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10/6/67

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PRÓLOGO.

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El célebre historiador inglés Tomas Babington Macaulay principia su artículo sobre Lord Clive (escrito en 1840) admirándose, con candoroso nacionalismo, de que la historia de la conquista y subyugacion de la India oriental por los ingleses no haya despertado jamas, en Europa, ni en Inglaterra mismo, el interes con que cautiva los ánimos la historia de la conquista y colonizacion de América por los españoles. Pocos habrá que ignoren el nombre del vencedor en México y Otumba, y que no hayan oido hablar de los caudillos que avasallaron el suelo de los Incas; pero apénas habrá uno entre muchos en Inglaterra (por lo menos hace cuarenta años, si hemos de estar al dicho de Macaulay) que de razon de quién ganó la batalla de Buxar, de quién ordenó la matanza de Patna, de si Smajah Dowlah reinaba sobre el Uda ó sobre Travancora, y otros puntos semejantes.

Y no acierta á comprender Macaulay esta preferencia que da el público á las conquistas españolas de América, sobre las invasiones inglesas de la India, cuando considera que la poblacion sometida por los ingleses era diez veces mayor que la de los indios americanos, y habia alcanzado un grado de civilizacion material superior á la que tenian los mismos españoles cuando acometieron la conquista del Nuevo Mundo.

En otro de sus ensayos, el que se refiere á la Guerra de sucesion en España, reconoce el mismo insigne escritor que España en el siglo en que guerreaba á un tiempo en Europa y en América, era la más poderosa y fuerte, al par que la más sábia y amaestrada potencia del mundo; pero en la ocasion citada, tratándose de un paralelo entre el valor de la nacion que no vió ponerse el sol en sus dominios, y el del pueblo insular que amenaza á todos con el tridente, el avisado crítico, á pesar de serlo, y mucho, el autor de los mencionados ensayos, no quiso ver, ó su orgullo nacional le vendó los ojos para que no viese, que el consabido sufragio del público leyente de todos los paises en favor de la historia de nuestra América, comparada con la usurpacion de la India Oriental, siendo, como es, voto general y unánime, no ha de graduarse de caprichoso y necio, ántes hay que reconocer que se apoya en razones poderosas, y al crítico en casos tales no incumbe ensayar refutaciones de la opinion universal, sino desentrañar y descubrir los motivos y fundamentos que la explican.

La conquista de América ofrece al historiador preciosos materiales para tejer las más interesantes relaciones; porque ella presenta reunidos los rasgos más variados que acreditan la grandeza y poderío de una de aquellas ramas de la raza latina que mejores títulos tienen á apellidarse romanas: el espíritu avasallador y el valor impertérrito siempre y donde quiera: virtudes heróicas al lado de crímenes atroces:

el soldado vestido de acero, que da y recibe la muerte con igual facilidad, y el misionero de paz que armado sólo con la insignia del martirio domestica los hijos de las selvas y muchas veces rinde la vida por Cristo: el indio que azorado y errante vaga con los hijos puestos al seno (como decia ya Horacio de los infelices que en su tiempo eran víctimas de iguales despojos, sin las compensaciones de la caridad cristiana), ó que gime esclavizado por el duro encomendero; y el indio cantado en sublimes versos por un poeta aventurero, como Ercilla, ó defendido con arrebatada elocuencia en el Consejo del Emperador por un fraile entusiasta como Las Casas, 6 protegido por leyes benéficas y cristianas, ó convertido á la de amor y justicia por la paternal y cariñosa enseñanza de religiosos dominicos ó jesuitas: la codicia intrépida (no la de sordas maquinaciones) que desafiando la naturaleza bravía corre por todas partes ansiosa de encontrar el dorado vellocino; y la fe, la generosidad y el patriotismo que fundan ciudades, erigen templos, establecen casas de educacion y beneficencia, y alzan monumentos que hoy todavía son ornamento y gala de nuestro suelo. Singular y feliz consorcio, sobre todo (salvo un período breve de anarquía é insurrecciones que siguió inmediatamente á la conquista),aquel que ofrecen la unidad de pensamiento y uniformidad del sistema de colonizacion, debido á los sentimientos profundamente católicos y monárquicos de los conquistadores, con el espíritu cabaÎleresco, libre y desenfadado, hijo de la Edad Média, que permite á cada conquistador campear y ostentarse en el cuadro de la historia con su carácter y genialidad propios. Así, Cortés no se confunde con Pizarro, ni Quesada se equivoca con Belalcázar; así el caballero que por puntos de honor, ó lances de amor, desenvaina fácilmente y enrojece la espada, se entrega sumiso como vasallo á un Juez de residencia ó Comisario Real, y aun dobla con resignacion el indómito cuello, llegado el caso, ante la inflexible cuchilla de la justicia.

Lo que es de notar, y lo que no observa Macaulay, es que las glorias de la conquista han crecido y abiertose camino, no por esfuerzos de la misma raza conquistadora, encaminados á ensalzarlas y pregonarlas, ántes á pesar de la emulacion de los extraños, como era de esperarse, y tambien de la indolencia y áun las renegaciones de los propios, que es género de oposicion con que de ordinario no tropezaron las glorias de otras naciones. Los primeros cronistas de aquellos sucesos consignaron los hechos con candor y sencillez, sin adornarlos con las flores del estilo; sólo siglos despues empleó Solis los artificios de la elocuencia para popularizar y hacer gustosa la historia de Hernan Cortés, más seca pero más pura en las desnudas y cándidas páginas de Bernal Díaz. Muchas de aquellas relaciones, en cuya publicacion debian estar interesados los españoles todos, permanecian inéditas, y otras lo están aún. Sólo en los últimos años han salido á luz obras manuscritas y casi desconocidas, de Oviedo y de Las Casas, las Guerras de Quito de Cieza de Leon, Cartas de Indias de gran valía, y otros documentos preciosos, gracias al celo de la Academia de la Historia, á la proteccion del gobierno de D. Alfonso XII, y á la diligencia y estudio de eruditos particulares, como los señores don Justo Zaragoza y D. Márcos Jiménez de la Espada. No de esfuerzos semejantes dió ejemplo nuestra raza en tiempos anteriores, y sobre todo á principios de la presente centuria, cuando los peninsulares con mal entendido y tardío desengaño se empeñaban en conservar las colonias de América, que los errores de su propio gobierno más talvez que el anhelo de emancipacion de sus hijos, les arrebataban para siempre de las manos. Dominados ellos de ideas filautrópicas en que los imbuyó el enciclopedismo frances, ó creyendo que expiaban las culpas de Corteses y Pizarros sin ver la viga presente en el ojo propio, sin considerar que la expulsion de los Jesuitas por el gobierno de Cárlos III, y la propaganda volteriana de los consejeros y validos de aquel monarca y de su inmediato sucesor, eran los verdaderos errores que ellos estaban purgando, las causas que de cerca determinaban la pérdida de las Américas; y nosotros, figurándonos que íbamos á vengar los manes de Motezuma

y á libertar la cuna de los Incas; españoles peninsulares y americanos, todos á una aquende y allende los mares, de buena fe á veces, otras por intereses ó por ficcion maldeciamos y renegábamos de nuestros comunes padres. Con voces de poetas ibéricos é indianos pudo formarse entónces horrísono coro de maldiciones contra la conquista. El lenguaje de Olmedo, por ejemplo, enmedio de sus exageraciones enérgicas y brillantes, no difiere en el fondo del amargo sentimentalismo de Quintana, que con la misma pluma con que trazó las biografías de Pizarros y Balboas, adulaba en sus odas famosas á la "vírgen América," en rasgos del tenor siguiente:

Con sangre están escritos

En el eterno libro de la vida
Esos dolientes gritos

Que tu labio afligido al cielo envía;
Claman alli contra la patria mia
Y vedan estampar gloria y ventura
En el campo fatal donde hay delitos.
¿ No cesarán jamas? ¿No son bastantes
Tres siglos infelices

De amarga expiacion? Ya en estos dias
No somos, nó, los que á la faz del mundo
Las alas de la audacia se vistieron,
Y por el ponto Atlántico volaron,
Aquellos que al silencio en que yacias
Sangrienta, encadenada te arrancaron.

Así cantaba en 1806 el más brioso, el más popular de los poetas españoles de aquel tiempo; y esas valientes estancias en que protestaba que los españoles de entónces no eran los mismos españoles del siglo XVI, del siglo de la grandeza de España, corrian en España con aplauso. Los tres siglos de servidumbre siguieron sonando lo mismo en los ensayos históricos del célebre literato y estadista peninsular Martínez de la Rosa (Guerra de las Comunidades de Castilla) que en los escritos patrióticos de nuestro insigne Camilo Torres (Memorial de agravios). Dijérase que españoles europeos y americanos, no contentos desde los albores de 1810 con despedazarnos y desacreditarnos recíprocamente, sólo nos dábamos la mano en el comun empeño de ahogar las tradiciones de nuestra raza, y que con desden altivo, y áun con lágrimas que haciamos alarde de verter (y que si alguno las vertió realmente, mejor se hubieran empleado en llorar pecados propios) aspirábamos á borrar, si posible fuese, los orígenes de la civilizacion americana.

Deplorable es, y lástima profunda inspira, la situacion de una raza enervada que por único consuelo hace ostentacion de los nombres de sus progenitores ilustres. De qué ha servido á los modernos italianos decir al mundo con palabras y no con hechos, que descienden de los Césares y Escipiones? Pero es doloroso tambien, síntoma asimismo de degeneracion y de ruina, y rasgo de ingratitud mucho más censurable que la necia vanidad, la soberbia y menosprecio con que un pueblo cualquiera, aunque por otra parte esté adornado de algunas virtudes, apénas se digna tornar á ver á su cristiana y heróica ascendencia. El nacionalismo que se convierte en una manía nobiliaria, es un vicio ridículo; pero el antipatriotismo es peor. A la España de ambos mundos en el presente siglo ha aquejado esa dolencia: esa "conformidad ruin" con el desden extranjero, "en sujetos descastados que desprecian la tierra y la raza de que son, por seguir la corriente y mostrarse excepciones de la regla."El

* Oyeme: si hubo vez en que mis ojos
Los fastos de tu historia recorriendo
No se hinchesen de lágrimas.........

QUINTANA, ibid.

*

abatimiento, el desprecio de nosotros mismos," añade el orador cuyas palabras estamos trascribiendo "ha cundido de un modo pasmoso; y aunque en los individuos y en algunas materias es laudable virtud cristiana, que predispone á resignarse y someterse à la voluntad de Dios, en la colectividad es vicio que postra, incapacita anula cada vez más al pueblo que lo adquiere."

y

¿Y por dónde empezó la tentacion de despreciarnos en comparacion con el extranjero, si no fué por esas declamaciones contra los tres siglos, es decir, contra nuestra propia historia? ¿Y de dónde nació esa peligrosa y fatal desconfianza en nosotros mismos, sino del hábito contraido de insultar la memoria de nuestros padres, ó de ocultar sus nombres, como avergonzados de nuestro origen? Natural y facilísimo es el tránsito de lo primero á lo segundo, como es lógico é inevitable el paso de la falta cometida al merecido castigo.

Muy lejos estamos de desconocer los méritos contraidos á fines del pasado siglo ó principios de éste por el diligente rebuscador Muñoz, por el sabio y virtuoso historiador Navarrete, y en conjunto por la Real Academia de la Historia. Pero la verdad es que quienes más han contribuido, no sólo por la forma literaria de sus trabajos, sino por la imparcial procedencia de sus sufragios, á demostrar al mundo la importancia de los anales de la conquista y colonizacion americanas, han sido algunos hijos de este Nuevo Mundo, pero no latinos por su raza, ni por su religion católicos. Convenia que así fuese, para que se hiciese la justicia fuera de casa, y manos heterodoxas levantasen el entredicho impuesto por nosotros mismos á nuestra historia colonial. Oportet haereses esse.

En efecto, luego que las colonias inglesas de la América del Norte hubieron consumado su emancipacion y entrado en el goce del self-government,no faltaron naturales del pais, descendientes de buenas y acaudaladas familias inglesas, que estuviesen adornados de una educacion clásica, y á los recursos materiales que demanda la independencia literaria reuniesen la vocacion y capacidad necesarias para el estudio de extensas y variadas investigaciones históricas. Los anales de su tierra nativa eran para ellos campo estrecho é infecundo: no hallaban allí ni las uniformes corrientes tradicionales que marcan el rumbo á la filosofia de la histo. ria, ni los animados episodios y sucesos particulares que constituyen la poesía de la historia; y así, mal que les pesase renunciar á la escena nativa, convirtieron las miradas al Mediodía, y cautivada su atencion por el descubrimiento y conquista de la América Española, á esta region histórica se trasladaron, y á ilustrarla consagraron con éxito afortunado sus vigilias; siguiendo en esta migracion intelectual la costumbre de las razas del Norte, que estimuladas por la necesidad dejaron muchas veces sus nebulosos asientos, é invadieron los paises meridionales en demanda de climas más benignos y de tierras más fértiles y hermosas.

Washington Irving abre la carrera trazando la historia de los compañeros de Colon. Prescott explotando casi ciego (ejemplo memorable de energía moral y mental) inmenso acopio de documentos, en gran parte manuscritos, ilustra á un mismo tiempo la historia de la Península y la de las colonias, con sus admirables trabajos sobre los Reyes Católicos y Felipe II, sobre la Conquista de México y la del Perú. Y tanto halago tuvieron para los literatos anglo-americanos los asuntos españoles, tanto. ha llegado á cultivarse entre ellos el castellano, que hubo quien se animase á escribir la Historia de la literatura española. Llevó á cabo esta difícil empresa Jorge Ticknor, mostrando en todas las páginas de su libro que le guiaba criterio recto y sano, y que no solo poseia una vastísima erudicion, sino tambien lo que es más de admirar, por la rareza del caso - un conocimiento tan profundo como delicado de una lengua que no era la suya. Cuidó de incluir en su cuadro los escritores castellanos nacidos en Indias ó trataron asuntos americanos; y triste es confesar que para muchos comque patriotas nuestros, que ni siquiera sospechaban que hubieso nuestro suelo producido

VALERA, Discurso académico de contestacion al señor Menéndez Pelayo.

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