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lencia, sus privilegios, exenciones y libertades, por la rebelion que cometieron, así como por el deseo de reducir todos los reinos de España á la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose todos por las leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el Universo (12).

Durante los mismos siglos que en España echaban los fundamentos del poder monárquico los Reyes Católicos, lo consolidaba el insigne fraile-regente, y lo exageraban los Cárlos V, los Felipe II y los Felipe V, los soberanos de Francia y de Inglaterra conseguian iguales resultados. Á unos les sirvió su propia iniciativa y sus condiciones especiales de carácter; á otros les ayudaron las circunstancias de los tiempos, el talento ó la audacia de sus consejeros. Pero es lo cierto, que por unos ú otros medios, llegaron á formar fuertes Estados, que por su unidad y cohesion se hicieron naciones poderosas.

Francia vió derrocarse el poder de los grandes vasallos, merced á la prudencia, á la sagacidad y la habilidad de Luis XI, y á las virtudes y talento práctico de Luis XII. Pero, sin contar con Sully, el génio de Richelieu fué el que, haciendo caer bajo el hacha del verdugo las cabezas de los jefes de las principales casas, allanó el camino al duro y brillante despotismo del que dijo: «el Estado soy yo.>>

La subida al trono de Enrique Tudor, su habilidad en reunir en su familia los derechos de las estirpes de York y de Lancaster, su economía y su

fuerza en el gobierno, que habia facilitado las horribles matanzas de las Dos Rosas; el despotismo de su hijo Enrique VIII, que impuso silencio al Parlamento y se sirvió de sus pasiones para dotar la Inglaterra de la independencia religiosa; el largo y próspero reinado de Isabel, y el patriotismo y talento de sus ministros, todo conspiró á exaltar en ese país el poder real, al que por entonces convergían todas las fuerzas nacionales.

Y como si el afianzamiento del poder monárquico fuese insuficiente para haber extinguido las exenciones locales, y soterrado en España y fuera, privilegios regionales, que sólo podian avenirse con un tiempo de confusion y fermentacion, con poderes débiles, y con monarquías informes, lució la aurora del derecho nuevo y de la nueva ciencia; sopló el viento de las revoluciones y de las reformas, y volcando los tronos del despotismo, sometiendo las corruptelas y las preocupaciones al criterio racional y al análisis de la crítica, echó la indestructible base de las sociedades modernas; hizo países y naciones, en el tecnicismo propio del lenguaje; proclamó la igualdad ante la ley de los ciudadanos de una misma patria; exigió la unidad de fuero, la unidad de jurisdiccion Ꭹ la unidad de legislacion; y relegó al abismo del pasado, así el gravámen de los más, como el privilegio de los ménos; así el absolutismo de un déspota, como la violacion sacrílega de la conciencia.

SECCION TERCERA.

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Movimiento político moderno. Muerte de los fueros. Su anomalía. - Su carencia de razon de ser. - Injusticia é irracional existencia de los Vasconavarros.—Espíritu y propension de los pueblos antiguos.-Egipto.-Ásia.— Grecia.- Roma.- El cristianismo.- Espíritu antiguo y espíritu moderno.Miras exclusivistas. - Principio esencialmente humano.-Su bastardeamiento. -Renacimiento científico y político. - Movimiento revolucionario. -Nuevos aforismos políticos. - Derechos del hombre. - Sus obligaciones políticas y sociales. - Derecho moderno.-El régimen constitucional en la gran Bretaña. -Absolutismo en Francia. - Preludios de la revolucion. -Movimiento revolucionario. La revolucion.-Desastres.-Reformas políticas.-Legislativas.— Sociales. Jurídicas. — Administrativas.

Hemos indicado sucintamente el tiempo y las circunstancias en que nacieron, se desarrollaron y vivieron los fueros, y qué fué lo que así á los locales, como á los regionales, les dió en nuestra patria legítima y natural razon de ser. Hemos consignado tambien que, por consecuencia de la gran tendencia que se iba haciendo sentir hácia la unidad nacional, y de la fuerza progresiva y absorbente que fué tomando el poder real, aquéllos hubieron de ir perdiendo sus elementos de vitalidad, y acabaron por desmoronarse á impulso del poderoso ariete, esgrimido durante siglos contra aquellas franquicias de comarca. Y hemos notado asimismo, que las

propensiones modernas, desenvueltas por la ciencia, y aplicadas por la revolucion, no podian ser más simpáticas, por principios, al privilegio regional, que lo que lo habia sido, por despotismo, la prepotencia de los monarcas.

Los fueros, pues, en general habian muerto, y no podian menos de morir con triple muerte: ora por la fuerza destructora de los siglos, que modela las instituciones con las épocas y sus necesidades, y la de aquellos hace tiempo pasó; ora por la potente voluntad de los reyes absolutos, que regulan la suya con la máxima de que no se divide el poder soberano, y los fueros, en sus dominios, era una division de soberanía; ora, en fin, por la energía irresistible de las doctrinas, que repudian todo lo anómalo, todo lo injusto, todo lo absurdo.

Y es anómalo, injusto y absurdo que se halle establecido y viviente en un reino el régimen constitucional, ese sistema de gobierno, fundado en la justicia, en la libertad y en la igualdad de todos, y, ni la justicia, ni la libertad, ni la igualdad sea una misma en sus elementos, en sus manifestaciones y en sus agentes, para todos los individuos componentes de ese reino.

Esto se demuestra concluyentemente en que los españoles de las demás provincias reconocen un rey, cuando los vascos no reconocen, ni se les hace reconocer, sino un señor; aquéllos defienden la patria con las armas, al ser llamados por la ley, y éstos no sólo no la defienden, sino que la

perturban sin que se les llame; los primeros acatan y reconocen las emanaciones de las Córtes y se someten al espíritu moderno, y los últimos rechazan la autoridad de la Asamblea nacional y sus decisiones: sólo pretenden estar sometidos á autoridades privativas, á disposiciones excepcionales, y sólo son siervos del estacionario génio de la caduca sociedad. Es anómalo, injusto y absurdo que, durante tres siglos, hubiera una monarquía absoluta en España, y dentro de ese absolutismo y sus dominios, viviera, protegido y agasajado con el privilegio, un pequeño país, que no sólo es un reflejo de república regular, sino un verdadero canton republicano.

Es anómalo, injusto y absurdo, en fin, que dentro de un Estado que se esforzaron principalmente en formar con su valor, perseverancia y heroismo los reinos de Leon, Aragon y Castilla; sobre éstos, que atrajeron tanta gloria y grandeza al nombre español, graviten las leyes generales, los tributos pecuniarios y de sangre; y á ciencia y paciencia de publicistas, pueblo y gobiernos, haya dentro de él otro pequeño Estado, venturoso, bendito y sagrado, que se ampare en todo lo beneficioso bajo los anchos pliegues del pabellon nacional, y contra lo que no cuadra á su oscurantismo, á su fanática ceguedad á sus supersticiones, se rebele, pronuncie el terrible Quos ego... del dios; y á pesar de sus repetidas sublevaciones, más feliz que Cataluña, más temido que Aragon, más grande que Castilla, se le mantie

y

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