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de las que la corte de los Abderramanes era uno de los portentos que alumbraron la Edad Media, é ilustraron la Europa. Las cruzadas trajeron una fusion de dos civilizaciones bien distintas, bañó la occidental del esplendoroso brillo del Oriente, y haciéndole entrever las maravillas de la Grecia, preparó el siglo de Leon X. La idea de la libertad política y religiosa trajo el equilibrio de las naciones, la independencia del pensamiento y la santidad de la conciencia humana, ultrajada por tiranos que obligaban á almas libres á sustraerse á su barbárie, cual Caton de Útica y Tráseas,ó á sucumbir al acero, ó al fuego del Santo Oficio. La idea de las nacionalidades ha producido las grandes agrupaciones de provincias y pequeños Estados, que han formado un núcleo importante, á cuya sombra se civilicen mejor los afines de tal ó cual raza, y se desenvuelvan en una vida más fecunda y provechosa. La idea de la civilizacion griega demostró la posibilidad de implantar en Oriente la sávia vivificante helénica; y el imperio de Alejandro, de los Seleucidas y los Ptolomeos, justificó la grandeza y la realidad del pensamiento. La del despotismo y señorio romano, en fin, hizo someter pueblos bárbaros á la unidad de un derecho que mereció ser llamado la razon escrita, y facilitó el triunfo cristiano y su grandiosa civilizacion.

Esta lucha de las provincias rebeldes es tambien de civilizacion y nacionalidad, de religion é idea política. La fraccion, pues, debe quedar estrechamente unida al todo; la nacionalidad debe redon

dearse con la provincia; el absolutismo en agonía debe quedar vencido por la libertad; el la libertad; el progreso civilizador debe anonadar la teocracia retrógrada; el privilegio pretencioso debe rasgarse, como el Privilegio de la Union.

Por consiguiente, no deploremos con profunda amargura los inmensos sacrificios, los profundos dolores, las acerbas lágrimas que esa horrible Ꭹ fratricida guerra nos cuesta, nos lleva, nos arranca. Para formar nuestra perfecta unidad, para para labrar nuestra completa regeneracion, para consumar nuestra verdadera fusion, esa guerra era inevitable, forzosa, necesaria; y los provechosos efectos que nos producirá, nos compensarán, ciertamente, tamaños duelos, aflicciones tantas.

Y era inevitable, era forzosa, era necesaria, por el antagonismo de ideas, por la contraposicion de doctrinas, de principios, de aspiraciones, de civilizacion, entre toda España, y la region teocrática, ab. solutista y privilegiada: contraposicion y antagonismo que debía terminar. Y para ser así, debia estallar en lucha armada; á fin que la idea, la doctrina, el principio y la civilizacion más débil, más estéril, más caduca, cediera su lugar á la civilizacion, al principio, á la doctrina, á la idea más actual, más fecunda, más fuerte; y ella penetrára, al cabo, las provincias que hasta ahora le vienen siendo hostiles, refractarias, enemigas.`

Entremos, por tanto, á investigar filosóficamente la raíz de las guerras; inquiramos la necesidad que

las impone, su justicia, su moralidad, sus necesarios efectos; y digamos, para concluir, alguna cosa importante sobre puntos muy árduos, en verdad, con designio de ver si es posible prevenir la reproduccion de males que todos deploramos, y si despues sabemos procurarnos una durable paz interior, una unidad perfecta, una felicidad general: no mentida, ni ficticia, ni fugaz; sino cierta, necesaria, perma

nente.

«En una época dada (25) hay diferentes pueblos, porque en esa época dada hay diferentes ideas.

Cada pueblo representa una idea, y no otra. Esta idea, general en sí misma, es particular, relativamente á las que representan los otros pueblos de la misma época; ella es particular, y no otra, y á este título las excluye todas; ella las excluye, en cuanto las ignora ó las rechaza.

En efecto, toda idea que domina en un pueblo, domina en él como la idea única que representa para este pueblo la verdad entera; y sin embargo, léjos que sea la verdad entera, ella no la representa más que por un lado, y de una manera imperfecta, como lo que es particular, limitado y exclusivo, puede representar la verdad universal y absoluta.

Pero, estas diferencias de los diferentes pueblos, ¿cómo viven al mismo tiempo? ¿No pueden ellas coexistir en paz?-Nó; porque, ¿á qué condicion una idea incompleta, exclusiva, puede coexistir en paz, al lado de otra idea exclusiva é incompleta?—A con

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dicion de ser reconocida por la filosofía como incompleta y exclusiva, y á la vez absuelta por la filosofía, como conteniendo una porcion de verdad. La filosofía halla falsas de un lado todas las ideas exclusivas, y verdaderas de otro: ella las acepta todas, las combina, y las reconcilia en el seno de un vasto sistema, en que cada cual halla su lugar.

Mas, lo que hace una sensata filosofía, lo hace asimismo la historia, ayudada de los siglos, en su movimiento universal, y en el ámplio sistema que engendra y desarrolla sucesivamente.

No sucede así con un pueblo. Un pueblo no es un filósofo ecléctico, ni la humanidad toda entera: él no es más que un pueblo particular; él acepta, pues, como verdadero en sí, lo que no es verdadero más que relativamente; él acepta como la verdad absoluta lo que no siendo sino una verdad relativa, con la pretension de ser la verdad absoluta, no es más que un error.

Ahora bien: las ideas particulares de los diferentes pueblos de una misma época, no conociéndose más que como ideas particulares, es decir, exclusivas y falsas, pero teniéndose por verdaderas, es decir, completas y absolutas, aspiran á la dominacion, y se entrechocan en esa pretension comun de ser solas verdaderas, absolutamente verdaderas, y sólo dignas de la dominacion.

guerra. Lo

Esta es la raíz indestructible de la que á los ojos de la filosofía no es más que distinto, en manos del tiempo es enemigo; y las diversidades y

las diferencias llegan á ser, en el teatro de la historia, oposiciones, contradicciones, luchas.

Esto no es ménos cierto en la vida interior de un pueblo, que en las relaciones exteriores de los pueblos entre sí. Nosotros hemos distinguido como elementos de la vida de un pueblo, la industria, el Estado, el arte, la religion y la filosofía; hemos hablado de sus relaciones de coexistencia, de sus relaciones de predominio ó subordinacion, y hemos descrito estas relaciones con la calma de la filosofía.

Pero estos elementos no se conducen así: ninguno quiere subordinarse el uno al otro; ni áun siquiera les basta coexistir con independencia y armonía; ellos tienden á vencerse, destruirse ó absorberse el uno al otro.

Así, la industria, enteramente ocupada de lo útil, querria reducir á ello todo lo demás. El Estado propende sin cesar á atraerlo todo á su esfera. La religion, hija del cielo, no puede consentir en abdicar su imperio, y se cree con derecho de dar leyes á la industria, al Estado y al arte, que por su lado lo sacrifica todo al sentimiento de la belleza y á su fin particular. La filosofía es más tranquila, sobre todo en la historia, en Diógenes Laercio y en Brucker. Mas en realidad, cuando el Estado ó la religion pretenden reducirla á la condicion de sierva (ancilla theologiae), ella resiste, á veces ataca, y de ahí luchas que pueden ser, y que frecuentemente han sido, sangrientas.

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