacara de ellos aunque los despedazaran á tormentos, por cuanto en aquellos bárbaros no habia más voluntad que la de su Rey, y ésta la tenia manifestada en que estuviese secreta la ocultacion de su persona.

LIBRO QUINTO.

El Capitan Juan de Céspedes entra en la provincia de los Panches y queda victorioso en una batalla. Vuelve á Bogotá y marcha todo el campo á Somondoco. Descúbrense las minas y los Llanos de San Juan, á donde va el Capitan Juan de San Martin con infeliz suceso. Múdase el campo á Ciénega, y San Martin pretende segunda vez entrar en los Llanos: tiene noticias del Cacique Tundama y descubre su gente á Sogamoso. El Capitan Venégas halla en Bagañique noticias del Rey de Tunja: préndelo Quesada y saquea su Corte: invade despues á Sogamoso y determina la conquista de Neiva con mal suceso. Pelea con Tundama con buena fortuna, parte la presa entre su gente, va en demanda del Zipa, á quien matan sin conocerlo Levántase con el Reino Sacrezazicua, que declara la guerra: asienta pacea despues y, unidas sus fuerzas con las de Quesada, guerrean á los Panches hasta sujetarlos.

CAPITULO I.

ENTRA EL CAPITAN CÉSPEDES EN LA PROVINCIA DE LOS PANCHES POR TIBACUY: PLATICA CON EL CAPITAN DEL PRESIDIO DE LOS GUECHAS, Y ACOMETIDO DE LOS PANCHES, QUEDA VICTORIOSO DESPUES DE UNA PELIGROSA BATALLA.

[graphic]

REVE soplo es la humana felicidad; apénas se descuella entre luces, cuando se desvanece en sombras. Aun no la tiene colocada en su cumbre, cuando le dispone precipicios la fortuna. Entretiénese ésta en levantar imperios de las ruinas de los que parecian más seguros. Ensangriéntase picada en despreciar majestades, arrastrar coronas y regular la vida de los Reyes por la suerte de los plebeyos; siendo los instrumentos de que se vale los que ménos temió la soberanía, para que más sobresalga su poder y mudanza. Tres príncipes sucesivamente lloró la Francia muertos á manos de sus vasallos, tan conformes en el nombre como en la desgracia: otros tres Incas del Perú entre el dogal y el cuchillo: algunos Reyes España en los principios de su Imperio Godo; y muchos Monarcas Roma: despojos todos de una violencia impensada, que parece dejó en vínculo á las Majestades la infelicidad de Julio César. Y ahora veremos la tranquilidad de un Imperio grande, turbada en los huracanes de la violencia; mal seguro el dominio en manos del temor y espanto, y entre las "uinas de su grandeza publicarán dos Reinos sujetos las variedades de la fortuna. No, sino veremos en las disposiciones del Cielo el corto tránsito que algunos príncipes tienen del sitial á la cadena, y otros del trono al cuchillo; y cuán despreciable es una Majestad que declina en manos de una codicia poco atenta en guardar privilegios, que la misma naturaleza escribe en las frentes de los que nacieron Reyes.

Aliviados dejamos á los españoles con la disposicion que hallaron para reformarse en los abundosos paises de Bogotá; y persuadidos (como se dijo) á que no podian esperar más fruto de aquellas tierras que el que miraba desigual á sus deseos, y en demanda de mejorar fortuna los veremos peregrinos de regiones no conocidas, tan desasosegados, que sin determinarse á elegir asiento fijo se hallen en términos de perderlo todo: como sucediera si las desgracias no los favorecieran tanto, que los hicieran dichosos por fuerza ; si los infortunios no hubieran sido los medios para contenerlos dentro de los confines del Nuevo Reino, hasta abrirles camino de satisfacer las ansias de una codicia que solo pudo terminarse con la muerte. Pasadas, pues, las aguas del invierno, mandó el General Quesada al Capitan Juan de Céspedes que con cuarenta infantes y quince caballos saliese á descubrir nuevas tierras, de las confinantes con Bogotá, por la parte que miraba al Occidente ó Septentrion,

pidiendo á los Bogotaes guias para la empresa y cargueros para el bagaje, que ofrecieron con demostraciones de buena voluntad. Y pareciéndoles tenian entre manos la ocasion de desembarazar sus tierras del pesado yugo de los españoles, entraron en consulta sobre elegir la parte á que los guiarian, de suerte que resultase toda la conveniencia en favor de sus intereses, y resolviéronse á encaminarlos á la provincia de los Panches, nacion fiera y atrevida en acometer á otra cualquiera, de cuya region será bien decir algo para claridad de muchas cosas que se han de tratar en el discurso de esta historia.

Yace esta provincia nueve leguas distante de Santafé, á la parte que mira de frente, que viene á ser al Ocaso, por aquella que se inclina la cordillera de las montañas al rio grande de la Magdalena, que por algunas partes le sirve de término. No es fácil de averiguar la longitud y latitud que goza, respecto de ser toda la provincia de tierras dobladas y montuosas, con pocas partes escombradas y libres de ásperos caminos y despeñaderos grandes tanta es la multitud que tiene de quebradas profundas, arroyos y rios que la cruzan con acelerado paso. El rio Funza, que tan manso camina por los campos de Bogotá, en demostracion de la docilidad de sus habitadores, se inquieta de manera desde que entra precipitado en esta provincia, que parece le participan su ferocidad los bárbaros que la habitan. Divide los Anapoimas y Calandaimas de una misma nacion; y habiendo en otros tiempos asolado la antigua y hermosa ciudad de Tocaima, pretende ahora besar los cimientos de que nuevamente se ha fundado en parte más elevada, hasta que encontrándose con el rio grande, pasa por la fortuna de más pequeño, perdiendo hasta el nombre. Pero aunque sea dificultosa su medida, tendrá Leste Oeste, poco más ó ménos de quince leguas, que corren desde los términos de Pacho hasta el pueblo de los Panches y sitio del Peñol, situados de esta parte del rio Fusagasugá, que baja de los Sutagaos; y Norte Sur tendrá á diez doce leguas más ó ménos, segun forma sus vueltas el rio grande de la Magdalena, rio Negro y otros, que le sirven de fosos y términos, que la dividen de otras provincias : ésta lo es de temple cálido, mas y ménos fértil de maizales con dos cosechas al año, y otras dos de uvas de Castilla, aunque por la prohibicion que hay de hacer vino, no se tiene mucho cuidado en plantar y conservar las viñas: es tan abundante, que tiene la mejor disposicion para ingenios de miel y azúcar; y son muchísimos los que están poblados, por tener tan á mano las provisiones de agua y leña.

[ocr errors]

En ella, pues, habitan los Panches (como se ha dicho), no muchos en el número respecto de las otras provincias, pero Caribes y feroces en la guerra y á la vista por lo extraño y fornido de la disposicion y caras: eran tan poco amantes de la vida, que fundaban su opinion y fama en menospreciar tanto las armas enemigas, que se entraban por ellas, como si no fueran los instrumentos que tiene más á mano el brazo de la muerte. No se casaban, como dijimos en el capítulo segundo del primer libro, con las mujeres de su mismo pueblo, porque se tenian por hermanos todos los que en él habitaban: adoraban solamente á la luna, y decian que ella sola bastaba en el mundo sin que hubiese sol, y en su falsa creencia no tenian mal gusto, segun es de ardiente aquella region. Y con ser tan pocos respecto de la muchedumbre de los Mozcas, los temian éstos como á fieras indomables; y así para resguardo suyo y de sus tierras, por la parte que confinaban con los Panches, tenia el Zipa presidios y guarniciones en Tibacuy, Subía, Tena, Ciénega, Luchuta y Chinga, cierta infantería de indios llamados Guechas, hombres valientes y determinados, de hermosa y grande disposicion, ligereza y maña: éstos no usaban melena, sino andaban trasquilados, las narices y labios horadados, y por los agujeros atravesaban unos cañutillos de oro fino, y tantos cuantos Panches habia muerto cada cual en la guerra.

Miraban, pues, á dos fines los Bogotaes, favorables entrambos á sus designios, encaminando á los españoles á aquella provincia. Ninguna nacion ha sido tan bárbara que haya ignorado la política de sus conveniencias. Si los forasteros vencen (decian en su consulta) quedará quebrantada la fuerza de los Panches, de quienes tenemos recibidos tantos agravios, y con poca diligencia destruiremos esta nacion nunca satisfecha de nuestra sangre, y esperaremos del beneficio del tiempo ocasion oportuna para sacudir el yugo de los extranjeros; y si ellos fueren los vencidos, disminuidas las fuerzas con la parte principal de sus gentes, trabajaremos menos en acabar con la guerra la restante.

Con esta resolucion enderezaron las guias á Tibacuy, Cacique sujeto al Zipa, de nacion Mozca, que recibió á los españoles con muestras de amor, proveyéndolos de todo lo necesario, así para ellos como para los indios que llevaban de su servicio. Pero el Capitan

« AnteriorContinuar »