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bellas se declaró que nó solamente el nuevo espíritu podia resistir al antíguo, como ya se habia visto en Maratón y en Platéa, sino que se demostró que el espíritu nuevo era más fuerte que el antiguo; que él se hallaba en estado de devolverle sus visitas, y áun de hacerlas un poco más largas.

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En efecto, los resultados de Arbellas duraron dos siglos. Doscientos años despues de esta memorable jornada, las huellas de Alejandro, una civilizacion griega, un imperio totalmente griego, existian todavía en la Bactriana y la Sogdiana, y áun á las orillas del Índo.

El mismo motivo atrae el mismo interés al nombre de Farsalia. Nosotros amamos y honramos seguramente al último de los Brutos; pero él representaba el espíritu antiguo, y el espíritu nuevo estaba del lado de César. Esa larga lucha que M. Nieburh tan bien ha discernido y descrito en la historia romana de sus orígenes, aquella lucha de muchos siglos terminó en Farsália. César era de la estirpe Cornelia, por familia, nó por espíritu; él sucedia, nó á Sila, sino á Mario, el que, á su vez, sucedia á los Gracos. El espíritu nuevo exigia un teatro más vasto; él lo ganó en Farsália. Y aquél no fué el dia de la libertad romana, sino el de la democracia: porque democracia y libertad no son sinónimas; toda democracia, para durar, quiere un dueño que la gobierne; y en ese dia ella tomó uno, el más magnánimo y el más hábil, en la persona de César.

Lo mismo puede decirse de todas las grandes ba

tallas. No insistimos en hacer aquí un curso de batallas: tomemos las unas despues de las otras; tomemos Poitiers, tomemos Lepanto, tomemos Lutzen,etc. todas son célebres, porque en todas no es de los hombres de quienes se trata, sino de las ideas: ellas interesan la humanidad, porque la humanidad comprende fácilmente que ella es la que está empeñada en los campos de batalla.

Háblase sin cesar de los azares de la guerra y de la fortuna diversa de los combates. Por lo que á nosotros hace, creemos que es un juego muy poco aventurado; antes por el contrario, un juego á golpe seguro, porque desafiamos que se nos cite una sola partida perdida por la humanidad.

De hecho, no hay ninguna gran batalla cuyo desenlace haya sido en detrimento de la civilizacion. La civilizacion puede muy bien recibir algun fracaso; pero definitivamente, la ventaja, el beneficio y el honor de la campaña, se resuelven á su favor; pues implicaria que fuera de otro modo.

¿Se admite que la civilizacion avance incesantemente? ¿Se admite que una idea que tiene porvenir deba prevalecer sobre una idea que carece de él, es decir, cuyo poder se ha gastado? ¿Se admite?-Y no puede ménos de admitirse.-Luego se sigue que siempre que el espíritu del pasado y el espíritu del porvenir se hallen enfrente, la ventaja quedará necesa riamente en favor del espíritu nuevo.

Nosotros hemos visto que la historia tiene sus leyes; si la historia tiene sus leyes, la guerra que

juega tan gran papel en la historia, que representa en ella todos los grandes movimientos, y por decirlo así, las crisis, la guerra debe tener tambien sus leyes, y sus leyes necesarias; y si, como ya hemos demostrado, la historia con sus grandes acontecimientos no es otra cosa que el juicio de Dios sobre la humanidad, se puede decir que la guerra no es más que el pronunciamiento de este juicio, y que las batallas son su estruendosa promulgacion: las derrotas y las victorias son los decretos de la civilizacion y de Dios mismo sobre un pueblo, los cuales declaran á este pueblo muy por bajo del tiempo presente, en oposicion con el progreso necesario del mundò, y por consecuencia, suprimidos del libro de la vida.

Hemos probado que la guerra y las batallas son primeramente inevitables; en segundo lugar, benéficas. Hemos absuelto la victoria como necesaria y útil; ahora nos proponemos absolverla como justa, en el sentido más estricto de la palabra: intentamos demostrar la moralidad del éxito.

Ordinariamente no se vé en el éxito más que el triunfo de la fuerza, y una especie de simpatía sentimental nos arrastra hácia el vencido; esperamos haber demostrado que, pues es preciso que haya siempre un vencido, y que el vencido es siempre el que debe serlo, acusar al vencedor y tomar partido contra la victoria, es tomar partido contra la humanidad y quejarse del progreso de la civilizacion.

Aun hay que ir más léjos; hay que probar que el

vencido debe ser vencido y ha merecido serlo; hay que probar que el vencedor no solamente sirve la civilizacion, sino que es mejor, más moral, y por eso es por lo que es vencedor. Si nó fuera así, habria contradiccion entre la moralidad y la civilizacion, lo que es imposible, no siendo la una y la otra sino dos aspectos, dos elementos distintos, más armónicos, de la misma idea.

Todo es perfectamente justo en este mundo; la dicha y el infortunio están repartidos como deben estarlo; la dicha no se dá más que á la virtud, el infortunio no se impone más que al vicio: hablamos en general, salvo excepciones, si las hay. Virtud y dicha, infortunio y vicio, son cosas que están en una armonía necesaria.

¿Y cuál es el principio de esta conviccion consoladora? Es el mismo pensamiento humano, que nó puede ménos de enlazar invenciblemente la idea de mérito y demérito á la idea de justo é injusto. De hecho, en el pensamiento humano, la idea de mal moral y bien moral, está ligada á la idea de mal físico y bien físico; es decir: á la dicha y al infortunio. El que ha obrado bien, cree y sabe que le es debida una recompensa proporcionada á su mérito. El espectador desinteresado y sin pasion abriga el mismo juicio. Las bendiciones se dirigen naturalmente á la virtud; las maldiciones al crímen real, ó supuesto. La armonía necesaria de la dicha y la virtud, del infortunio y el vicio, es una creencia del genero humano que, bajo una forma ó bajo

otra, brota en sus acciones y sus palabras, en sus simpatías y sus cóleras, en sus temores y sus espeperanzas.

Ahora, sin hacer aquí una teoría, ni una clasificacion de las virtudes, nos contentaremos con recordar que la prudencia y el valor son las dos virtudes que contienen casi todas las otras. La prudencia es una virtud, y hé ahí por qué, entre otras razones, ella es un elemento de éxito; la imprudencia es un vicio, y hé ahí por qué ella rara vez logra; el valor es una virtud que tiene derecho á la recompensa de la victoria; la debilidad es un vicio; por tanto, ella es siempre castigada y derrotada.

No solamente las acciones imprudentes y las acciones cobardes, sino los pensamientos, los deseos, los movimientos culpables que se alimenta y se acaricia en el interior del alma, bajo la reserva que no se les dejará degenerar en actos; esos deseos, esos pensamientos, esos movimientos culpables, en tanto que culpables, tendrán su castigo. No hay una accion, un pensamiento, un deseo, un sentimiento vicioso, que no sea castigado pronto ó tarde, y casi siempre inmediatamente, en su justa medida; y ́la recíproca, es verdadera, de toda accion, de todo pensamiento, de toda resolucion, de todo sentimiento virtuoso. Todo sacrificio alcanza su recompensa, toda concesion á la debilidad halla su castigo.

Tal es la ley: ella es de hierro y de bronce, ella es necesaria y universal, ella se aplica á los pueblos como á los individuos. Así, nosotros profesamos la

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