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miras políticas de nuestros gobernantes haya hecho arraigar el antagonismo que venía existiendo entre reinos con reinos y provincias con provincias. Si hubieran hecho un estudio detenido é imparcial de las diversas tendencias y propensiones que se iban marcando en unas y otras regiones de la monarquía, ya habrian procurado irlas asimilando entre sí, mediante la enseñanza y las leyes, y aspirado á encauzarlas en un mismo espíritu, en una misma idea civilizadora.

Pero no se hizo así, y este antagonismo, esta oposicion, se convirtió en lucha armada en el momento mismo que se trató de establecer en el país una marcha política repugnada por la Iglesia, elemento que fué el alma de la antigua sociedad española, cual es ahora la persistente y obstinada rémora del natural progreso de la sociedad moderna, y el eterno enemigo del nuevo espíritu que hoy la vivifica.

Esa es la causa primordial, indeclinable, necesaria, de tanta perturbacion, de tanta sangre, de tanta ruina, de tanta calamidad como viene pesando sobre esta infortunada España hace cerca de setenta años: septenario de décadas más memorables en nuestra historia, y que debieran ser para todos de enseñanza más provechosa, de más leccion y escarmiento, que los de la peregrinacion del pueblo israelita á Babilonia fué para los judíos, y los de la Sede pontificia en Aviñon para la cristiandad.

el

Mas los hebreos poseyeron al cabo un Esdras, con que abandonaron aquellas riberas encantadas del

Eufrates, donde, bajo las ramas de los sauces, y al melodioso acento de sus arpas, recordaban y lloraban su excelsa, profanada y cara Sion; así como los sucesores de los Inocencios, Alejandros y Bonifacios tuvieron al pronto una Catalina de Siena que implorase, que demandase, que conjurase la vuelta de aquella nueva cautividad, y en definitiva un Gregorio XI y un Urbano VI, bastante decididos, y de bastante buena voluntad, para cerrar aquel período tan calamitoso como degradante, y, por esa parte, restituir la paz, la dignidad, la libertad á la Iglesia.

¡Ojalá tenga tambien pronto esta noble é infortunada pátria otras Catalinas, santas y virtuosas hijas de su seno, que imploren, que demanden, que conjuren por el retorno á la paz, á la unidad, á la concordia entre todos los españoles; y brillen nuevos Ésdras, nuevos Gregorios y Urbanos, es decir, dignos y sensatos reyes, y hábiles y virtuosos ministros, bastante decididos, de bastante buena voluntad y bastante buena fortuna, á la vez que con génio, patriotismo y medios suficientes para cerrar nuestro largo período de convulsiones y sacudidas, de calamidades y desventuras!

Y con la aurora de la paz que se entrevé, ó del triunfo que la impone, ¡ojalá súrja tambien la unidad, la prosperidad, la cultura, la grandeza, la dicha de las nuevas generaciones; y la leccion, el escarmiento, el arrepentimiento de esa generacion que áun vive el pasado, de esa clase que áun sueña

én lo que fué, de esa region que vegeta en otra época region, clase y generacion á los que no vivifica la luz de este siglo, á los que no dá calor el sol de estos dias, á los qué no alientan las dulces, las suaves, las fecundas brisas de la libertad !

Pero si no saben sentirla, si nó alcanzan á comprenderla, hácese de todo punto preciso dársela á conocer, dársela á gozar, hacérsela amar; y si pertinaces resistieran, si duros de cervíz la rehusasen, si teniendo ojos no vieran, y teniendo oidos no oyeran, y no obstante ser vivificados por la esplendorosa luz del sol, la desconociesen, la escupiesen, la escarneciesen, sin perjuicio de imponerles esa luz, cual ellos pretendian imponernos las tinieblas, es decir, sin perjuicio de dejarles el pleno goce de su libertad y su dignidad, á trueque de la servidumbre, las mordazas, las prohibiciones y el quemadero que nos imponian, y que les sería muy santamente grato imponernos,, haríase preciso decirles con un inspirado poeta (24): «El caudaloso Nilo ha visto en sus orillas, los negros habitantes del desierto, insultar con sus salvajes gritos al rutilante astro del mundo. ¡Mas, gritos impotentes! ¡Extraños furores! En tanto que esos mónstruos bárbaros lanzaban sus clamores insolentes, el dios, prosiguiendo su carrera, derramaba torrentes de luz sobre sus oscuros blasfemadores. »

Mas, para imponerles la luz, la luz de la libertad, del derecho, de la igualdad, hácese necesario emplear con decision la guerra, y llevarla á feliz tér

mino; pues, aunque sea triste y deplorable, ella es un medio de civilizacion y de progreso.

Las guerras son necesarias y saludables, si bien es doloroso sostener una lucha civil. Despues de una guerra interior, si se sabe hacer fructifera, brotan elementos de fuerza y de vida.

Cuando terminó el sangriento debate de las Dos Rosas, Inglaterra prosperó, se regeneró, se purgó de facciones, y fundó un núcleo de poder en armonía con la época. Francia, tan luégo como la habilidad de Sully y el génio de Richelieu dieron fin á los horrores de la liga y de la faccion hugonota, y á los últimos destellos de inquietud y prepotencia feudal, cobró medro, creció, aumentaron sus fuentes de riqueza y se hizo fácil nuestra humillacion, su propia influencia y el predominio del gran rey. España, despues de Vergara, entró un poco en caja, templó la violencia de las pasiones á la sombra del laurel de la guerra y del olivo de la paz; huyó el empobrecimiento, aumentó la poblacion, vivificáronse los espíritus, creció la cultura y el bienestar, trazáronse líneas férreas, el vapor y la electricidad trasformaron el territorio, y ejercieron su potente influjo en la tierra clásica de las ventas y mesones, de las recuas y galeras aceleradas. Creció la marina, la industria y el comercio; hiciéronse grandes plantaciones, que trocaron en jardines, eriales seculares, y se trasformó por completo el casco de las ciudades, y áun la apariencia de las aldeas.

Así, pues, activese esa guerra decisiva, para que

surja luego la bendita aurora de la paz. Pero, no hay que dudarlo, la guerra es la senda fecunda de las ideas y la civilizacion.

La idea religioso-cristiana hizo un campo de batalla del imperio romano, que duró largo tiempo. La idea religioso-muslímica asoló el Asia, el Africa y la Europa, desde Bagdad hasta Poitiers, y desde Damasco hasta Constantinopla. La idea del celo religioso hizo chocar durante tres siglos la civilizacion oriental Ꭹ la occidental. La idea de la libertad política hizo un lago de sangre de la Inglaterra y de la Francia. La idea de la libertad religiosa conmovió hasta sus cimientos la Alemania, la Inglaterra y la Francia, y la de intolerancia diezmó la España por la emigracion, los cláustros y el fuego. La idea de las nacionalidades ha desgarrado la Polonia, la Alemania y la Italia, como la de la civilizacion griega agitó el Oriente, y la del despotismo romano hizo conmoverse al mundo.

Y sin embargo, esos horrores tremendos traen algo más que engrasar la tierra; algo más que destrozar los corazones de los vivos, por el duelo de los muertos; algo más, en fin, que minorar los convidados al fugitivo y costoso banquete de la vida.

La idea cristiana regeneró los pueblos que habia gastado el envilecido paganismo, y que habia degradado el cesarismo. El islamismo exaltó el ardiente entusiasmo de razas habitualmente indolen. tes, vivificó la Arabia y los descendientes de Agar, creó imperios poderosos, y gigantes civilizaciones,

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