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lealtad, inmolándose sobre sus sepulcros, como hicieron los Lusitanos con Viriato.

Cree Estrabón que había en el país pocas ciudades, y sí muchos pueblos con castillos montanos ó torres, vicos ó aldeas, pagos y masías. Todos tenían por cabeza la ciudad y todos los habitantes` se reunían en ella para los negocios públicos.

En aquellos tiempos se aseguraba que los Gallegos no reconocían divinidad alguna. Los Celtiberos y sus vecinos que les caen al Norte ó sea los Bascones y los Verones, al tiempo del plenilunio, pasaban toda la noche saltando y bailando á las puertas de sus casas en honor de un dios para el cual no tenían nombre, ni templos, ni víctimas, como si conservaran un rastro de la idea del Dios verdadero, á la manera del dios anónimo é incógnito de los Atenienses.

Se cuenta de los Cántabros, que hechos prisioneros y suspensos en la cruz, cantaban un himno á Pan, tan alegres como si fueran vencedores y que siéndolo, cantaban un himno á Apolo. También era conocido y venerado entre ellos el dios Marte.

De manera es que en las unidades de grupos centrales y occidentales españoles reinaba la variedad como en el resto de la Península, aun en lo que era materia idolátrica.

RASGOS TÍPICOS DE LAS MUJERES IBÉRICAS

Los Griegos nos han transmitido también algunas otras noticias características de las gentes ibéricas pintándonos algunos rasgos típicos de sus mujeres, particularmente de las que moraban desde la Celtiberia y Lusitania hácia el Norte. Todas tenían sus elegancias y variaban en sus ornatos, que la variabilidad en los trajes no ha cambiado, por más que sea constante la afición por el color de rosa de las Gallegas.

En unas partes refiere Artemidoro llevaban unos collares de hierro de los cuales se levantaban sobre la cabeza una especie de cuernos que sostenían un velo y lo dejaban caer cuando les acomodaba para defender la cara del Sol. En otras partes llevaban un tamborcillo atacado al occipucio abrazando la cabeza hasta las sienes ú orejas, que desde su base hácia su altura se iba encorvando hácia atrás.

En otras partes se afeitaban la parte anterior de la cabeza, de manera que quedaba tan brillante y rasa como la frente. En otras partes fijaban en la cabeza una columnita larga un pie, que se elevaba hácia lo alto, en ella entretejían el cabello y luego lo cubrían con un velo negro.

Las mujeres del Norte de la Iberia no sólo se distinguían por su valor, sinó hasta por su crueldad y por cierta especie de furor propio de fieras; esto sin embargo sería lo excepcional, pues citan, los que lo cuentan, el que las madres durante la guerra cantábrica, mataban á sus hijos antes que, verlos caer en poder de los enemigos, y es cosa sabida el furor que las guerras aviva contra los enemigos, y más contra los Romanos, que se cebaban cruelmente con los vencidos, arrasándolo todo, sin dejar con vida ni aun los animales domésticos.

Lo que sí creemos, pues todavía dura, es que las mujeres en estas regiones son tan fuertes como los hombres, aun para las faenas más pesadas; ellas desempeñaban la labranza, y apenas habían parido, ya se ponían á servir á los hombres.

que

Al contraer matrimonio, los Cántabros dotaban á las mujeres sin

éllas llevasen cosa alguna, al revés de las comarcas influídas por la civilización etrusca primero, y Romana después.

Las hijas con igual contraste eran las herederas de todo, de modo que se encargaban de la colocación y casamiento de los hermanos, costumbre algo parecida á la de los Germanos según refiere Tácito.

Ese prestigio de la mujer ibero-cantábrica sobrevivió á la dominación romana. Por cierto que de Roma, considerada la mujer jurídicamente como hija de familias, sujeta siempre á una potestad familiar, no podían proceder ni la institución de los gananciales, ni su

derivada la Viudedad foral, que el Cristianismo fué más tarde impulsando.

RECONSTRUCCIÓN DE NUESTRA HISTORIA PRIMITIVA

Dada esta idea diferencial de los habitantes ibéricos con referencia á los tiempos inmediatamente anteriores á los de la conquista romana, hemos de ocuparnos de algunos estudios parciales que se verifican en nuestros tiempos con éxito sorprendente. La audacia histórica recomendada por Müller ha tenido eco entre nosotros. Muchos son los que abandonando la rutina de ir contando lo que otros cuentan, toman de la tradición los datos convenientes para situarse en el país que tratan de historiar, y puestos en él, examinan, recogen, clasifican y contrastan todo cuanto observan, principiando por el hom. bre mismo que lo habita, por sus manifestaciones personales, el lenguaje, sus aficiones sociológicas, el canto, el baile, los cuentos y todo esto lo compulsan con los monumentos subsistentes ó en ruinas, ora pertenezcan á objetos del culto, ora á los de industria, ó mera satisfacción de las necesidades de la vida, en particular sus monedas, cuyo origen deslindan y clasifican, siguen los linderos naturales de sus regiones, recogen sus mojones y los signos contenidos en grabados ó en símbolos, que cuidan de descifrar, de modo que por lo que hoy subsiste, van iluminando lo que fué y rectificando las tradiciones y depurándolas de las supersticiones fabulosas, tanto de las mitológicas, como de las mediavales.

Este, este es el método reconstitutivo de nuestra historia primitiva, que ha de evitar la confusión generalizadora, y que ha de darnos la clave para resolver vários problemas tocante á los caracteres diferenciales de las Nacionalidades Hispanas.

La historia ofrece cierto paralelismo entre el mundo ibérico antiguo y el actual, y á pesar de las dominaciones romana, goda y musulmana, ello es cierto, que el cuadro de las antiguas gentes ajusta con el cuadro de las modernas, sin otros accidentes, que los trastornos

inferidos á todas por el soberbio predominio de una de ellas sobre las demás.

Es verdad que entre esos dos cuadros 'extremos pertenecientes á dos épocas de civilización tan diferente, el primitivo y el actual, transcurren períodos de sombras, de oscuridad y como de noche para nuestra historia, es verdad que envuelto en nebulosidades, se nos ofrece el período godo y más intensamente cerrado el de todo el primer siglo de la reconquista, como si se necesitara una gestación tenebrosa para fecundar con nueva vida los antiguos gérmenes de nuestros pueblos, ello es cierto; que al despertar de las razas ibéricas á últimos del siglo IX y á principios del x aparecen á la luz del mundo vivaces, con aire marcial y soberano, simpáticas por lo creyentes y dignas de ser un instrumento maravilloso para propagar en la tierra las fuerzas de la civilización destinada á extender la confraternidad entre todos los pueblos.

Dignos son pues de todo elogio los grandes estudios modernos llenando de luz y de claridad las figuras de los antiguos y diversos habitantes de nuestras regiones.

Con el concurso de muchos ingenios es, pues posible, que se expliquen las diferencias ingénitas de las respectivas nacionalidades españolas, de esas diferencias cuya paternidad está por encima no sólo de los Godos, sinó hasta de los Romanos. Y si no mereciera crédito esta afirmación nuestra, preguntaríamos ¿de dónde trae su raiz el mayorazgo, de donde los gananciales, de donde la troncalidad sucesoria y los Retractos gentilicios, instituciones todas antitéticas al derecho Romano?

Atribuirlas á los Godos no es posible, porque no aportaron sis. tema alguno propio de legislación civil, y lo único que hicieron fué trabajar en España con elementos romanos y con elementos indígenas á los que se referían con el dictado de leyes extrañas con que los calificaban y según luego indicaremos.

Todo el sistema político que los Godos desenvolvieron hasta convertir en territoriales los atributos del poder, ¿á qué plan se subordina

ron?... Los estudios á que antes nos hemos referido van despejando esas incógnitas, y para muestra será bueno exponer algunos cuadros de las antiguas nacionalidades á la luz de la crítica moderna.

LA ORGANIZACIÓN DE LOS BASCOS

Hé aquí el retrato que el Padre Fita hace de los Bascones, fundado en Estrabón quien entre otras cosas dice respecto de la Iberia Asiática:

«Cuatro clases ó esferas sociales constituyen la población de la Iberia Oriental. De la primera, han de salir los reyes, y al elegir rey, se ha de preferir al más provecto en edad entre los próximos parientes del antecesor. El más anciano después del rey ejerce el supremo cargo de administrar justicia en los tribunales y de generalísimo en el ejército. Á la segunda clase, la sacerdotal, incumbe el decidir en materia de justicia sobre negocios comunes con las naciones extranjeras y en las diferencias internacionales. Á la tercera clase pertenecen guerreros y agricultores. La última abraza los siervos, de quienes únicamente el rey era señor y dueño. Tenían á su cuidado todas las demás ocupaciones mecánicas de la vida. No hay para las Iberos propiedad individual. La propiedad in solidum se distribuye por familias ó cognaciones. De ellas el más anciano la rige y la gobierna, y administra la propiedad común sujeta á previsoras leyes».

Involuntariamente al oir la descripción de Estrabón, dice el Padre Fita, se os ha venido á la memoria la propiedad colectiva de nuestros Vacceos, cuyos campos se apropió por completo el Visigodo, y hoy decimos tierra de Campos y la federación patriarcal, la monarquía de derecho electivo, templado por el hereditario, la comunidad de bienes pro indiviso del matrimonio, las casas solariegas y la agricultura ennoblecida y los parientes mayores del país vasco-navarro. Erizado de montañas como el de la Iberia Oriental, con ríos del mismo nombre que aquélla, con desfiladeros y gargantas defendidos de igual suerte, pacíficos de suyo ambos pueblos por costumbre, pero tena

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